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jueves, 17 de abril de 2014

MEDIOS

MEDIOS Y COMUNICACION
Resistencia de Papel
Martín Gras y Flavio Rapisardi presentan el resultado de una investigación académica que pone en evidencia la complicidad de empresas periodísticas con la dictadura militar.
http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Martín Gras * y Flavio Rapisardi **
Sabemos que la puesta en discusión del sistema de medios de comunicación y sobre la legitimidad de sus enunciaciones constituye un doble desafío: pensar su democratización en términos de propiedad y repensar modelos democráticos de producción de sentidos. La relación entre medios, capitalismo y democracia exige de nosotros un compromiso en el ámbito de universidades públicas. Es por esto que lanzamos el proyecto de investigación-extensión Resistencia de Papel.
Nuestro socio, El Topo Blindado, buscó archivos y nos acercó un ejemplar de la revista Somos con fecha de septiembre de 1977. Coyuntura, contexto y trama nos permitieron ir a buscar la verdad allí donde estalla, según palabras de Walter Benjamin: en los bordes de una configuración. La Editorial Atlántida con sus publicaciones Gente, Para Ti y Somos se articuló con un complejo entramado de corporaciones, empresas, intencionalidades políticas de diversos sectores (civiles, militares y religiosos) en la producción de “sentido compartidos” que articularon el autoritarismo y el genocidio como relación cultural/comunicacional en la relación entre Estado y sociedad. Los medios ya no bajo la forma de “colaboradores”, sino, como señaló Florencia Saintout, como “protagonistas” que vamos a investigar.
La sensación que nos sigue produciendo la aproximación a nuestra temática se parece enormemente a la lectura del cuento clásico de Poe, “La carta robada”, donde el objeto que motoriza la búsqueda se encuentra, totalmente oculto, en el propio centro de la escena. El diario El Día es, sin duda alguna, uno de los principales dispositivos de construcción hegemónica en la ciudad de La Plata, y por extensión en toda la provincia de Buenos Aires, y sin embargo son pocos e insuficientes (en relación con su importancia) los análisis que hay sobre él. El trabajo se propone como una interpretación desde tres niveles de análisis que, si bien se diferencian entre sí, corresponden en su interacción a tres “formas” dialécticamente vinculadas con una misma tarea constitutiva central: la conformación de una matriz que instale/naturalice/legitime el orden social favorable a un bloque histórico dominante en una coyuntura temporal específica.
En la revista Somos, uno de los nudos de la matriz, aparece un decir, casi un lapsus monstruoso. Se afirma: “Se creyó entonces que la célula subversiva que se atribuía el secuestro (de D. Kraiselburd nieto) podría haber sido aniquilada o desarticulada”. Y se enciende una luz. “Y que el menor secuestrado podría haber sido entregado a terceros para su custodia.”
Nuestra atención activó nuestros laboratorios entrenados para distinguir información de maleza. “Se esperaba –continúa el texto– que si el niño había sido confiado a gente inocente o desprevenida de su identidad...”
¿Cómo? ¿Niños confiados a terceros? ¿Personas desprevenidas con niños entregados en pleno 1976? ¿De qué está hablando este artículo? ¿De David Kraiselburd o de...? Sí, del horroroso asesinato del pequeño David Kraiselburd, pero ocurre un fenómeno: una realidad paralela se abre en la lectura.
Y aquello que fue un anuncio se transforma en la certeza: hubo quienes supieron qué ocurría con los hoy adultos, no todavía libres y entonces bebés robados. Porque así continúa la nota: “Fue una pesadilla para los familiares del pequeño David Kraiselburd. Cada vez que un niño aparecía involucrado en algún operativo de seguridad contra delincuentes subversivos, los padres corrían hasta el lugar de los sucesos... para comprobar que el menor no era el hijo que les habían secuestrado”.
¿A qué refiere con “cada vez que un niño aparecía involucrado en algún operativo de seguridad contra delincuentes subversivos”? ¿En qué tipo de operativos podían estar involucrados niños/niñas y bebés? ¿Acaso aquí no hay un reconocimiento de que en la Argentina niños/niñas y bebés estaban siendo involucrados en los operativos militares? ¿Este reconocimiento de la existencia de niños involucrados en “operativos” no significó para los autores una línea para la investigación periodística y denuncia ante la Justicia? ¿Acaso no cabía preguntarse qué sucedía con ellos luego de los operativos? ¿Por qué los puntos suspensivos entre “el lugar de los sucesos... para comprobar”? ¿Acaso hay una parte de la historia de esos sucesos a los que no se puede hacer referencia?
Todo esto está allí, en un texto de 1977 con tres firmas: Aldo Montes de Oca, Martín Carrasco y Norma Morandini. Seguimos investigando. La Justicia lo demanda.
* Abogado, magister en Administración Pública (FPyCS, UNLP/Untref).
** Magister en Sociología de la Cultura, secretario de Investigaciones y Posgrado (FPyCS, UNLP).
Corredactaron el informe M. Moyano, S. Delfino, A. Elíades, P. Vialey, E. Ghea y R. Viñas.
MEDIOS Y COMUNICACION
Periodismo
Federico Corbière sostiene que, impulsado por el desarrollo de nuevos dispositivos tecnológicos, el periodismo transita por una evolución hacia otras formas de contar historias atractivas que, sin embargo, conservan el lugar tradicional de servir de lugar de encuentro en la sociedad.

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Federico Corbière *
Días atrás un periodista y amigo que prefiere los mensajes directos (DM) de Twitter me llamó al celular. Algo estaba pasando en el mundo real y era urgente. “Tengo un hacker –me dice–. Lo voy a entrevistar en una hora, ¿venís?”
Hicimos una micropausa. “Mejor andá sólo. No le cambiemos las reglas de juego a la fuente”, le contesté. “Sí, sí, lo pensé... Voy a llevar grabador a cinta” (se ríe).
El hacker estaba jodido. Era un pibe sub-20 investigado por el supuesto delito informático de intrusar claves bancarias y quedarse con una pila de plata.
Después, esa misma noche, hablamos sobre cómo sería la nota, el proceso de chequeo de la información –a una semana del cierre– y de la extraña situación del hacker.
Así, mi colega eligió un soporte analógico, una interfaz tradicional (un bar) y un contacto interpersonal para conocer al protagonista de la historia. Esa rutina profesional de la vieja escuela cedió ante la fascinación del objeto: un saqueador informático.
Por supuesto, las nuevas herramientas digitales son útiles para resolver cómo contar la historia. Los procesos de filtrado de información en buscadores como Google y la recolección de rastros en redes sociales –para establecer el perfil del hacker– harían del relato una pieza aún más interesante.
Carlos Scolari lo advierte en su teoría sobre las hipermediaciones: la interfaz es la unidad mínima, pero no sólo se restringe a los soportes digitales. Así, los detalles de una investigación periodística aparecen en un ecosistema de medios complejo y multicausal.
El periodismo cohabita en ese medioambiente con: TweetDeck, Facebook, YouTube, Instagram, Reddit, Verite.co, Paper.li, Scoop.it, Prezi, Stotify, Tableau Public, Flipboard, Issuu, Livestream, CoveritLive, Skype, Pinterest y la lista sigue.
Fenómenos que permiten experimentar una “realidad aumentada”, como los anteojos Google Glass o la geolocalización en dispositivos móviles, aumentan la precisión. Pero la velocidad de la circulación informativa en redes distribuidas (persona a persona) desafía a diario a quienes eligen el maravilloso –y violento, según Rodolfo J. Walsh– oficio de escribir.
Estas alternativas digitales de acceso a las fuentes no suplantan las prácticas profesionales adquiridas con el bloc de notas y los soportes analógicos, que aún conservan la memoria de archivo del siglo XX.
Por estos días aún se debate sobre la caracterización de periodismo crossmedia (una misma historia en muchos soportes) o su naturaleza transmedia (historias autónomas interrelacionadas). Ese fue uno de los ejes por el que transitó en octubre de 2013 la 6ª Edición del Foro de Periodismo Digital (UNR), en donde académicos como Denis Reno Porto invitaron a pensar qué es esto de las narrativas transmedia o storytelling.
Una discusión aparte corresponde al uso periodístico de grandes bancos de datos (Big Data). Estas bases pueden ser vulneradas, como ocurriera con los escándalos del espionaje norteamericano. Curiosamente, Edward Snowden ya no es noticia. Tampoco los crímenes de guerra en Afganistán revelados tras las primeras filtraciones de Wikileaks.
Para sociólogos urbanos como Manuel Castells o Pekka Himanen, el protagonista del reportaje, lejos está de mantener una cultura hacker. Se trataría de un simple cracker sin ética ni valores comunitarios, dedicado al fraude. Alguien que desencripta claves y manipula grandes conjuntos de datos para beneficio personal. El colega que entrevistó al presunto delincuente analizó perfiles de Twitter, compartió en privado la primicia –algo poco habitual– e incorporó al modo de producción actual un razonamiento artesanal del trabajo en redacción.
Esa voracidad por conocer a las fuentes para verificar el dato por más extra small que parezca es tal vez el principal atractivo y el elemento excluyente de una práctica periodística, que lejos está de ser reemplazada por las herramientas digitales y el mal llamado periodismo ciudadano, que nada tiene de transparente.
Antes que una revolución, el periodismo transita por una e-volución hacia otras formas de contar historias atractivas, bajo el debido chequeo. Los dispositivos tecnológicos afectan con rediseños (remix) constantes prácticas y saberes culturales. Incluso, el teórico de los medios digitales Lev Manovich ha provocado con El software toma el mando (2013) atractivas reflexiones teóricas acerca de un cambio en el modo de producción infocomunicacional.
¿Quieren saber qué pasó con el hacker? Yo también, más allá de Google y el Big Data. Por eso, el periodismo y sus crónicas siguen ocupando un lugar de encuentro en nuestra sociedad.
* Docente en Legislación Comparada y el Seminario de Periodismo Digital, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).


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