MEDIOS Y COMUNICACION
Protocolos y periodismo
Para Esteban Rodríguez, la
democracia precisa de otro prototipo de periodista y de otra manera de hacer la
información.
Por Esteban
Rodríguez *
El respeto de los derechos
humanos y la preservación de la democracia necesitan del “buen hacer
informativo”, tarea que no puede quedar librada a su suerte o cargarse a la
cuenta de los periodistas o los editores responsables, mucho menos de los
empresarios. Si la libertad de prensa no es un derecho absoluto, eso quiere
decir que puede ser objeto de discusión y regulación pública.
Con la protocolización del quehacer
periodístico se busca adecuar el tratamiento informativo de los hechos a los
estándares internacionales de derechos humanos. Protocolizar significa
establecer una serie de criterios que orienten la redacción o presentación de
una noticia en radio o televisión.
La protocolización implica
abandonar el modelo de periodismo forjado en el siglo XIX, que sostiene que el
periodismo, como cualquier oficio, es algo que se aprende en la calle, en la
sala de redacción, midiéndose con la máquina de escribir todos los días, al
lado de un maestro-referente que apadrina o guía, que sabe trasmitirnos los
secretos del oficio de escribir. Esta visión romántica es tributaria de la
historia que le tocó. Hoy en día, las sociedades son mucho más complejas, hay
más conflictos, más actores con más problemas y esos problemas, con todos sus
actores, deben ser atendidos no perdiendo de vista los estándares
internacionales de derechos humanos, las viejas y nuevas conquistas sociales
producto de las luchas previas que el propio Estado debe garantizar. La
democracia necesita de otro prototipo de periodista y de otra manera de hacer
la información.
Hace rato que la labor
periodística viene siendo objeto de reflexión y regulación. Prueba de ello son
los “manuales de estilo” y “los códigos de ética”. El problema que tienen estos
marcos normativos es que son declamativos: sólo estipulan principios
enunciativos que no tienen un carácter vinculante para los editores o
periodistas. Se trata de declaraciones de principios que sólo obligan moralmente
al periodismo. Estos códigos deontológicos funcionan de la misma manera que los
Diez Mandamientos: sólo se limitan a decirnos lo que no debemos hacer, pero
nunca nos dicen cómo debemos hacer para no hacer lo que no se debería hacer.
Por el contrario, los “protocolos
de procedimiento profesional” no son tratados morales, una declaración de
buenas intenciones, un listado de aspiraciones. No establecen principios, sino
procedimientos a los que debe adecuarse la producción periodística. Se trata de
hacer del periodismo un acto deliberado y no automático o romántico. Cuando
escribe la noticia que eligió o le dijeron que escriba, el periodista deberá
seguir determinados pasos. Con ello se busca tener en cuenta y respetar los
derechos de los actores involucrados en cada noticia, así como también
garantizar la calidad informativa para enriquecer el debate que necesitan las
democracias.
El objeto de los protocolos no es
el contenido, sino el procedimiento. No le dicen al periodista qué tiene que
decir, sino cómo hacerlo; no le dicen sobre qué escribir, sino cómo debe
hacerlo para que no vulnere los derechos de las personas involucradas en esa
noticia y para que la ciudadanía reciba información de calidad.
Otra diferencia con los códigos
deontológicos hay que buscarla en sus autores. Si los manuales de estilo son
redactados por las empresas periodísticas y los códigos de ética por los
gremios de la prensa, los protocolos son el resultado de un debate colectivo
que debe involucrar a diferentes actores donde, además de las empresas
periodísticas y los periodistas, contemple las carreras de comunicación social
y periodismo con sus equipos docentes, investigadores y estudiantes; los
distintos movimientos sociales; sindicatos; partidos políticos; el Estado;
juristas; otras organizaciones de la sociedad civil, etcétera. El debate sobre
la información no puede ser un debate corporativo, tiene que ser el fruto de
una discusión abierta y vigorosa.
En definitiva, los protocolos son
instrumentos a través de los cuales la ciudadanía podrá después pedir que el
periodismo rinda cuentas por las noticias que escribió. Esto es lo que algunos
han llamado Sistema Ciudadano de Rendición de Cuentas de los Medios, que
funcionan como mecanismos de equilibrio y contención de los medios. Si la
sociedad civil no cuenta con sistemas de control externos, si los mass media
están exentos de cualquier tipo de control social (y que conste que no digo
gubernamental), tienden a desbordarse y a pensar la realidad con los intereses
de las empresas. Cuando eso sucede –como ahora–, estaremos en problemas. No
sólo la democracia, sino la vigencia de los derechos humanos.
* Profesor de Derecho a la
Información en la UNQ, autor de Contra la prensa y Justicia mediática.
MEDIOS Y COMUNICACION
Iguales pero distintos
Fernando Tebele y Eugenia Otero
denuncian el tratamiento desigual que los medios de comunicación tradicionales
dieron a la represión en el Hospital Borda y en la Sala Alberdi siendo,
aseguran, que en ambos casos hubo trabajadores de prensa que resultaron
víctimas de los ataques.
Por Fernando
Tebele y Eugenia Otero *
La represión escandalosa dentro
del Hospital Borda contó con una precisa cobertura por parte de los medios
tradicionales. Estuvimos cerca de aplicar el telebeam para saber desde qué
distancia disparó la Policía Metropolitana sus balas de goma. La gravedad del
hecho lo requería.
En cambio, la represión en el
marco del conflicto de la Sala Alberdi del Centro Cultural General San Martín
tuvo poco reflejo en los mismos medios tradicionales que se espantaron con el
avance uniformado dentro del hospital. Aquellos que se consternaron con los
bastonazos y los perdigones de bala de goma, ni se dieron por enterados de que
en la madrugada del 13 de marzo, tres personas fueron heridas con balas de
plomo. Dos de ellos, Esteban Ruffa y Germán Darío de los Santos, integrantes de
la Red Nacional de Medios Alternativos (RNMA), estaban allí realizando
coberturas. Igual que los trabajadores de prensa maltratados en el Borda. Sin
embargo, las esposas en las muñecas de Pepe Mateos valen más que el perdigón de
plomo que aún no le quitaron a Esteban Ruffa y que sigue incrustado en su
tibia. Por supuesto que repudiamos los hechos que protagonizaron
involuntariamente Mateos y los otros trabajadores de prensa, pero pretendemos
llamar la atención acerca de cómo dos reporteros gráficos recibieron trato
diferente de parte de los medios que construyen agenda. Que uno sea fotógrafo
de Clarín hace más grave la noticia, aunque el de ANRed (Ruffa) haya recibido
un balazo que por centímetros no puso en peligro su vida, según le dijeron en
el Hospital Argerich.
A pocas horas del hecho, el
ministro Guillermo Montenegro respondió que los hechos detallados habían
ocurrido lejos de los de la Sala Alberdi.
Unas semanas después, Ruffa y De
los Santos iniciaron una querella con el apoyo legal de Correpi, Cadep y
Copodh. No sólo contra Montenegro, sino también contra Mauricio Macri; Horacio
Jiménez, jefe de la Metropolitana; Ricardo Pedace, el subjefe; Juan José Ríos,
superintendente de Seguridad, y el ministro de Cultura, Hernán Lombardi.
Denuncia que incluirá a los policías cuando sean identificados.
La RNMA realizó una conferencia
de prensa en el Hotel Bauen, a la que acudieron sólo dos medios tradicionales.
Allí se presentó la prueba que refuta aquellas primeras excusas de Montenegro.
En un video puede apreciarse desde tres puntos de vista diferentes cómo la
policía avanza por la avenida Corrientes. Cuando los manifestantes y
periodistas están llegando a Paraná, se ve el momento exacto en el que son
heridos los dos integrantes de la RNMA. A sólo una cuadra del inicio de la
dispersión. Lombardi continúa negando las balas de plomo; Montenegro no volvió
a declarar sobre este tema. Pero lo que más nos llama la atención es que nadie,
nunca, le preguntó cómo es posible que la “nueva” policía haya utilizado balas de
plomo para reprimir una manifestación. Es evidente: no le preguntaron porque no
hubo noticia. ¿Por qué no fue noticia este hecho y sí la represión en el Borda
unas semanas después?
La primera explicación podría ser
que nuestros periodistas no son considerados actores importantes dentro de la
comunicación, en muchos casos por los mismos que a fines del año pasado se
erotizaban pensando que luego del 7D el mundo sería más justo y con más medios
comunitarios, alternativos y populares.
La segunda razón la encontramos
charlando con algunos colegas que trabajan en medios tradicionales: “El
conflicto de la Sala Alberdi estaba absolutamente desacreditado; en cambio, el
Borda tiene todos los condimentos de una noticia inevitable: la policía
cargando brutalmente y dentro de un hospital”.
Está claro que la represión en el
hospital es inadmisible. Pero precisamente la comparación entre el respaldo
social de ambos conflictos se convierte en una justificación peligrosa e
inaceptable de la violencia institucional en la Sala Alberdi. Y nos recuerda
–con tristeza, y salvando todas las distancias del mundo– al regreso de la
democracia, cuando la sociedad se conmovía al enterarse de que los genocidas
también habían secuestrado “gente inocente”, no sólo subversivos... Montenegro
se siente obligado a explicar que en el Borda utilizaron el protocolo y dejaron
sus armas reglamentarias antes de vestirse para reprimir; en cambio, nadie le
pide explicaciones respecto de las balas de plomo del 13 de marzo. No es
necesario, eran unos hippies autogestionarios. Y no se quejen, que no murió
nadie. Entonces no hay noticia.
Para nosotros la hay. La
represión es la noticia. Y permítasenos pensar que si hubiéramos hablado más de
aquella represión, y la hubiésemos repudiado públicamente con mayor
acompañamiento, habríamos podido evitar la impunidad descarada con la que se
actuó en el Borda.
* Integrantes de La Retaguardia,
colectivo de periodismo social que forma parte de la Red Nacional de Medios
Alternativos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario