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jueves, 8 de septiembre de 2011

medios


MEDIOS Y COMUNICACION

Los votos, los medios

Las elecciones primarias y el “caso Candela”. Dos ocasiones para analizar el comportamiento de los medios de comunicación y para debatir sobre su peso en la sociedad actual. Gustavo Bulla polemiza con el periodista Pablo Sirvén, del diario La Nación, respecto de la influencia de los medios en los resultados de las elecciones primarias.

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Por Gustavo Bulla *

“En 1945, todos los medios masivos de comunicación estaban contra nosotros y ganamos las elecciones. En 1955, todos estaban a favor nuestro, porque eran nuestros la mayor parte, y nos echaron, y en 1972 estaban todos en contra de nosotros y les ganamos por el 60 por ciento. De manera que todo es relativo en esta vida.” Lo anterior lo escribió días atrás el periodista Pablo Sirvén en un artículo publicado en el diario La Nación, recurriendo al viejo truco de argumentar a favor de la concentración mediática con una frase descontextualizada –de las miles– del general Perón.

Digo “viejo truco” porque él y otros columnistas de similar línea de pensamiento ya lo han ensayado en otras circunstancias. Sin ir más lejos, en el momento en el cual se estaba debatiendo la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA), refiriéndose a su supuesto contenido estatizante.

Se observan aquí dos intentos a cual más torpe: uno, el de erigirse en el certificador de las posiciones peronistas; dos, reducir, evocando una frase típica de la picaresca del General, un apasionante e interminable debate teórico en torno de la relación compleja entre sociedad, medios de comunicación y democracia.

Resultaría ocioso descalificar a Sirvén como custodio del pensamiento peronista...

No obstante, para sostener el segundo de los intentos señalados, el secretario de Redacción del diario de los Mitre realiza afirmaciones que es oportuno poner en cuestión. “Por arte de magia, los ‘medios hegemónicos’ que habían sido, según los más altos funcionarios y referentes de la cultura K, artífices del categórico triunfo de Mauricio Macri porque, supuestamente, lo habían ‘blindado’, ahora resultaron completamente inocuos para impedir, pese a sus reiteradas advertencias agoreras y la publicación de graves denuncias contra referentes K, que Cristina Kirchner se alzara con tan rotunda victoria”, se puede leer en la edición del 16 de agosto último.

Vayamos por partes. Que Macri estuvo, está y seguramente estará “blindado” por los grandes medios de comunicación es tan obvio que da pudor ofrecer mayores argumentos. A manera de ejemplo, si alguien encuentra una sola utilización del calificativo “procesado” junto al nombre o el cargo de Mauricio Macri en alguno de esos medios de comunicación se agradecerá la referencia. De ahí a plantear que Macri ganó las elecciones porteñas exclusivamente por el blindaje mediático es pensar que los resultados electorales responden linealmente a causas unívocas.

Pero el error más grave cometido por el analista es la deshistorización. Sus ramplonas conclusiones sobre la limitada influencia de los medios de comunicación observan como –poco menos que– imágenes congeladas los procesos políticos de 1945, 1955, 1972 y 2011.

La sociedad argentina de hoy –lo perciba o no Sirvén– es irreconocible respecto de su relación con los medios de comunicación. El debate de los últimos tres años en torno de la LSCA no es un dato menor respecto de la relación entre el pueblo y las empresas periodísticas. El comportamiento de los grandes medios con posterioridad a la sanción de la ley no hizo otra cosa que corroborar la imperiosa necesidad de su aplicación. El descrédito del que hoy gozan en buena parte de la sociedad es también un elemento para incorporar seriamente en el análisis de los comportamientos electorales.

La refutación de los planteos teóricos de Laswell y de Lazarsfeld es tan obvia y antigua como los razonamientos de Sirvén. La “aguja hipodérmica” –se sabe– no funciona tal cual se especulaba en los años ’30, pero nadie puede negar que sí funcione “la gota que horada la piedra”.

Es una afirmación al menos sonsa decir: “Ves cómo no influyen, Cristina arrasó en las primarias a pesar de tener a los grandes medios en su contra”. La descontextualización suele ser mala consejera; para comparar tan sólo con el turno electoral del 2009, ni la Presidenta es la misma, ni la sociedad es la misma, ni los medios son los mismos...

La influencia de los medios en la decisión de los votantes parece ser mayor ante la ausencia de un proyecto político que concite adhesiones más allá de las opciones electorales. O dicho de otra forma, cuando los grandes medios nos agarran “de a uno”, su influencia en nuestra decisión como electores crece. Pero cuando hay conquistas objetivas a defender, derechos adquiridos por amplias mayorías populares puestos en peligro, no pareciera que alcance el poder incuestionable de los grandes medios para torcer la voluntad popular manifestada en el voto.

* Profesor de Políticas de Comunicación (UBA / UNLZ). Director Nacional de Supervisión y Evaluación Afsca

MEDIOS Y COMUNICACION

Candela y la máquina de contar

Sebastián Scigliano y Víctor Taricco analizan y critican la actuación de los medios en torno de la desaparición y muerte de la niña.

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Por Sebastián Scigliano y Víctor Taricco *

“Yo no digo que usted se autocensure. Estoy seguro de que cree todo lo que dice. Lo que yo digo es que, si usted creyera algo diferente, no estaría sentado donde está.” Esto le decía, alguna vez, en un reportaje, Noam Chomsky al periodista de la BBC Andrew Marr, en referencia a la relativa autonomía que los periodistas tienen de los lugares en donde trabajan. El sarcasmo de Chomsky estaba más bien destinado a poner de relieve el carácter relativamente banal –una maldad banal al estilo de Hannah Arendt– del funcionamiento de la maquinaria “mass mediática”, que con crudeza se ha puesto en evidencia en estos días con la cobertura frenética de lo que los medios han dado en llamar “el caso Candela”.

Con cierta intensidad, sobre todo después de la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, se ha puesto en discusión en la Argentina cuál es la verdadera influencia de los medios masivos de comunicación sobre lo que se denomina vagamente “sus audiencias”: si orientan sus conductas, si fijan sus agendas de discusión, si moldean sus estéticas, si influyen en sus elecciones políticas. Todo ese procedimiento, ilusorio o no, responde algunas veces claramente a una intención resuelta de influir, lo que ha sido varias veces denunciado, pero otras, las más, a la rutinaria repetición de una serie de procedimientos más o menos estandarizados, gremializados, tal cual lo haría quien maneja un torno mecánico o despacha productos en la caja de un supermercado.

Si no fuera esto último lo que sucede, cuesta creer que la serie de casos en los que se comete la misma gaffe no llame a reflexión a las cabezas pensantes de la maquinaria mediática, quienes supuestamente deciden el qué y el cómo. Repasemos: caso Pomar, caso beba muerta de Ayacucho y, por último, caso Candela. En los tres, frente a eventuales hechos de “inseguridad”, los grandes medios argentinos y su cadena de repetidoras menores desplegaron las mismas astucias: cobertura de alto impacto, con seguimiento al instante, profusión de hipótesis, consulta a especialistas no se sabe bien sobre qué y, sobre todo y lo más importante, una especie de reconstrucción de un ágora eventual, catódica, informal y cínicamente democrática, en la que se pretende, cada vez, recrear una voz pública colectiva, impregnada de la legitimidad del vivo de la que carecerían, claro está, las más sinuosas mediaciones de la política. Por allí circulan las voces de los eventuales protagonistas y coprotagonistas, vecinos, amigos, advenedizos de ocasión y, en el último caso, celebridades con un cercano pasado ficcional como rescatistas amateurs.

Lo iluminador de la serie que registramos más arriba es la sensible diferencia que hubo, en los tres casos, entre lo que se suponía que había pasado, y sobre lo que se armó, una y otra vez, la puesta en escena, y lo que efectivamente pasó: ni a los Pomar los había matado el propio padre (ni los extraterrestres), ni a la beba de Ayacucho unos ladrones que habían ingresado a su casa, ni a Candela, dramáticamente, la había secuestrado una red de trata de personas.

Las conclusiones pueden ser varias y no necesariamente complementarias. A primera vista, parece que la maquinaria mediática está tardando más de lo esperable en reconocer el fracaso de viejas mañas en tiempos nuevos. No cabe duda de que la mirada sobre los procedimientos de construcción de la realidad que implementan los medios masivos ha crecido en intensidad en los últimos años en Argentina, pero también queda claro que algunas zonas de la agenda pública, como las asociadas a la seguridad, siguen siendo todavía territorios extremadamente permeables a la lógica mediática, que se permite allí correr los límites hasta lugares en los que, en otras esferas, parece estar empezando a volverse más prudente.

También es cierto que, mientras ocurre, esa construcción del acontecimiento mediático impone su lógica, su ritmo, su estética y su modo de contar, y es esperable que, más allá del posterior ejercicio de la crítica, esa rutina repetida una y otra vez deje sus sedimentos en lo que los antiguos llamaban la conciencia colectiva. Todavía queda pendiente el ejercicio de una disputa más intensa y más atenta a la hora de contar, en el momento mismo en que la maquinaria mediática despliega, extasiada, su avanzada movilera. Es esa una tarea, quizá, de los nuevos medios, y de los viejos con renovada cara, que se deben una reflexión sobre qué y cómo contar. Un desafío para un nuevo tiempo, en el que tanto las agendas públicas como sus lógicas de abordaje deberán formar parte de una misma discusión.

* Centro de Estudios Humahuaca.


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