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domingo, 7 de noviembre de 2010

nuevos habitos afectaran a la publicidad

Asoma un nuevo cambio de hábito: menos ducha y no al desodorante

Es por el auge de la ecología y el cuidado del medio ambiente. Médicos y adeptos de la vida sana, lo impulsan en la Argentina. Las razones: conservación del agua y rechazo al consumo de químicos. Una costumbre europea que llega al país

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El mundo avanza en la dirección menos pensada. La literatura y el cine proyectaron un futuro de autos voladores y trenes flotantes y, sin embargo, cada vez más los habitantes de las grandes ciudades eligen la bicicleta como medio de transporte. Miren lo que pasa con la energía: finalmente, lo último de lo último, es un palo con una hélice girando en medio del viento. La gastronomía también retorna a lo primitivo y de repente los platos de moda se lucen con raíces y alimentos crudos. A todo esto se podría sumar la tendencia que se presenta como eje de esta nota, una conducta que viene a romper, por decirlo de manera elegante, con la cultura del aseo personal.
Consiste en bañarse poco y renunciar por completo al uso de desodorantes. En un debate de varias líneas, esta semana The New York Times tituló “Grandes que se lavan menos” y describió las razones que esgrimen los conversos para oler más “a uno mismo”. En la lista figuran la retención de los aceites naturales del cuerpo, el rechazo a utilizar sustancias químicas relacionadas con el cáncer, la conservación del agua y el cuidado del medio ambiente. Otros dicen que los antitranspirantes contienen aluminio, algo que los médicos y el mercado omnipresente rechazan de cuajo. También se habla de cierta moda del desaliño. Y hasta un libro que causa furor en el Norte llamado “Lo sucio en lo limpio: una historia insalubre” ensaya la prédica de menos ducha y no al desodorante como nueva religión. Como sea, quienes adhieren a esto –con abanderados como Julia Roberts y Sting en el cielo de las estrellas– se muestran convencidos y lo defienden sin ocultarse, con los brazos abiertos de par en par.
María Elena Miura es médica del movimiento higienista, una corriente que relaciona entorno natural con salud física. En búsqueda de longevidad, toma lo que natura ofrece y rechaza aquello que la industria diseñó. Miura va al centro: “En las axilas y en la ingle tenemos glándulas por donde el cuerpo libera toxinas. Cuando uno transpira, saca todas las toxinas de la sangre. Si usás desodorante, detenés ese proceso”, asegura. “Haceme caso –dice–, probá con bicarbonato de sodio, vas a ver que neutralizás el olor a sudor”. Es más sencillo decirlo desde Capilla del Monte, Córdoba, donde vive, que desde la gran ciudad, donde los que llevan una vida agitada sudan la gota gorda del trabajo cotidiano. Pero para eso está Paula Candia, 36 años, divorciada, odontóloga. Vive en Colegiales. “Uso bicarbonato o limón–explica–, con la conciencia de saber que no tapar el poro y dejar que la glándula sude es mejor que reprimir con un antitranspirante. Al principio, me miraban como bicho raro. Pero no me afecta”. La porteña Sol Wermutz tampoco usa desodorante y vaya que transpira: es bailarina. “Soluciono todo con limón. Pero no se trata sólo de usar desodorante, sino de no ingerir nada químico”, aclara.
Lo que en la Argentina se expande con el auge de lo orgánico –sobre todo en blogs, páginas webs y redes sociales– , del otro lado del océano no es novedoso: el vaho de los cuerpos sin lavar ha flotado históricamente en los aires de Europa , donde el uso de bidet resulta una rareza. “Los europeos siempre se bañaron poco. El problema es que los argentinos somos muy limpios”, dice la socióloga Susana Saulquin, y recuerda que el erotismo en el viejo mundo aún hoy suele estar asociado a la idea de un cuerpo sin lavar. “Para un europeo no es sensualmente atractiva una mujer limpia. Pero encima –continúa– ahora está la excusa de conservar el agua. Creo que en la Argentina de todos modos prenderá lentamente. Somos de los que más se bañan. Cuando uno toma el tren a la tarde, se cruza con obreros que salen de trabajar duchados. Sólo pasa acá”.
Saulquin habla de un retorno a lo tribal. Dice que el mundo está pasando del consumo de masas a una etapa de compra consciente. “Se vuelve al origen. No hablaremos de conductas en series enormes, sino de segmentación. En el país, lo adaptaremos de a poco”.
Sobre los que se bañan menos, el doctor Richard Gallo, jefe de la división de dermatología en la Universidad de California, aporta: “Algunas personas se quejan de que ducharse seguido les seca la piel o las hace más proclives a sufrir eccemas. Ducharse mucho podría provocar la eliminación de las buenas bacterias que ayudan a mantener el equilibrio de la piel”.
Desde Córdoba, Miura vuelve a la carga. “Tampoco cremas ni dentífrico a la mañana ni bronceadores”, dice. Aunque el mercado no le da la razón: después de Brasil, la Argentina es el país latinoamericano con mayor venta de desodorantes, según datos de la industria cosmética. Pero eso no frena la prédica pujante de los que se untan bicarbonato para salir al día. Una rareza, es cierto, que parece avanzar firme y sin apuro.
El título parece contradictorio, pero no. En el caso de los niños, la libertad de ensuciarse al jugar, el ejercicio físico y las tareas cotidianas pueden resultar positivos, de acuerdo con una investigación del doctor en Pediatría, de la Universidad de Oxford, John Richer.
“El mundo real es sucio; los niños no aprenden cómo adaptarse a su mundo y crecer en él sin entrar en contacto con lo que los rodea, es decir, sin ensuciarse”, aseguró Richer años atrás, cuando visitó Buenos Aires para disertar en un foro sobre desarrollo infantil. “No es la suciedad lo que debe evitarse, sino lo que ella puede llevar consigo, los patógenos”, explicó. “Ese contacto con la suciedad hace que el ser humano desarrolle mecanismos en su sistema inmunitario, para luchar y defenderse de esas bacterias presentes en eso que llamamos mugre”, concluyó.

Relacionan el fracaso escolar con los ambientes insalubres

Estudios recientes muestran que a mayor contaminación, más repitencia y abandono.
El fracaso escolar no está motivado únicamente por factores sociales como familias sin padre o madre, necesidades básicas insatisfechas o enfermedades hereditarias. En los últimos años, los especialistas reconocieron otro enemigo invisible: el ambiente insalubre . Estudios recientes muestran que cuanto mayor es la contaminación de una población, más elevados son los índices de abandono, repitencia y sobreedad.
El pediatra social Norberto Liwski, presidente del Comité para la Defensa de la Salud, la Ética Profesional y los Derechos Humanos (CODESEDH), confirmó a Clarín que “la ausencia o insuficiencia de saneamiento ambiental básico genera, sobre todo en los grandes centros de concentración urbana, condiciones de vida que para los niños implican una afectación al desarrollo integral”. Y aclaró que, de acuerdo con investigaciones recientes, el daño también se extiende a la educación: “En las zonas de mayor amenaza de contaminación, los índices de fracaso escolar son superiores a las zonas no contaminadas”.
De acuerdo con estadísticas publicadas por UNICEF, 18,9 por ciento de los alumnos argentinos abandona la escuela, aunque ese registro trepa al 21,5 en algunas provincias del norte. La repitencia, en tanto, es del 6,5 por ciento en la primaria, pero alcanza 11,5 en el noreste. La tasa de sobreedad promedio llega al 35,9 por ciento.
Teniendo en cuenta que la población de 0 a 17 años es de 12 millones según el Censo 2001, hay unos 4 millones de niños y adolescentes con dificultades de aprendizaje.
La titular del área de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Defensoría del Pueblo de la Nación, Cristina Maiztegui, puntualizó una de las causas de la disparidad: “ El 52 % de los niños argentinos vive en zonas de riesgo ambiental, mayoritariamente en el norte y en el conurbano bonaerense” .
Estar en riesgo ambiental significa tener un alto índice de vulnerabilidad social y, además, carecer de saneamiento básico o sufrir la contaminación industrial o agropecuaria.
Consultado sobre la vinculación entre el aprendizaje y la falta de saneamiento, Liwski precisó que “el centro de atención está puesto en la salud, pero el niño va a ir perdiendo su proceso de desarrollo en la escolaridad”.
Y apuntó a las napas contaminadas: “Cuando hablamos de poblaciones circundantes a grandes extensiones de cultivos con uso de agrotóxicos indiscriminado, vuelve a aparecer la sobreedad, la repitencia, el fracaso escolar”.
Al respecto, el pediatra dijo que uno de los problemas más estudiados está en los ingenios del norte argentino, donde un gran porcentaje de niños tiene bagazosis, una enfermedad que se origina en el mal tratamiento del bagazo de caña de azúcar y que afecta los bronquios: “Los docentes nos señalan la recurrencia de la enfermedad respiratoria –señaló–. Cualquier chico con reiterados procesos de alteración respiratoria, comienza a tener una discontinuidad en su vinculación con al escuela”.
Otro enemigo de la escolarización es el alto nivel de plomo en la sangre . Un estudio de la Defensoría del Pueblo en la localidad de Villa Inflamable, en el polo petroquímico de Avellaneda, comprobó que 50 por ciento de los chicos entre 7 y 11 años tenía plumbosis.
“Tiene efectos de sedimentación sobre niveles neurológicos y por lo tanto lesiones crónicas. El metal se acumula en los huesos lentamente, impidiendo el crecimiento y deteriorando el cerebro de los niños”, explicó Liwski. En este caso, agregó, no se trata sólo de fracaso escolar, sino de una reducción sensible en la expectativa de vida de los chicos

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