A VENTANA
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La participación simplifica
Néstor Piccone aporta sus propios interrogantes en el
debate que promueve la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual e insiste en la necesidad de la participación tanto del Estado como
de las organizaciones de la sociedad civil.
La nota de Washington
Uranga aparecida en esta misma sección el 25 de enero pasado convoca a
multiplicar los debates que abrió la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual.
La Ley 26.522 no es una ley simple, ni
como fruto de una victimización oportunista. Algunos grupos mediáticos y
sectores políticos afines difundieron que era una herramienta para clausurar la
libertad de prensa o destruir el monopolio de Clarín.
Los postulados de la misma son los de
garantizar la democratización de los medios y multiplicar las voces en pantallas
y radios. Pero la ley no simplifica sino que expone con amplitud la complejidad
del sistema de medios, propone cambiar el mapa comunicacional y otorga al
Estado y a la sociedad civil un poder que desde los ’90 había quedado casi
exclusivamente en manos privadas. Manos que no sólo construyeron oligopolios
sino que expandieron un dispositivo tecno-mediático de alcance mundial.
La ley impulsa la participación de los
distintos actores de la comunicación: privados, pymes, estatales,
universitarios, de los pueblos originarios, sindicales y cooperativos. Pero
cabe la pregunta: esos sectores, ¿parten de un piso de igualdad para disputar
frecuencias y contenidos?, ¿cuentan con organizaciones de representación que
puedan intervenir en un debate que además se hace sobre la sucesión de hechos
consumados, ya que la televisión y la radio no paran de emitir?
En la Argentina convive un poderoso
sistema de abonados al cable, sistema que no fue inventado por los grupos
mediáticos actuales sino por las propias comunidades que querían acceder a la
información y al entretenimiento. La apropiación por parte de grupos
empresariales fue posterior. Pero el modelo persiste, y las cooperativas y
pymes que lograron finalmente acceder a las licencias enfrentan el desafío de
repetir el esquema de contenidos vigente o innovar y promover producciones que
multipliquen las voces.
La televisión abierta, promovida desde el
sistema de Televisión Digital Abierta, un modelo de alta calidad técnica que
pretende universalizarse en forma gratuita, ¿podrá convivir con el cable o
deberá finalmente subordinarse?
El modelo de producción de contenidos
monopólico, concentrado en un puñado de productoras de Capital Federal que
producen más del 80 por ciento de los contenidos que consumimos los argentinos,
¿puede cambiarse de la noche a la mañana sin un debate y un espacio de
participación que permita encauzar las diferencias y asimetrías económicas?
Puede convivir el nuevo paradigma comunicacional con un modelo comercial atado
a la pauta publicitaria (estatal y privada) concentrado y monopólico.
La calidad de los contenidos, un tema bien
difundido a través del impulso de nuevos programas y nuevas pantallas, se debe
reducir sólo a la calidad técnica o hay que abrirlo a los parámetros que miden
y establecen también la calidad social y subjetiva de productores y usuarios.
En cuanto se intenta poner en movimiento
la ley, los interrogantes se multiplican, sin olvidar los efectos que producen
la judicialización y las amenazas que los grupos realizan permanentemente a
través de manipulaciones y recursos de amparos.
Estos interrogantes circulan, mientras la
tele y la radio siguen emitiendo. Muchas veces confundiendo estados de
situación y silenciando los importantes avances que se logran día a día.
A modo de contribución y en línea con
atender la complejidad que tiene el cambio promovido por la ley, resulta
fundamental que el gobierno, en el marco de una nunca mejor denominada
“sintonía fina”, profundice una política de Estado, unificando sus actuales
programas y planes en un marco de síntesis que permita la incorporación al
sistema de actores postergados desde siempre y que, a pesar de la legalidad
obtenida con la 26.522, no están en condiciones de discutir con sectores de la
comunicación que tienen más de sesenta años de ejercicio.
Como contrapartida es fundamental que las
organizaciones que hasta la promulgación de la ley estaban silenciadas,
construyan herramientas organizativas propias, solidarias y asociativas,
facilitando la tarea de quienes desde su casa esperan ver y escuchar nuevas
noticias, y formatos que devuelvan en espejo las realidades de los argentinos
que viven en cada rincón de la patria.
* Periodista, psicólogo.
Integrante de Copla. Presidente de FeCoopTV.
MEDIOS Y COMUNICACION
El humor y el grotesco
A propósito del debate desatado por el chiste de
Gustavo Sala, María Graciela Rodríguez se pregunta cuál es el límite del humor.
¿Se puede hacer humor con algunas situaciones y no con otras?
A mí me parece que no se
entendió el chiste que Gustavo Sala publicó en el Suplemento NO de Página/12 el
19 de enero pasado. Que se confundió el objeto de la crítica; que se desvió el
foco; que se puso la figura como fondo y el fondo como figura. El protagonista
de la tira, el objeto de la crítica, la figura principal, son los que pretenden
que todo el mundo “la pase bien no importan las circunstancias”. Y para ello
Sala eligió, como es habitual, el grotesco.
En efecto: los que seguimos sus tiras
sabemos que Sala trabaja con el grotesco a fin de generar humor. Según
planteara hace mucho Mijail Bajtin, el núcleo del grotesco es la deformidad; y
esto se consigue llevando al extremo alguna característica que sobresale en
alguien conocido, un rasgo que el humorista selecciona, amplifica, pone “por
delante”, y de este modo lo exhibe en su deformidad. No todo el humor se basa
en el grotesco, pero quienes lo usan, como Sala, toman una característica y la
radicalizan, la “agrandan”, la hacen más visible aún y la exhiben colocando al
personaje en una situación reconocible. Esa operación es la que produce en el
receptor el efecto humorístico: la deformidad jugando en un contexto cotidiano.
La característica de Sala es que lleva esta deformidad al límite y allí
encuentra el absurdo, lo que hace reír.
Su tira del 19 de enero trabaja
grotescamente con un músico afanado en lograr que las personas que participan
de sus encuentros se diviertan. No trabaja sobre el Holocausto, sino sobre
aquellos personajes dedicados afanosamente a que los públicos la “pasen bien”.
Y para eso, toma como representante a David Guetta, un DJ francés de música
electrónica y productor discográfico que, en su corta carrera, lleva vendidos
alrededor de siete millones de discos, todo un record para un DJ cuyo mayor
objetivo laboral es hacer feliz a los asistentes.
En ese sentido, la tira de Sala es
eminentemente crítica al colocar en los límites de la deformidad a Guetta. Y,
por extensión, es crítica hacia estos personajes del que Guetta es un
representante. No es una crítica al Holocausto. En verdad, para extremar el
atributo de este DJ hasta el límite de lo deforme, Sala debe haber imaginado
qué audiencia sería la menos adecuada para que Guetta consiguiera que “la
pasaran bien”: ninguna otra que un grupo de personas en situación extremísima
de fragilidad humana. La radicalización del atributo del DJ (“que todo el mundo
la pase bien”) se torna, así, en un contexto de vulnerabilidad extrema,
sumamente grotesca. Y en esta operación está justamente el humor, la búsqueda
de la sonrisa a través de esta situación absurda.
Tal vez es verdad que Sala podría haber
elegido a otro grupo pero, no nos engañemos, hubiera sido igualmente
controversial. Sidosos, niños famélicos, víctimas de trata... cualquier
elección hubiera tenido las mismas reacciones. Fue la resonancia del apellido
del DJ con la palabra “gueto”, la asociación sonora Guetta-gueto, lo que hizo
el resto: era un trayecto por demás lineal. Y todo el mundo sabe que las
asociaciones sonoras son también ingredientes básicos del humor. Con otros
personajes quizás Sala hubiera encontrado, para producir la asonancia, mayores
vínculos con grupos distintos. Lo que funciona en un caso no funciona en otro.
Y en ese sentido me parece pertinente que
muchos nos hayamos preguntado cuál es el límite del humor. ¿Se puede hacer
humor con algunas personas y no con otras, con algunas situaciones y no con
otras? Responder a esta pregunta me parece relevante, porque es verdad que
ubicar a un grupo en posición de vulnerabilidad para burlarse es sensiblemente
ofensivo. No obstante, no es el caso. Es necesario discriminar a quién está
dirigida la crítica humorística. ¿Quién es el criticado y quién funciona como
contrafigura? En este caso, claramente la figura criticada es un DJ. El efecto
humorístico fue extremar al límite un atributo de Guetta, y no uno de las
víctimas (¿o sí? ¿Se tratará acaso de las “víctimas” de Guetta?). De modo que
cualquier grupo imposibilitado de “pasarla bien”, hubiera funcionado igual en
la operación humorística. Justamente, el grotesco aparece allí donde Guetta (o
en este caso David Guetto, el personaje creado por el humorista) pretende que
“todos lo pasen bien”, incluso aquellos que el receptor menos esperaría.
Sala apunta a los
entretenedores-más-allá-de-cualquier-obstáculo, y no a las víctimas del
Holocausto. El grotesco está puesto en el DJ, no en las víctimas.
Por eso me parece que la tira no se
entendió.
* Docente e
investigadora Unsam-UBA.
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