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domingo, 9 de mayo de 2010


mercado informal
La Salada vende más que los shoppings
Señalada como el ícono de la falsificación y del comercio ilegal, La Salada se ha vuelto un gigante en desenfrenada expansión, con ventas que ya superan la facturación que tienen en conjunto todos los grandes centros comerciales del país. Lejos todavía del techo, los administradores planean lanzar una tarjeta de crédito propia y triplicar las ventas.
Por Patricia Barral
Los datos son abrumadores. Como todo en La Salada, para el que va por primera vez y no está acostumbrado a los mercados populares. Durante 2009 las ventas en La Salada movieron cerca del doble de dinero que los shoppings: casi 15 mil millones contra 8.500 millones de los centros comerciales (según datos oficiales del Indec).
Jorge Castillo, el administrador de Punta Mogotes, hace cálculos con una seguridad pasmosa. Dice que en total debe de haber más de 30 mil puestos entre las cuatro ferias (Mogotes, Urkupiña, Ocean y La Ribera). Que un millón de personas las visitan los domingos. Y que, entre todas, cada vez que abren sus puertas venden 150 millones de pesos. La Salada atiende dos días a la semana, madrugada del domingo hasta pasado el mediodía y madrugada del miércoles. Son mínimo ocho días de ferias al mes. Esto hace 1.200 millones de pesos cada 30 días. Esa facturación, según Castillo, podría sextuplicarse este año gracias al lanzamiento de una tarjeta de crédito propia que permitirá vender en hasta seis pagos.
“Entonces, si antes una persona gastaba 150 pesos pasará a gastar mil”, dice. En 40 días la tarjeta estará lista.
Estética “La Salada”. Si no fuera por la mugre de las orillas del Riachuelo, la tierra que se levanta entre calles mal acomodadas y la profunda precariedad de algunos sectores, las ferias del ex complejo recreativo peronista serían enteramente pintorescas. Sin embargo, ese calificativo es irreverente, desconsiderado y a la vez polémico. De lo que no puede haber dudas es de que ese predio lleno de gente que vende y que compra se convirtió en un fenómeno social, económico y estético. Y discutir sólo una arista es parcial, arbitrario y tendencioso.
Son cuatro ferias: Punta Mogotes, la más organizada y publicitada por ser mayorista; Urkupiña, la que inició todo; Ocean, la menos nombrada; y La Ribera, la más popular por el mercadeo minorista que allí acontece. Hay toneladas de prendas iguales, copias y falsificaciones de marcas y también productos propios: vestidos, remeras, camisas o esos jeans enormes con bolsillos inmensos, la imagen de la Parca detrás y tobillos elastizados que usan casi como un símbolo algunos sectores de adolescentes con zapatillas truchas anchas y sin anudar.
Quiero ser, quiero entrar. Legiones de micros llegan de todas partes para hacer compras mayoristas fundamentalmente en Punta Mogotes, que ahora también vende por la Web. Un espectáculo largamente publicitado y criticado. La falsificación de marcas y la copia de diseños le hace doler los cayos a más de uno. Sin embargo, Castillo asegura que “sólo el diez por ciento de la ropa es falsificada” y que “eso es un problema de educación, porque en lugar de hacer su propia marca, copian”. Es casi imposible encontrar zapatillas que no sean falsificaciones. Y cabe preguntarse si La Salada hubiera tenido tanto éxito de no ser por estas imitaciones. El administrador firma que las zapatillas truchas vienen de afuera.
Alejandro Salvador, a cargo de legitimidad comercial de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria, va una vez al mes a recorrer la feria. Asegura tener registradas unas 70 marcas falsificadas entre ropa y calzado. “Está mal falsificar –se sincera Castillo–, pero también está mal que te vendan una imagen que la gente no puede comprar. La gente quisiera comprarse una remera de $ 80, pero si lo hace no come. Va y compra la de ocho pesos con el logo trucho”. Sin embargo, asegura que la feria “no perjudica a la cadena comercial” con las imitaciones.
Vanesa Corvaro que da Sociología de la moda en la UADE le da fundamento a esa idea. “A las marcas les conviene porque las posiciona, aunque se quejen. Las pone en el podio, les da estatus de ser copiadas. No es que les están abriendo una herida a las grandes marcas. Además, enseguida sacan algo nuevo porque tienen capacidad para hacerlo”.
Pero, ¿qué hay en realidad en la búsqueda de lo falso? La socióloga admite que “lo que da La Salada a algunos es esa cosa de la avivada: ‘Me compré esto por dos mangos’. Pero en realidad, la falsificación ofrece la promesa de la movilidad social, viene un poco a calmar o resolver esa ansiedad momentánea que genera el consumo, que quiere que nunca estés satisfecho. Las personas buscan un estilo de vida y eso en nuestra sociedad moderna lo da la publicidad. La que propone La Salada es la estética que no escapa a las grandes ciudades, salvo por algunas sociedades orientales, es la estética de lo trucho, de lo falso”.
El diseñador Roberto Piazza aunque se opone tenazmente a la copia y falsificación, reconoce que la Argentina pese a ser muy creativa para la confección no es “creadora de moda”; que lo que hacen las firmas nacionales de indumentaria es “viajar, traer el original y en general lo malcopian, y sólo a veces lo copian bien”. Sostiene que eso es producto del “subdesarrollo tecnológico” que tenemos y de los mejores productos textiles que ellos poseen. Cree que la falsificación “es una cosa espantosamente cruel”, pero admite “el negocio paralelo” que sostienen las mismas grandes marcas “como Channel”. Y apunta una diferencia: “Si yo tomo una Dolce & Gabbana, la copio y le pongo mi marca, es una cosa. Si le pongo la misma marca trucha, es una estafa”. La explicación que encuentra para el éxito de La Salada es que “nosotros siempre fuimos marqueros. Ahora estamos en la época de la vanidad y el narcisismo a ultranza. Los medios te venden que tenés que ser protagonista”. Pero no por eso “perdona la estafa y la truchada”.
Horacio es sacerdote, hace trabajo pastoral entre los feriantes y coordina los talleres de capacitación diseñados por Castillo. El ve mucha vitalidad en lo que está pasando en la feria porque vio crecer y mejorar a mucha gente que no la pasaba bien. Pero admite el problema de la copia y la falsificación. “La solución judicial del problema está bien, pero su resolución ética es más complicada”, señala. “Además –agrega–, ellos podrían tener sus diseños y sus marcas, pero no tienen ni para empezar a competir porque los recursos con los que cuentan no alcanzan: la publicidad está muy metida en los pibes. Es probable, es cierto, que si la ropa no tuviera esta estética foránea no tendría tanto éxito”.
Made in casa. Es un dato llamativo ése. Pese a que lo que más se vende tiene estética foránea, las prácticas culturales de los productores/vendedores no parecen haber perdido un milímetro de identidad. Es muy raro escuchar música en inglés, hay mucha música en castellano, folclore argentino, peruano y boliviano, cumbia cristiana y algo de reggaeton también cristiano. Si bien hay muchos empresarios que tercerizan talleres, hay una abrumadora mayoría perteneciente a la comunidad boliviana trabajando como núcleos familiares, una práctica ancestral. La Ribera es una acuarela fabulosa de esto. Comen, beben y venden comidas y alimentos típicos. Salvo por algún que otro puesto de hamburguesas. Casi todos los platos llevan maíz (choclo para nosotros) y los vendedores andan gritando con sus heladeras de telgopor ofreciendo comida o “chicha morada y cebadita helada”.
Justamente, la verdadera importancia de La Salada está afuera de los tinglados, allí en La Ribera donde varios vendedores de las ferias cerradas también tienen sus puestos. Y en los modelos que se replican cada vez con más fuerza en distintas partes del país, incluyendo la Capital, con el nombre de Saladitas. Con el Riachuelo en la espalda, miles de familias van los domingos a comprar barato y de aceptable calidad. “La gente del barrio va a la feria con todos los críos y hasta con los perros”, dice María Teresa Ríos, una paraguaya muy cercana a Castillo, que tira las cartas instalada frente a la capillita de la Virgen De-satanudos. El mercadeo popular y minorista se da en esta feria y no en las otras. Después del mediodía, los micros y los trenes se llenan de gente con bolsas de ropa compradas en La Ribera, donde “no manda nadie y manda cualquiera. A veces pasan seis o siete tipos a cobrar por el mismo puesto, hasta que la gente los va conociendo. Diez pesos les cobran”, dice Horacio.
Sobre las Saladitas, Alejandro Salvador calcula unas 250 ferias a nivel nacional que “replican el sistema”. También les dicen “bolishoping o ferias persas”, según el lugar –explica– y se abastecen en La Salada. Ese es el dato más preocupante para esta asociación que la viene “denunciando y combatiendo por competencia desleal”. Castillo admite que “a partir de marzo recibe cuatro o seis propuestas por semana de sus propios clientes para armar ferias en otros lugares”. Pero asegura que no tiene sucursales propias. ¿Esto siginifica que la mayoría de los argentinos se viste en La Salada? Es difícil afirmarlo. Pero, es ciertamente probable, que se adquieran de una u otra manera prendas provenientes de allí.
Dan trabajo. Sólo Mogotes, la única que se puede dimensionar con algo más de certezas, creció en cantidad de puestos un 30% en 2009. El portal oficial fue subido a la web en noviembre. Diciembre es el período de mayores ventas, es la temporada. Sin embargo, las transacciones por internet crecieron el 23% en enero respecto de ese mes. El portal ya está en venta y dicen pedir por el 40 millones de dólares.
El administrador calcula que por cada puesto hay cinco talleristas trabajando. La generación de empleo en los últimos años producto de este mercado fue muy importante. Vendrá entonces la discusión de si es en negro o en blanco, pero acá, en la feria, lo único que importa es que hay trabajo. Y cada vez más. “Hay gente que no tenía casa y ahora la tiene”, informa María Teresa. Y otro dato que incomoda: no se quieren hacer millonarios, sólo quieren tener suficiente para capitalizarse, crecer, mandar a los hijos al colegio y vivir dignamente.

Futuro con tarjeta, prepaga y cursos
Para este año son varios los proyectos que Punta Mogotes, una de sus ferias, piensa encarar. Para empezar, la ampliación de sus instalaciones está cerca de terminarse. Allí se ampliará la oferta de cursos que empezó el año pasado con el apoyo financiero de Accipcb (Asociación Civil de Industriales y Profesionales de Conurbano Bonaerense). Habrá de moldería, estampado, sublimado, corte, confección, tornería, inglés y computación, entre otros. También guardería (que ya funciona, pero se ampliará) y primaria y secundaria para todas las edades con título reconocido por el Consejo escolar de Lomas de Zamora. Empezarán en junio. Un sistema de créditos para sus asociados, empleados y proveedores ya está funcionando, mientras se aprestan a lanzar la tarjeta de la feria para los clientes minoristas. Además, ofrecerán el servicio médico de una prepaga con quien están negociando.

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