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jueves, 17 de marzo de 2011

medios

Narrativa transmedial
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Por Ricardo Haye *
Ya no es nuevo. Las modernas tecnologías aplicadas al campo de la comunicación y la información determinan un paisaje mediático caracterizado por la convergencia de soportes. Sin embargo, este escenario está dando lugar al surgimiento de novedosos proyectos de narrativa transmedial, una estrategia que utiliza varias plataformas para alcanzar al público con su relato y que trasciende el concepto de multimedia. Este último término suele aplicarse a la adaptación de un mismo contenido a diversos soportes, tales como libros, películas, series de televisión o videojuegos, a los que cualquier persona se puede asomar en forma independiente.
El transmedia, en cambio, procura construir una experiencia inmersiva que se ve favorecida porque el motivo central del relato alcanza extensiones en plataformas diferentes a la original, las cuales se ofrecen como múltiples puntos de entrada, añaden algo más a la historia y generan un ámbito narrativo envolvente.
Matrix y tantísimas otras películas de presupuestos fastuosos se ramifican en juegos de video, series animadas, historietas, páginas web, blogs y episodios concebidos para las pantallas de TV, ordenadores o teléfonos móviles que, además, obtienen amplia repercusión en foros y redes sociales.
El aspecto interesante es que el usuario puede decidir hasta dónde quiere llegar en la “lectura” del texto, expandiendo o limitando sus movimientos entre medios diversos. Los exegetas del modelo también remarcan la posibilidad que se abre al público para “participar” en la creación, aunque esa alternativa resulta difícil de verificar.
Además de los aportes sistemáticos que formulan el estadounidense Henry Jenkins o nuestro compatriota Carlos Scolari, la red ofrece numerosas entradas que informan sobre la evolución de un fenómeno en el que la historia está en todas partes y no aparece limitada por la hora y media de duración de una película o las 24 páginas de una historieta.
Dado que no se trata de reiterar contenidos en cada soporte, la narrativa transmedia pretende poner las mejores posibilidades de cada uno de ellos al servicio del crecimiento de la historia. De este modo, las diferentes plataformas pueden servir para captar la atención de distintas comunidades de fans.
En algunos de los medios partícipes pueden aparecer nuevos personajes; otros ofrecerán historias secundarias y otros más presentarán mundos paralelos. La planeación del proyecto narrativo transmedia puede graduar niveles de complejidad en función de los públicos que acceden a una u otra ventana.
Muchos guionistas y fabuladores diversos deben estar de parabienes, ya que la emergencia de este escenario de complementariedades mediáticas habilita nuevas alternativas laborales. Por otra parte, el modelo demanda una construcción coral de los relatos, algo que sin dudas puede contribuir a enriquecerlos.
Queda por ver si el hegemónico cariz comercial con que el transmedia se presenta es capaz de habilitar espacios en términos de su aplicación educativa y si puede contribuir al desarrollo humano de quienes, hasta aquí, por lo general elige definir como “consumidores”.
Las nuevas tecnologías ya llevan varios años actuando para transformar nuestros modos de trabajar, divertirnos, aprender y hasta pensar, con un impacto aún no debidamente mensurado sobre nuestra capacidad de concentración o dispersión y la constancia o volatilidad de nuestra atención.
Nunca como hoy la humanidad tuvo tantas posibilidades de acceso a la ficción. El dato se vuelve relevante pues el discurso narrativo ofrece una forma de conocimiento y comprensión distinta a la puramente teórico-discursiva. Las historias son territorio fértil para el desarrollo de concepciones e interpretaciones menos dogmáticas acerca del mundo y de la humanidad. El relato es imprescindible porque convoca a la imaginación y agudiza nuestra sensibilidad.
En el flanco académico aparece el desafío de aportar al conocimiento de un público que busca acceder a experiencias mediante la navegación e interacción entre medios. Comprender el comportamiento de las personas que conviven bajo la égida cada vez más manifiesta de un ecosistema convergente de medios resulta fundamental en un momento en que sus hábitos están siendo reformateados por ese complejo entramado de soportes que no sólo multiplica el número de mensajes, sino que también modifica los modos en que éstos son recibidos.
* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.
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El día que apagaron la luz
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Por Marcelo J. García y
Luis López *
Año 2000, bastantes meses después del Y2K. La profecía del colapso garantido era psicosis pasada y conclusa; esa que machacaba con que una cuestión de software (el cambio de fecha) iba a generar un caos en el hardware (los objetos que nos rodean). Sobredeterminación en estado puro. En un aula de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, un estudioso extranjero hablaba sobre las bondades de la globalización, cuya verdadera dinámica, afirmaba, residía en el hecho de que todas las computadoras del mundo se interconectaban en red. Un fenómeno muy pero no tan soft. Aníbal Ford, para muchos en pecado de pesimismo –o hasta anacronismo–, pidió la palabra y preguntó hard. ¿Cuán importante es, en este contexto, la propiedad de la estructura, la posesión de los “fierros” de la globalización?
Existen un antes y un después de Egipto 2011 para discusiones de este tipo. En unas horas, un puñado de llamados telefónicos y/o un par de visitas armadas apagaron la web e hicieron desaparecer a un país. En el mundo de la globalización triunfante, escribió Ford en 1994, el símbolo parecía reemplazar a los fierros, en gran medida porque esos fierros estaban en manos de estructuras de propiedad con carácter oligopólico y transnacional. Era como si nos hubiese mandado a releer aquel párrafo de Marx: si la estructura es una variable dada, la discusión muere en lo superestructural. En las últimas dos décadas, la discusión comunicacional-mediática se nutrió de alimento light y balanceado: libertad de expresión y prensa, independencia del periodismo, Google, Twitter o Facebook o el que venga luego, y yerbas de similar tenor.
No se trata de la decadencia, desesperación o desaparición del régimen de Hosni Mubarak o cualquiera de sus parientes cercanos. El punto es que la Red es una nueva forma de territorio y, como tal, objeto de una disputa colonizadora. Hasta aquí, el gran triunfante ha sido el capital privado, que ha expandido su capacidad de brindar acceso pago al nuevo espacio.
Internet, dicen tanto un lector aficionado de Jürgen Habermas como la secretaria de Estado Hillary Clinton (http://www.state.gov/secretary/rm/2011/02/156619.htm), es el espacio público del Siglo XXI. Lo de espacio es incuestionable. Lo de público, declamatorio pero no necesariamente verdad. Internet es hoy más un parque de diversiones donde hay que pagar entrada para jugar que una plaza pública donde se transita y habla libremente. Un country (gated community) más que un barrio. La diferencia no es la cantidad de gente conectada (dos mil de los siete mil millones de habitantes de la Tierra), sino las lógicas de participación y propiedad del terreno. Para que sea calle, deberá ser de libre acceso y su dueño toda la comunidad, representada de manera sintética por el Estado como expresión máxima de la voluntad popular. No está claro que Mubarak haya leído a Max Weber, pero su intento de apagar la web es un resabio algo anacrónico del intento de recuperar el monopolio del uso de la fuerza en el espacio público.
La web crece a partir de nuevas lógicas globales que se insertan en los viejos esquemas nacionales. Su gobierno es reflejo distorsionado del esquema geopolítico de la época. No es de sorprender que uno de los pilares de la gobernabilidad de la web, la Icann (Internet Corporation for Assigned Names and Numbers) haya nacido y crecido bajo el paraguas del gobierno de los Estados Unidos. Como tampoco que dos conferencias mundiales sobre la Sociedad de Información en el seno de Naciones Unidas en 2003 y 2005 se hayan focalizado sobre los objetivos (comerciales) realizables de disminuir la brecha digital y no sobre el establecimiento de un gobierno global y público de la red. Naciones Unidas, por caso, hace tiempo clama por una reforma. Hasta que no sea así y el monopolio de la fuerza digital esté en manos legítimas, habrá más Mubaraks pero también más googles, facebooks o twitters, cuya rendición de cuentas es, “en última instancia”, a sus inversores más que al público.
Volver al 2000. Imaginar a Aníbal Ford viendo por TV la reunión de Sui Generis tras veinticinco años de hiato. Mestre y García cantan que ya llegó el día en que estando juntos harán todo para este mundo, paralizando la tierra el día que apagaron la luz. Ford piensa que alguna vez alguien la va efectivamente a apagar. Once años después, Mubarak la apaga y los dueños de los “fierros” acatan el anacronismo del futuro, nuestro hoy. Llegará el día, decían Charly y Nito. También Aníbal.
* Licenciados en Ciencias de la Comunicación (UBA) y coordinadores del Departamento de Comunicación y Cultura de la SID (www.sidbaires.org.ar).

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