ENSAYO
Una alianza en la prensa
El diario impreso y el diario digital en una gran alianza todavía en ciernes servirán para atraer a una masa de personas que permanece ajena a la prensa, lograr la mayor diversidad posible y mejorar la tarea del periodismo. Esa fue la propuesta del director editorial de The Guardian, Alan Rusbridger, en la conferencia anual de la Organización Internacional de Ombudsmen. Andrew Graham-Yooll explica de qué se trata este proyecto original e inspirador.
Por Andrew Graham-Yooll*
Estamos apenas en los comienzos del desarrollo de una gran alianza entre el periódico impreso y el diario digital. Lo que hay que abarcar como idea es que la edición gráfica debe ser vista tan sólo como el comienzo, una primera parte de un proceso, más que un final. De ahora en más la prensa escrita, que nos ha acompañado por unos tres siglos, tiene que incorporar un aliado, el producto digital. El apoyo será mutuo. Este concepto para el futuro del periodismo es parte de una visión mucho más amplia que genera el ambicioso director editorial del histórico diario The Guardian (fundado en 1821; 500 mil ejemplares), de Londres.
La convicción de Alan Rusbridger, 56 años, dos hijas, producto de la Universidad de Oxford que ingresó a la redacción de The Guardian en 1979, director desde 1995, impresionó por su vehemencia en el reducido contingente (unas cuarenta personas) que concurrió a la conferencia anual de la Organización Internacional de Ombudsmen (Organization of Newspaper Ombudsmen, ONO, en inglés) reunida en mayo en el St. Anne’s College de la mencionada universidad. El proyecto involucra la “mutualización de los medios” y de su entorno, comprometiendo a periodistas, miembros de la administración del medio, lectores, avisadores y los integrantes del sector IT de la empresa. También hay una responsabilidad conjunta que alcanza a los archivos de un medio, cómo protegerlos, cómo usarlos y cómo encarar las políticas a establecer ante reclamos, cada vez más frecuentes, para que se borren registros que pueden incomodar a particulares o entes públicos.
El objetivo de Rusbridger es “hallar el sistema óptimo de ingresos (económicos) para el diario impreso, integrado a la Web”. ¿Cómo debe cambiar el periodismo? Tiene que ser “parte de” la Web y no quedar en su uso como apoyo. ¿Simple, no? Rusbridger no lo ve como un proceso fácil, pero sí le apasionan las perspectivas de cambio y desarrollo hacia adelante. Es notorio en su circuito por su constante esfuerzo en la cooperación de sectores que quiere involucrar. Alienta la participación, invita a la réplica, permite la oposición y la crítica, provoca el debate y la publicación de información e invita a sugerencias. Lo importante es involucrar a través de la Web. Según el editor, su sistema ayuda a formar comunidades de intereses y abre la Internet transformando al diario impreso en parte integrante de una multitud de servicios. La premisa inicial es que los periodistas en un diario, en cualquier nivel de jerarquía, no son la única voz de autoridad, conocimiento o interés. Hay que atraer a una masa que está ahí afuera, hay que lograr y reflejar la mayor diversidad posible. Escuchar la lectura del proyecto dejó sin aliento al pequeño auditorio de Ombudsman de periódicos y radios tan distantes como Londres, Estambul, Nueva York, Bogotá y Buenos Aires. El debate de la reunión anual se centró en cómo, “expandir la influencia de ONO en la era digital”. Chris Elliott, jefe de redacción de The Guardian, ilustró la forma de aumentar la influencia de un matutino en la era digital usando los recursos de la tecnología con dos ejemplos. En uno, un hombre había muerto en una manifestación de la que no era parte. El comunicado policial sobre el incidente admitía que el muerto no participaba y atribuyó el deceso a un infarto. Luego agregó que el individuo tenía problemas con el alcohol. La familia aceptó el informe, pero dejó sentado que el occiso mostraba una herida en la cabeza. Rusbridger utilizó Twitter para convocar a todos los usuarios que hubieran estado cerca de la manifestación. Al cabo de unas horas, llegó un Tweet de una persona que reconoció no haber visto el incidente, pero que le había sorprendido ver a policías, palo en mano, cerca del muerto. A partir de ahí se amplió la investigación, hasta descubrir un severo caso de abuso de fuerza policial.
En el otro ejemplo, el diario comprobó que se estaba por concluir una venta de petróleo recuperado de un derrame que sería entregado como bueno. Ante la primera averiguación por el diario y, aun con información técnica en mano (pero sin la evidencia total), la intermediaria amenazó con acción legal que podía causar serios problemas a The Guardian. Rusbridger volvió a recurrir a Twitter, aun bajo amenaza de abogados. Lo único que hizo saber era que el diario “tiene una nota muy importante que no puede publicar”. La acción legal lo obligó a bajar el mensaje dentro de la hora. Pero, en ese espacio de tiempo, unas 400 personas habían leído el Tweet y uno dio cuenta de la extraña información al diputado que representaba su zona. Intervino el Parlamento británico. La información se publicó al día siguiente y la operación de venta de petróleo recuperado se frustró.
Rusbridger, en constante búsqueda de apoyo, arguye que él o la Ombudsman (The Guardian es uno de los pocos diarios británicos que emplea un “defensor de lectores”), tienen en esos ejemplos causa abundante para alentar el uso de tecnología avanzada como herramienta de protección del derecho del lector a informarse, además de promover el crecimiento del diario que emplea la Web al máximo.
La gran pregunta pendiente en todo esto es si nosotros (los editores, los periodistas, los “defensores”) realmente sabemos lo que quiere el lector. Podemos aplaudir una gestión como la de Rusbridger, que tiene como objetivo primordial ampliar su audiencia y su red de lectores a la vez que proteger el diario como empresa a futuro, pero siempre queda la duda acerca de lo que realmente pueden querer los lectores del diario de todos los días.
Sigue
Interesante experiencia la de Stephen Pritchard, presidente saliente de ONO, que preguntó con insistencia a los participantes en la conferencia anual qué ideas surgían en torno al tratamiento de los archivos en Internet. Esto parece ser un interrogante creciente y con ejemplos reiterados en varios países en Europa. También se han dado casos en Canadá, entre otros. Pritchard, “defensor” en el semanario The Observer (propiedad de The Guardian) de Londres, dio como ejemplo una mujer de una comunidad inmigrante del Sudeste Asiático que hace algunos años se había acercado al dominical, para solicitar que publicara una nota sobre el maltrato que sufría su hijo de seis años, por parte de sus compañeros de escuela. La madre arguyó, con razón, que era bastante difícil criar hijos en un ambiente donde los niños sufrían el abuso (bullying) constante de sus pares. The Observer publicó una nota con fotos de la mujer y su hijo llamando la atención al problema que sufrían niños de familias de inmigrantes.
Pasó el tiempo y un buen día el niño, ya de doce años, pidió al diario que eliminara de su archivo la historia que había llevado su madre seis años antes. El argumento del chico era que sus compañeros de grado habían hallado la nota en Google y ahora lo “cargaban” por haberse quejado al diario por el maltrato. El problema era si se debía aceptar la anulación de esa nota en el archivo digital. Si se aceptaba el pedido en un caso, cuál sería el límite en el futuro. Naturalmente, el niño era menor de edad y, por esa sola razón, su pedido podía ser rechazado. Pero había que pensar la situación más allá de la edad actual. ¿Qué pasaría si el chico reiteraba el pedido luego de cumplir los 21 años? Por ahora, no se aceptó el pedido. Sin embargo, ya hay casos judiciales en los Estados Unidos de personas que reclaman la anulación de archivos periodísticos que los mencionan en situaciones de antigua data. Un caso que reaparece afecta a personas que en cierto momento fueron acusadas de alguna fechoría, pero fueron declaradas inocentes en la causa que se les siguió. Los afectados arguyen que les molesta que surjan referencias al antiguo incidente que cubrieron los medios, cuando se presentan a pedir un empleo o a gestionar un trámite.
No hay decisión ni acuerdo de cómo pueden proceder las publicaciones afectadas en tales quejas. Hay cierto consenso que no se deben alterar los archivos y punto. Pero hay creciente clamor para que se puedan lograr estas cirugías del pasado.
Desde la redacción la posición es firme: no se alteran los archivos y los editores/directores deben advertir a los lectores que la publicación de una información significa que su inclusión será “para siempre”. Esto lo argumentan los holandeses. Acompaña a esta postura el hecho real que es muy difícil, por ahora, eliminar totalmente algo de un archivo en la Web. Siempre hay segundas instancias dado que una información puede haber sido usada más de una vez y hallarse en archivos alternativos.
Se presenta así un panorama nuevo para la producción de información. Lo ideal sería que en cada plaza los editores o las cámaras involucradas elaboren una forma de proceder, protegiendo a los archivos pero también buscando garantías para proteger al público. Lo contrario, o alternativo, sería la protección de archivos mediante legislación específica. El gran problema son los políticos, que normalmente instalan con rapidez lo que atañe a sus propios intereses. Por ejemplo, ¿podemos contemplar una cláusula de protección de archivos en una nueva Ley de Medios? Puede parecer adecuado, pero qué fuerza puede tener a futuro una disposición que ni bien fue firmada ya entraba en diversos juzgados en todo el país.
En este último caso también se puede contemplar la idea de legislar la presencia del Ombudsman en los medios. Colombia dispone por ley que las empresas de televisión tienen que emplear “defensores de televidentes”. Pero esto no puede ser extendido a la prensa gráfica fácilmente: emplear un “defensor de lectores” es un sueldo más y muchas empresas pequeñas no pueden contemplar el gasto. Sin embargo, hay que considerar que la instalación de un periódico impreso en Internet significa extender sin límites el alcance de una publicación, por lo tanto es imprescindible saber cuáles son sus responsabilidades cuando una información digital cruza invisibles fronteras y llega a personas de distintas costumbres y credos.
Como dice y demuestra el admirable Alan Rusbridger, la experiencia es muy nueva y las perspectivas son ilimitadas. Es evidente que la mejor forma de avanzar es buscando la cooperación. Hasta podríamos empezar a usar esa extraña palabra, “mutualización” del periódico impreso y la Web.
*Ombudsman de PERFIL.
Una alianza en la prensa
El diario impreso y el diario digital en una gran alianza todavía en ciernes servirán para atraer a una masa de personas que permanece ajena a la prensa, lograr la mayor diversidad posible y mejorar la tarea del periodismo. Esa fue la propuesta del director editorial de The Guardian, Alan Rusbridger, en la conferencia anual de la Organización Internacional de Ombudsmen. Andrew Graham-Yooll explica de qué se trata este proyecto original e inspirador.
Por Andrew Graham-Yooll*
Estamos apenas en los comienzos del desarrollo de una gran alianza entre el periódico impreso y el diario digital. Lo que hay que abarcar como idea es que la edición gráfica debe ser vista tan sólo como el comienzo, una primera parte de un proceso, más que un final. De ahora en más la prensa escrita, que nos ha acompañado por unos tres siglos, tiene que incorporar un aliado, el producto digital. El apoyo será mutuo. Este concepto para el futuro del periodismo es parte de una visión mucho más amplia que genera el ambicioso director editorial del histórico diario The Guardian (fundado en 1821; 500 mil ejemplares), de Londres.
La convicción de Alan Rusbridger, 56 años, dos hijas, producto de la Universidad de Oxford que ingresó a la redacción de The Guardian en 1979, director desde 1995, impresionó por su vehemencia en el reducido contingente (unas cuarenta personas) que concurrió a la conferencia anual de la Organización Internacional de Ombudsmen (Organization of Newspaper Ombudsmen, ONO, en inglés) reunida en mayo en el St. Anne’s College de la mencionada universidad. El proyecto involucra la “mutualización de los medios” y de su entorno, comprometiendo a periodistas, miembros de la administración del medio, lectores, avisadores y los integrantes del sector IT de la empresa. También hay una responsabilidad conjunta que alcanza a los archivos de un medio, cómo protegerlos, cómo usarlos y cómo encarar las políticas a establecer ante reclamos, cada vez más frecuentes, para que se borren registros que pueden incomodar a particulares o entes públicos.
El objetivo de Rusbridger es “hallar el sistema óptimo de ingresos (económicos) para el diario impreso, integrado a la Web”. ¿Cómo debe cambiar el periodismo? Tiene que ser “parte de” la Web y no quedar en su uso como apoyo. ¿Simple, no? Rusbridger no lo ve como un proceso fácil, pero sí le apasionan las perspectivas de cambio y desarrollo hacia adelante. Es notorio en su circuito por su constante esfuerzo en la cooperación de sectores que quiere involucrar. Alienta la participación, invita a la réplica, permite la oposición y la crítica, provoca el debate y la publicación de información e invita a sugerencias. Lo importante es involucrar a través de la Web. Según el editor, su sistema ayuda a formar comunidades de intereses y abre la Internet transformando al diario impreso en parte integrante de una multitud de servicios. La premisa inicial es que los periodistas en un diario, en cualquier nivel de jerarquía, no son la única voz de autoridad, conocimiento o interés. Hay que atraer a una masa que está ahí afuera, hay que lograr y reflejar la mayor diversidad posible. Escuchar la lectura del proyecto dejó sin aliento al pequeño auditorio de Ombudsman de periódicos y radios tan distantes como Londres, Estambul, Nueva York, Bogotá y Buenos Aires. El debate de la reunión anual se centró en cómo, “expandir la influencia de ONO en la era digital”. Chris Elliott, jefe de redacción de The Guardian, ilustró la forma de aumentar la influencia de un matutino en la era digital usando los recursos de la tecnología con dos ejemplos. En uno, un hombre había muerto en una manifestación de la que no era parte. El comunicado policial sobre el incidente admitía que el muerto no participaba y atribuyó el deceso a un infarto. Luego agregó que el individuo tenía problemas con el alcohol. La familia aceptó el informe, pero dejó sentado que el occiso mostraba una herida en la cabeza. Rusbridger utilizó Twitter para convocar a todos los usuarios que hubieran estado cerca de la manifestación. Al cabo de unas horas, llegó un Tweet de una persona que reconoció no haber visto el incidente, pero que le había sorprendido ver a policías, palo en mano, cerca del muerto. A partir de ahí se amplió la investigación, hasta descubrir un severo caso de abuso de fuerza policial.
En el otro ejemplo, el diario comprobó que se estaba por concluir una venta de petróleo recuperado de un derrame que sería entregado como bueno. Ante la primera averiguación por el diario y, aun con información técnica en mano (pero sin la evidencia total), la intermediaria amenazó con acción legal que podía causar serios problemas a The Guardian. Rusbridger volvió a recurrir a Twitter, aun bajo amenaza de abogados. Lo único que hizo saber era que el diario “tiene una nota muy importante que no puede publicar”. La acción legal lo obligó a bajar el mensaje dentro de la hora. Pero, en ese espacio de tiempo, unas 400 personas habían leído el Tweet y uno dio cuenta de la extraña información al diputado que representaba su zona. Intervino el Parlamento británico. La información se publicó al día siguiente y la operación de venta de petróleo recuperado se frustró.
Rusbridger, en constante búsqueda de apoyo, arguye que él o la Ombudsman (The Guardian es uno de los pocos diarios británicos que emplea un “defensor de lectores”), tienen en esos ejemplos causa abundante para alentar el uso de tecnología avanzada como herramienta de protección del derecho del lector a informarse, además de promover el crecimiento del diario que emplea la Web al máximo.
La gran pregunta pendiente en todo esto es si nosotros (los editores, los periodistas, los “defensores”) realmente sabemos lo que quiere el lector. Podemos aplaudir una gestión como la de Rusbridger, que tiene como objetivo primordial ampliar su audiencia y su red de lectores a la vez que proteger el diario como empresa a futuro, pero siempre queda la duda acerca de lo que realmente pueden querer los lectores del diario de todos los días.
Sigue
Interesante experiencia la de Stephen Pritchard, presidente saliente de ONO, que preguntó con insistencia a los participantes en la conferencia anual qué ideas surgían en torno al tratamiento de los archivos en Internet. Esto parece ser un interrogante creciente y con ejemplos reiterados en varios países en Europa. También se han dado casos en Canadá, entre otros. Pritchard, “defensor” en el semanario The Observer (propiedad de The Guardian) de Londres, dio como ejemplo una mujer de una comunidad inmigrante del Sudeste Asiático que hace algunos años se había acercado al dominical, para solicitar que publicara una nota sobre el maltrato que sufría su hijo de seis años, por parte de sus compañeros de escuela. La madre arguyó, con razón, que era bastante difícil criar hijos en un ambiente donde los niños sufrían el abuso (bullying) constante de sus pares. The Observer publicó una nota con fotos de la mujer y su hijo llamando la atención al problema que sufrían niños de familias de inmigrantes.
Pasó el tiempo y un buen día el niño, ya de doce años, pidió al diario que eliminara de su archivo la historia que había llevado su madre seis años antes. El argumento del chico era que sus compañeros de grado habían hallado la nota en Google y ahora lo “cargaban” por haberse quejado al diario por el maltrato. El problema era si se debía aceptar la anulación de esa nota en el archivo digital. Si se aceptaba el pedido en un caso, cuál sería el límite en el futuro. Naturalmente, el niño era menor de edad y, por esa sola razón, su pedido podía ser rechazado. Pero había que pensar la situación más allá de la edad actual. ¿Qué pasaría si el chico reiteraba el pedido luego de cumplir los 21 años? Por ahora, no se aceptó el pedido. Sin embargo, ya hay casos judiciales en los Estados Unidos de personas que reclaman la anulación de archivos periodísticos que los mencionan en situaciones de antigua data. Un caso que reaparece afecta a personas que en cierto momento fueron acusadas de alguna fechoría, pero fueron declaradas inocentes en la causa que se les siguió. Los afectados arguyen que les molesta que surjan referencias al antiguo incidente que cubrieron los medios, cuando se presentan a pedir un empleo o a gestionar un trámite.
No hay decisión ni acuerdo de cómo pueden proceder las publicaciones afectadas en tales quejas. Hay cierto consenso que no se deben alterar los archivos y punto. Pero hay creciente clamor para que se puedan lograr estas cirugías del pasado.
Desde la redacción la posición es firme: no se alteran los archivos y los editores/directores deben advertir a los lectores que la publicación de una información significa que su inclusión será “para siempre”. Esto lo argumentan los holandeses. Acompaña a esta postura el hecho real que es muy difícil, por ahora, eliminar totalmente algo de un archivo en la Web. Siempre hay segundas instancias dado que una información puede haber sido usada más de una vez y hallarse en archivos alternativos.
Se presenta así un panorama nuevo para la producción de información. Lo ideal sería que en cada plaza los editores o las cámaras involucradas elaboren una forma de proceder, protegiendo a los archivos pero también buscando garantías para proteger al público. Lo contrario, o alternativo, sería la protección de archivos mediante legislación específica. El gran problema son los políticos, que normalmente instalan con rapidez lo que atañe a sus propios intereses. Por ejemplo, ¿podemos contemplar una cláusula de protección de archivos en una nueva Ley de Medios? Puede parecer adecuado, pero qué fuerza puede tener a futuro una disposición que ni bien fue firmada ya entraba en diversos juzgados en todo el país.
En este último caso también se puede contemplar la idea de legislar la presencia del Ombudsman en los medios. Colombia dispone por ley que las empresas de televisión tienen que emplear “defensores de televidentes”. Pero esto no puede ser extendido a la prensa gráfica fácilmente: emplear un “defensor de lectores” es un sueldo más y muchas empresas pequeñas no pueden contemplar el gasto. Sin embargo, hay que considerar que la instalación de un periódico impreso en Internet significa extender sin límites el alcance de una publicación, por lo tanto es imprescindible saber cuáles son sus responsabilidades cuando una información digital cruza invisibles fronteras y llega a personas de distintas costumbres y credos.
Como dice y demuestra el admirable Alan Rusbridger, la experiencia es muy nueva y las perspectivas son ilimitadas. Es evidente que la mejor forma de avanzar es buscando la cooperación. Hasta podríamos empezar a usar esa extraña palabra, “mutualización” del periódico impreso y la Web.
*Ombudsman de PERFIL.
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