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martes, 14 de febrero de 2012

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Te atrevés a ser libre?

¿Qué es la libertad?

En la vida cotidiana damos por sentadas muchas cosas y habitualmente no advertimos que por ello vivimos cautivos de pasiones, de creencias, del “qué dirán”; en fin, de mandatos morales cuya información pareciera estar en un chip que nos insertan en la infancia y que disciplina toda nuestra existencia. Y aunque muchas veces lo notamos, no nos atrevemos a ser libres. ¿O queremos pero no podemos ser libres? ¿Te atrevés a ser libre?, de Alejandro Borgo, trata sobre la libertad. Con ella podemos decidir, elegir y obrar en cons

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La regla general es simple: que los hombres deberían ser libres en lo que les concierne solo a ellos, pero que no deberían ser libres cuando están tentados a agredir a otros.
Bertrand Russell,
Portraits from Memory, 1956.
¿QUÉ SIGNIFICA SER LIBRES? “Uno de los bienes más preciosos de la Imaginación, que permite eludir cinco o seis entre los infinitos métodos de coerción con que se ejerce la autoridad. Condición política de la que cada nación cree tener un virtual monopolio. Independencia. La distinción entre libertad e independencia es más bien vaga, los naturalistas no han encontrado especímenes vivos de ninguna de las dos.”
Así definía el genial Ambrose Bierce a la libertad en su Diccionario del Diablo. La ironía de cada una de las acepciones que presenta, sin embargo, deja entrever mucha verdad. A medida que avancemos en el libro, te darás cuenta por qué.
¿Sentiste alguna vez el hartazgo por lo que los demás piensan de vos? ¿Sentiste la coerción o coacción que instituciones y personas ejercen sobre vos, sobre tu manera de pensar? Seguramente sí. ¿Y cuántas veces te sentiste mal por esos altos impuestos que día a día tenés que pagar y no sabés dónde van a parar, o por la obligación de tener que ejercer «responsabilidades» civiles que te imponen compulsivamente? Si pudieras evitar pagar esos impuestos o dejar de cumplir esas responsabilidades, ¿lo harías? Alguna vez te citaron para ser presidente de mesa o fiscal en alguna votación, alguna vez te citaron a declarar en un juicio en el que no querías declarar, alguna vez sentiste que estaban abusando de tus libertades individuales, impidiendo que te expresaras libremente; también habrás experimentado la sensación de estar bajo un estado de cautiverio, sea por el qué dirán, por los supuestos deberes que tenés que cumplir por ser una persona que forma parte de la sociedad, por tener que seguir la corriente, por haberte dado cuenta de que estabas aceptando cosas que parecían naturales. Y de repente, por algún motivo te diste cuenta de que las cosas que dabas por sentadas no eran así.
¿Qué creés que es «ser libre»? ¿La posibilidad de hacer cualquier cosa que te propongas? ¿El simple hecho de poder realizar tus deseos? ¿La expresión de una necesidad, la cristalización de un poder o una expresión de deseos?
Un tema interesante es cómo ha evolucionado el ser humano respecto de la libertad, o mejor dicho, desde los grados de libertad que poseía hasta los que posee hoy. A modo de ejemplo, podríamos decir que el hombre prehistórico era menos libre que el de hoy día: no podía controlar su ambiente, era presa fácil, no podía alejarse solo mucho de su cueva, moría a los 20 o 25 años, se expresaba artísticamente de forma rudimentaria, se infectaba y moría, no tenía los beneficios de la ciencia y tecnología actuales, no tenía antibióticos ni agua corriente ni educación, su salud era muy precaria y se podía intoxicar fácilmente. Su vida consistía en cazar, comer, procrear y satisfacer, a duras penas, otras necesidades básicas. Aunque, claro, tenía ciertas «ventajas»: no pagaba impuestos, no se sometía a ningún código civil o penal, no experimentaba «tarifazos» ni desempleo y —un poco de ironía no viene mal— se salvaba de los noticieros. Pero no cabe duda de que sufría sus «estresazos». No creo que nadie que esté leyendo estas líneas quiera volver a esos tiempos. El hombre de las cavernas estaba expuesto a una innumerable cantidad de situaciones riesgosas. Hoy tenemos más grados de libertad, pero tenerlos no nos sale gratis: la libertad hay que ejercerla con responsabilidad, y a pesar del paso del tiempo y de la «apertura mental» de los seres humanos a lo largo de la historia, todavía queda un largo trecho por recorrer y existen varios estados de cautiverio que nos agobian. De algunos de ellos somos conscientes, de otros no. Ya lo veremos más adelante.
PIDIENDO PISTA: LA REGLA DE ORO. Si hay una regla de importancia suprema es la siguiente: Nunca supedites tu individualidad, tus deseos y tus necesidades a los deseos y necesidades de los demás, sean personas o instituciones, a menos, y solo a menos, que ello sea voluntario, que nazca de tu propia evaluación y que no sea compulsivo.
Ésta será la regla a la cual nos ajustaremos a lo largo de todo este libro. Y ya verás por qué vale la pena seguirla. Lo voluntario y lo compulsivo son dos de los temas cruciales respecto de la libertad y que estarán presentes a lo largo de esta obra. En nombre o por mandato de «la sociedad», de distintas instituciones, organizaciones y gobiernos, se han cometido las atrocidades más deleznables, los individuos han sacrificado su bien más preciado —la individualidad, la propia integridad de la persona—, en pos de los dictados de grupos que detentan algún tipo de poder, sea político, religioso o de cualquier índole.
La guerra tal vez sea uno de los episodios más peligrosos para la libertad y para otros valores en general: es un estado de cautiverio, donde miles y tal vez millones de individuos deben someterse a las autoridades de su país, quedando en una suerte de servidumbre involuntaria, luchando contra «los otros» a los que ya no considera humanos, por el simple hecho de que antes son enemigos. En la guerra no se respeta la vida, valor supremo, ni la justicia ni la libertad. Uno mismo corre el riesgo, dentro de su propio país, de transformarse en un traidor si se opone a ella, lo cual constituye un atentado contra la libre expresión y fomenta el fervor masivo de masacrar al «antipatria».
¿QUÉ ES ESO LLAMADO «LIBERTAD? Antes de ponernos a pensar en si necesitamos, podemos o queremos ser libres, es recomendable llegar a una definición de lo que es la libertad. El tema despierta debates encendidos que frecuentemente están empapados de ideología, así que trataremos de dar algunas definiciones que nos aclaren un poco el panorama, brindando varios puntos de vista. Empecemos por lo que dice el diccionario, que nunca está mal.
Libertad.
1. Poder de obrar o no obrar, de elegir.
2. Estado opuesto a la esclavitud o al cautiverio.
Bien, de aquí se puede concluir que para ser libres debemos poder elegir actuar o no actuar, y que siendo esclavo o estando en estado de cautiverio (físico o mental) no podemos ser libres. De manera que esta definición es un buen comienzo.
Ahora bien, ser libre no es algo que hay que mirar en blanco y negro. Es decir, no se es totalmente libre o totalmente esclavo. Hay un continuo, con distintos grados de libertad, que va desde la esclavitud hasta lo que llamamos figurativamente «ser libres». Así como el conocimiento científico busca una aproximación a la verdad, pero nunca la alcanza completamente, lo mismo ocurre con la libertad: podemos acercarnos progresivamente a ella, y la historia del progreso en varios aspectos sociales lo demuestra, pero tenemos que ser conscientes de que solo se trata de una aproximación, constante, pero solo aproximación. En una escala imaginaria de grados de libertad, que vaya de 0 a 10, una persona en prisión o en un campo de concentración estaría muy cerca del 0 y una persona que haya desarrollado su potencial y viva placenteramente, haciendo lo que le gusta, sin coacción externa alguna, se aproximaría al 10.
RESTRICCIONES A LA LIBERTAD. Es indudable que la libertad debe conllevar limitaciones, parte de ellas surgidas porque vivimos en una sociedad con reglas, las cuales necesitamos cumplir para poder convivir. Tal vez la principal característica sea que la libertad es tal mientras no se aplique la coacción sobre las personas o mientras no se dañe a otros.
Sería muy complicado y hasta peligroso vivir en una sociedad que no contemplara esta regulación, puesto que ser «libre» significaría hacer lo que a uno le diera la gana, incluso matar a quien no nos gusta o constituya un obstáculo para lograr nuestros fines.
Entonces, la libertad no basta para alcanzar una «buena» sociedad. La libertad necesita de responsabilidad, no hacer daño a los demás, y reglas.
Decía el filósofo Bertrand Russell que en el sentido más elemental la libertad significa la ausencia de control externo sobre los actos de individuos o grupos de individuos, pero agregaba que ésta es una concepción negativa y la libertad por sí sola no confiere ningún valor positivo para una comunidad. Si el único requisito fuera la ausencia de control externo sobre nuestros actos, pronto estaríamos viviendo algo muy similar a la «ley de la selva». Hoy la mayoría de la gente no roba, pero eso pasa luego de cientos de años de control policial y de cárcel para el que lo hace, y también por la evidencia que sugiere que es mejor vivir en una sociedad en la que la gente no robe ni ejerza la violencia. El que roba está haciendo daño al otro porque le está quitando algo de su propiedad, sea dinero, joyas, un auto o un teléfono celular. Así, hay leyes que regulan nuestro comportamiento, algunas que son favorables para la convivencia y algunas que no tienen nada deseable y deberíamos eliminar. Temas como la eutanasia, la muerte digna, no pagar un impuesto que uno considera abusivo —entre otros— están penalizados. La necesidad sería despenalizarlos ya que restringen libertades individuales que no hacen daño a nadie. Éstos y otros son los llamados «crímenes sin víctimas».
En el Diccionario de Filosofía de Mario Bunge, encontramos una definición que contempla dos tipos
de libertad:
Libertad. La capacidad para pensar o actuar a pesar de las constricciones externas. (…) Existen dos tipos de libertad, la negativa y la positiva. La libertad negativa: la cosa a es libre de la cosa b si, y solo si, b no actúa sobre a. La libertad positiva: la cosa a es libre de hacer la acción b si y solo si tiene los medios para hacer b. Cualquiera de las dos puede ser buena o mala. El problema científico-filosófico más interesante sobre la libertad es si ésta puede ser total (voluntarismo), imposible (externalismo) o parcial. Es posible que existan experiencias de elección de los tres tipos. Claro que es diferente cuando hablamos de personas y no de cosas. Pero veamos cómo el autor amplía la definición:
Efectivamente, existen determinaciones tanto internas como externas de la elección y solemos alternarlas en alguna medida. En términos metafóricos, podemos elegir un menú dado, elegir el menú o escribir el menú. Los diferentes órdenes sociales permiten diferentes tipos y grados de libertad. Por ejemplo, las universidades seculares conceden libertad académica, al igual que cualquier otra libertad, está constreñida por la responsabilidad y, en particular, por la obligación de buscar la verdad y enseñarla a pesar de las consecuencias, así como por la obligación de tolerar métodos alternativos para alcanzar objetivos similares. Así, existen dos tipos de libertad: negativa y positiva.
Dicho en lenguaje coloquial, sos libre de algo si no hay coacción sobre vos (libertad negativa), sos libre de hacer x si tenés los medios para conseguir x (libertad positiva). Por ejemplo: sos libre para comprarte una casa si tenés los medios para hacerlo. O sos libre porque podés expresar tus ideas y tenés los medios para hacerlo. El problema surge cuando no tenés los medios y los debés conseguir. Es tema de debate. La polémica se centra principalmente en quién debería ser el encargado de proporcionarte (o no) los medios para que puedas hacer lo que te proponés. ¿Una organización privada, un empresario, el Estado? Lo interesante es que ambos tipos de libertad pueden ser buenos o malos.
¿PODEMOS ELEGIR? Igualmente interesante es que podemos elegir pensar o actuar a pesar de las constricciones externas. Claro, según lo que pensemos o hagamos, vendrán las consecuencias. Por supuesto que hay restricciones internas que no nos permiten ejercer la libertad: enfermedades, condiciones físicas, discapacidades, psicopatologías, etc. Pero si no hay coacción externa ni restricciones como las que mencionamos y tenemos los medios, y aparte lo que vamos a hacer no implica dañar a los demás cometiendo un crimen —sea contra las personas o sus propiedades—, podemos, en principio, hacer una elección y actuar en consecuencia.
La capacidad de elección está vinculada a las opciones que estén a nuestro alcance, es decir, podemos elegir en la medida en que podamos acceder a las opciones que se nos presentan. No podemos elegir aquello que esté fuera de nuestro alcance. Una persona presa tiene severas restricciones para elegir, aunque puede hacerlo dentro del ámbito de la cárcel en cuestiones que tengan que ver con las circunstancias que vive: puede elegir comer o no, puede elegir leer o no, puede pensar, puede optar por varias cosas, pero es indudable que sus grados de libertad están muy restringidos.
¿QUÉ DICE LA CIENCIA SOBRE LA LIBERTAD? En los últimos años, la neurociencia ha hecho avances espectaculares, mostrando qué zonas del cerebro se activan cuando realizamos distintas tareas o pensamos en diferentes asuntos.
Sin embargo, parece que la libertad y la cuestión «libre albedrío vs. determinismo» están lejos de ser resueltos por la neurociencia. Así, en su trabajo Neurociencia y libertad. Una aproximación interdisciplinar, José M. Giménez-Amaya y José I. Murillo comienzan con esta aclaración:
“Los datos neurocientíficos de que disponemos muestran que, aunque la configuración de nuestro sistema nervioso es un requisito para el ejercicio de la libertad, la explicación última de ésta escapa a los métodos de la Neurociencia contemporánea. Se abre así una puerta amplia para la cooperación entre la Neurociencia y la Filosofía y, con ella, la posibilidad de abordar conjuntamente esta gran cuestión que afecta a las dos disciplinas.”
“La cooperación entre neurociencia y filosofía se hace necesaria entonces para abordar el tema de la libertad y dilucidar si lo que hacemos está o no determinado inevitablemente o si podemos elegir a voluntad. Están quienes abogan por el neurodeterminismo, esto es, que todo pensamiento y voluntad, como mencionan los autores arriba citados, «dependen de la arquitectura y de las correlaciones biológicas de nuestro sistema nervioso”.
Continúan los autores:
“Uno de los experimentos que más ha influido en la visión «neurodeterminista» fue el que realizó Libet con algunos colaboradores en la década de los 80, repetido más tarde por Haggard y Eimer. Unos y otros demostraron que existen unos potenciales corticales de preparación o «anticipatorios» en la denominada corteza motora secundaria (corteza promotora) que preceden en aproximadamente 350 milisegundos a la acción consciente de realizar un movimiento voluntario. De ahí parecía desprenderse que, en realidad, son procesos neuronales inconscientes los que causan los actos volitivos «aparentemente» voluntarios. La preciada y exaltada libertad humana podría ser simplemente un mero espejismo «neurobiológico»”.
¿Será entonces la experiencia de la libertad una mera ilusión? ¿Seremos meros «autómatas» que vamos por la vida creyendo que tomamos decisiones, cuando realmente estamos sometidos a procesos neuronales inconscientes? No sé cómo influirá el párrafo acerca del libre albedrío sobre tu estado de ánimo, pero hay que tener en cuenta que todavía la cuestión no está zanjada. Recordemos que el cerebro humano es el objeto más complejo que conocemos hasta ahora en todo el universo. Los autores de este trabajo concluyen que la investigación neurobiológica no ha arrojado resultados concluyentes y que las discusiones persisten porque las hipótesis en conflicto parten de premisas diferentes, impidiendo un diálogo coherente.
DISTINTOS ESTADOS DE CAUTIVERIO. A primera vista suena paradójico: hay gente que elige el cautiverio. Puede hacerlo de varias maneras: perteneciendo a un grupo sectario, sea un culto o un partido político dogmático, por ejemplo.
Como la libertad implica, lo deseemos o no, estar a cargo de uno mismo, de nuestra propia vida, no se deja de percibir cierto estado de desasosiego por «estar solos frente al mundo». Ya Erich Fromm, en su clásico libro El miedo a la libertad (pocos títulos han sido tan acertados), advertía:
“El hombre moderno, libertado de los lazos de la sociedad preindividualista —lazos que a la vez lo limitaban y le otorgaban seguridad— no ha ganado la libertad en el sentido positivo de la realización de su ser individual, esto es, la expresión de su potencialidad intelectual, emocional y sensitiva. Aun cuando la libertad le ha proporcionado independencia y racionalidad, lo ha aislado y, por lo tanto, lo ha tornado ansioso e impotente.”
Continúa Fromm:
“Tal aislamiento le resulta insoportable, y la alternativa que se le ofrece es la de rehuir la responsabilidad de esta libertad positiva, la cual se funda en la unicidad e individualidad del hombre.”
En este prefacio, Fromm deja entrever que la libertad nos deja algo solos frente al mundo. La independencia se paga. Al ser independientes, tenemos que hacernos cargo de nosotros mismos. Ya no hay lugar para paternalismos de ningún tipo, excepto que, para salir de ese estado de desasosiego y para evitar la incertidumbre, los busquemos (no me atrevo a decir si lo hacemos de forma deliberada o involuntaria).
Para no sentir la soledad, elegimos pertenecer a algo o a alguien: nos casamos (lo cual implica un contrato), nos involucramos en lo que se llama usualmente «grupos de pertenencia» (clubes, instituciones, iglesias) que nos brindan una cierta «seguridad » y «protección» contra los males de este mundo. Es decir, nos brindan apoyo y contención frente a la hostilidad de un mundo imprevisible.
La incertidumbre nos asusta. Como decía el gran escritor Isaac Asimov, refiriéndose a las macanas de los charlatanes pseudocientíficos: «La gente necesita una falda en la que recostarse, un pulgar que chupar, ¿y qué le ofrecemos nosotros a cambio? Incertidumbre». Personalmente, no dudo ni un instante en enfrentar la incertidumbre antes que esclavizarme y sentir temor por lo que me deparará el futuro. El ser humano debe ser lo suficientemente valiente para campear los desafíos de la vida —que contiene un gran componente azaroso, imprevisible— antes que arrastrarse ante los dictados dogmáticos de cualquier índole: el qué dirán, los prejuicios y etiquetas que nos imponen los demás, la crítica por ser «distintos» o «raros» por el solo hecho de oponernos a los imperativos sociales, se llamen éstos «buenas costumbres» o «conductas recomendables». Pensar por uno mismo es una cuestión difícil, ya que desde chicos recibimos una andanada de moralina que nos dice qué tenemos y qué no tenemos que hacer, decir o pensar. Pensar, ser curioso, se considera «peligroso», cuando en realidad debería ser considerado una virtud, un bien necesario para preguntarnos cosas y para adquirir conocimiento. Fijémonos en todas aquellas personas que contribuyeron al conocimiento, que lucharon por sus ideales a pesar de las restricciones, los prejuicios, la persecución y la moda. En el campo científico y en el arte hay muchos ejemplos que comprueban que haber desafiado al statu quo tuvo sus beneficios para el resto de los mortales.
De manera que varios autores coinciden en que uno de los componentes básicos para la posibilidad de ser libres es la falta de coacción externa. También, que el hecho de elegir y obrar o no de una manera determinada no debe causar daño a terceros. Y por último, que la libertad no es suficiente, aunque sí necesaria, para vivir en una sociedad donde el individuo se desarrolle plenamente.

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