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domingo, 3 de julio de 2011

TENDENCIAS

Historia de los colores
Cómo cambian de significado con el tiempo y la cultura

03/07/11 El rojo alguna vez no señaló prohibición. Y los ojos azules eran feos para los romanos.

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Por qué las viudas se visten de negro? ¿Por qué vestimos a los bebés de celeste y rosa? ¿Y los cardenales, de rojo…? Monjas de gris, novias de blanco, Papas, también de blanco; el diablo, de rojo; árbitros de fútbol, de negro; policías, de azul…. Sin que nos demos cuenta, los colores juegan un papel importante en nuestras vidas. Todos los días nos gustan, los vemos, los elegimos y los llevamos puestos, pero rara vez sabemos por qué, ni lo que es más extraño aún: qué significados arrastramos con ellos.
Debe de ser por eso que el francés Michel Pastoreau decidió dedicar quince años de su vida a investigar un solo color, el azul. Y debemos decir que se quedó corto, que quince años no le alcanzaron. Porque a medida que iba avanzando en su trabajo todo un nuevo mundo de creencias, simbolismos, tabúes, emociones e ideologías iba apareciendo. ¿Pastoreau? Asombrado. “Soy de los que creen que el color es un fenómeno estrictamente cultural”, dice en uno de sus libros. “Los problemas del color son, en primer lugar y siempre, problemas sociales”, comenta el autor en otro de sus textos.
Pasa con los colores lo que mismo que ocurre con el lenguaje: van cambiando de acuerdo a los cambios sociales. Son ellos los que delinean no sólo los usos que van a tener luego, sino también qué significan, cuáles son “buenos” y “malos”, qué personas pueden llevar cuáles en la vestimenta.
¿Pero cuál sería para los argentinos, aquí y ahora, la mejor forma de entender los colores? Señores: la mejor forma es comprender la época y la sociedad en la que ese color se usa. Mejor dicho: la única forma de entender un color es desde su naturaleza antropológica, social. Tal como lo hace Pastoreau.
Tomemos por caso cómo fue cambiando la vestimenta de las prostitutas: al principio no ostentaban nada rojo. Eso pasaba, por ejemplo, en el 1400 de Gran Bretaña, cuando se las obligaba a vestir a rayas para señalar que eran personas que estaban en los márgenes de la sociedad. Mientras tanto, en en Venecia eran obligadas a llevar un chal amarillo. En Milán, en cambio, tenían que llevar un abrigo blanco; y en Bologna, un chal verde. En Sevilla eran unas mangas verdes y amarillas. Pero ocurría que a veces no se las marcaba con un color o una textura sino simplemente a través de una prenda de hombre, como un sombrero (esto ocurría en Castres, hace unos setecientos años atrás).
El uso del rojo como marca del mundo prostibulario y cabaretero es mucho más reciente, aunque sus raíces se anclan en la Edad Media. Es desde entonces que se usa ese color para señalar todo lo que es falta, crimen o pecado.
Pero poco después, el uso del rojo (color con el que actualmente identificamos a la sangre) se extendió al terreno del control, de la prohibición. Allí fue que entró al área prostibularia. Y a las banderas en las playas y otros códigos de señalización marítima, ferroviaria y vial (esto se percibe perfectamente ahora en verano, en las playas argentinas, cuando los bañeros ponen el “banderín rojo” como señal de peligro en el mar). Y se ve también en el semáforo.
En otras palabras, el rojo es, actualmente, el color que tiene la función represiva, prohibitiva por excelencia. Si no, que lo digan los árbitros de fútbol, quienes sacan “esa maldita tarjeta” cuando quieren expulsar a un jugador… El uso de una tarjeta amarilla en el fútbol, en cambio, está hablando de otra cosa; está hablando del segundo lugar que ocupa este color (vendría a ser, en nuestro mundo simbólico y de códigos, algo así como un “sub-rojo”).
Aunque si hablamos de fútbol, debemos decir que el color más usado es el negro: pensemos en los pantalones de los jugadores, en su calzado o en sus remeras, las que siempre tienen presente a este color de una u otra manera. Y sobre todo, pensemos en el árbitro y en los jueces de línea. Esta costumbre tiene apenas unos cincuenta años, ya que alrededor de 1925 los árbitros de fútbol solían usar una camiseta a rayas blancas y negras (las rayas son una señalética mucho más fuerte que el color, que ellas marcan de una manera más contundente).
Existen también colores que sufrieron un desprecio histórico y que recién desde hace unos siglos, sobre todo en Europa, se los comenzó a amar y a usar por todos lados. Es el caso del azul, que durante el apogeo de Roma era usado sólo por los enemigos, celtas, germanos y nórdicos. Cuenta una anécdota que cuando los celtas invadieron Roma, llevaban pintados sus cuerpos de azul. Dijo Julio César entonces que ese color “un poco grisáceo” daba a los guerreros bárbaros un aspecto “fantasmal”, que asustaba a sus adversarios; y que en realidad el azul era un color denigrante. Julio César opinaba así porque en toda la Roma de esa época se lo consideraba así. Hasta los romanos que tenían ojos azules eran despreciados.
Y acá aparece otro dato: los colores también transparentan los prejuicios de una sociedad. ¿O acaso aquí mismo, en la Argentina contemporánea, la mayoría de las mujeres no se tiñen de rubias o se hacen claritos, huyendo del negro natural propio de la mayoría de la población de América del Sur…? Y eso que el amarillo artificial, en Europa, tiene mala fama. Fue durante mucho tiempo el color con el que se identificaba a Judas, el discípulo que entregó a Jesús para ser crucificado (esto pasó en la Edad Media); el color impuesto a los excluidos y réprobos de determinadas sociedades (pensemos en la estrella amarilla que se les ponía a los judíos durante el nazismo); fue también, durante el S XVI, el color de los traidores y de los falsificadores de monedas (se les pintaba la casa de amarillo). También fue el color de los maridos engañados.
Más cerca de lo actual, el amarillo funciona como un color luminoso, con el que se tiñe lo que se quiere destacar. Por ejemplo, las pelotitas de tenis. ¿Quizás sea por eso, porque quieren sobresalir de entre la mayoría-morocha, que las argentinas se tiñen de rubias…? El rumor sobre nuestra diva Susana Giménez parece confirmarlo rotundamente: dicen que ella utiliza extensiones en sus cabellos, de un amarillo bien específico, bien raro: cabellos extraídos de dos hermanas albinas. De 120 a 140 extensiones provenientes de las hermanas, le aplican a veces (al menos, eso se dijo en algunas revistas, vía boca de Miguel Romano, su coiffeur).
Como verán, la elección de los colores nunca, nunca, y mucho menos en los detalles más íntimos y personales, es casual.

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