La espiral viciosa
Por Eliseo Verón
Algo nuevo, importante y grave está ocurriendo hoy en el mundo, en varios regímenes republicanos, en cuanto a la relación entre los medios de comunicación y el sistema político. A lo largo del siglo XX (aproximadamente hasta fines de los años setenta), se fue consolidando la idea del famoso “cuarto poder”: Watergate quedó como símbolo histórico. Fue la época de oro del periodismo contemporáneo, orientado por el concepto de objetividad: los medios informativos aparecían como el lugar de la trabajosa búsqueda del reflejo más fiel posible de la realidad social, mientras que la política era el campo de las ideologías y la lucha de intereses.
A partir de los años ochenta y por múltiples razones (entre otras, la entrada masiva del gran capital en el negocio de la prensa) la situación comienza a desestabilizarse y su sustento ideológico entra en crisis. Tal vez el llamado “giro lingüístico” en las ciencias sociales haya jugado un papel en este proceso: las “ciencias del lenguaje” y la semiótica ayudaron a conformar la idea de que los medios no son el reflejo de nada, sino que construyen la realidad social de la que nos hablan. El discurso periodístico presupone la creencia y la confianza tanto como el discurso político, aunque las trabaja de una manera diferente. Exit la objetividad: si los actores políticos no tienen ningún acceso privilegiado a la “verdad”, los periodistas tampoco. Este cambio de paradigma, que con múltiples ambigüedades ocupó las dos últimas décadas del siglo pasado, dejó flotando problemas éticos y epistemológicos que están lejos de haber sido resueltos.
La clase política busca entonces un reacomodamiento que empieza a volverse visible a partir del nuevo milenio y que invierte los valores ideológicos. Por un lado, se proyectan sobre los medios informativos las características que antes eran propias del campo político: ideologías, intereses, parcialidad, negocios. La idea de que los medios contribuyen a la construcción de la realidad social se transforma en la idea de que los medios fabulan y nos cuentan lo que les conviene. Por otro lado, la clase política busca reabsorber la dimensión de la “verdad” que los periodistas han perdido. Este aspecto se expresa en la distinción, muy apreciada por nuestra presidenta, entre el país “virtual” de los medios (sinónimo de país falso, inventado, ficticio) y el país “real”, al que ella y los que piensan como ella –no se sabe por qué privilegio– tienen acceso.
La nueva situación comienza hoy a sentirse claramente en Europa. Los escándalos de corrupción que los medios denuncian son, según el gobierno de turno, pura invención malintencionada. En Francia, las salpicaduras del caso de la dueña de L’Oréal, Liliane Bettencourt (evasión impositiva, cuentas en paraísos fiscales, financiación de partidos políticos), se están acercando peligrosamente al propio presidente Nicolás Sarkozy. A propósito de Mediapart –el diario electrónico que difundió las grabaciones, hechas por un mayordomo, de las conversaciones de la Sra. Bettencourt con uno de sus más estrechos colaboradores–, el vocero oficial del gobierno francés calificó a Internet como “lugar del rumor y la difamación”. Mediapart, con el que se han solidarizado la mayoría de los diarios papel y electrónicos de Francia y también el New York Times y el Financial Times, ha sido acusado por el secretario general del partido del gobierno (la UMP), de usar “métodos fascistas”. En cuanto a Silvio Berlusconi, la multitud de acusaciones y denuncias que lo incriminan le inspiraron hace pocos días comentarios sobre “una prensa que desinforma, que no sólo distorsiona la realidad sino que desconoce sistemáticamente el derecho sagrado de los ciudadanos a la privacidad, invocando para sí la ‘libertad de prensa’, como si se tratase de un derecho absoluto. Pero en democracia no existen los derechos absolutos”.
Se podría pensar que estos ataques de la derecha a los medios informativos en nombre de una “verdad política”, nos retrotraen a una situación de hace más de un siglo. Sí y no: es más bien una espiral que un círculo vicioso. La historia no se repite: hoy existe la Red y ningún gobierno puede controlarla eficazmente. ¿El periodismo electrónico transformado en un arma eficaz contra los autoritarismos populistas del tercer milenio? Y si así fuese, ¿quién hubiera podido anticiparlo hace unos pocos años?
*Profesor plenario. Universidad de San Andrés
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