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miércoles, 15 de septiembre de 2010

medios

MEDIOS Y COMUNICACION
Las tortugas de Google
Negocios y credibilidad no siempre van de la mano, señalan Marcelo García y Luis López para advertir acerca del debate que se plantea en torno de Google, sus prácticas y su metodología para ocupar el territorio virtual. Un tema que no debería ser ajeno a las preocupaciones sobre libertades y derechos de la comunicación.
Por Marcelo J. García y Luis López *
Que el The New York Times y el Financial Times entren en guerra simbólica con Google habla del tenor del debate informativo de nuestra era. La lucha es primero y siempre por dinero. Google genera, a partir de sus búsquedas, negocios por 50 mil millones de dólares sólo en los Estados Unidos. A nivel globo, unos 100 mil millones. Los dos renombrados matutinos caracterizan a Google como “el gatekeeper” de Internet. ¿Portero o patovica? La traducción para “gatekeeper” depende aquí del interesado. Para los Times, Google es patovica, porque hace y deshace negocios decidiendo qué va primero y qué no va. Google se defiende: la red es un territorio libre, y el mapa es objetivo y neutro. Los dos diarios invocan ahora al poder del Estado para, regulación mediante, se obligue a Google a negociar la confección del mapa del tesoro.
Los buscadores en general y Google en especial son quienes diseñan los mapas de acceso a los nuevos territorios. A diferencia de los de antaño, estos territorios son hoy, sin los mapas, inaccesibles. En cada búsqueda, Google diseña un mapa minúsculo (los primeros diez resultados a los que todos nos restringimos) de un territorio inexplorable e inaccesible (la totalidad del ordenamiento de la búsqueda, lo infinito que queda afuera). ¿Cómo se llega al último de los 2100 millones de resultados que aparecen cuando se busca Google en Google? La brújula de Colón es un algoritmo matemático secreto (PageRank), que la empresa ajusta diariamente con el objetivo declarado de mejorar los resultados.
Google no es un monopolio en el estricto sentido económico del término (la competencia, dicen los talking points de la empresa, está disponible y es abundante apenas a un click de distancia). Pero Google sí logró el sueño de cualquier empresa que pretenda ser el genérico de su rubro: entrar en el diccionario. La palabra google (en minúscula) es ya sinónimo de búsqueda y acción de buscar en la red. La etimología de la palabra google dirá, en algunos años, “marca registrada de la empresa Google”. Gracias a esta relación metonímica entre Google e Internet, al menos dos de cada tres búsquedas se escriben sobre su rectángulo despojado.
Google administra el territorio y dirige el tráfico mediante el algoritmo. Además, se expande en las estaciones de servicio virtuales de la superautopista de la información.
Quienes ven en esto un problema militan ahora por una “neutralidad en la búsqueda” (search neutrality), transparencia de la fórmula matemática y sus constantes mutaciones. Por más matemáticos e ingenieros en sistemas neutros que sean, los retoques de la fórmula mágica los realizan empleados de una empresa privada con fines de lucro. El cambio en el algoritmo hoy es lo que antes era el agenda-setting editorial.
La tensión entre el mapa y el territorio, entre lo “virtual” de la comunicación y lo “real” de vida, cobra así una nueva dimensión en el Siglo XXI. Los mapas siempre corrieron el riesgo de ser contrastados con los territorios: Colón no cayó en las fauces de tortugas que sostenían la Tierra. Como no había tortugas al final del horizonte, Colón pudo dibujar un nuevo mapa. Lo mismo con el periodismo moderno. Sus lectores, compradores diarios de credibilidad, son seres humanos en el mundo “real”. El periódico puede ser más o menos honesto, pero si es mucho menos que más pondrá en juego su misma razón de ser. El territorio prevalecerá.
Viajeros y periodistas fueron gatekeepers de su tiempo. Pero del otro lado de la puerta, cualquiera podría eventualmente entrar al mundo, verlo y arribar a conclusiones propias sin temer a las tortugas. Como los periodistas de ayer o los viajeros de antes de ayer, Google podrá ser bueno o malo, o hasta podrá intentar ser neutro (“Don’t Be Evil”). Pero su destino –como verbo y como gatekeeper del mundo– dependerá de su credibilidad. Si algo está demostrando nuestro modesto debate mediático local es que negocios y credibilidad no siempre van bien de la mano cuando de información se trata. En el umbral del resultado 2100 millones, las dos tortugas dialogan sobre la certeza de un negocio de 100.000 millones. Google quiere mapa, territorio y dos tortugas. Territorio.
* Licenciados en Ciencias de la Comunicación (UBA). Coordinadores del Departamento de Comunicación de la Sociedad Internacional para el Desarrollo, Capítulo Buenos Aires (SID-Baires).
MEDIOS Y COMUNICACION
Sísifo y sus medios
Marta Riskin se refiere a Sísifo y sus mitos para invitar a reflexionar sobre las fábulas y leyendas a las que nos someten hoy los medios masivos de comunicación.
Por Marta Riskin *
Cuentan que Sísifo engañó a los dioses y fue condenado a empujar, sin descanso, una roca hasta la cima de la montaña, desde donde volvía a caer, una y otra vez, por su propio peso. Albert Camus en su ensayo El mito de Sísifo aclara que algunos consideran al rey de Corinto el más sabio de los mortales y otros, un bandido; pues “Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos”. La idea abre las reflexiones de Camus y le permiten re-significar el mito y la condición humana: si cada versión sobre la realidad depende de una elección, tenemos la oportunidad de redireccionar nuestras miradas y nuestras acciones. Acaso creyó inevitable, preguntaríamos alguna vez, por la intencionalidad que subyace bajo nuestras diversas interpretaciones.
Durante siglos, hombres y mujeres sensatos enseñaron que Prometeo es condenado por entregar el fuego a los hombres y Sísifo por conseguir agua a los sedientos de Corinto. En demasiados mitos, incluso mucho más modernos, los transgresores son torturados por luchar contra las diversas formas de la Muerte. La estructura simbólica del mensaje busca preservar cierto orden de las cosas. Una y otra vez, aceptamos la misma y triste moraleja: “Quienes se atreven a desafiar las injusticias son fatalmente vencidos”.
Eternizar los relatos del fracaso del héroe es imprescindible para quienes imponen verdades funcionales a sus intereses. Lógicamente, serán ofendidos por cualquiera que se niegue a suscribir los discursos que sostienen sus olímpicos privilegios.
En ocasiones, los seres humanos advertimos minúsculas mariposas amarillas en el corazón de las caléndulas y en otras apenas reparamos en un elefante en el bazar.
Los mismos mitos que cargamos de significado cuando se vuelven invisibles funcionan a nivel inconsciente. Aún calzamos estrechos zapatos y los pies descalzos nos resultan demasiado amplios. Pero es posible afinar nuestra impresionable piel y reconocer las limitaciones de nuestros sentidos y el peso de los prejuicios.
¿Qué ocurre cuando la visualización colectiva de la extinción de los paquidermos no requiere más intermediario que un modesto noticiero? Mi ejemplo es intencional y apremiante. Hoy, la mayoría de los medios masivos de comunicación despliega mitos que manipulan nuestras emociones, nos sumergen en terroríficas tragedias, y luego, entre entretenimientos ramplones y chocolates agrios, pretenden consumamos alivio de plástico a angustias inventadas. Frente a nuestros ojos, extienden mesas de insultos, silogismos vacíos, groseras mentiras y de postre, justificaciones a asesinatos, secuestros y negociados.
Ya sea porque somos poco proclives a andar por el mundo contando animales, habitamos en los antípodas de la selva o dedicamos el día a la ineludible tarea de ganarnos el pan, no hacemos el chequeo cotidiano de tamañas desinformaciones y entonces, entre dimes y diretes, muchas personas buenas y honestas suman sus voces a conclusiones falaces.
Necesitamos reinterpretar los mitos porque nuestros relatos personales construyen nuestra realidad y nuestras narraciones colectivas cristalizan en colectivos imaginarios.
Albert Camus señala “no hay mayor castigo que vivir sin esperanza” y demanda: “Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.
Si el héroe confiere sentido al dolor y a la lucha por la dignidad humana, entonces Sísifo y Prometeo son más fuertes que las rocas que los sujetan y merecen erigir en nuestros corazones, nuevas columnas. Porque el drama de Sísifo ya no es sólo de Sísifo.
Tampoco su dicha ni la responsabilidad, valga la redundancia, de la respuesta.
* Antropóloga – Universidad Nacional de Rosario.

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