Adherentes de la pagina

martes, 18 de febrero de 2014

La internet de las cosas


EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
“Antes un reloj era un reloj que servía básicamente para ver la hora, y un teléfono (…) para hablar sin movernos de casa con un prójimo situado en otro lugar distante (…) y los anteojos no tenían otra finalidad que resolver problemas de miopía”, sostiene el columnista de adlatina.com en su reciente columna. Pero advierte que últimamente ya no es tan así.
  • Borrini: "Las cosas prometen cambiarnos la vida y liberarnos aún más de nuestras limitaciones naturales".
Hace unas pocas semanas, una persona que asistía a una función privada de una película aún no estrenada públicamente, fue invitada a dejar la sala, bajo sospecha de que sus gruesos anteojos no eran solo lo que aparentaban ser sino una de las últimas versiones del Google Glass, capaz de grabar desde la platea las imágenes de una película.
La sospecha no se diluyó hasta que no fue convocado al cine un detective de la Motion Pinture Association of America, entidad encargada de vigilar los intereses de las compañías productoras, quien comprobó que se trataba de un inocente y aparatoso anteojo que permitía que una persona aquejada de una grave miopía pudiese disfrutar el film. El funcionario le pidió disculpas al damnificado, y le regaló dos entradas para que pudiera asistir a la siguiente función de la novedad.
El incidente es curioso, pero no sorprende. En realidad prueba que cada vez es más necesario explicar las cosas, debido a que ya no parecen lo que eran o han adquirido, gracias a la tecnología, una nueva identidad. Antes un reloj era un reloj que servía básicamente para ver la hora, y un teléfono era utilizado básicamente para hablar sin movernos de casa con un prójimo situado en otro lugar distante (si lo sabremos bien los de mi generación que tuvimos que esperar pacientemente durante décadas para tener el tan ansiado aparato) y los anteojos no tenían otra finalidad que resolver problemas de miopía.
Pero últimamente ya no es tan así. Un reloj puede tener más funciones que las que imaginó, fantasiosamente, el dibujante de Dick Tracy, y un teléfono cumpleahora con múltiples propósitos; tantos, que a veces ni siquiera sirven para operar como lo que delata su nombre de origen. Es como si Graham Bell hubiese encarnado en Bill Gates o Steve Jobs.
La transformación de las cosas es todo un tema, que tendrían que estudiar a fondo los sociólogos, sicólogos y filósofos. Durante décadas, tenían voz pero no voto; la voz se las prestaba la publicidad, que hablaba por ellas. Hoy su intérprete y relacionista principal es el Smartphone. Las cosas descubrieron la Internet, que permite registrar datos y mandarlos al móvil que de esa manera justifica su calificativo de “inteligente”.
La tecnología trabaja ya con cepillos de dientes que avisan cuando el usuario tiene problemas en sus encías; zapatillas que cuentan los peldaños ascendidos; puertas de casa que abren solamente los días programados por sus dueños. Otra conquista que despega, aproximando la realidad a la ciencia ficción es la llamada “wearabletechnology”, que se lleva pegada al cuerpo como relojes, collares, anillos o como la ropa “inteligente” que amenaza con convertir a las vulgares tiendas de hoy en centros electrónicos de la moda atendidos por jóvenes internautas.
Entresaco, especialmente, por empatía etaria, novedades dirigidas a adultos mayores, a los que la ciencia promete ayudar con anteojos capaces de recordarle la hora en que deben tomar sus medicamentos y los turnos convenidos con sus médicos. Incluso tendrán GPS que los ayudarían a moverse en entornos desordenados, conflictivos. Una extensión del bastón.
En suma, las cosas prometen cambiarnos la vida y liberarnos aún más de nuestras limitaciones naturales. Los turistas, anticipan, podrán contar con anteojos que traducirán automáticamente carteles y señales en idiomas que desconocen. Los comunicadores nos movíamos hasta ahora con la ayuda de verdaderos “diccionarios” de los objetos como los investigados por ErnestDichter en “Las motivaciones del consumidor”, o los revelados por Marshall McLuhan en “La comprensión de los medios”, pero han quedado obsoletos, inservibles, ante el arrollador avance de la hiperinformación que permiten los sistemas digitales.

Pero ¡cuidado!, porque tras el infinito registro de las cosas vienen las huellas dactilares de sus dueños. Los nuevos sistemas de pago permiten que se sepa todo de nosotros a través de la compra de heladeras, lavarropas, televisores y automóviles. Estamos desnudos ante desconocidos para los que no tenemos secretos, por lo cual el Hermano Grande de Orwell es un inocente aprendiz de espía al lado del inmenso poder que tienen los grandes acopiadores de datos personales, sobre todo cuando se valen de ellos con aviesa intención.

No hay comentarios: