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martes, 24 de abril de 2012


Caperucita, la audacia de vivir
 


Los cuentos que se han transmitido de generación en generación tienen un fin muy preciso: alertar a los niños sobre aquellas conductas que pueden ponerlos en peligro. Qué lugar ocupan esos relatos hoy.




Amanda Seyfried interpreta a Caperucita en la versión cinematográfica que se estrenó en 2011. [ Ver fotogalería ]

Por Mercedes Carreira (*)

Todos conocemos a la tierna niña de la caperuza roja que tiene que cruzar el bosque para visitar a su abuelita enferma y… allí comienza la historia. Hay que salir de casa, nadie lo duda, lo importante es cómo estamos preparadas para caminar por el bosque.

Alguna vez te preguntaste ¿por qué este cuento sigue tan presente en nuestras vidas? ¿Por qué las editoriales lo editan una y otra vez? ¿Por qué nos gusta contárselo a nuestros hijos y nietos? ¿Por qué muchos escritores contemporáneos sienten necesidad de reescribirlo? Tal vez porque se podría titular Caperucita o cómo hallar la audacia de vivir, ésta frase puede sintetizar su mensaje (o al menos uno de ellos).

Vivir es salir al mundo (no quedarse encerrada en el cascarón) y enfrentarlo. El cuento de Perrault (donde no aparece el leñador para sacar a Caperucita de la panza del lobo) expresa, con notoria transparencia, la intención que tiene el autor de advertir a las niñas y mujeres jóvenes sobre los peligros que pueden encontrarse en las espesuras del bosque (la vida). Y lo mismo ocurre con la versión de los hermanos Grimm. Ambas muestran las consecuencias de exponerse a los peligros, a la maldad, sin haber sido advertida y/o estar preparada para eso.

En la versión de los Grimm, la madre de Caperucita le dice a la niña: “Ve antes de que haga calor, y al caminar pórtate muy bien y no te apartes del sendero, porque podrías caerte y se rompería la botella y la abuela se quedaría sin nada. Y cuando entres en su habitación no olvides decir ‘buenos días’, y no te  pongas a husmear por todos los rincones…”. Parecería que lo importante es no romper la botella, decir “buenos días” y no ser curiosa. Ella cree que con eso le ha dado a su hija las recomendaciones necesarias para que evite los peligros del mundo exterior. Sin embargo, esas advertencias parecen acertijos más que consejos precisos para protegerla y la colocan en el papel de víctima, de “pobre Caperucita no sabía lo que le esperaba” al afrontar lo salvaje desconocido del bosque.

Algunos autores sostienen que estos cuentos señalan el peligro que existe en mantenerse “inocente” al caminar por la vida. En lo personal, creo que el peligro no radica en mantenerse “inocente” sino en permanecer ignorante de la realidad. La amenaza no reside en la ingenuidad o la inexperiencia, sino en el desconocimiento, en no contar con las herramientas elementales para identificar los peligros del bosque.

Si a las niñas se les explicara con claridad qué les espera, estarían alertas, podrían tener un “oído” crítico, sacar conclusiones, prever situaciones, evaluar riesgos… habría menos víctimas, menos abusos y violaciones. Porque la inocencia es positiva, está cargada de curiosidad, y la curiosidad nos invita a explorar el mundo, para descubrir nuevos espacios y personas. La curiosidad es sana, nos ayuda a crecer en experiencia, conocimientos y sabiduría; nos induce a ser audaces.

En contraste con esos dos relatos, durante el siglo XX y el actual se escribieron versiones en las que Caperucita no tiene nada de ingenua; incluso en algunas historias participa de las maldades, excesos y corrupciones de quienes habitan el “bosque”. Estas caperucitas
 hiperconscientes pueden defenderse de los peligros que las acechan y salir indemnes al atravesar las densidades del bosque (también, son capaces de despojarse del papel de víctima, revertir la historia y sin remordimientos se transforman en victimario) porque “alguien” las alertó, aunque no aparezca un personaje que dé consejos, ellas sabencuidarse.

Tanto en las versiones tradicionales como en las transgresoras actuales, el relato apunta a buscar y acrecentar la fortaleza, lucidez y templanza, que se desprende del conocimiento. La audacia de vivir se consigue a partir de certezas y seguridades internas. De lo contrario, las dudas, las vaguedades, la ignorancia, nos inducen a replegarnos y nos llevan hacia la cobardía de vivir.

Algunas preguntas que pueden surgir son: ¿Qué consejos me dieron? ¿Fueron útiles? ¿Cómo salgo al “bosque”? ¿Tengo recursos para enfrentarme con lo desconocido salvaje? ¿Los consejos que doy son acertijos? ¿Mis consejos son herramientas?

Lo primordial es saber que somos humanos, y “errar es humano”, por eso debemos entrenarnos en observar el escenario por donde caminamos o vamos a caminar. Los errores nos aportan una lección; son fuente de sabiduría.

Sin importar la edad que tengamos, reflexionemos, porque día a día salimos al “bosque”, donde enfrentamos desafíos que pueden “devorarnos” o transformarse en una de las mejores experiencias de nuestras vidas que nos alentará a ser audaces para vivir.

(*) Coordinadora de los Talleres de Escritura Creativa y Autoconocimiento “Había una vez…”.

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