MEDIOS Y COMUNICACION
Multidimensionalidad y comunicación
Dos miradas sobre la comunicación actual. Sandra Massoni aporta sobre la verdad y sus procesos de construcción en el ámbito de la comunicación. Juan Pablo Cannata reflexiona sobre el cine y la ampliación de la agenda de los debates públicos.
Por Sandra H. Massoni *
Quiero traer aquí un asunto muy presente por estos días en los medios de comunicación en Argentina: la cuestión de la verdad y su vinculación con las modalidades de ser comunicador social. Suelo usar en mis cursos un ejercicio de visualización: propongo que imaginemos –como si fuera una película– el recorrido de una cámara que hubiera filmado nuestro mismísimo ojo y que fuera poco a poco ampliando el plano: primero a toda la cara, y luego a toda la habitación en la que nos encontramos. Planteo entonces que imaginemos que esta peculiar cámara –como traspasando las paredes– subiera velozmente para enfocar desde arriba un plano general del edificio que nos alberga, y luego captara toda la ciudad, y más arriba aún tomara el planeta Tierra, y luego nuestro sistema solar y siguiera ascendiendo todavía hasta captar mágicamente otras galaxias. Una vez capturada esta vista, propongo imaginemos que la cámara se detiene, respira, toma aire y de pronto desciende velozmente hasta llegar otra vez hasta nosotros y enfoca nuestra cara... y se acerca cada vez más a nuestra piel, entra a nuestro cuerpo y recorre los conductos y enfoca los tejidos y nos muestra detalles cada vez más pequeños de nuestro organismo.
Entonces pregunto: ¿cuál de todas las dimensiones de este recorrido es real? ¿Todas? ¿Esta “realidad real” siempre fue así? Pensemos en la historia de la humanidad: ¿se conocían estos componentes del mundo que acabamos de sobrevolar por ejemplo en la Edad Media? Pensemos hoy mismo... ¿esta “realidad real” se describe siempre en los mismos términos? Por mi parte, en ambos extremos de este recorrido, soy incapaz de imaginar demasiado: mi conocimiento acerca del cuerpo humano alcanza apenas a las células. Y es que no sé siquiera cómo nombrar lo demás; esto no le pasaría a un biólogo molecular o a un médico. Lo mismo me sucede al describir nuestra galaxia, pero seguramente no le ocurriría eso a un astrónomo. Estoy destacando un aspecto muy básico –todavía más acá de las metáforas y aún más acá del encubrimiento ideológico– con el objeto de refutar la conceptualización clásica acerca de la verdad vinculada con la comunicación social. Estoy diciendo que si aceptamos esta multidimensionalidad de los fenómenos, deberemos reconocer que no hay tal posibilidad de una verdad única, o una teoría más válida que otra, si no decimos para qué y para quién. Esto es así, simplemente porque no hay verdades escindidas. No pre-existen, van siempre de la mano de un humano que las habla sea o no un comunicador social. Y un poco eso es nuestra historia, como personas, como profesionales, como científicos y también como humanidad: un continuo pasar de una dimensión a otra que antes no podíamos siquiera imaginar. Lo interesante es pensar que esta asombrosa multidimensionalidad opera en toda situación de comunicación.
¿La consideramos? A menudo nos olvidamos de este componente de verdad provisional, efímera, frágil, con el que es necesario convivir. Humberto Maturana para salir de esta marisma suele plantear la diferencia entre la mentira y el error. Dice: todos sabemos cuando mentimos, pero no cuando nos equivocamos. Esto es así porque el error es siempre a posteriori, como cuando uno va caminando en la calle y saluda a alguien que creyó conocer, y luego se da cuenta de que no era la persona conocida y entonces se turba por el equívoco. Uno se da cuenta del error después, atendiendo a otras dimensiones distintas de aquélla desde la cual vivió la experiencia, buena o mala, de encontrarse con alguien. Lo central es darse cuenta de que nadie puede hacer referencia a una realidad independiente de él mismo. Nadie puede decir cómo “es” la realidad, pero sí podemos ponernos de acuerdo respecto de ella. Somos, como apunta Gregory Bateson, seres en-red-dándonos. Así es que aun cotidianamente –pese a que en Argentina no lo parezca– el mundo en el que vivimos es un mundo de acuerdos, de articulaciones, es un mundo con, contra, junto a otros. El problema está en la creencia de que uno puede dominar a los otros reclamando para sí el privilegio de saber cómo son las cosas. Lo violento es pretender que el otro, un comunicador o un consumidor de medios, sea como uno. Ese es el conflicto: el de la exigencia de una versión única y totalizante.
Planteo considerar la cuestión de la multidimensionalidad y la comunicación porque percibo un sutil e incipiente descentramiento en la discusión en torno de los medios masivos argentinos. Quizás haya un tenue cambio de ritmo en la comunicación social de nuestro país de la mano del debate que generó la nueva ley de medios. Me provoca soñar que ojalá ese cambio de ritmo sea capaz de hacer lugar para un espacio otro. Creo que los argentinos aprendimos mucho en los últimos tiempos acerca de medios y mensajes. Hemos distinguido mentiras y también errores, en análisis posteriores, en comparaciones reflexivas, críticas y necesarias de lo sucedido pero que sin embargo no resultan suficientes para lograr transformaciones.
Acaso inaugurando el Bicentenario podamos empezar a mirar otra vez el horizonte desde registros más diversos, más democráticos; al menos, ahora sabemos que cualquier diario no es sólo un producto de la industria cultural, sino que a su vez está situado y puede ser analizado en múltiples dimensiones: la informativa, la interaccional, la ideológica, la sociocultural y sigue la lista. Sabemos también que los medios trafican datos cada día en alguna o en todas estas dimensiones buscando imponer su racionalidad y que al hacerlo nos acompañan en nuestra aventura cotidiana de computar el mundo porque nos empujan a narrarlo y nos alientan a actuar en una dirección o en otra. Se trata entonces de asumir por fin crítica y valorativamente nuestra responsabilidad como consumidores de los medios al leer un artículo o mirar un programa de televisión. Se trata de atender a aquello con lo que cada producto de comunicación conecta, de manera de ver qué dimensión del mundo complejo y fluido en el que vivimos hace crecer.
* Doctora en Ciencias Sociales. Posgrado en Comunicación Ambiental UNR.
Las otras polémicas del cine
Por Juan Pablo Cannata *
Día a día comprobamos cómo el cine y otros contenidos de ficción llenan páginas y páginas de los diarios y los portales de noticias, y largos ratos en radio y televisión. Frecuentemente, en la conversación pública, películas, actores, directores, efectos especiales, premios y números de taquilla, ocupan el centro de la escena. Sin embargo, no siempre el espacio mediático asignado al cine se emplea para tratar sobre el mismo cine. De tanto en tanto, la ficción oprime el botón justo y actúa como detonante para instalar o reforzar un debate público.
No me refiero al hecho de que una película haga reflexionar sobre un tema. En principio, toda buena ficción en algún punto lo hace. Lo que se quiere destacar es que existen debates públicos que no se darían o no se habrían dado si un determinado producto de ficción no los hubiera activado.
La teoría de la “agenda setting”, originalmente propuesta por McComs y Shaw, sostiene que los medios de comunicación no pueden imponer al público “cómo pensar” (how to think), pero sí “sobre qué pensar” (what to think about). Los ciudadanos somos capaces de registrar una cantidad limitada de temas relevantes o “issues” sociales, y se ha comprobado que la prioridad que establece la opinión pública no se corresponde con la relevancia objetiva de los temas, sino con el espacio o tiempo dedicado por los medios de comunicación. Esto otorga, en consecuencia, un gran poder a los medios y a quienes poseen la capacidad de instalar temas en los medios, lo que se llama “marcar la agenda”.
Las películas dan lugar a un proceso de visibilidad que funciona como una espiral ascendente: una película otorga exposición a un tema de interés potencial y produce un aumento del interés; el interés hace que los actores sociales involucrados hagan declaraciones y que aumente la cobertura mediática, entonces se produce un nuevo aumento de interés y de visibilidad. Dependiendo de la naturaleza del tema y del impacto del film, pueden darse más o menos fases: comunitaria, local, nacional, regional o global.
Si bien cada lector puede confeccionar su propio catálogo de ejemplos, aquí se proponen dos paradigmáticos. En primer lugar, la premiada telenovela Vidas robadas actualizó y reforzó el debate sobre la trata de personas: la trama se inspiró en el secuestro de Marita Verón y fue proclamada de interés social por la Ciudad de Buenos Aires y el Senado de la Nación. En este caso, la ficción cumple su función de crítica social.
En segundo lugar, Tropa de elite es la película brasileña más exitosa de los últimos tiempos. Con su estreno, se produjo inmediatamente un debate sobre el mundo de las favelas, las drogas y los métodos de la policía. El problema siempre estuvo allí, pero durante ese período reclamó especialmente la atención. ¿Por qué? Porque una película lo hizo visible y lo puso en boca de todos. Surgieron preguntas y los actores sociales competentes se vieron obligados a dar respuestas. Se enfrentaron posturas, se les prestó atención a datos que se hallaban sepultados en polvorientos estantes de bibliotecas, se les dio la palabra a unos y otros, ya que muchos estaban dispuestos a escuchar... incluso, ansiosos por escuchar.
Todo este proceso mediático y cultural no habría existido sin la publicación de la película. Este es el poder oculto del cine: de quienes lo producen, de quienes lo distribuyen, de quienes lo promocionan. Un poder que se levanta contundente detrás de la aparente frivolidad de la alfombra roja de los Oscar, de los intríngulis de los mellizos Jolie-Pitt y de la atractiva grilla de los estrenos de la semana.
* Profesor de Sociología de la Comunicación, Facultad de Comunicación, Universidad Austral.
Multidimensionalidad y comunicación
Dos miradas sobre la comunicación actual. Sandra Massoni aporta sobre la verdad y sus procesos de construcción en el ámbito de la comunicación. Juan Pablo Cannata reflexiona sobre el cine y la ampliación de la agenda de los debates públicos.
Por Sandra H. Massoni *
Quiero traer aquí un asunto muy presente por estos días en los medios de comunicación en Argentina: la cuestión de la verdad y su vinculación con las modalidades de ser comunicador social. Suelo usar en mis cursos un ejercicio de visualización: propongo que imaginemos –como si fuera una película– el recorrido de una cámara que hubiera filmado nuestro mismísimo ojo y que fuera poco a poco ampliando el plano: primero a toda la cara, y luego a toda la habitación en la que nos encontramos. Planteo entonces que imaginemos que esta peculiar cámara –como traspasando las paredes– subiera velozmente para enfocar desde arriba un plano general del edificio que nos alberga, y luego captara toda la ciudad, y más arriba aún tomara el planeta Tierra, y luego nuestro sistema solar y siguiera ascendiendo todavía hasta captar mágicamente otras galaxias. Una vez capturada esta vista, propongo imaginemos que la cámara se detiene, respira, toma aire y de pronto desciende velozmente hasta llegar otra vez hasta nosotros y enfoca nuestra cara... y se acerca cada vez más a nuestra piel, entra a nuestro cuerpo y recorre los conductos y enfoca los tejidos y nos muestra detalles cada vez más pequeños de nuestro organismo.
Entonces pregunto: ¿cuál de todas las dimensiones de este recorrido es real? ¿Todas? ¿Esta “realidad real” siempre fue así? Pensemos en la historia de la humanidad: ¿se conocían estos componentes del mundo que acabamos de sobrevolar por ejemplo en la Edad Media? Pensemos hoy mismo... ¿esta “realidad real” se describe siempre en los mismos términos? Por mi parte, en ambos extremos de este recorrido, soy incapaz de imaginar demasiado: mi conocimiento acerca del cuerpo humano alcanza apenas a las células. Y es que no sé siquiera cómo nombrar lo demás; esto no le pasaría a un biólogo molecular o a un médico. Lo mismo me sucede al describir nuestra galaxia, pero seguramente no le ocurriría eso a un astrónomo. Estoy destacando un aspecto muy básico –todavía más acá de las metáforas y aún más acá del encubrimiento ideológico– con el objeto de refutar la conceptualización clásica acerca de la verdad vinculada con la comunicación social. Estoy diciendo que si aceptamos esta multidimensionalidad de los fenómenos, deberemos reconocer que no hay tal posibilidad de una verdad única, o una teoría más válida que otra, si no decimos para qué y para quién. Esto es así, simplemente porque no hay verdades escindidas. No pre-existen, van siempre de la mano de un humano que las habla sea o no un comunicador social. Y un poco eso es nuestra historia, como personas, como profesionales, como científicos y también como humanidad: un continuo pasar de una dimensión a otra que antes no podíamos siquiera imaginar. Lo interesante es pensar que esta asombrosa multidimensionalidad opera en toda situación de comunicación.
¿La consideramos? A menudo nos olvidamos de este componente de verdad provisional, efímera, frágil, con el que es necesario convivir. Humberto Maturana para salir de esta marisma suele plantear la diferencia entre la mentira y el error. Dice: todos sabemos cuando mentimos, pero no cuando nos equivocamos. Esto es así porque el error es siempre a posteriori, como cuando uno va caminando en la calle y saluda a alguien que creyó conocer, y luego se da cuenta de que no era la persona conocida y entonces se turba por el equívoco. Uno se da cuenta del error después, atendiendo a otras dimensiones distintas de aquélla desde la cual vivió la experiencia, buena o mala, de encontrarse con alguien. Lo central es darse cuenta de que nadie puede hacer referencia a una realidad independiente de él mismo. Nadie puede decir cómo “es” la realidad, pero sí podemos ponernos de acuerdo respecto de ella. Somos, como apunta Gregory Bateson, seres en-red-dándonos. Así es que aun cotidianamente –pese a que en Argentina no lo parezca– el mundo en el que vivimos es un mundo de acuerdos, de articulaciones, es un mundo con, contra, junto a otros. El problema está en la creencia de que uno puede dominar a los otros reclamando para sí el privilegio de saber cómo son las cosas. Lo violento es pretender que el otro, un comunicador o un consumidor de medios, sea como uno. Ese es el conflicto: el de la exigencia de una versión única y totalizante.
Planteo considerar la cuestión de la multidimensionalidad y la comunicación porque percibo un sutil e incipiente descentramiento en la discusión en torno de los medios masivos argentinos. Quizás haya un tenue cambio de ritmo en la comunicación social de nuestro país de la mano del debate que generó la nueva ley de medios. Me provoca soñar que ojalá ese cambio de ritmo sea capaz de hacer lugar para un espacio otro. Creo que los argentinos aprendimos mucho en los últimos tiempos acerca de medios y mensajes. Hemos distinguido mentiras y también errores, en análisis posteriores, en comparaciones reflexivas, críticas y necesarias de lo sucedido pero que sin embargo no resultan suficientes para lograr transformaciones.
Acaso inaugurando el Bicentenario podamos empezar a mirar otra vez el horizonte desde registros más diversos, más democráticos; al menos, ahora sabemos que cualquier diario no es sólo un producto de la industria cultural, sino que a su vez está situado y puede ser analizado en múltiples dimensiones: la informativa, la interaccional, la ideológica, la sociocultural y sigue la lista. Sabemos también que los medios trafican datos cada día en alguna o en todas estas dimensiones buscando imponer su racionalidad y que al hacerlo nos acompañan en nuestra aventura cotidiana de computar el mundo porque nos empujan a narrarlo y nos alientan a actuar en una dirección o en otra. Se trata entonces de asumir por fin crítica y valorativamente nuestra responsabilidad como consumidores de los medios al leer un artículo o mirar un programa de televisión. Se trata de atender a aquello con lo que cada producto de comunicación conecta, de manera de ver qué dimensión del mundo complejo y fluido en el que vivimos hace crecer.
* Doctora en Ciencias Sociales. Posgrado en Comunicación Ambiental UNR.
Las otras polémicas del cine
Por Juan Pablo Cannata *
Día a día comprobamos cómo el cine y otros contenidos de ficción llenan páginas y páginas de los diarios y los portales de noticias, y largos ratos en radio y televisión. Frecuentemente, en la conversación pública, películas, actores, directores, efectos especiales, premios y números de taquilla, ocupan el centro de la escena. Sin embargo, no siempre el espacio mediático asignado al cine se emplea para tratar sobre el mismo cine. De tanto en tanto, la ficción oprime el botón justo y actúa como detonante para instalar o reforzar un debate público.
No me refiero al hecho de que una película haga reflexionar sobre un tema. En principio, toda buena ficción en algún punto lo hace. Lo que se quiere destacar es que existen debates públicos que no se darían o no se habrían dado si un determinado producto de ficción no los hubiera activado.
La teoría de la “agenda setting”, originalmente propuesta por McComs y Shaw, sostiene que los medios de comunicación no pueden imponer al público “cómo pensar” (how to think), pero sí “sobre qué pensar” (what to think about). Los ciudadanos somos capaces de registrar una cantidad limitada de temas relevantes o “issues” sociales, y se ha comprobado que la prioridad que establece la opinión pública no se corresponde con la relevancia objetiva de los temas, sino con el espacio o tiempo dedicado por los medios de comunicación. Esto otorga, en consecuencia, un gran poder a los medios y a quienes poseen la capacidad de instalar temas en los medios, lo que se llama “marcar la agenda”.
Las películas dan lugar a un proceso de visibilidad que funciona como una espiral ascendente: una película otorga exposición a un tema de interés potencial y produce un aumento del interés; el interés hace que los actores sociales involucrados hagan declaraciones y que aumente la cobertura mediática, entonces se produce un nuevo aumento de interés y de visibilidad. Dependiendo de la naturaleza del tema y del impacto del film, pueden darse más o menos fases: comunitaria, local, nacional, regional o global.
Si bien cada lector puede confeccionar su propio catálogo de ejemplos, aquí se proponen dos paradigmáticos. En primer lugar, la premiada telenovela Vidas robadas actualizó y reforzó el debate sobre la trata de personas: la trama se inspiró en el secuestro de Marita Verón y fue proclamada de interés social por la Ciudad de Buenos Aires y el Senado de la Nación. En este caso, la ficción cumple su función de crítica social.
En segundo lugar, Tropa de elite es la película brasileña más exitosa de los últimos tiempos. Con su estreno, se produjo inmediatamente un debate sobre el mundo de las favelas, las drogas y los métodos de la policía. El problema siempre estuvo allí, pero durante ese período reclamó especialmente la atención. ¿Por qué? Porque una película lo hizo visible y lo puso en boca de todos. Surgieron preguntas y los actores sociales competentes se vieron obligados a dar respuestas. Se enfrentaron posturas, se les prestó atención a datos que se hallaban sepultados en polvorientos estantes de bibliotecas, se les dio la palabra a unos y otros, ya que muchos estaban dispuestos a escuchar... incluso, ansiosos por escuchar.
Todo este proceso mediático y cultural no habría existido sin la publicación de la película. Este es el poder oculto del cine: de quienes lo producen, de quienes lo distribuyen, de quienes lo promocionan. Un poder que se levanta contundente detrás de la aparente frivolidad de la alfombra roja de los Oscar, de los intríngulis de los mellizos Jolie-Pitt y de la atractiva grilla de los estrenos de la semana.
* Profesor de Sociología de la Comunicación, Facultad de Comunicación, Universidad Austral.
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