MEDIOS Y COMUNICACION
Los votos, los medios
Las elecciones primarias y el “caso Candela”. Dos
ocasiones para analizar el comportamiento de los medios de comunicación y para
debatir sobre su peso en la sociedad actual. Gustavo Bulla polemiza con el
periodista Pablo Sirvén, del diario La Nación, respecto de la influencia de los
medios en los resultados de las elecciones primarias.
“En 1945, todos los medios
masivos de comunicación estaban contra nosotros y ganamos las elecciones. En
1955, todos estaban a favor nuestro, porque eran nuestros la mayor parte, y nos
echaron, y en 1972 estaban todos en contra de nosotros y les ganamos por el 60
por ciento. De manera que todo es relativo en esta vida.” Lo anterior lo
escribió días atrás el periodista Pablo Sirvén en un artículo publicado en el
diario La Nación, recurriendo al viejo truco de argumentar a favor de la
concentración mediática con una frase descontextualizada –de las miles– del
general Perón.
Digo “viejo truco” porque él y otros
columnistas de similar línea de pensamiento ya lo han ensayado en otras
circunstancias. Sin ir más lejos, en el momento en el cual se estaba debatiendo
la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA), refiriéndose a su
supuesto contenido estatizante.
Se observan aquí dos intentos a cual más
torpe: uno, el de erigirse en el certificador de las posiciones peronistas;
dos, reducir, evocando una frase típica de la picaresca del General, un
apasionante e interminable debate teórico en torno de la relación compleja
entre sociedad, medios de comunicación y democracia.
Resultaría ocioso descalificar a Sirvén
como custodio del pensamiento peronista...
No obstante, para sostener el segundo de
los intentos señalados, el secretario de Redacción del diario de los Mitre
realiza afirmaciones que es oportuno poner en cuestión. “Por arte de magia, los
‘medios hegemónicos’ que habían sido, según los más altos funcionarios y
referentes de la cultura K, artífices del categórico triunfo de Mauricio Macri
porque, supuestamente, lo habían ‘blindado’, ahora resultaron completamente
inocuos para impedir, pese a sus reiteradas advertencias agoreras y la
publicación de graves denuncias contra referentes K, que Cristina Kirchner se
alzara con tan rotunda victoria”, se puede leer en la edición del 16 de agosto
último.
Vayamos por partes. Que Macri estuvo, está
y seguramente estará “blindado” por los grandes medios de comunicación es tan
obvio que da pudor ofrecer mayores argumentos. A manera de ejemplo, si alguien
encuentra una sola utilización del calificativo “procesado” junto al nombre o
el cargo de Mauricio Macri en alguno de esos medios de comunicación se
agradecerá la referencia. De ahí a plantear que Macri ganó las elecciones
porteñas exclusivamente por el blindaje mediático es pensar que los resultados
electorales responden linealmente a causas unívocas.
Pero el error más grave cometido por el
analista es la deshistorización. Sus ramplonas conclusiones sobre la limitada
influencia de los medios de comunicación observan como –poco menos que–
imágenes congeladas los procesos políticos de 1945, 1955, 1972 y 2011.
La sociedad argentina de hoy –lo perciba o
no Sirvén– es irreconocible respecto de su relación con los medios de
comunicación. El debate de los últimos tres años en torno de la LSCA no es un
dato menor respecto de la relación entre el pueblo y las empresas
periodísticas. El comportamiento de los grandes medios con posterioridad a la
sanción de la ley no hizo otra cosa que corroborar la imperiosa necesidad de su
aplicación. El descrédito del que hoy gozan en buena parte de la sociedad es
también un elemento para incorporar seriamente en el análisis de los
comportamientos electorales.
La refutación de los planteos teóricos de
Laswell y de Lazarsfeld es tan obvia y antigua como los razonamientos de
Sirvén. La “aguja hipodérmica” –se sabe– no funciona tal cual se especulaba en
los años ’30, pero nadie puede negar que sí funcione “la gota que horada la
piedra”.
Es una afirmación al menos sonsa decir:
“Ves cómo no influyen, Cristina arrasó en las primarias a pesar de tener a los
grandes medios en su contra”. La descontextualización suele ser mala consejera;
para comparar tan sólo con el turno electoral del 2009, ni la Presidenta es la
misma, ni la sociedad es la misma, ni los medios son los mismos...
La influencia de los medios en la decisión
de los votantes parece ser mayor ante la ausencia de un proyecto político que
concite adhesiones más allá de las opciones electorales. O dicho de otra forma,
cuando los grandes medios nos agarran “de a uno”, su influencia en nuestra
decisión como electores crece. Pero cuando hay conquistas objetivas a defender,
derechos adquiridos por amplias mayorías populares puestos en peligro, no
pareciera que alcance el poder incuestionable de los grandes medios para torcer
la voluntad popular manifestada en el voto.
* Profesor de Políticas
de Comunicación (UBA / UNLZ). Director Nacional de Supervisión y Evaluación
Afsca
MEDIOS Y COMUNICACION
Candela y la máquina de contar
Sebastián Scigliano y Víctor Taricco analizan y
critican la actuación de los medios en torno de la desaparición y muerte de la
niña.
“Yo no digo que usted se
autocensure. Estoy seguro de que cree todo lo que dice. Lo que yo digo es que,
si usted creyera algo diferente, no estaría sentado donde está.” Esto le decía,
alguna vez, en un reportaje, Noam Chomsky al periodista de la BBC Andrew Marr,
en referencia a la relativa autonomía que los periodistas tienen de los lugares
en donde trabajan. El sarcasmo de Chomsky estaba más bien destinado a poner de
relieve el carácter relativamente banal –una maldad banal al estilo de Hannah
Arendt– del funcionamiento de la maquinaria “mass mediática”, que con crudeza
se ha puesto en evidencia en estos días con la cobertura frenética de lo que
los medios han dado en llamar “el caso Candela”.
Con cierta intensidad, sobre todo después
de la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, se ha puesto
en discusión en la Argentina cuál es la verdadera influencia de los medios
masivos de comunicación sobre lo que se denomina vagamente “sus audiencias”: si
orientan sus conductas, si fijan sus agendas de discusión, si moldean sus
estéticas, si influyen en sus elecciones políticas. Todo ese procedimiento,
ilusorio o no, responde algunas veces claramente a una intención resuelta de
influir, lo que ha sido varias veces denunciado, pero otras, las más, a la
rutinaria repetición de una serie de procedimientos más o menos estandarizados,
gremializados, tal cual lo haría quien maneja un torno mecánico o despacha
productos en la caja de un supermercado.
Si no fuera esto último lo que sucede,
cuesta creer que la serie de casos en los que se comete la misma gaffe no llame
a reflexión a las cabezas pensantes de la maquinaria mediática, quienes
supuestamente deciden el qué y el cómo. Repasemos: caso Pomar, caso beba muerta
de Ayacucho y, por último, caso Candela. En los tres, frente a eventuales
hechos de “inseguridad”, los grandes medios argentinos y su cadena de
repetidoras menores desplegaron las mismas astucias: cobertura de alto impacto,
con seguimiento al instante, profusión de hipótesis, consulta a especialistas
no se sabe bien sobre qué y, sobre todo y lo más importante, una especie de
reconstrucción de un ágora eventual, catódica, informal y cínicamente
democrática, en la que se pretende, cada vez, recrear una voz pública
colectiva, impregnada de la legitimidad del vivo de la que carecerían, claro
está, las más sinuosas mediaciones de la política. Por allí circulan las voces
de los eventuales protagonistas y coprotagonistas, vecinos, amigos, advenedizos
de ocasión y, en el último caso, celebridades con un cercano pasado ficcional
como rescatistas amateurs.
Lo iluminador de la serie que registramos
más arriba es la sensible diferencia que hubo, en los tres casos, entre lo que
se suponía que había pasado, y sobre lo que se armó, una y otra vez, la puesta
en escena, y lo que efectivamente pasó: ni a los Pomar los había matado el
propio padre (ni los extraterrestres), ni a la beba de Ayacucho unos ladrones
que habían ingresado a su casa, ni a Candela, dramáticamente, la había
secuestrado una red de trata de personas.
Las conclusiones pueden ser varias y no
necesariamente complementarias. A primera vista, parece que la maquinaria
mediática está tardando más de lo esperable en reconocer el fracaso de viejas
mañas en tiempos nuevos. No cabe duda de que la mirada sobre los procedimientos
de construcción de la realidad que implementan los medios masivos ha crecido en
intensidad en los últimos años en Argentina, pero también queda claro que
algunas zonas de la agenda pública, como las asociadas a la seguridad, siguen
siendo todavía territorios extremadamente permeables a la lógica mediática, que
se permite allí correr los límites hasta lugares en los que, en otras esferas,
parece estar empezando a volverse más prudente.
También es cierto que, mientras ocurre,
esa construcción del acontecimiento mediático impone su lógica, su ritmo, su
estética y su modo de contar, y es esperable que, más allá del posterior
ejercicio de la crítica, esa rutina repetida una y otra vez deje sus sedimentos
en lo que los antiguos llamaban la conciencia colectiva. Todavía queda
pendiente el ejercicio de una disputa más intensa y más atenta a la hora de
contar, en el momento mismo en que la maquinaria mediática despliega,
extasiada, su avanzada movilera. Es esa una tarea, quizá, de los nuevos medios,
y de los viejos con renovada cara, que se deben una reflexión sobre qué y cómo
contar. Un desafío para un nuevo tiempo, en el que tanto las agendas públicas
como sus lógicas de abordaje deberán formar parte de una misma discusión.
* Centro de Estudios Humahuaca.
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