Catalejo
Crueldad en nombre del rating
Hernán Casciari Para LA NACION
BARCELONA
"Un programa de televisión humilla y alarma a poblaciones indígenas para hacer una broma solidaria", titulaba, con letras de molde, un periódico digital español el jueves pasado, y mostraba imágenes de niños correntinos llorando cuando un actor, disfrazado de empresario canadiense, fingía mandar a una topadora a borrar del mapa un colegio, o expropiar unas tierras. De ese modo, el nuevo rumbo de la televisión argentina aparecía en los medios europeos después de varios años de silencio. Lo interesante es que el apellido Tinelli aparece muy abajo en la información: no se señala a un productor, o a un conductor, de la falsa tropelía solidaria, sino a la sociedad de un país en general. El subtítulo de la noticia dice que "La televisión argentina tiene una sección en la que provoca la desesperación de poblaciones humildes para filmar sus principales carencias". Estas bromas ("que en el país de origen se llaman joditas", dice la prensa europea) ya son una denominación de origen de la televisión argentina. Lo son porque las respalda el rating , y al rating lo respalda la carcajada y la picaresca. Los comentarios de lectores a la información que apareció esta semana en España son para enmarcar: nadie puede creer que ocurran esas bromas, y mucho menos que el público las acepte en forma masiva. "Joder, es brutal -dice un lector-, yo considero que tengo un humor muy ácido pero esto me sobrepasa." Otros se preguntan cómo se pueden permitir esas licencias, y algunos pocos recuerdan el paso del conductor argentino por España: "Tinelli no sólo les hace joditas a los argentinos -dice una lectora-, en el Badajoz Fútbol Club todavía se acuerdan de él". Sin embargo, la información en ningún caso dice que el sinsentido lo provoca Marcelo Tinelli, o su productora, o su programa de televisión. Lo hace "la televisión argentina". Toda. La broma macabra está auspiciada por todos aquellos que la aplauden. Y lo más triste del asunto es que no podemos decir que sea mentira. Los argentinos que vivimos en España, por ejemplo, ni siquiera tenemos la posibilidad de rebatir esa información diciendo que se trata del producto de un canal aislado, de cable, al que ven cuatro gatos. No podemos decir que forma parte de una emisión de culto. No podemos decir que es algo nuevo. No podemos decir que la audiencia masiva le da la espalda a esa forma rastrera de la creatividad. Nos quedamos sin argumentos y, además, en una posición enojosa. Porque, desde hace años, nos hemos venido quejando de la ingenuidad triste de la televisión española, de su falta de talento, de su mediocridad, de su aversión a reírse de sí misma, de sus carencias creativas. Y entonces nos llegan estas noticias, y vemos a una nena correntina de diez años llorar porque le van a quitar las tierras a sus padres, y después vemos a un actor quitarse una careta y decir que todo es una joda, y que en compensación les regalarán una lancha, y entonces, quizá, pensamos si no hubiera sido mejor permanecer ingenuos, permanecer puros, amparados en la sombra dulce de Pipo Mancera. Porque la enorme creatividad se deforma, se convierte en úlcera: un día es un cáncer, y no hay retorno.
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