“I’m too honest” y me quedaba tan ancha.
Esa era mi respuesta en las entrevistas de trabajo a las que asistía en Londres cuando me preguntaban por algún defecto, ya sabéis, esas preguntas con truco en las que la gente suele decir que es muy responsable, muy puntual, etc. Yo soy demasiado sincera y es algo que me ha causado más de un problema. Por norma general las personas preferimos la mentira piadosa a la verdad dolorosa y es algo que he vuelto a confirmar esta semana al conocer la existencia del “tatemae”.
En el mismo momento en el que los periódicos anuncian el “apocalipsis” de Japón, cuando millones de personas vivimos pendientes de las noticias, de la energía nuclear, de las revueltas en Oriente Medio. Las tragedias, las enfermedades, las pérdidas… tienen el denominador común de la reflexión posterior. Esa reflexión en la que nos planteamos si estamos a gusto con nuestras vidas y si han sido correctas las decisiones tomadas. Son esos momentos en los que te prometes pasar más tiempo con la gente que quieres, en los que te flagelas por haber sido tan estúpid@ en algunas situaciones y en los que te repites una y otra vez, que nunca, nunca, nunca volverás a equivocarte.
La comunicación transparente, honesta, esa que abanderamos todos los que nos dedicamos al Social Media, sería el propósito de esos minutos, horas o días de reflexión.
Pero… ¿hasta qué punto dijo la verdad el gobierno nipón? ¿es mejor ocultar algo que sabes que tarde o temprano saldrá a la luz? ¿esperar a que se sepa por su velocidad natural? ¿o adelantarse a los acontecimientos?
El “tatemae”, según he leído en la prensa esta semana, es la actitud que diferencia a los orientales de los occidentales, porque decir la verdad puede resultar descortés en algunas situaciones. Desde pequeños aprenden a desarrollar su “tatemae” (expresar pensamientos en público que no deben ofender) y el “honne” (que es lo que se piensa de verdad, pero sólo se comparte con los más cercanos).
Entonces, si desde pequeños se nos enseña a no ser honestos, ¿cómo pretendemos que las empresas lo sean? Si no podemos decir la verdad, ¿por qué exigimos que nuestros clientes lo hagan?
El miedo a lo desconocido es el gran freno.
El desconocimiento nos provoca rechazo ante nuevas maneras de comunicación, perdón, no son nuevas, los canales son “nuevos”. Porque para algunas empresas empezar a participar en foros, escribir en el muro de Facebook o twittear, se convierte no en un reto, si no en un mundo lleno de peligros. Los mismos que se encontraba súper Mario al pasar de nivel.
¿No queremos avanzar? ¿No apostamos por el progreso, la innovación y un futuro más abierto? ¿Por qué seguimos poniendo barreras a comunicarnos?
La tragedia que se vive estos días en Japón, por desgracia, no se evita con una comunicación transparente pero, ¿hasta qué punto ha sido bueno ocultar la información?
¿Debemos confiar en el sentido común de cada empresa, director de comunicación o Community Manager en estas situaciones? ¿Debemos exigir a los gobiernos transparencia? ¿y a las empresas
¿Demasiadas preguntas? ¿Tenéis las respuestas?
Personalmente, prefiero tomarme la pastilla roja…
Por María Infante para elrincondelpublicista.com
Sobre la autora:
“Iba para artista y se quedó en fan” En fan y en comunicadora, porque a María no hay quien la calle. Estudió Publicidad y Relaciones Públicas en Bilbao, después se fue a pasar un año a Londres para perfeccionar su inglés y se quedó cinco años rockanroleando. Volvió a Madrid y entre concierto y concierto, trabajaba en comunicación y eventos. Siempre la friki de la familia, de los amigos y de la oficina. Camisetas, Converse All Star e Internet. Internet y las redes , Internet y los videos, Internet y los blogs… porque María iba para artista y se quedó en fan. Pero como ella dice: “Soy megafan…ROCK!“
Puedes ver su blog pinchando aquí
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