MEDIOS Y COMUNICACION
La cuarta plataforma
Luciano Sanguinetti asegura que los medios de comunicación, desde la televisión hasta Internet, constituyen hoy la llamada “cuarta plataforma” educativa y se pregunta cuáles serán sus consecuencias en el futuro cercano.
Por Luciano Sanguinetti *
La “primera plataforma” de aprendizaje y difusión de la cultura la constituyeron las escuelas filosóficas fundadas por los grandes maestros durante la Grecia clásica, como lo atestiguan las academias filosóficas de Elea o de Mileto, en el siglo IV a. C. Allí nacieron la mayéutica, el diálogo socrático, método por el cual el maestro trata de que el alumno tome conciencia de lo que ya sabe. Platón lo desarrolló magistralmente en el Teeteto, donde un Sócrates ingenioso y algo cínico busca saber qué es el conocimiento.
Lo “segunda plataforma”, en el siglo V, la constituyó la Iglesia, a través de abadías, monasterios y bibliotecas, sobre la base de una escritura con funciones de resguardo y clasificación, como bien lo reflejó Umberto Eco en El nombre de la Rosa, texto que relata cómo, en el siglo XIV, diversas órdenes religiosas se obsesionan por un conocimiento subordinado a la fe, como lo aconsejaba la escolástica.
La “tercera gran plataforma” la constituyó el Estado moderno, según la concepción napoleónica en la que abrevó Sarmiento para imaginar el normalismo que, a partir del siglo XIX, desarrolló sobre la base del libro impreso un sistema orgánico de enseñanza desde la infancia hasta la edad adulta. Una escuela que desde su invención se encarga de transmitir los saberes legitimados, constructora de una cultura común y de formación ciudadana.
Hoy vivimos el desarrollo de una “cuarta plataforma”: los medios de comunicación e información, desde la televisión hasta Internet. Si en la primera de las plataformas se inauguró el diálogo socrático como modelo de investigación, en la segunda la clasificación de lo ortodoxo y de lo heterodoxo sobre la base del principio de autoridad y, en la tercera, prevaleció la sistematización de saberes universales y la ciudadanía nacional... ¿cuál es el desafío de la cuarta plataforma?
Lo que acaban de leer es un borrador de una clase que estoy preparando para un seminario virtual que desarrolla el Instituto Nacional de Formación Docente a través de su Campus Virtual. El seminario se llama “Comunicación y ciudadanía, cómo transformar la información en conocimiento”. Ahora, mientras leen esta nota, hay diez mil docentes conectados recibiendo cursos sobre el uso de las TIC (tecnologías de información y comunicación) en la escuela para el programa “Conectar igualdad”, la enseñanza de la biología, la matemática, la química. Todos los cursos son gratuitos y los toman los docentes desde El Bolsón a La Quiaca sin moverse de su casa, en un cíber o en el mismo instituto si éste cuenta con conexión de banda ancha. Ninguno de esos cursos otorga puntaje, pero ya están completos, contradiciendo la práctica instalada en los noventa que permitía decir que los docentes nos movíamos sólo detrás del puntaje como los caballos al palenque. Este hecho, sumado al dato de que la inscripción para formación docente subió un promedio de 15 por ciento en todo el país, marca una tendencia nueva que va contra todas las teorías catastrofistas sobre la calidad educativa que se lanzaron al ruedo en los últimos días.
Por supuesto, es difícil emprender una evaluación objetiva y real sobre la calidad educativa si no partimos del supuesto básico de que los logros en esta materia son necesariamente de largo plazo. Lo que conocemos cómo la prestigiosa universidad de los años ’60 fue producto de la reforma universitaria que en 1918 liberó los claustros del control religioso y los paternalismos de las cátedras hereditarias; que la democracia política que en la Argentina inaugura la ley Sáenz Peña fue consecuencia de la ley 1420 que hizo obligatoria y común la enseñanza primaria en 1884; que la politización de los jóvenes de los años ’70 no fue más que una de las derivaciones de la gratuidad de la enseñanza universitaria impulsada por el peronismo de los años ’50.
Me pregunto cuáles serán los efectos de la Asignación Universal por Hijo, que aumentó la matrícula escolar y obliga a muchas madres a vacunar a sus hijos; de la secundaria obligatoria, que recupera en la escuela a jóvenes de los sectores populares; del otorgamiento de netbooks a todos los chicos; de la enseñanza intercultural bilingüe, que incorpora con plenos derechos culturales a los pueblos indígenas; de las políticas antidiscriminatorias por raza, religión o género; del portal Educ.ar, que produce contenidos online; de la señal de televisión educativa Encuentro y Paka Paka, que ponen a nuestra disposición un mundo de cultura y conocimientos donde antes no había más que frivolidad y competencias de baile; de la recomposición paulatina y constante del salario docente, que permite soñar a miles de jóvenes con una profesión dignificada.
* Docente-investigador de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.
MEDIOS Y COMUNICACION
Iguales y diferentes
Para María Graciela Rodríguez, tanto lo que se tiene en común como la diferencia son la base de la comunicación. Y el diálogo entre iguales y diferentes hace posible el ejercicio político que construye lo común.
Por María Graciela Rodríguez *
“Una ciudad está compuesta por diferentes hombres: personas similares no pueden crear una ciudad”, dice Aristóteles. Y el sociólogo Richard Sennet coloca esta frase, a modo de epígrafe, en su espléndido Carne y piedra.
La ciudad, entendida aquí como polis, no remite simplemente al lugar donde se dirimen los conflictos, aunque abarca esta idea. La ciudad de Aristóteles que retoma Sennet es más bien el espacio donde la diferencia misma es motor de la política, donde se ponen en juego las opiniones que una sociedad posee sobre sí misma y sobre sus “otros” y donde estas opiniones dialogan para elaborar lo común.
La experiencia básica, compartida, de la humanidad habilita a relacionarse con un otro que vive su experiencia en el marco de situaciones y valores distintos sesgados por la clase, el género, la etnia, la residencia geográfica, las credenciales educativas, etcétera. Comunicar implica poner en común, y en el mismo proceso, dialogar sobre lo diverso de eso en común. Como una moneda de dos caras, no hay posibilidad de comunicación si no hay algo en común; pero tampoco habría nada que comunicar si no hubiera diferencias. Y sólo se produce sentido al reconocer la diferencia de una experiencia común. Por ende, si la “mismidad” permite la comunicación, la alteridad interroga la relatividad de la propia experiencia, y, como resultado de esa interrogación, se visibiliza la diferencia. Por eso, alteridad, mismidad y diferencia son categorías que permiten discernir y re-elaborar la diversidad constitutiva de la experiencia humana y social.
En las sociedades mediatizadas contemporáneas resulta ingenuo pensar a los medios de comunicación como simples “apéndices” de lo social cuando, actualmente, son uno de sus componentes fundamentales. Gran parte de los sentidos comunes que intervienen en el diálogo se ponen en juego en situaciones cotidianas, tanto informales como institucionales. Y otra buena parte de ellos circula a través de los medios de comunicación. Ambas instancias permiten la comunicabilidad y la puesta en común de la diversidad de la experiencia humana. Y aun cuando es innegable que el espacio público no puede reducirse a los medios, tampoco es posible ignorar la coparticipación que éstos sostienen en su construcción.
De hecho, espacio mediático y vida cotidiana confluyen poderosamente en esa zona rutinaria, gris y poco visible del día a día. Allí los medios inscriben ininterrumpidamente la diferencia, la alteridad y la mismidad, y de ese modo proveen marcos que encuadran la producción cotidiana de significados, los que a su vez orientan la regulación de las relaciones sociales. Los medios proporcionan recursos para formular juicios en el mundo cotidiano de los sujetos, poniendo en circulación tópicos y narrativas peculiares, aportando discursos, textos e imágenes, y alimentando entonces el diálogo que necesariamente se requiere para la comunicación pública.
Y aquí se dimensiona un punto central sobre el modo en que se negocia la relación entre los grupos, porque la comunicación no sólo permite el diálogo, sino que además expresa públicamente, pone blanco sobre negro, las relaciones entre las fuerzas desiguales de las que cada grupo dispone para hacer prevalecer su posición. El propio diálogo representa el límite de una frontera móvil entre sujetos con diversos grados de poder y señala por eso un concepto relativo al lugar desde el cual cada grupo puede acreditarse como legítimo, como interlocutor válido, como portador de una voz pública con peso pleno. O no. Y por qué.
Decíamos al comienzo que no hay posibilidad de política en la mismidad, que no hay “ciudad” posible sin diferencia y que sí la hay entre sujetos diferentes. La cuestión crucial aquí es que estos sujetos diferentes comparten (o deberían hacerlo) un estatuto similar: el de la igualdad en la ciudadanía. Ser iguales no equivale a ser lo mismo. Porque mientras lo primero implica una base igualitaria de derechos y deberes, lo segundo sólo expresa in-diferenciación. Por eso, escuchar voces diferentes entre iguales ayuda a pensar, corrige errores, señala caminos hacia lo común, moviliza certezas, desestabiliza “verdades” adquiridas, previene contra los totalitarismos de cualquier signo. Alguna vez Aldo Rico dijo que “la duda es la jactancia de los intelectuales”. Pues bien, dudemos. O mejor: dejemos que la diferencia en igualdad nos haga dudar. Sólo el diálogo de iguales entre personas diferentes permitirá que la sociedad encuentre la polifonía necesaria para elaborar lo común. Ese es el camino de la política.
* Doctora en Ciencias Sociales. Docente Idaes-Unsam y UBA.
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