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jueves, 10 de marzo de 2011

revistas

Revistas que marcaron épocas

Eduardo Romano propone una cronología comentada de las publicaciones que marcaron La tradición cómica argentina, desde la fundadora El Mosquito hasta Patoruzito, incluyendo a íconos de la comedia gráfica como Rico Tipo y Tía Vicenta.

POR Eduardo Romano

Las revistas eminentemente humorísticas en la Argentina se remontan, salvo algún antecedente aislado, al período de las presidencias liberales que sucedieron a la caída de Rosas: El Mosquito (1868-1893), que dirigió el francés Henry Stein y que seguía el modelo del Charivari francés y del Punch londinense, y Don Quijote ( 1883-1896), responsabilidad del español Eduardo Sojo. Ambos eran dibujantes y las caricaturas políticas, en sus páginas centrales, constituían el mayor atractivo de las apenas cuatro pág inas. La segunda inauguró el recurso de organizar un zoológico político con el “zorro” Roca, el “burrito cordobés” Juárez Celman, el “chivo” Leandro N. Alem...
Durante la década del 90 surgen revistas similares en Córdoba y Tucumán, pero es Caras y Caretas (1898) la que introduce el humor en las revistas ilustradas y produce una mezcla inusitada de lo cómico y lo serio (arte, literatura, actualidades) que vendía 80.000 ejemplares en la primera década del siglo XX. Su fórmula generó numerosas imitaciones: Papel y Tinta, Tipos y Tipetes, Don Basilio, Fray Mocho.... Hacia 1912 incluyó también una historieta, “Viruta y Chicharrón”, aventuras disparatadas escritas en forma anónima por un norteamericano. Con La semana ilustrada (1912), la presencia temprana del humor cordobés, reduce aquel complejo espectro de Caras y Caretas a “Periódico Humorístico y de actualidades”.
En los años 20, las historietas extendieron su presencia a publicaciones de diverso carácter: El Hogar, Mundo Argentino, La novela semanal, El Suplemento. Las Páginas de Columba (1922) surgieron de las observaciones caricaturescas de un dibujante (Ramón Columba) en el Congreso Nacional y su revista fue un verdadero cantero de grandes dibujantes: Dante Quinterno, Divito, José Luis Salinas, etcétera. Don Goyo retomó el cruce entre lo literario y lo humorístico, sobre todo bajo la dirección de Nalé Roxlo, pero también conservó la caricatura política, en este caso conservadora y opuesta a los líderes radicales Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear.
La sexualidad irrumpe como recurso humorístico en 1925 con La Caricatura (o Caricatura Universal) de Pierre Fossey, quien reproduce chistes de revistas europeas y norteamericanas, pero hay muchas páginas, sin firma o firmadas con seudónimo, realizadas por colaboradores locales medrosos. Dos ejemplos son los equívocos consultorios sentimentales a cargo de Pájara Pinta y Juan Pistola.
En 1936, el personaje de Dante Quinterno, el icónico Patoruzú, obtiene su propia revista: Patoruzú. El formato apaisado y la mezcla de his torietas con notas costumbristas marcan su diferencia. Los aportes de Tulio Lovato, Eduardo Ferro, Oscar Blotta, Mariano Juliá y Luis de la Calle, entre otros, le aseguraran la adhesión de un público fiel, que a partir de 1938 comprará el Libro de Oro , con 150 historietas y 100 notas humorísticas, y luego, sucesivamente, Patoruzito (1945), Andanzas de Patoruzú y Correrías de Patoruzito (1957), Locuras de Isidoro (1968).
Divito, censurado por sus audacias en la revista de Quinterno, lanza al merca do Rico Tipo (1944), con tapas provocativas y en colores. En formato tradicional (20 x 26 cm), sus “chicas” despliegan alusiones sumam ente audaces en un lenguaje donde el tuteo resulta anacrónico. Lo secundan Eduardo Almira, Pedro Seguí, Billi Kerosene, Adolfo Mazzone, Américo Barrios… Oski (Oscar Conde) tiene su página de caricaturas y Carlos Warnes compone una parodia de “consultorio sentimental” en versos burlescos, que firma Tomás Elvino Blanco. Ambas revistas imperan hasta bien avanzados los años 50. Entonces, y como resultado de un clima favorable al antiperonismo, Landrú (Juan Carlos Colombres), quien había com batido contra esa tendencia en Cascabel y más ferozmente aún en Popurrí hace de Tía Vicenta (1957) el bastión del “nuevo humor”. Su novedad consistía en emplear los p rocedimientos del absurdo aprendido en Steimberg. La actitud autoritaria y represora del “partido militar” (en 1962 y 1966) y la apertura desarrollista de la economía a las corporaciones internacionales, que genera una nueva clase dirigente simbolizada por los “ejecutivos”, motivan sus mejores páginas y personajes.
La relación con sus publicaciones contemporáneas, bajo el rótulo “Tía Vicenta se disfraza de”, le otorga un sesgo paródico. Luego de haber gambeteado varias veces la censura dictatorial, el incluir dos morsas en la tapa del n. 369 (17/VII/1966), más el “Estatuto de la morsa” ( “morsa” alude a los bigotes del general Onganía), llevan a su clausura. Los intentos por revivirla fracasarían.
Andrés Cascioli reconoce que Satiricón y Chaupinela hicieron un humor satírico contra el gobierno peronista de 1973 que trató de tomar distancia respecto de lo que había sido Tía Vicenta. De todos modos, cayeron bajo la censura de Isabel Perón y el lopezrreguismo. En Córdoba había surgido Hortensia (1971), iniciativa de Alberto Cognigni. En tamaño tabloide, salía quincenalmente y pronto pasó de la tapa a dos tintas a los cua tro colores. Osciló entre 24 y 32 páginas y alcanzó una tirada de 70.000 ejemplares. Con sus principales colaboradores (Cristián Reynoso, Carlos Ortiz, Juan Parrotti, Oscar Salas) trató de nacionalizar una variante humorística local, callejera, al margen de que Roberto Fontanarrosa diseñara allí a Inodoro Pereyra y a Boogie, emigrantes luego hacia otros medios porteños.
Obviamente, el terrorismo de Estado impuesto por la Junta militar desde 1976 no dejaba mucho margen al humorismo. Pero, en 1978 y con muchos recaudos, comenzó a sal ir Humor, que centraba sus burlas en el espectáculo o en el deporte. Sólo hacia 1980, cuando el régimen comenzó a debilitarse, se iniciaron las alusiones políticas en chistes e historietas. Ya empeñados en una campaña descalificadora de las autoridades de la dictadura, en 1982, llegaron a 280.000 ejemplares y, luego del secuestro del número 97, vendieron 335.000 copias del siguiente.
A esa altura, la revista coincidía con el discurso radical alfonsinista que se impondría en las elecciones de 1983. Su ridiculización de los últimos representantes de la Junta era permanente y de fuerte efecto, en especial por las tapas que dibujaba el propio Cascioli, parte de una juventud que había crecido bajo los signos del miedo y del silencio. En más de 110 páginas, alternaban los artículos ensayísticos (de Luis Gregorich, Santiago Kovadloff, Vera Ocampo, José P. Feinmann, etc.) con el humor de Sanyú, Fontanarrosa, Soriano, Meiji, Limura… La asunción del nuevo gobierno disminuyó sus ventas a la mitad.
Puede sorprendernos el contraste entre las numerosas publicaciones humorísticas de los años que acabamos de resumir, apretadamente, y las que siguen. Pero no fue el periodismo gráfico, en particular, quien disminuyó abruptamente, sino todos los consumos culturales y la lectura en su conjunto. Confluyeron para eso vicisitudes económicas (hiperinflación, devaluaciones, desocupación) que incidieron sobre los hábitos de las clases medias y el crecimiento desmedido de la televisión. La disminución en la venta de periódicos sería el indicio más revelador.
Sin embargo, y después de una crisis desoladora, a fines de 2001, asistimos al éxito repentino, sobre todo entre los más jóvenes, del semanario Barcelona. Una solución europea para los problemas de los argentinos (2004). Ya esos titulares invertían eslóganes arraigados del nacionalismo cultural y sus páginas harían otro tanto con muchos presupuestos del liberalismo clásico sobrevivientes en la lengua estándar. Lo cual nos está dando la pauta de que este humor, casi enteramente político, hacía centro en los aspectos discursivos para dinamitarlos o contaminarlos mutuamente.
El efecto disolutivo parecía acorde con la debacle de las ideologías, de los grandes relatos, de lo cual se habían ocupado los teóricos de la posmodernidad, como Francois Lyotard. El impacto de su pensamiento, unido a la devastadora política antiestatista y neoliberal de los 90, sumieron a la población en un escepticismo que Barcelona justificaba. Lo que transmitía el apotegma “Que se vayan todos”, en relación a los políticos. Incluso, y reafirmando con su propuesta gráfica aquellos lineamientos, la revista concentra su interés en títulos y subtítulos –de tapa y contratapa– más que en los artículos interiores. Casi me atrevería a decir que se la puede leer de pasada y en los quioscos.
No he podido, en esta crónica, detenerme a reflexionar sobre el humorismo, cuya nota distintiva puede ser la desviación. Sea del carácter, como pensaban los ingleses y Ben Jonson, a partir de la teoría de los humores remontable al griego Hipócrates; sea de los valores establecidos o consagrados, como se desprende de la concepción irreverente de la risa medieval que fundamentara Mijaíl Batjín. Vista desde aquí, desde nuestra propia historia local, pienso que al margen de sus servicios instrumentales como arma agresiva o defensiva, sigue siendo una poderosa válvula de escape (individual y colectiva) para poder sobrevivir en tiempos adversos.

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