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lunes, 24 de mayo de 2010


Teléfonos inteligentes y vida cotidiana
Hiperconectados: la adicción de vivir pegado al celular
La tecnología puede provocar vínculos enfermizos
Laura Reina
LA NACION
Ni el cine logró que Andrea apagara su BlackBerry. Estaba tan entretenida intercambiando mensajes vía Twitter que casi ni prestó atención a la película. Después de la función, su novio decidió que era el momento de plantear el ultimátum: o él o el BlackBerry.

Andrea es uno de los miles de hiperconectados que hay en el país. Son los que pasan todo el día pendientes de su celular y no lo apagan ni siquiera cuando duermen (la excusa es que también lo usan como despertador); son hijos de las redes sociales y de la tecnología, que utilizan no sólo para trabajar, sino, y sobre todo, para socializar.

Según Enrique Carrier, titular de la consultora Carrier y Asociados, en la Argentina hay unas 35 millones de líneas de celular activas, de las cuales un millón están asociadas a los llamados smartphones, aparatos de última generación que tienen la característica de ser computadoras personales ultraportátiles.

También hay otros tantos aparatos que, sin ser teléfonos inteligentes, permiten la navegación virtual y enviar y recibir e-mails. "Esto no significa que todos tengan el abono que permite la navegación ilimitada. Algunos se conectan sólo a través de Wi-Fi, pero siempre tienen algún tipo de conexión", contó Carrier a LA NACION.

En 2007, año en el que llegó al país la tecnología 3G, que permite mayor ancho de banda, se vendieron unos 35.000 equipos inteligentes. En 2009 fueron 800.000. Y ahora ya son más de un millón, lo que habla a las claras de una necesidad creciente de estar cada vez más conectados, en todo momento, en todo lugar.

La explosión de las redes sociales como Facebook y Twitter y la promoción de las empresas de telefonía celular contribuyeron a crear esta necesidad: "Cada vez más, la publicidad se orienta a los equipos sofisticados, con planes más ajustados a la realidad local. Así, la PC pierde exclusividad como dispositivo de acceso y mantendrá su rol como creadora de contenidos. Y los celulares se hacen cada vez más fuertes como herramienta de comunicación inmediata", expresó Carrier.

Aunque el celular es uno de los dispositivos móviles preferidos, está lejos de ser el único. Según una investigación de la empresa de telecomunicaciones Nortel, el 52 por ciento de los latinoamericanos usa cuatro dispositivos móviles (celular, reproductores de música, computadoras de bolsillo y MP4) y otro 12% cuenta con hasta siete dispositivos.

Necesidades distintas
Pero no todos los sectores tienen la misma relación con la tecnología que permite conectividad permanente. Ximena Díaz Alarcón, directora y socia de Trendsity, consultora especializada en análisis de mercado y tendencias, diferencia entre adolescentes, las personas en edad productiva y los adultos mayores.

"La necesidad de conectividad en los jóvenes y adolescentes tiene que ver con la socialización. No estar conectado es quedarte fuera de salidas y otras cosas. Los adultos en edad productiva son los que tienen una relación más conflictiva porque tienen el imperativo de estar conectados para producir. Para muchos, estar disponible las 24 horas puede ser angustiante. Y, en el adulto mayor, la conectividad es una manera de mantener vínculos afectivos con, por ejemplo, sus nietos. No tiene que ver con producir, sino con acercarse generacionalmente a los más jóvenes", comentó Díaz Alarcón.

Natalia Piro, periodista, de 24 años, se considera una chica hiperconectada. No bien se levanta, enciende su BlackBerry y se toma 40 minutos para chequear mensajes y tener un claro panorama antes de salir de su casa. Desde que compró el teléfono inteligente, hace tres meses, va con su aparato a todos lados.

"Me lo compré porque paso mucho tiempo fuera de casa y así estoy conectada. Con el BlackBerry configurás el acceso directo al Hotmail, que en el trabajo lo tengo bloqueado por cuestiones de seguridad informática. Veo Facebook y chequeo Twitter, que lo uso para trabajar. Así no me pierdo de nada, me entero de cosas mucho antes de que salgan en los medios", comenta y reconoce que, aunque en algunas circunstancias trata de no estar pendiente del teléfono, muchas veces no lo cumple.

"Cuando voy al cine, trato de no revisarlo, pero a veces no puedo. Lo mismo en la facultad. Tengo una clase de tres horas y no aguanto. Salgo para chequear qué está pasando", explica Natalia, que, a pesar del entusiasmo que le genera su nuevo aparato, por ahora, no se reconoce adicta a él. "Pero sí conozco gente que ya habla de abstinencia de conexión", aseguró.

María Sofía "padece" a su jefe hiperconectado. "No logro que me mire a la cara más de cinco segundos. Se lo pasa mirando el celular, enviando mensajes de texto o twitteando mientras le hablo. Y lo peor de todo es que, cuando logro que levante la cabeza, inmediatamente le vibra el celular y contesta la llamada. Al principio, me pedía disculpas por atenderlo; ahora se da media vuelta y se va", relató la secretaria ejecutiva, que no quiso dar a conocer su apellido por miedo a que su jefe lea esta nota -probablemente en Internet- y la despida.

Es que aunque la conectividad trae aparejadas cosas maravillosas, como acercar gente a miles de kilómetros de distancia y permitir intercambios con gran cantidad de personas en tiempo real, muchos establecen un vínculo enfermizo con la tecnología.

La obsesión causa daños
El psicoanalista Enrique Novelli, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), sostiene que la tecnología no sólo es útil, sino necesaria, pero advierte: "Es dañina si se convierte en una obsesión. Por ella se empobrecen los intercambios comunicacionales cara a cara. Cuando esto sucede, se crea una modalidad de comunicación que se torna paradójica en tanto que crea la ilusión de estar hipercomunicado cuando en realidad se está aislado".

Según Novelli, hay adicción cuando no se puede prescindir del celular. y su uso es compulsivo. "Si el celular falta, el individuo se angustia. La angustia es indicio de la presencia de un determinado peligro: si no tengo celular, me quedo aislado del mundo. Esto provoca un estado de desamparo. Pero basta que alguien me mande un mensaje para sentirme contenido. El contacto, aunque sea virtual, me alivia."

Sin embargo, a pesar de estar viviendo en la era de la hiperconectividad, Díaz Alarcón comentó que, en los análisis de mercado que realizan en la consultora, es poca la gente que se reconoce adicta al celular. "No lo ven como un vínculo enfermizo", dijo.

La contracara de esta dependencia tecnológica la representa hoy el "estatus" que persiguen algunas personas cuando logran prescindir de ella. "Ahora el lujo pasa por desengancharte, por poder disponer de tu propio tiempo. Así, hay hoteles y bares sin Wi-Fi justamente para no estar ubicable", comentó Díaz Alarcón.

Y Novelli reflexionó: "Si el celular es un instrumento al servicio de la persona, es útil. Si la persona es un instrumento al servicio del celular, es un problema. La clave está en encontrar el equilibrio".

Algo que Andrea decidió aplicar para que su novio no la dejara. Cuando está con él apaga su BlackBerry, pero reconoce que muchas veces se levanta con la excusa de ir al baño y enciende el aparato a escondidas.

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