En América latina, la desigualdad se hereda de una generación a otra
El poco acceso a los servicios básicos y a la escuela limita las chances de progreso. Los índices de la región son altos. Y los fomentan
PorSibila Camps
En América latina y el Caribe, la desigualdad es tan alta y tan persistente que, combinada con una baja movilidad social, se vuelve “hereditaria” de una generación a otra. Una trampa, un círculo vicioso, definen los expertos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Por esa razón, el último informe del organismo identifica los mecanismos de reproducción de las fallas y carencias en los diversos grupos que conforman la sociedad, con el fin de romper la trasmisión intergeneracional de la desigualdad.
El informe regional 2010 sobre desarrollo humano del PNUD destaca que 10 de los 15 países más desiguales del planeta pertenecen a la región, lo que la convierte en la más desigual del mundo en ingreso per cápita de los hogares. Y a su vez, los niveles de ingreso y de escolaridad de una generación, en cada uno de los diversos grupos de la sociedad, están fuertemente influenciados por los logros o fracasos de la generación precedente.
Lejos de ser de cristal, este techo es bien tangible, y está constituido por una serie de restricciones y privaciones que, en ocasiones, se refuerzan entre sí. De este modo, el escaso o nulo acceso a bienes y servicios elementales –agua potable, vivienda digna, electricidad, transporte–, dificulta o impide a las personas superar las condiciones de vida heredadas de sus padres.
Por otra parte, ese contexto de carencias “desinfla” las aspiraciones: las personas se proponen metas más modestas, porque consideran que no podrán o no serán capaces de llegar más allá. El trabajo del PNUD señala que la desigualdad “restringe las oportunidades de desarrollo de amplios segmentos de la población, dificulta la formación de capital humano y limita las posibilidades de invertir en educación y salud, lo cual a su vez merma la capacidad de crecimiento económico”.
Hasta ahora, el PNUD presentaba periódicamente sus informes midiendo el índice de desarrollo humano (IDH) de los países. Pero el uso de promedios en los indicadores ocultaba las desigualdades; así se daba que algunos países registraban un crecimiento, pero sin que constara el incremento de las brechas entre ricos y pobres. Ahora, al introducir el componente de las desigualdades, la medición del IDH en Latinoamérica y es entre un 6% y un 19% inferior.
Algunas desigualdades tienen mayor peso estructural para impedir la reducción de la pobreza. En primer lugar, las de género: las mujeres siguen teniendo sueldos menores a los de los hombres, aún con similares niveles de capacitación, y limitaciones para acceder a un empleo de mejor calidad (ver Las diferencias… ). En segundo lugar, las de origen étnico y racial, que condenan a la población indígena y afrodescendiente a seguir en los mismos peldaños inferiores de la escala social. Y, por último, las territoriales, que restringen el acceso a los servicios sobre todo a quienes viven en zonas rurales.
Pero fuera del ámbito de las personas más desfavorecidas también hay factores que agravan la trasmisión de las brechas. “Al preservar las instituciones que privilegian a los sectores dominantes, la desigualdad perpetúa la mayor acumulación de riquezas en las franjas más ricas de la sociedad”, señala el documento. A esto se suma el hecho de que el sistema tributario de América latina y el Caribe privilegia los impuestos al consumo, antes que los impuestos al ingreso y a la propiedad. En este contexto de debilidad institucional, las empresas con mayor poder de mercado suelen tener mayor influencia en el sistema político y legal para protegerse contra las acciones regulatorias del Estado.
Las aspiraciones, indica el informe, son el motor para que las personas se esfuercen por crecer. Sin embargo, la participación ciudadana sigue siendo muy escasa; y la representación política, de baja calidad. Esto lleva a que el gasto social, por más que aumente, se diluya por culpa del clientelismo y de la corrupción.
Para romper con la trasmisión generacional de la desigualdad, según el PNUD se debe apuntar a convertir a los beneficiarios en agentes y no en receptores pasivos de las políticas de desarrollo. Y éstas deben ser integrales, de modo de actuar tanto en los hogares y en su contexto inmediato, como en los sistemas de redistribución del Estado y, en especial, sobre el conjunto de las restricciones operativas que reproducen el ciclo de la desigualdad.
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