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miércoles, 28 de mayo de 2014

MEDIOS

MEDIOS Y COMUNICACION
Sin censura previa
Carlos Valle asegura que hoy el tema de la censura ha sido desalojado de la sociedad para reducirlo a una cuestión interna de los medios y se ha convertido en un bien privado que no requiere ni procura la aprobación social, porque el control de la imaginación resulta más eficaz
http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Carlos A. Valle *
Aunque el art. 14 de la Constitución nacional sólo se refiere a publicaciones en la prensa, será muy difícil sostener que el “sin censura previa” se refiera a ese solo medio de comunicación.
El cine ha llegado a ser un caso emblemático sobre la censura. Hernán Invernizzi, remedando el título del famoso film de Jiri Menzel, acaba de publicar un valioso libro sobre el tema de la censura cinematográfica que va de 1946 a 1976, Cines rigurosamente vigilados. El autor entiende que se trata de “uno de los medios que más influyó en la construcción de la identidad nacional de siglo XX”. Al hacerlo propone un marco peronismo-antiperonismo como fuertemente determinante de lo sucedido. Poner el centro de esta historia alrededor del peronismo opaca lo que bien remarca en su texto, que en todo el período investigado hay varios protagonistas que no necesariamente se conjugan con dicha visión política y son determinantes en el manejo de la censura. Invernizzi pone claramente de manifiesto que, en todas las épocas, influyeron diversas fuerzas de la Iglesia Católica Romana directamente o por medio de organizaciones que reclamaban por la defensa de la familia o la moral. Los exhibidores y productores buscaron que su negocio no se viera afectado. Salvo algunos casos notorios, un buen número estuvo dispuesto a presentar guiones que fuesen bien recibidos y hubo muchos casos en que negociaron la aprobación de cortes a sus películas. Reiteradamente diversos estratos del Ejército o de la policía intervinieron para cuestionar producciones que pudieran afectar su imagen e historia. Además no son menores los conflictos de tipo personal por celos o por cuestiones económicas que suelen presentarse como conflictos políticos.
Así, la figura del ente censor no necesariamente se constituye en el protagonista principal, sino que se trata de una compleja participación entre los que pueden influenciar en la toma de decisión sin que tengan que asumir su responsabilidad. Con la asunción al gobierno de Raúl Alfonsín en 1983, se nombra al director de cine Manuel Antín a cargo del llamado en esa época Instituto Nacional de Cinematografía, con el que tuve oportunidad de cooperar con aportes para la redacción de la ley y en la primera Comisión de Calificaciones. La ley aprobada (23.052) en 1984 enfatizaba, en el primer artículo de su reglamentación, que la calificación de películas “se realizará sin ningún tipo de censura”, aspiraciones que habían sido manifestadas varias veces.
La novedad en este caso era que se establecía que la Comisión Calificadora estuviera integrada por, además de organismos competentes del Estado, un psicólogo o psicóloga, un crítico cinematográfico y uno por cada representación religiosa, definidos en la reglamentación como: el catolicismo, el culto israelita y las confesiones cristianas no católicas. Las buenas intenciones de la ley no tardaron en enfrentar cuestionamientos similares a los que, por ejemplo, sufrió Osvaldo Getino cuando, habiendo sido designado interventor del Ente de Calificación en 1973, pretendió abolir la censura y producir una nueva ley. Los intereses políticos, comerciales y de otra índole desgastaron una función noble en intención, pero bloqueada por diversos intereses.
El paradigmático ejemplo en el campo de lo audiovisual llama a preguntar qué sucede en una sociedad que entiende ha abolido todo tipo de censura en los medios en un tiempo en que esos mismos medios se han desarrollado en forma exponencial. ¿Cómo y quién define la libertad de expresión o la comunicación que se ejerce sin censura previa? Los hechos parecen indicar la obsolescencia de los viejos parámetros que, bien o mal, se demandaban desde la sociedad. La concentración de medios en contadas manos tiende a desgastar aquello que no cuaja con sus intereses. En esa órbita de interconexión y desarrollo empresarial, el tema de la censura es desalojado de la sociedad para reducirlo a un tema interno de los medios.
Hoy, cuando la estructura de los medios es manejada por el interés económico de unos pocos, la censura se convierte en un bien privado que no requiere ni procura la aprobación social. ¿Quién tiene hoy el poder de dar la palabra? Aquellos que manejan los medios de mayor alcance han aprendido que el dominio social pasa por la seducción. El control de la imaginación resulta más eficaz que apelar a la censura. Para ello optan en sus medios por silenciar cualquier tema o hecho que afecte sus intereses. Por eso distorsionan la información que sea para adecuarla a sus propósitos. Por eso se dedican a crear hechos, insuflar sospechas, ensuciar trayectorias, crear miedos que se evitarán con falsas promesas. Ya hace mucho, el pensador protestante Paul Tillich recordaba que “la sociedad tecnológica occidental creó métodos para ajustar las personas a sus exigencias de producción y consumo que son menos brutales, pero que, a largo plazo, son mucho más eficaces que la represión totalitaria. Ellos despersonalizan no porque exijan sino porque ellos ofrecen, dan exactamente aquellas cosas que tornan superflua la creatividad humana”.
* Comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas (WACC).
MEDIOS Y COMUNICACION
Periodistas
Nicolás Adet reinstala la pregunta acerca de quién es periodista en Argentina, si el que estudia para serlo o el que tiene vocación para entender el lenguaje comunicacional.

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Nicolás Adet *
Muchas veces, en medio de la voracidad informativa, la demanda de contenidos y la fugacidad de datos de las redes, el concepto de periodismo profesional y demás concepciones de sujetos que informan se separa por una delgada línea. ¿Quién es periodista en Argentina? ¿El que estudia para serlo? ¿O el que tiene vocación para entender el lenguaje comunicacional? En muchos casos las empresas de medios suelen rechazar a personas con un título frente a personas que tienen idoneidad para el discurso periodístico.
En Argentina, según el Estatuto del Periodista Profesional (ley 12.908), se considera periodista “a todas las personas que realicen en forma regular, mediante retribución pecuniaria, las tareas que le son propias en publicaciones diarias o periódicas y agencias noticiosas”. La ley detalla que la extensión de la definición abarca desde el director de un medio hasta el colaborador permanente.
No sólo el requisito de brindar información es necesario para la caracterización de un sujeto dentro del papel de periodista profesional, el aspirante necesita dos años de trabajo en relación de dependencia para lograr la acreditación de un carnet emitido por el Ministerio de Trabajo, algo que no sucede en la práctica, como bien plantea el abogado Damián Loreti. “El régimen legal de la actividad no establece requisitos académicos ni de colegiación para ser considerado periodista profesional”, expresa Loreti, y más tarde agrega “la actividad periodística, respecto de quienes se desenvuelven en la misma sin ser propietarios de los medios, se desarrolla mediante la relación laboral que vincula al profesional con la empresa que utiliza su fuerza de trabajo y su ‘mente factura’”.
Una gran parte de quienes discuten entre la tesis de la colegiación de periodistas y la ausencia de la misma para ser considerado profesional se basa en lo que sostiene el estatuto mencionado anteriormente y en diversos casos a modo de ejemplo a nivel mundial, donde no es necesario contar con ciertos requisitos formales para ejercer como periodista.
En nuestro país, gran cantidad de medios alternativos e independientes con excelentes análisis de la realidad, información y estética editorial fueron realizados por personas ajenas al ámbito académico. El caso de la revista La Garganta, creada por la asociación social La Poderosa, es un ejemplo claro y concreto de periodismo con altura, realizado por periodistas y chicos pertenecientes a villas de Buenos Aires. El periodismo visto desde la figura del periodista como figura irrefutable de la realidad queda de lado, se anula la concepción de que sólo una estricta élite asciende en la escala social de ser llamado periodista y escribir verdades absolutas. Tal definición propia de la década del ’90, donde la sociedad mantenía una confianza ciega en gran parte del periodismo, desapareció en los últimos tiempos.
Hoy en día, analizar el contexto social y tratar de descifrarlo para poder expresarlo en una síntesis de información es una tarea que ya no sólo se limita a un grupo acotado de periodistas de academia ni representa el centro de la verdad absoluta. Tampoco se mantiene sólo una cara de la moneda, no se está tratando de decir que no se debe estudiar para ejercer la ardua tarea de informar, sino que la condición no es excluyente mientras el lenguaje comunicacional se maneje de un modo aceptable.
Como plantea Loreti, “el impacto del crecimiento de los institutos dedicados al estudio de la comunicación social y el periodismo (universidades, institutos terciarios, academias, círculos y escuelas) han creado una falsa creencia respecto de la viabilidad y conveniencia de permitir el acceso a la profesión a quienes se graduaran en estas instituciones” y en cierta forma no se sabe verdaderamente si se “ha cumplido o no un cometido determinado a favor del derecho a la información”.
La apertura de posibilidades a las puertas del periodismo puede ser una gran oportunidad para la pluralidad de voces y nuevos proyectos comunicacionales, mientras el nivel de contenidos tratados con ética profesional se mantenga y el compromiso con la realidad se convierta en el eje central. Tanto de periodistas colegiados como no colegiados.

* Periodista de la Agencia Paco Urondo.

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