Adherentes de la pagina

miércoles, 9 de abril de 2014

medios

SONIDO, IMAGEN Y CONTENIDOS
Sonido, imagen y contenidos
Hugo Muleiro analiza una pieza publicitaria que, con la intención de prevenir el consumo de alcohol y drogas, puede terminar asociando los consumos adictivos sólo a los jóvenes más pobres.

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Hugo Muleiro *
La necesidad de descifrar los conceptos y tomas de posición con los que los medios de comunicación representan a los sectores diversos que componen la sociedad es proporcional a la influencia que esa representación tiene en el universo al que se dirige. Individualmente o reunidas en las formas más variadas, las personas estructuran una visión del mundo en el que están insertas por la información que les llega, que se combina con sus conocimientos, nociones e ideas previas, para reafirmarlas o cuestionarlas.
En épocas, contextos y cuerpos sociales muy diferenciados, hay infinidad de comprobaciones sobre cómo el contenido de ese flujo informativo es determinante de los comportamientos individuales y colectivos. Es tan necia la afirmación según la cual los medios de comunicación sólo relatan esos comportamientos, pero jamás los condicionan ni determinan, que resulta inevitable pensar que quienes la formulan buscan una coartada de poca monta para encubrir sus propósitos o para, en el común decir, tirar la piedra y esconder la mano.
También es sabido que, dentro de ese flujo de información, la publicidad en todos sus formatos es un instrumento poderoso para la determinación de nociones y comportamientos. La televisión se queda con la porción mayor de la torta por su efectividad superior para el logro de esos propósitos, como está también comprobado con amplitud.
Así como es evidente que no todos los mensajes publicitarios están diseñados expresamente para promocionar una forma de mirar el mundo y el contexto, lo es también que todos la pueden llevar implícita, y que esto se puede manifestar en uno o varios de sus componentes. Hasta puede especularse con la posibilidad de que esa mirada se deslice incluso a pesar de las intenciones del emisor.
La Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) está difundiendo en televisión mensajes para prevenir sobre el consumo de alcohol y drogas. Un envío en particular, el más visto por estos días, muestra a un varón en una situación de consumo con el recurso de la animación. El personaje, un joven de cabellos y barba oscura, se desdibuja y esconde en una gorra de tipo deportivo y en una capucha de su campera o buzo a medida que padece los efectos dramáticos de una mezcla de pastillas con alcohol. Toda la secuencia del consumo y del desastre que provoca está acompañada por un ritmo de la cumbia local o la llamada música “tropical”. Esa elección, junto con la del envase de la bebida, del tipo “tetra-brick”, compone inequívocamente la imagen de un joven en condiciones de adquirir sólo el vino más económico. En suma, los elementos mostrados remiten con claridad a un sector social que en buena parte de los mensajes imperantes hoy está tipificado como proclive a consumos adictivos y, con ello, a romper con las normas y la ley. Tanto así que, auxiliado por otros jóvenes que con buenas maneras lo rescatan a nombre de Sedronar, el personaje reaparece con su rostro más despejado, se retira expresamente la capucha y la música se modifica, ya no es la cumbia del comienzo del conflicto, sino unos acordes apacibles, tranquilizadores.
Lo curioso es que la Sedronar es parte de un gobierno cuya Presidenta acaba de advertir algo nada simpático, que no le traerá popularidad en los sectores que están más distantes de ella, cuando dijo que es hipócrita atribuir únicamente a los jóvenes y, dentro de ellos, a los más pobres, el problema de salud pública que representan los consumos adictivos. Como es dable esperar que la Sedronar comparta esa visión, es oportuno preguntarse si las imágenes podrán ser también las de un joven con indumentaria vistosa, consumiendo bebidas más sofisticadas y más caras, combinándolas con pastillas, por ejemplo, en un “boliche” de alguna zona respetable del país o en el automóvil último modelo de la familia, donde no suene una cumbia sino el éxito más reciente de alguna estrella de la industria internacional de la música.
* Escritor y periodista, presidente de Comuna (Comunicadores de la Argentina).
 MEDIOS Y COMUNICACION
La cruzada de los ingenieros
Marcelo Arias reflexiona sobre el discurso periodístico acerca de la violencia y la inseguridad y pone en evidencia discursos que eximen a unos y estigmatizan a otros.

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Marcelo Arias *
A las 22.27 del jueves 20 de enero de 2011, a propósito de un resonante “caso policial” ocurrido por esos días, el animador televisivo Eduardo Feinmann formuló frente a cámara la siguiente pregunta: “¿Qué hacemos con las criaturas asesinas, como la que mató al ingeniero Barrenechea?”. Entre varias líneas de reflexión que abre el interrogante (la inconsistente alusión a cierta esencialidad criminal, la ambigüedad de un “nosotros” con aparentes competencias para ejecutar “acciones” de algún tipo), nos interesa señalar el siguiente fenómeno: formulada la pregunta, el animador no ofreció a continuación ninguna respuesta. El interrogante quedó flotando, turbio, suspendido, dejando a los televidentes la tarea de responderlo. Complete usted el casillero vacío. Y, sobre todo, tache lo que no corresponda.
Difícil no evocar en este punto al ingeniero Santos, cuyo emblemático “caso” promovió, en 1990, un debate en el que se privilegió la propiedad privada que los asaltantes intentaron vulnerar (a saber, el pasacasete de un automóvil) por sobre la vida que el ingeniero les quitó. El rumbo de aquel debate lo orientaron, en buena medida, reconocidos exponentes de la prensa dominante. Como bien nos lo recuerda Gabriel Kessler, “yo hubiera hecho lo mismo” fueron las incalificables palabras mediante las cuales –sobre la “acción” fatal ejecutada por el ingeniero– en aquella ocasión se pronunció al respecto Bernardo Neustadt, por entonces influyente y oscura estrella del firmamento periodístico argentino.
Lo cierto es que hay determinadas actividades profesionales cuyo desempeño habilita considerables niveles de inmunidad periodística. Desde luego, a propósito de esas profesiones (la de empresario, la de arquitecto, muy especialmente la de ingeniero), nada acredita cuestionar su mero ejercicio o estatuto profesional. Más bien nos referimos a los efectos simbólicos que su referencia provoca en el imaginario de los sectores a los que, prototípicamente, se dirige la prensa comercial.
Tomemos un titular como el que, por ejemplo, ofrece el matutino La Nación el 25 de noviembre de 2009: “Un empresario mató a dos delincuentes”. ¿A qué obedece allí la especificación de la actividad profesional del homicida? ¿Por qué, respecto del individuo en cuestión, se informa adicionalmente qué hace (esto es, a qué se dedica), más allá de referir lo que ha hecho (matar a dos hombres)? ¿Acaso esto último no es lo que constituye la noticia? ¿El hecho de que un empresario mate delincuentes resulta menos grave (y, correlativamente, menos condenable, menos punible), que el hecho de que un hombre mate a dos hombres (que ha sido, en definitiva, lo que ocurrió)?
Si articulamos estas muestras dispersas de la labor periodística que hemos tomado (la primera de las cuales se remonta a 1990) reconocemos la sostenida vigencia de un discurso que, por cierto, torna grotescas las encendidas defensas profesionales que algunos periodistas esgrimen por estas horas. Defensas apoyadas, sobre todo, en la simplista premisa de que los “hechos” sociales se producen espontáneamente (y que, por ello, la inocua labor del periodismo sólo consiste en reproducirlos). En tal sentido, durante un intercambio radial en el que Adolfo Pérez Esquivel reclamaba, por estos días, que la prensa no avivara el fuego desatado de la presunta furia ciudadana, el periodista Jorge Lanata intentaba chicanearlo con muy visible tosquedad argumental: “¿Vos proponés no informar sobre lo que está pasando?”.
Una vez más, confirmamos un rasgo paradójico que habita el discurso de la prensa comercial, al que nos hemos referido en un trabajo de reciente aparición: La noticia televisiva: resplandor de un discurso inquietante (Buenos Aires, Biblos, 2014). Esto es: en su declarado afán de combatir “la inseguridad”, el periodismo hegemónico no se cuida de no alimentarla. ¿Se puede manifestar preocupación por “la inseguridad” cuando, por estas horas, se ha llegado a “comprender”, justificar y alentar la violencia más cruel y homicida? Más aún: ¿es “la inseguridad” lo que realmente preocupa? ¿Preocupa lo que hoy se gusta llamar “el retiro del Estado” (al que esos discursos reducen a su dimensión policial)? ¿Lamentan el presunto retiro del Estado los portavoces de los grandes emporios mediáticos, cuyo horizonte es recuperar el paraíso perdido de la Argentina desregulada? ¿Lo lamentan o, más bien, lo reclaman con enérgica virulencia? ¿No será que, en verdad, lo que inquieta a los sectores concentrados es la sospecha de que –aun con sus falencias y desajustes, con sus tareas de pendiente resolución– ha desembarcado por fin, en nuestro país, la indeclinable vocación redistributiva de un Estado que, lejos de estar retirándose, ha llegado para quedarse?
* Licenciado en Letras (UBA) y Magister en Ciencias Sociales (UNQ), docente de Análisis del Discurso y de Semiología (UNLZ), de Introducción a la Comunicación (UNM) y de Lingüística (UBA).


No hay comentarios: