Nueve escritores dicen qué vale y qué no vale más para contar un romance.
PorPaulina Villegas Vargas
Se ha preguntado y dicho casi todo sobre el amor.: nebulosa indefinible, el valor más noble, misterio cuasi religioso, capricho burgués, absurdo inalcanzable o absoluto hipócrita. Para bien o para mal, se lo ha pintado, se le ha cantado, se lo ha narrado de mil maneras. Algunas, antiguas, todavía conmueven. Otras, quizás más cercanas, dan risa. ¿Cuál es la forma de contar una historia de amor hoy, que la comunicación transita entre teléfonos celulares y amigos de Facebook y los sentimientos quedan impresos a la velocidad de Twitter?
Desde sus trincheras, distintas voces de escritores que se han aventurado a narrar “las contingencias amorosas modernas” –y asumir lo que, palabras de Susana Guzner representa “un poderoso y soberbio desafío”– reflexionan sobre la novela de amor en la era del blog y el nihilismo.
“Un género ñoño”
Guillermo Saccomanno –autor de Bajo Bandera y El oficinista– admite su escepticismo y, de plano, descarta el amor, que sería “Un absoluto hipócrita dentro de la sociedad capitalista”, dice. Saccomanno descalifica la novela romántica, a la que define como un género “ñoño” que sirve “de consuelo para secretarias, mucamas y amas de casa desesperadas”. El novelista es tajante: “¡Pero de qué amor hablamos, si es tan improbable como la existencia de Dios! Es equívoco hablar de amor en una sociedad donde los chicos se mueren de hambre”.
¿Nada bueno para decir? Parece que no. Saccomanno asegura que el género amoroso ha derivado “en su lado más patético” en la literatura gay, donde lo que funciona no es amor, es melodrama, como en películas de María Félix y Bette Davis.
Una para el lado del amor: Guillermo Saccomanno, habla de El Cielo Protector de Paul Bowles, como una de las grandes novelas de amor contemporáneas. “Es paradigmática y está escrita con gran frialdad y distancia, donde la dificultad está en la esencia de los personajes, los personajes se aman pero nunca hablan de amor.”
“Sin desdicha, no hay novela”
Entre los autores habrá muchas diferencias pero un acuerdo: el elemento imprescindible es el obstáculo. Al que quiera celeste, que le cueste: para que exista una historia de amor tiene que haber imposibilidad, una dificultad que construya el relato. Ana María Shua, autora de Los Amores de Laurita, afirma que la representación cambia a través del tiempo, pero el amor es el mismo y que lo que cambia es la escenografía, el telón de fondo.
“Sin desdicha, separación, pérdida, sufrimiento, no hay novela,” cuenta Ana María Shua. “Por eso no recordamos Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen, como novela de amor (termina demasiado bien), y sí en cambio Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë.”
La autora de El Libro de los Recuerdos considera que no hay novela de amor más atroz y desgarradora que Lolita, porque el amor de un hombre mayor por una niña de 12 años “está destinado al rechazo y al horror, es una historia que hubiera sido imposible contar en el siglo XIX”.
“El amor es el mismo”
Para Florencia Bonelli, autora de Bodas de Odio, el amor triunfa y renace inevitablemente. “El amor es atemporal y universal pero también es muy humano y pertenece a todas las épocas. El sentimiento entre las personas es más o menos el mismo, no han habido grandes cambios”, dice. “Es tan misterioso y deseado por el ser humano, que se escribe y se escribe sobre él y la gente sigue leyendo. Cualquier cosa puede pasar hoy, pero el amor es el mismo. Todo lo demás es parafernalia”.
Bonelli analiza obras clásicas del siglo XIX para encontrar siempre un conflicto de amor acompañado de una problemática social que rodeaba a las autoras. Jane Austen o George Elliot y obras como María de Jorge Isaacs, o Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, ejemplifican este esquema.
“¿A quién escandaliza un adulterio?”
Susana Guzner, autora de La insensata geometría del amor, habla de otro clásico, Madame Bovary, contrastándolo con un contexto actual, diverso y cambiante: “¿A quién puede escandalizar un adulterio sin el contrafuerte de otros “ingredientes” ficcionales que intensifiquen la magnitud de su potencia dramática?”, pregunta.
Pero también constata que los grandes conflictos humanos –venganza, celos, locura, pasión-continúan vigentes y que la situación más nimia e imprevisible –un post en Facebook, una mirada fortuita, recuerdos– puede motorizar la creación de una trama amorosa. Su novela La Insensata Geometría... nació de un sueño. “Las dos primeras frases del diálogo inicial me despertaron a las 4 de la madrugada y me obligaron a precipitarme en la computadora para ser escritas,”cuenta. Las palabras que dejaron sin sueño a la escritora fueron estas:
–Pidamos pronto –dijo sin alzar la vista del menú– porque me muero de hambre.
–Sí, pidamos pronto porque me muero de amor– me oí responder (...).
“Sexo y soledad”
Al peruano SantiagoRoncagliolo, autor de Abril Rojo, le resulta complicado escribir una auténtica historia de amor y acepta su miedo –una marca de época– a caer en las redes de sentimentalismo y la cursilería. El resultado es la novela que publicará en septiembre: Tan Cerca de la Vida. Allí, combina dos géneros literarios: romance y terror. “La gente le tiene miedo al amor y a ser cursi y eso no pasaba antes. En esta sociedad individualista e independiente es más fácil tener sexo que comunicarte con alguien, por eso la única forma de contar una historia de amor es contando una historia de terror”, dice entre risas. Para el escritor, los elementos vitales de novela romántica son: “mucho sexo y soledad”.
Amantes del mismo sexo
“La novela de amor cayó con la diferencia social como impedimento, el adulterio como sancionable y la tuberculosis como agente exterminador de uno de los amantes. Y fue reemplazada por la novela de deseo y el deseo por el deseo carnal”, dice María Moreno, autora de El affair Skeffington.
“(Michel) Houellebecq no es más que un romántico que sangra su desilusión por la herida del pornocinismo, lo mismo que las bloguistas hot: todos dejan de sublimar mirando fijo un celular que no suena.”
Moreno encuentra algo de la vieja historia de amor en aquellas donde los amantes tienen el mismo sexo: Tengo miedo torero de Pedro Lemebel, El beso de la mujer araña de Manuel Puig, En breve cárcel de Sylvia Molloy y Testo Yonqui de Beatriz Preciado.
Una pista similar sigue Mariana Enriquez, autora de Los peligros de fumar en la cama: “No está vigente que la historia de amor sea exclusivamente heterosexual. Las historias de amor tienen que incorporar la diversidad y, al hacerlo, se renueva desde muchos puntos de vista (de tradición literaria, sociológicos) la tradicional novela ‘de amor’. Las historias que me interesan leer se inclinan hacia la pasión perturbadora, la obsesión”.
El sentido y las rubias
Pablo de Santis, autor de El enigma de París se remite a la obra de Remy de Gourmont, Amor y Occidente, para entender toda historia de amor como “una especie de código secreto cuyo sentido original se ha perdido, y al que nuevos sentidos reemplazan.”
Se trata de narrar, parece decir Leonardo Oyola, autor de Chamamé. Y narra: “Raymond Chandler, en El largo adiós hace una clasificación de rubias. La distancia con las que las mide es la de aquel que fue y vino, pero que bien supo extraviarse entre esas piernas. Nosotros, los tipos, somos bichos diferentes. Lo genital está muy presente. En cualquier sociedad, en cualquier época, en cualquier geografía, desde cualquier género se puede contar una historia de amor; de sexo, de erotismo; si el relato y los personajes lo piden.”
Sexo, dolor, secreto. En Facebook o en otro lado, el amor no perece, sino aparece, quizá, escondido en 140 caracteres.
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