LA HISTORIA DE LA ANCIANA QUE SE PROSTITUYE Y FUE ENGAÑADA POR GELBLUNG EN LA TELEVISION
Las miserias de la pantalla
Tiene 77 años y la miseria la empujó a la calle. Desde hace seis “trabaja” en una parada de Constitución. El programa de Chiche Gelblung en Canal 13 mostró su testimonio, grabado sin el consentimiento de la mujer, a la que le dijeron que la cámara estaba apagada. Ahora está internada en una unidad coronaria
Por Mariana Carbajal
“Es una sinvergüenza. Me gustaría encontrarla y decirle que es una sinvergüenza, que hizo una nota que la robó y que me causó mucho daño”, dice Lucía, la mujer de 77 años en situación de prostitución que denunció que una notera del programa 70.20.10, que conduce Chiche Gelblung por Canal 13, grabó su testimonio después de decirle que la cámara estaba apagada. Con ella quisiera cruzarse para increparle su dolor y su bronca. Pero a pesar del enojo, la voz de Lucía suena dulce, aterciopelada como la de una abuela. Lucía siente rabia y se lamenta por las repercusiones que tuvo la difusión de su historia por la pantalla chica. Dice que la afectó enormemente en su “trabajo” en el barrio de Constitución, donde tiene su parada desde hace alrededor de seis años, y también en su salud, que ya estaba un poco averiada: después de que saliera al aire el informe en el que apareció de rostro y cuerpo entero, sin que por lo menos le borronearan las facciones, quedó internada en la Unidad Coronaria del Hospital Ramos Mejía, adonde todavía permanece con un problema cardíaco.
El episodio fue revelado por Página/12 en una columna de esta cronista, a partir de la denuncia de una monja, Olga Copite, de la Congregación de Hermanas Oblatas del Santísimo, que junto con otras religiosas y también laicas recorren las calles de Constitución para acompañar a las mujeres que se ven obligadas a ganarse la vida como Lucía. Olga conoce a Lucía desde hace varios años. Y por estas horas, la visita con frecuencia en el hospital.
El hecho generó un debate al interior de distintos ámbitos periodísticos, entre ellos el Foro de Periodismo Argentino (Fopea), que conforman más de 270 socios, entre ellos, Magdalena Ruiz Guiñazú, Daniel Santoro (del diario Clarín), María Seoane (flamante directora de Radio Nacional), y Edgardo Esteban (corresponsal de Telesur). Fopea emitió esta semana un comunicado en el que repudió la utilización de la cámara oculta para arrancar el testimonio de Lucía. “Resulta evidente que, teniendo en cuenta la vulnerabilidad en la que se encontraba la víctima, la cámara oculta del programa 70.20.10 arrasó con el derecho a la intimidad de la persona que apareció en el informe citado. El Código de Etica de Fopea, como muchos otros en el mundo, promueve el ‘tratamiento honesto de la información’, y en este caso ni siquiera se tuvo en cuenta que la víctima, de avanzada edad, podría ver afectada su salud al hacerse público un testimonio que ella intentó mantener en reserva en todo momento”, señala el comunicado de la entidad (ver aparte).
También cuestionaron el accionar del programa integrantes de Periodistas de Argentina en Red por una Comunicación no Sexista (PAR), la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar–Nacional), Elena Reynaga, y la presidenta del Inadi, María José Lubertino (ver aparte). Página/12 se comunicó con la producción del programa de Gelblung, pero desde allí se aclaró que no harían declaraciones.
Intimidad robada
“Después que salí en el programa me puse nerviosa, me agité. Ahora el médico me dijo que no puedo caminar más que una cuadra”, se lamenta Lucía, en el hall de entrada a la Unidad Coronaria del Ramos Mejía. Hasta hace unos minutos estaba acostada en una de las camas de la habitación colectiva del hospital que comparte con otras mujeres, la mayoría afectadas por el mal de Chagas. En el hall hay algunas sillas y se puede conversar con más tranquilidad, sin miradas curiosas.
Lucía está en camisón celeste, con tres botoncitos y alguna puntilla, de mangas largas y cuello cerrado. Calza pantuflas blancas. Sobre los hombros se acomodó un pulóver verde, tejido a mano, por si corre aire fresco. Por suerte, la tarde está cálida y no hace tanto frío.
Es difícil imaginar a Lucía “trabajando” en Constitución: tiene el aspecto de una abuela de Barrio Norte o Recoleta. No hay dudas de que tuvo en el pasado un buen pasar. Los cabellos claros, teñidos para ocultar las canas, los tiene prolijamente peinados hacia atrás con una vincha. Sus manos están cuidadas, y el rostro, sin maquillar, resplandece, a pesar de que lleva dos semanas de internación. Lucía aparenta bastantes menos años de los que tiene. Los ojos son claros, la piel también, muy blanca. Cuenta que es viuda desde hace unos treinta años, que su marido era un industrial y que ella tuvo una vida acomodada. “Me daba con cada gente que vos no sabés –se da corte, y sonríe con picardía–. Pero el corralito me aplastó. Perdí todo después del corralito”, dice. Entre sus pérdidas enumera un departamento propio, que tenía hipotecado y cuyo crédito no pudo pagar más. “Llegó un momento en que no tenía ni un peso para tomar un colectivo”, agrega.
Cuenta que vivió con su hija un tiempo pero que la relación entre ambas, que ya no era buena, se fue deteriorando y se terminó yendo de la casa. A la calle. “Estuve en la calle, uno o dos días pasé hambre, veía un café con leche y se me iban los ojos. Entonces, agarré para la iglesia de Lima y Constitución. Desde la oficina donde antes trabajaba veía siempre la punta de la iglesia. Tenía hambre, estaba con lo puesto”, el relato de Lucía se corta. Las palabras se le apagan con la congoja y el llanto. El recuerdo de aquel día la quiebra. “Y ahí llegué”, dice tragando lágrimas. Olga, la hermana de la Congregación de las Oblatas, le acaricia el hombro, le toma una mano, trata de consolarla.
Lucía cobra una pensión no contributiva, pero le queda poco, unos 200 pesos, porque tiene una deuda que está saldando. Vive en una pensión de Constitución, donde alquila una pieza pequeñita con un baño, por la que paga 850 pesos. Y tiene una lista de medicamentos extensa que debe comprar cada mes para sus nanas. Hasta caer internada, todos los días esperaba en su “parada” desde las tres de la tarde la llegada de sus “amigos”. “Quizás el encanto que tengo es que soy educada. Allá (en Constitución) eso vale, al menos para ciertas personas”, dice. Después de su salida en la tele, no apareció más ninguno de sus “amigos”.
Lucía tiene otro hijo, que la llama cada tanto pero que tiene problemas de salud y no puede ayudarla.
El día que la notera la encontró “yo estaba sentadita en mi sitio donde siempre me siento. Entonces, ella me dijo: ‘¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Estás trabajando? Nosotros somos periodistas y queremos hacerte una nota’. Yo le dije: ‘No, por favor, notas no doy’. ‘Pero le vamos a hacer una preguntita nada más sobre Constitución’, me insistió. ‘Yo no voy a dar ninguna nota porque yo tengo familia, no los quiero perjudicar’”, dice Lucía que le dijo a la notera. Incluso, cuenta que le increpó que a ellas, las mujeres en situación de prostitución, suelen escracharlas mostrándolas sin borronearles el rostro, mientras que sí protegen la identidad de personas involucradas en delitos. Lucía dice que la notera le aseguró que la cámara estaba apagada, que siguieron conversando porque ella le creyó que no la filmaba, que así le contó que tenía 77 años, algunos achaques en la salud y otras cuitas.
Al día siguiente de ese encuentro, Lucía les contó a Olga y a otras integrantes de la congregación lo que le había pasado: que sólo había hablado con la cámara apagada. Enorme fue su sorpresa cuando el sábado 11 de julio salió al aire 70.20.10, y en uno de los informes “periodísticos” mostraron su rostro y sus comentarios, sin ningún filtro. En el mismo informe también fueron enfocadas algunas travestis y a ellas sí les borronearon la cara. “Me dio mucha rabia. Me gustaría encontrarla y decirle que es una sinvergüenza, que hizo una nota que la robó”, dice Lucía. “Todo el mundo vio el programa. Si pasaba gente por Constitución y me gritaba: ‘Te vimos en la tele’”, dice, indignada.
El informe con su rostro fue repetido en otros programas de otros canales. “Se han reído a carcajadas de mí”, se entristece. Le duele que mucha gente que la conocía y no sabía de su vida se enterara así por la TV sobre su intimidad, que ella se encuentra en situación de prostitución. “Me da vergüenza ir a ver gente que yo conocía porque ahora deben de saber que yo estoy donde estoy. Y antes nadie lo sabía. Quedé como una basura, como cualquier cosa. Moralmente me han perjudicado. Me han hecho mucho daño. A los ladrones les tapan la cara con la campera, pero a las mujeres, en general, las enfocan bien y las muestran”, se queja. Cuenta que no es la primera vez que las chicas que “trabajan” en Constitución tienen problemas con las cámaras de TV. “Hay periodistas que nos viven persiguiendo a las travestis y a las mujeres. Las chicas no quieren salir en la tele. Hay de todo en Constitución, van mujeres que necesitan ganarse el pan para darles de comer a sus hijos, para comprarles la ropita, mujeres a las que los maridos las han dejado. Las mujeres grandes hacen la de ellas y se van a sus casas. No quieren que las filmen”, dice Lucía.
Después de su aparición televisiva, Lucía casi no tuvo “trabajo”. Sus “amigos” ya no fueron a verla. Hoy está internada.
Las miserias de la pantalla
Tiene 77 años y la miseria la empujó a la calle. Desde hace seis “trabaja” en una parada de Constitución. El programa de Chiche Gelblung en Canal 13 mostró su testimonio, grabado sin el consentimiento de la mujer, a la que le dijeron que la cámara estaba apagada. Ahora está internada en una unidad coronaria
Por Mariana Carbajal
“Es una sinvergüenza. Me gustaría encontrarla y decirle que es una sinvergüenza, que hizo una nota que la robó y que me causó mucho daño”, dice Lucía, la mujer de 77 años en situación de prostitución que denunció que una notera del programa 70.20.10, que conduce Chiche Gelblung por Canal 13, grabó su testimonio después de decirle que la cámara estaba apagada. Con ella quisiera cruzarse para increparle su dolor y su bronca. Pero a pesar del enojo, la voz de Lucía suena dulce, aterciopelada como la de una abuela. Lucía siente rabia y se lamenta por las repercusiones que tuvo la difusión de su historia por la pantalla chica. Dice que la afectó enormemente en su “trabajo” en el barrio de Constitución, donde tiene su parada desde hace alrededor de seis años, y también en su salud, que ya estaba un poco averiada: después de que saliera al aire el informe en el que apareció de rostro y cuerpo entero, sin que por lo menos le borronearan las facciones, quedó internada en la Unidad Coronaria del Hospital Ramos Mejía, adonde todavía permanece con un problema cardíaco.
El episodio fue revelado por Página/12 en una columna de esta cronista, a partir de la denuncia de una monja, Olga Copite, de la Congregación de Hermanas Oblatas del Santísimo, que junto con otras religiosas y también laicas recorren las calles de Constitución para acompañar a las mujeres que se ven obligadas a ganarse la vida como Lucía. Olga conoce a Lucía desde hace varios años. Y por estas horas, la visita con frecuencia en el hospital.
El hecho generó un debate al interior de distintos ámbitos periodísticos, entre ellos el Foro de Periodismo Argentino (Fopea), que conforman más de 270 socios, entre ellos, Magdalena Ruiz Guiñazú, Daniel Santoro (del diario Clarín), María Seoane (flamante directora de Radio Nacional), y Edgardo Esteban (corresponsal de Telesur). Fopea emitió esta semana un comunicado en el que repudió la utilización de la cámara oculta para arrancar el testimonio de Lucía. “Resulta evidente que, teniendo en cuenta la vulnerabilidad en la que se encontraba la víctima, la cámara oculta del programa 70.20.10 arrasó con el derecho a la intimidad de la persona que apareció en el informe citado. El Código de Etica de Fopea, como muchos otros en el mundo, promueve el ‘tratamiento honesto de la información’, y en este caso ni siquiera se tuvo en cuenta que la víctima, de avanzada edad, podría ver afectada su salud al hacerse público un testimonio que ella intentó mantener en reserva en todo momento”, señala el comunicado de la entidad (ver aparte).
También cuestionaron el accionar del programa integrantes de Periodistas de Argentina en Red por una Comunicación no Sexista (PAR), la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar–Nacional), Elena Reynaga, y la presidenta del Inadi, María José Lubertino (ver aparte). Página/12 se comunicó con la producción del programa de Gelblung, pero desde allí se aclaró que no harían declaraciones.
Intimidad robada
“Después que salí en el programa me puse nerviosa, me agité. Ahora el médico me dijo que no puedo caminar más que una cuadra”, se lamenta Lucía, en el hall de entrada a la Unidad Coronaria del Ramos Mejía. Hasta hace unos minutos estaba acostada en una de las camas de la habitación colectiva del hospital que comparte con otras mujeres, la mayoría afectadas por el mal de Chagas. En el hall hay algunas sillas y se puede conversar con más tranquilidad, sin miradas curiosas.
Lucía está en camisón celeste, con tres botoncitos y alguna puntilla, de mangas largas y cuello cerrado. Calza pantuflas blancas. Sobre los hombros se acomodó un pulóver verde, tejido a mano, por si corre aire fresco. Por suerte, la tarde está cálida y no hace tanto frío.
Es difícil imaginar a Lucía “trabajando” en Constitución: tiene el aspecto de una abuela de Barrio Norte o Recoleta. No hay dudas de que tuvo en el pasado un buen pasar. Los cabellos claros, teñidos para ocultar las canas, los tiene prolijamente peinados hacia atrás con una vincha. Sus manos están cuidadas, y el rostro, sin maquillar, resplandece, a pesar de que lleva dos semanas de internación. Lucía aparenta bastantes menos años de los que tiene. Los ojos son claros, la piel también, muy blanca. Cuenta que es viuda desde hace unos treinta años, que su marido era un industrial y que ella tuvo una vida acomodada. “Me daba con cada gente que vos no sabés –se da corte, y sonríe con picardía–. Pero el corralito me aplastó. Perdí todo después del corralito”, dice. Entre sus pérdidas enumera un departamento propio, que tenía hipotecado y cuyo crédito no pudo pagar más. “Llegó un momento en que no tenía ni un peso para tomar un colectivo”, agrega.
Cuenta que vivió con su hija un tiempo pero que la relación entre ambas, que ya no era buena, se fue deteriorando y se terminó yendo de la casa. A la calle. “Estuve en la calle, uno o dos días pasé hambre, veía un café con leche y se me iban los ojos. Entonces, agarré para la iglesia de Lima y Constitución. Desde la oficina donde antes trabajaba veía siempre la punta de la iglesia. Tenía hambre, estaba con lo puesto”, el relato de Lucía se corta. Las palabras se le apagan con la congoja y el llanto. El recuerdo de aquel día la quiebra. “Y ahí llegué”, dice tragando lágrimas. Olga, la hermana de la Congregación de las Oblatas, le acaricia el hombro, le toma una mano, trata de consolarla.
Lucía cobra una pensión no contributiva, pero le queda poco, unos 200 pesos, porque tiene una deuda que está saldando. Vive en una pensión de Constitución, donde alquila una pieza pequeñita con un baño, por la que paga 850 pesos. Y tiene una lista de medicamentos extensa que debe comprar cada mes para sus nanas. Hasta caer internada, todos los días esperaba en su “parada” desde las tres de la tarde la llegada de sus “amigos”. “Quizás el encanto que tengo es que soy educada. Allá (en Constitución) eso vale, al menos para ciertas personas”, dice. Después de su salida en la tele, no apareció más ninguno de sus “amigos”.
Lucía tiene otro hijo, que la llama cada tanto pero que tiene problemas de salud y no puede ayudarla.
El día que la notera la encontró “yo estaba sentadita en mi sitio donde siempre me siento. Entonces, ella me dijo: ‘¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Estás trabajando? Nosotros somos periodistas y queremos hacerte una nota’. Yo le dije: ‘No, por favor, notas no doy’. ‘Pero le vamos a hacer una preguntita nada más sobre Constitución’, me insistió. ‘Yo no voy a dar ninguna nota porque yo tengo familia, no los quiero perjudicar’”, dice Lucía que le dijo a la notera. Incluso, cuenta que le increpó que a ellas, las mujeres en situación de prostitución, suelen escracharlas mostrándolas sin borronearles el rostro, mientras que sí protegen la identidad de personas involucradas en delitos. Lucía dice que la notera le aseguró que la cámara estaba apagada, que siguieron conversando porque ella le creyó que no la filmaba, que así le contó que tenía 77 años, algunos achaques en la salud y otras cuitas.
Al día siguiente de ese encuentro, Lucía les contó a Olga y a otras integrantes de la congregación lo que le había pasado: que sólo había hablado con la cámara apagada. Enorme fue su sorpresa cuando el sábado 11 de julio salió al aire 70.20.10, y en uno de los informes “periodísticos” mostraron su rostro y sus comentarios, sin ningún filtro. En el mismo informe también fueron enfocadas algunas travestis y a ellas sí les borronearon la cara. “Me dio mucha rabia. Me gustaría encontrarla y decirle que es una sinvergüenza, que hizo una nota que la robó”, dice Lucía. “Todo el mundo vio el programa. Si pasaba gente por Constitución y me gritaba: ‘Te vimos en la tele’”, dice, indignada.
El informe con su rostro fue repetido en otros programas de otros canales. “Se han reído a carcajadas de mí”, se entristece. Le duele que mucha gente que la conocía y no sabía de su vida se enterara así por la TV sobre su intimidad, que ella se encuentra en situación de prostitución. “Me da vergüenza ir a ver gente que yo conocía porque ahora deben de saber que yo estoy donde estoy. Y antes nadie lo sabía. Quedé como una basura, como cualquier cosa. Moralmente me han perjudicado. Me han hecho mucho daño. A los ladrones les tapan la cara con la campera, pero a las mujeres, en general, las enfocan bien y las muestran”, se queja. Cuenta que no es la primera vez que las chicas que “trabajan” en Constitución tienen problemas con las cámaras de TV. “Hay periodistas que nos viven persiguiendo a las travestis y a las mujeres. Las chicas no quieren salir en la tele. Hay de todo en Constitución, van mujeres que necesitan ganarse el pan para darles de comer a sus hijos, para comprarles la ropita, mujeres a las que los maridos las han dejado. Las mujeres grandes hacen la de ellas y se van a sus casas. No quieren que las filmen”, dice Lucía.
Después de su aparición televisiva, Lucía casi no tuvo “trabajo”. Sus “amigos” ya no fueron a verla. Hoy está internada.
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