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sábado, 14 de abril de 2012

john simpson, editor de 'world affairs' de la bbc

"El periodismo siempre ofende a alguien, ésa es la actitud correcta"

El veterano periodista lo vio todo: estuvo en el derrumbe del Muro de Berlín, en la plaza de Tiananmen, en Vietnam y en la caída del dictador rumano Nicolae Ceaucescu. Pero también vino al país varias veces, para intentar reconstruir la historia después de Malvinas. Viajó a Ushuaia y se fue con la intención de volver: quiere hablar con la Presidenta. Dice que el periodismo debe estar despegado de intereses, y que el control excesivo de los gobiernos es “peligroso”.

Por Clara Fernandez Escudero

 
Testigo. Vino a la Argentina para cubrir los treinta años de Malvinas. Quiso entrevistar a la Presidenta, pero no lo logró. La BBC, un medio público, es ejemplo de credibilidad.
La Guerra Fría, los Beatles, Mao y la Revolución China y Estados Unidos al borde de la Guerra de Vietnam. El mundo era definitivamente otro en 1966, cuando John Simpson entró, a los 22 años, a trabajar en la BBC. “Nunca me imaginé que me iba a trepar al Muro de Berlín y bailar con la gente sobre sus ruinas, ni ir a China y ver banqueros y capitalistas trabajando; ni que Europa iba a ser una fuerza efectiva como bloque; y menos, que iba a ver el final del marxismo-leninismo en la Unión Soviética”, dice. Antes de partir, reflexionó con colegas de radio y con PERFIL acerca del periodismo independiente y los periodistas militantes, los medios estatales, el pago por el acceso a la información en la Web y sobre un mundo que, confiesa, no deja de sorprenderlo.
El editor de World Affairs (Internacionales) lo ha visto casi todo: a lo largo de su apasionante carrera, ha reporteado desde más de 120 países, puso el cuerpo en treinta conflictos bélicos y entrevistó a algunos de los líderes más relevantes del siglo XX. Estuvo allí, por ejemplo, el día que cayó Nicolae Ceaucescu; pero no sólo lo transmitió: garabateó, apurado, las líneas del copete que diría a cámara con una pluma que le acercó el mayordomo de la mansión presidencial rumana. Era, nada menos, la lapicera que usaba el depuesto presidente.
Con semejante bagaje de experiencias a cuestas, sin embargo, confiesa que nunca previó la globalización, pero sí lo que define como “el declive” de los Estados Unidos: “En 1968, me involucré mucho en reportear sobre Vietnam. Allí pude ver un nuevo país, al que el mundo no miraba con buenos ojos y nadie quería ayudar. Pensé que no tendrían mucho resto en esto de ser la nación más poderosa del planeta. Pero jamás hubiera visto venir la sola idea de globalización, que ha resultado, en muchas cosas, muy ventajosa para el planeta. No me gusta que las megacorporaciones tengan tanto poder pero, al mismo tiempo, resulta muy ventajoso que los países estén más cerca unos de otros”, define.
El fin de una era. Ante tanto bombardeo de información –“Hoy cualquiera puede pensar que es periodista porque transmite información u opina, pero el chequeo de datos y la intermediación de los periodistas profesionales sigue resultando esencial”, dispara–, el panorama de los medios en todo el mundo dista, dice, de ser el ideal: “En Gran Bretaña, por ejemplo, están cambiando tanto tan rápido gracias a todos los escándalos por los que hemos atravesado, que es realmente horroroso mirar atrás y ver la situación en la que la prensa de (el magnate australiano Rupert) Murdoch, en particular, era capaz de hacer. Asustaba tanto a los políticos como a la policía, hasta el punto de hacer lo que les viniera en gana, filtrando historias de juicios y detenciones, y hay algo muy perturbador en el hecho de que los diarios puedan tener ese tipo de control”, asegura. “Si Thatcher, que no les tenía miedo, los usó a su favor y les permitió hacer lo que quisieran, eso se terminó: no son más intocables.”
Pero no duda en afirmar que los intereses “siempre existen. En una revista de una aerolínea, para la que escribo un artículo mensual, me dicen: ‘No escriba sobre China’. Tienen miedo de ofender al gobierno. Y a mí me parece apropiado que el periodismo siempre ofenda a alguien. Me la he pasado ofendiendo a gente toda mi vida, y ésa tiene que ser la actitud correcta: no estamos comprados por nadie, y haremos lo que creemos que es adecuado hacer y hablaremos de esos temas que creamos que tenemos que hablar”, defiende categórico. “Es cuando empiezan a escasear los medios que no se dejan doblegar cuando yo me pongo verdaderamente nervioso.
Independientes versus militantes. En la cuestión, tan actual, de los medios militantes y de los otros, Simpson tampoco ahorra su visión aunque, confiesa, la realidad de la que él proviene es diferente: “Yo trabajo en una organización que fue fundada por un gobierno, y hasta hace muy poco tiempo, en parte, financiada por el gobierno. Bueno, en realidad, por el Estado, pero el gobierno de turno está siempre ahí. Y puedo decir que, en todos estos años, nunca ningún funcionario incidió sobre nada de lo que yo hiciera. Hace unos años, hice una nota para la televisión iraní. El periodista insistía: ‘¿Me quiere decir que el gobierno invierte en la BBC 150 millones de libras y no quiere nada a cambio de su dinero?’. El hecho es lo que tiene: damos información y tenemos credibilidad, a la que no se le puede poner un precio”, dice.
Ante el término “militante”, dice: “Me parece muy difícil reconciliarme con esa definición”, asegura. “Es decir: no tengo problema con eso, yo tengo algunos colegas muy comprometidos con una sola línea de pensamiento, y si uno elige leerlos o escucharlos tiene bien claro el punto sobre el que están parados, y no veo que haya algo terriblemente malo en ello. Sólo pienso que está mal cuando eso no es más que propaganda u opinión disfrazados de periodismo, y que es esencial diferenciar entre periodismo independiente y periodismo de opinión, para que la gente sepa a qué atenerse. No me gusta la idea de ningún tipo de gobierno involucrándose en la expresión de opinión. Creo que es muy complicado, pero eso puede ser porque he pasado mucho tiempo en países donde los gobiernos están muy ansiosos por controlar todo lo que se diga, y aun en países con tanta libertad como Argentina, eso me parece muy peligroso.”

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