Sociedad
Vivir con miedo
Una investigación de los sociólogos Gabriel Kessler y Marcelo Bergman revela por primera vez en qué consiste la tan vapuleada "sensación de inseguridad", cuáles son los miedos de los porteños y por qué sienten que ya no hay zonas seguras e inseguras reconocibles. Para los expertos, el miedo -al igual que el delito- también requiere políticas específicas Raquel San Martín
.
En el catálogo de los temores que hoy debe enfrentar quien vive en Buenos Aires -la gripe, el tránsito, la niebla, la inflación, los imponderables del transporte público-, el miedo al delito es el más democrático y perseverante: afecta a todos los sectores sociales y, una vez instalado, tiende a permanecer aunque el número concreto de delitos descienda. Por eso, la estrategia de minimizar los reclamos por seguridad con el argumento de que es sólo "sensación de inseguridad" puede convertirse en un boomerang peligroso. Como sentimiento -que incluye miedo pero también indignación o ira-, la inseguridad, dicen los expertos, también requiere políticas públicas concretas. Entre otras cosas porque el sentimiento de inseguridad -que puede ser anterior a la experiencia de ser víctima de un delito y persistir aun sin haberlo sido nunca- no es igual para todos los habitantes de la ciudad.
En términos concretos, en la ciudad de Buenos Aires tiene más miedo quien percibe que su barrio es peligroso y que esa situación empeoró en los últimos tiempos, mientras que el objeto de temor se hace difuso: ya no hay zonas seguras e inseguras claramente reconocibles para los porteños y, en su percepción, los posibles peligros se multiplican, hasta incluir a la policía, los patovicas o los guardias privados, según a quién se pregunte. En los barrios más pobres, el objeto de temor puede vivir en la casa del vecino y, con menos recursos económicos disponibles, hay que encerrarse en la casa, evitar ciertos horarios y no caminar por algunas calles.
Los datos provienen de un trabajo realizado por los sociólogos Gabriel Kessler y Marcelo Bergman, publicado recientemente en la revista Desarrollo económico . En él analizan los resultados de una encuesta, encargada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 2007 y realizada junto con la Universidad de San Andrés, que midió los delitos y la percepción de inseguridad entre 25.000 personas, junto con encuestas cualitativas que ellos realizaron entre 2004 y 2006 en la ciudad, cinco barrios del conurbano, Córdoba, Posadas, un pueblo de 1300 habitantes y una ciudad de 10.000 en la provincia de Buenos Aires.
"El sentimiento de inseguridad no es igual al delito, pero discutirlo me parece sin sentido. La inseguridad siempre es un sentimiento, pero eso no le quita realidad ni lógica. Expresa una demanda insatisfecha sobre la capacidad del Estado de garantizar un umbral aceptable para la convivencia en el espacio público y privado", dice a LA NACION Kessler, que es investigador del Conicet y de la Universidad Nacional de General Sarmiento, y destaca una conclusión de su estudio: "Hay que cuestionar la imagen de una sociedad completamente atemorizada. El temor existe, pero es fluctuante. Y no es el único sentimiento que aparece ante los delitos: hay ira e indignación, en parte por la complejización de la vida cotidiana que supone tener que ocuparse de gestionar la propia seguridad", comenta. Por eso, según los expertos, si el delito exige una política específica, el miedo también requiere la suya.
De hecho, la colocación de botones antipánico en las plazas porteñas -proyecto que espera ser aprobado durante esta semana por Legislatura- es una iniciativa claramente vinculada con esto que se llama política públicas para contener no sólo el delito sino también la sensación de inseguridad entre los ciudadanos.
La sensación de inseguridad, en cifras
Es un hecho que el sentimiento de inseguridad no surge de una alucinación colectiva, sino del crecimiento concreto de los delitos, pero también que ese sentimiento de vulnerabilidad y miedo tiende a permanecer alto aun cuando los hechos delictivos efectivos desciendan. Según cifras internacionales, el sentimiento de inseguridad suele superar la ocurrencia efectiva de los delitos, pero esa brecha es particularmente amplia, en promedio, en América latina.
Según la última medición de Latinobarómetro, en 2008, el crimen es el principal problema percibido en los países del continente, Argentina incluida (con un promedio del 17%), una cima que alcanza por primera vez desde 1995, con el desempleo en segundo lugar. Sin embargo, la cantidad de personas que dice haber sido víctima de un delito bajó con respecto al año anterior y pasó del 38% en 2007 al 33%. En 2001 esa distancia era un abismo: el 43% de los latinoamericanos decía haber sido víctima de la violencia delictiva, pero sólo el 8% consideraba que la delincuencia era el principal problema de sus países.
Entonces, el miedo al delito -como también muestran en menores tasas las mediciones europeas- es relativo. En efecto, en la lucha por el podio de las preocupaciones principales, los problemas económicos suelen ganarle. Según un trabajo anterior de Kessler, ya en los 80 las encuestas en la Argentina hablaban de temor por la "violencia callejera", aunque la preocupación por el delito como problema social y público comienza a hacerse visible a mediados de los 90; sigue una tendencia ascendente hasta 2002, cuando lo eclipsan las dificultades económicas, y vuelve a ser importante en 2003 y 2004, cuando muestra sus picos más altos históricamente.
En la ciudad de Buenos Aires, la encuesta que anualmente hace el Ministerio de Justicia en 2005 mostró un 29% de victimización, pero un 58% de temor. Hoy, para el 79% el delito es un problema preocupante. Lo mismo sucede en ciudades europeas y norteamericanas, como Nueva York o Boston, donde a la baja en la ocurrencia de delitos se le opuso un sentimiento de vulnerabilidad resistente. "Es verdad que hay razones objetivas para sentir miedo, no es un invento de la gente, pero también es cierto que un robo más triplica o cuadriplica el sentimiento de inseguridad. El crecimiento del temor es exponencial", dice Bergman, que trabaja en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE)de la ciudad de México.
Según los autores, el sentimiento de inseguridad es, además, comparativo. "Depende de cómo cada uno construye que esa situación era en el pasado y cómo siente que debería ser", apunta Kessler. Y ejemplifica: en Bogotá, una ciudad con una alta tasa de delitos, esa incidencia bajó un poco en los últimos años y la gente empezó a decir sentirse más segura. Lo contrario ocurrió en Santiago de Chile. "Buenos Aires tiene, por ejemplo, tasas de homicidios internacionalmente bajas, pero altas para su historia", apunta.
Presión ecológica
El trabajo de Kessler y Bergman midió la percepción de la gente sobre la posibilidad de ser víctima de un delito en el futuro próximo. Y encontró que, en la ciudad de Buenos Aires, tienen más miedo los que creen que en su barrio se comenten muchos delitos, no importa dónde vivan, y que esa frecuencia creció recientemente. También viven más temerosas las mujeres, los que han sufrido algún delito en el último año, y quienes tienen desconfianza en la policía. "La variable central es la percepción de más frecuencia de delitos en el barrio, lo que llamamos presión ecológica. Encontramos, además, que ese sentimiento en general coincide con los delitos que realmente acontecen", señala Kessler.
Quieren decir, en otras palabras, que el propio diseño urbano también puede favorecer el miedo. "Buenos Aires sigue siendo una ciudad relativamente homogénea en su población, de la que es sencillo entrar y salir. Eso aumenta la sensación de vulnerabilidad. En ciudades amuralladas, y donde la segmentación espacial ha sido muy fuerte, como México y San Pablo, esa sensación desciende", comenta Bergman, y ejemplifica: "En esas ciudades es raro que la gente sienta miedo a que entren delincuentes en sus casas, sobre todo en barrios más acomodados. Pero en Buenos Aires es un temor frecuente".
No en todos los barrios se siente miedo de igual modo. En los barrios populares, indica el trabajo, hay una cercanía física y social con la amenaza, lo que genera "una omnipresencia del peligro": los delincuentes pueden vivir en el barrio, ser hijos del vecino, residir "en la cuadra de los chorros", según testimonios recogidos por los investigadores. En contraste, en barrios de clase media y media alta, el distanciamiento es social y físico, y se supone que los delincuentes "no forman parte de la misma comunidad, llegan y se van".
Por supuesto, los recursos son bien diferenciados en el momento de enfrentar la amenaza. Para los más pobres, la estrategia posible es el encierro en las casas -sobre todo de los chicos mientras los padres trabajan-, la organización familiar para evitar salir a ciertas horas o recorrer ciertos lugares - "si salís a la calle hasta las 8 es tranquilo, a las 8.30 ya no"- y hasta la negociación con los vecinos peligrosos. Para los que tienen más recursos, hay dispositivos que permiten tercerizar de algún modo la gestión de la seguridad: alarmas, perros, seguridad privada en casas, restaurantes y colegios privados, cámaras de control, taxis que esperan que uno entre a su casa.
Sin embargo, hay sensaciones compartidas, que muestran que no se teme sólo al robo, como a veces parecen creer los políticos cuando hablan de seguridad. "La inseguridad es para la gente una sensación de amenaza aleatoria sobre la persona, no tanto sobre los bienes, que puede abatirse sobre cualquiera y en cualquier momento", dice Kessler. Y apunta a dos procesos: "Ya no están claras las zonas seguras e inseguras, y aunque sigue habiendo figuras estigmatizadas que se vinculan con lo peligroso, como los llamados "pibes chorros", aparecen otras amenazas".
Así, los jóvenes de sectores populares dicen tener miedo de la policía y los patovicas; las mujeres de barrios del conurbano temen a los agresores sexuales; en sectores populares del interior, se tiene miedo de las personas ligadas al poder local, que "hacen desaparecer" a los chicos y jóvenes (en referencia a la trata de personas); en los sectores altos porteños, a "gente que antes no existía", como limpiavidrios o cartoneros, mientras más del 20% de los habitantes de la Capital dice temerle a la policía.
El rol de los medios
Una pregunta repetida -sin respuestas que no excedan el sentido común en muchos casos- es qué papel juegan los medios en el sentimiento de inseguridad. "Está claro que los medios generan agenda, pero muchas veces hay contraste entre lo que muestran y lo que la gente experimenta", dice Kessler, y subraya el efecto que los contenidos mediáticos producidos en la Capital generan en algunos lugares del interior. "Se ve que en Buenos Aires "no se puede salir a la calle" y esa imagen totalizadora genera en la gente la sensación de que esa ola de inseguridad puede desbordar la Capital y llegar a las provincias", comenta.
Lo que falta, asegura Kessler, es más reflexión en los medios sobre el modo en que se muestran los hechos delictivos. "En otros países de América latina, como Colombia o Brasil, se discute cómo no estigmatizar lugares o grupos sociales, se habla de la presunción de inocencia, hay veedurías de lectores. Aquí esto no pasa", dice.
Si reducir la cantidad de hechos delictivos no hace descender automáticamente la sensación de vulnerabilidad, queda claro que el miedo necesita una política pública específica. Aunque no es sencillo: algunas iniciativas para hacer descender la cantidad de delitos, como más presencia policial, en algunos barrios pueden hacer crecer el miedo.
"Primero, no hay que desvalorizar este sentimiento de inseguridad, porque existe y tiene una lógica propia. Luego, entender que este sentimiento se mantiene alto cuando hay una idea de que no se está haciendo nada. Ahí aparecen las propuestas de populismo punitivo, que no sirven", apunta Kessler. "El espacio público abandonado genera inseguridad, por eso las políticas urbanas son centrales. Hay que actuar más sobre los espacios que sobre las personas, con dispositivos que prevengan los delitos, sobre todo los robos al azar", dice. Por ejemplo, con iluminación, desmalezamiento y dispositivos tecnológicos de control en ciertos espacios, como zonas alejadas de la circulación y zonas con mucho tránsito de personas, como las estaciones de trenes. Los vecinos de San Fernando, justamente, reclamaron la semana pasada la iluminación e instalación de cámaras de seguridad que se les habían prometido hace un mes, cuando se derribó el muro que iba a separarlos de San Isidro y llevó a los medios la situación de inseguridad de la zona.
Para Kessler, estas políticas deberían cumplir dos condiciones: ser limitadas a ciertos espacios cotidianos de pasaje de mucha gente, y estar en manos del Estado. "Si se deja sólo en manos privadas, estas acciones se realizan en lugares donde hay mayores recursos, y se termina desplazando el delito a zonas de menos dinero, lo que termina incrementando la desigualdad".
Una paradoja aparece enseguida: ¿cómo disminuir el miedo con más presencia policial cuando mucha gente teme también a la policía, la cree corrupta o ineficiente?
Lo que los estudios no se cansan de mostrar es que uno de los factores más relevantes para explicar el miedo al crimen es la desconfianza en las instituciones. En otras palabras, en la Argentina, descreer de la Justicia, de la policía o de los funcionarios encargados de la seguridad provoca tanto temor como los delitos.
© LA NACION
Medir el temor
Entre los expertos, medir el miedo es una tarea en constante discusión teórica y metodológica. La pregunta internacionalmente aceptada hasta hace poco como indicador de temor era "¿Se siente usted muy seguro, seguro, poco seguro o nada seguro caminando a casa solo de noche por su barrio?"
"Es una pregunta que permite hacer comparaciones internacionales, pero está cada vez más criticada. Cuando uno pregunta por temor, encuentra temor", dice Kessler. Apunta que esa pregunta no menciona directamente al delito como causa del temor, y que eso permite incluir otras amenazas, como los delitos de cuello blanco, la contaminación del medio ambiente, las enfermedades o los accidentes de tránsito. También, que no diferencia entre la preocupación del tema como un problema público y un aspecto emocional que puede incluir otros sentimientos: temor al principio, ira, alivio al compararlo con otras situaciones de consecuencias más graves. "La tendencia es hoy preguntar por la percepción de probabilidad o amenaza de sufrir un delito", aclara.
Vivir con miedo
Una investigación de los sociólogos Gabriel Kessler y Marcelo Bergman revela por primera vez en qué consiste la tan vapuleada "sensación de inseguridad", cuáles son los miedos de los porteños y por qué sienten que ya no hay zonas seguras e inseguras reconocibles. Para los expertos, el miedo -al igual que el delito- también requiere políticas específicas Raquel San Martín
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En el catálogo de los temores que hoy debe enfrentar quien vive en Buenos Aires -la gripe, el tránsito, la niebla, la inflación, los imponderables del transporte público-, el miedo al delito es el más democrático y perseverante: afecta a todos los sectores sociales y, una vez instalado, tiende a permanecer aunque el número concreto de delitos descienda. Por eso, la estrategia de minimizar los reclamos por seguridad con el argumento de que es sólo "sensación de inseguridad" puede convertirse en un boomerang peligroso. Como sentimiento -que incluye miedo pero también indignación o ira-, la inseguridad, dicen los expertos, también requiere políticas públicas concretas. Entre otras cosas porque el sentimiento de inseguridad -que puede ser anterior a la experiencia de ser víctima de un delito y persistir aun sin haberlo sido nunca- no es igual para todos los habitantes de la ciudad.
En términos concretos, en la ciudad de Buenos Aires tiene más miedo quien percibe que su barrio es peligroso y que esa situación empeoró en los últimos tiempos, mientras que el objeto de temor se hace difuso: ya no hay zonas seguras e inseguras claramente reconocibles para los porteños y, en su percepción, los posibles peligros se multiplican, hasta incluir a la policía, los patovicas o los guardias privados, según a quién se pregunte. En los barrios más pobres, el objeto de temor puede vivir en la casa del vecino y, con menos recursos económicos disponibles, hay que encerrarse en la casa, evitar ciertos horarios y no caminar por algunas calles.
Los datos provienen de un trabajo realizado por los sociólogos Gabriel Kessler y Marcelo Bergman, publicado recientemente en la revista Desarrollo económico . En él analizan los resultados de una encuesta, encargada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 2007 y realizada junto con la Universidad de San Andrés, que midió los delitos y la percepción de inseguridad entre 25.000 personas, junto con encuestas cualitativas que ellos realizaron entre 2004 y 2006 en la ciudad, cinco barrios del conurbano, Córdoba, Posadas, un pueblo de 1300 habitantes y una ciudad de 10.000 en la provincia de Buenos Aires.
"El sentimiento de inseguridad no es igual al delito, pero discutirlo me parece sin sentido. La inseguridad siempre es un sentimiento, pero eso no le quita realidad ni lógica. Expresa una demanda insatisfecha sobre la capacidad del Estado de garantizar un umbral aceptable para la convivencia en el espacio público y privado", dice a LA NACION Kessler, que es investigador del Conicet y de la Universidad Nacional de General Sarmiento, y destaca una conclusión de su estudio: "Hay que cuestionar la imagen de una sociedad completamente atemorizada. El temor existe, pero es fluctuante. Y no es el único sentimiento que aparece ante los delitos: hay ira e indignación, en parte por la complejización de la vida cotidiana que supone tener que ocuparse de gestionar la propia seguridad", comenta. Por eso, según los expertos, si el delito exige una política específica, el miedo también requiere la suya.
De hecho, la colocación de botones antipánico en las plazas porteñas -proyecto que espera ser aprobado durante esta semana por Legislatura- es una iniciativa claramente vinculada con esto que se llama política públicas para contener no sólo el delito sino también la sensación de inseguridad entre los ciudadanos.
La sensación de inseguridad, en cifras
Es un hecho que el sentimiento de inseguridad no surge de una alucinación colectiva, sino del crecimiento concreto de los delitos, pero también que ese sentimiento de vulnerabilidad y miedo tiende a permanecer alto aun cuando los hechos delictivos efectivos desciendan. Según cifras internacionales, el sentimiento de inseguridad suele superar la ocurrencia efectiva de los delitos, pero esa brecha es particularmente amplia, en promedio, en América latina.
Según la última medición de Latinobarómetro, en 2008, el crimen es el principal problema percibido en los países del continente, Argentina incluida (con un promedio del 17%), una cima que alcanza por primera vez desde 1995, con el desempleo en segundo lugar. Sin embargo, la cantidad de personas que dice haber sido víctima de un delito bajó con respecto al año anterior y pasó del 38% en 2007 al 33%. En 2001 esa distancia era un abismo: el 43% de los latinoamericanos decía haber sido víctima de la violencia delictiva, pero sólo el 8% consideraba que la delincuencia era el principal problema de sus países.
Entonces, el miedo al delito -como también muestran en menores tasas las mediciones europeas- es relativo. En efecto, en la lucha por el podio de las preocupaciones principales, los problemas económicos suelen ganarle. Según un trabajo anterior de Kessler, ya en los 80 las encuestas en la Argentina hablaban de temor por la "violencia callejera", aunque la preocupación por el delito como problema social y público comienza a hacerse visible a mediados de los 90; sigue una tendencia ascendente hasta 2002, cuando lo eclipsan las dificultades económicas, y vuelve a ser importante en 2003 y 2004, cuando muestra sus picos más altos históricamente.
En la ciudad de Buenos Aires, la encuesta que anualmente hace el Ministerio de Justicia en 2005 mostró un 29% de victimización, pero un 58% de temor. Hoy, para el 79% el delito es un problema preocupante. Lo mismo sucede en ciudades europeas y norteamericanas, como Nueva York o Boston, donde a la baja en la ocurrencia de delitos se le opuso un sentimiento de vulnerabilidad resistente. "Es verdad que hay razones objetivas para sentir miedo, no es un invento de la gente, pero también es cierto que un robo más triplica o cuadriplica el sentimiento de inseguridad. El crecimiento del temor es exponencial", dice Bergman, que trabaja en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE)de la ciudad de México.
Según los autores, el sentimiento de inseguridad es, además, comparativo. "Depende de cómo cada uno construye que esa situación era en el pasado y cómo siente que debería ser", apunta Kessler. Y ejemplifica: en Bogotá, una ciudad con una alta tasa de delitos, esa incidencia bajó un poco en los últimos años y la gente empezó a decir sentirse más segura. Lo contrario ocurrió en Santiago de Chile. "Buenos Aires tiene, por ejemplo, tasas de homicidios internacionalmente bajas, pero altas para su historia", apunta.
Presión ecológica
El trabajo de Kessler y Bergman midió la percepción de la gente sobre la posibilidad de ser víctima de un delito en el futuro próximo. Y encontró que, en la ciudad de Buenos Aires, tienen más miedo los que creen que en su barrio se comenten muchos delitos, no importa dónde vivan, y que esa frecuencia creció recientemente. También viven más temerosas las mujeres, los que han sufrido algún delito en el último año, y quienes tienen desconfianza en la policía. "La variable central es la percepción de más frecuencia de delitos en el barrio, lo que llamamos presión ecológica. Encontramos, además, que ese sentimiento en general coincide con los delitos que realmente acontecen", señala Kessler.
Quieren decir, en otras palabras, que el propio diseño urbano también puede favorecer el miedo. "Buenos Aires sigue siendo una ciudad relativamente homogénea en su población, de la que es sencillo entrar y salir. Eso aumenta la sensación de vulnerabilidad. En ciudades amuralladas, y donde la segmentación espacial ha sido muy fuerte, como México y San Pablo, esa sensación desciende", comenta Bergman, y ejemplifica: "En esas ciudades es raro que la gente sienta miedo a que entren delincuentes en sus casas, sobre todo en barrios más acomodados. Pero en Buenos Aires es un temor frecuente".
No en todos los barrios se siente miedo de igual modo. En los barrios populares, indica el trabajo, hay una cercanía física y social con la amenaza, lo que genera "una omnipresencia del peligro": los delincuentes pueden vivir en el barrio, ser hijos del vecino, residir "en la cuadra de los chorros", según testimonios recogidos por los investigadores. En contraste, en barrios de clase media y media alta, el distanciamiento es social y físico, y se supone que los delincuentes "no forman parte de la misma comunidad, llegan y se van".
Por supuesto, los recursos son bien diferenciados en el momento de enfrentar la amenaza. Para los más pobres, la estrategia posible es el encierro en las casas -sobre todo de los chicos mientras los padres trabajan-, la organización familiar para evitar salir a ciertas horas o recorrer ciertos lugares - "si salís a la calle hasta las 8 es tranquilo, a las 8.30 ya no"- y hasta la negociación con los vecinos peligrosos. Para los que tienen más recursos, hay dispositivos que permiten tercerizar de algún modo la gestión de la seguridad: alarmas, perros, seguridad privada en casas, restaurantes y colegios privados, cámaras de control, taxis que esperan que uno entre a su casa.
Sin embargo, hay sensaciones compartidas, que muestran que no se teme sólo al robo, como a veces parecen creer los políticos cuando hablan de seguridad. "La inseguridad es para la gente una sensación de amenaza aleatoria sobre la persona, no tanto sobre los bienes, que puede abatirse sobre cualquiera y en cualquier momento", dice Kessler. Y apunta a dos procesos: "Ya no están claras las zonas seguras e inseguras, y aunque sigue habiendo figuras estigmatizadas que se vinculan con lo peligroso, como los llamados "pibes chorros", aparecen otras amenazas".
Así, los jóvenes de sectores populares dicen tener miedo de la policía y los patovicas; las mujeres de barrios del conurbano temen a los agresores sexuales; en sectores populares del interior, se tiene miedo de las personas ligadas al poder local, que "hacen desaparecer" a los chicos y jóvenes (en referencia a la trata de personas); en los sectores altos porteños, a "gente que antes no existía", como limpiavidrios o cartoneros, mientras más del 20% de los habitantes de la Capital dice temerle a la policía.
El rol de los medios
Una pregunta repetida -sin respuestas que no excedan el sentido común en muchos casos- es qué papel juegan los medios en el sentimiento de inseguridad. "Está claro que los medios generan agenda, pero muchas veces hay contraste entre lo que muestran y lo que la gente experimenta", dice Kessler, y subraya el efecto que los contenidos mediáticos producidos en la Capital generan en algunos lugares del interior. "Se ve que en Buenos Aires "no se puede salir a la calle" y esa imagen totalizadora genera en la gente la sensación de que esa ola de inseguridad puede desbordar la Capital y llegar a las provincias", comenta.
Lo que falta, asegura Kessler, es más reflexión en los medios sobre el modo en que se muestran los hechos delictivos. "En otros países de América latina, como Colombia o Brasil, se discute cómo no estigmatizar lugares o grupos sociales, se habla de la presunción de inocencia, hay veedurías de lectores. Aquí esto no pasa", dice.
Si reducir la cantidad de hechos delictivos no hace descender automáticamente la sensación de vulnerabilidad, queda claro que el miedo necesita una política pública específica. Aunque no es sencillo: algunas iniciativas para hacer descender la cantidad de delitos, como más presencia policial, en algunos barrios pueden hacer crecer el miedo.
"Primero, no hay que desvalorizar este sentimiento de inseguridad, porque existe y tiene una lógica propia. Luego, entender que este sentimiento se mantiene alto cuando hay una idea de que no se está haciendo nada. Ahí aparecen las propuestas de populismo punitivo, que no sirven", apunta Kessler. "El espacio público abandonado genera inseguridad, por eso las políticas urbanas son centrales. Hay que actuar más sobre los espacios que sobre las personas, con dispositivos que prevengan los delitos, sobre todo los robos al azar", dice. Por ejemplo, con iluminación, desmalezamiento y dispositivos tecnológicos de control en ciertos espacios, como zonas alejadas de la circulación y zonas con mucho tránsito de personas, como las estaciones de trenes. Los vecinos de San Fernando, justamente, reclamaron la semana pasada la iluminación e instalación de cámaras de seguridad que se les habían prometido hace un mes, cuando se derribó el muro que iba a separarlos de San Isidro y llevó a los medios la situación de inseguridad de la zona.
Para Kessler, estas políticas deberían cumplir dos condiciones: ser limitadas a ciertos espacios cotidianos de pasaje de mucha gente, y estar en manos del Estado. "Si se deja sólo en manos privadas, estas acciones se realizan en lugares donde hay mayores recursos, y se termina desplazando el delito a zonas de menos dinero, lo que termina incrementando la desigualdad".
Una paradoja aparece enseguida: ¿cómo disminuir el miedo con más presencia policial cuando mucha gente teme también a la policía, la cree corrupta o ineficiente?
Lo que los estudios no se cansan de mostrar es que uno de los factores más relevantes para explicar el miedo al crimen es la desconfianza en las instituciones. En otras palabras, en la Argentina, descreer de la Justicia, de la policía o de los funcionarios encargados de la seguridad provoca tanto temor como los delitos.
© LA NACION
Medir el temor
Entre los expertos, medir el miedo es una tarea en constante discusión teórica y metodológica. La pregunta internacionalmente aceptada hasta hace poco como indicador de temor era "¿Se siente usted muy seguro, seguro, poco seguro o nada seguro caminando a casa solo de noche por su barrio?"
"Es una pregunta que permite hacer comparaciones internacionales, pero está cada vez más criticada. Cuando uno pregunta por temor, encuentra temor", dice Kessler. Apunta que esa pregunta no menciona directamente al delito como causa del temor, y que eso permite incluir otras amenazas, como los delitos de cuello blanco, la contaminación del medio ambiente, las enfermedades o los accidentes de tránsito. También, que no diferencia entre la preocupación del tema como un problema público y un aspecto emocional que puede incluir otros sentimientos: temor al principio, ira, alivio al compararlo con otras situaciones de consecuencias más graves. "La tendencia es hoy preguntar por la percepción de probabilidad o amenaza de sufrir un delito", aclara.
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