analisis
Una campaña en la que los imitadores fueron más certeros que los políticos
En exclusiva, PERFIL le encargó a la ensayista Beatriz Sarlo un minucioso análisis sobre la campaña electoral para las elecciones de mañana. El resultado es una crítica mirada sobre los spots publicitarios, los afiches, las propuestas, los debates y la influencia del segmento “Gran Cuñado”, que se emite en “ShowMatch”–el programa de Marcelo Tinelli que se ve por Canal 13 y que encabeza el rating–, y su influencia en los electores y hasta en los propios candidatos: éstos, en sus recorridas de campaña, juegan a imitar a sus propios imitadores de TV. Una caminata vista en directo.
Por Beatriz Sarlo
Terminó la campaña. Apenas quedan las avivadas que sucederán mañana, sobre todo por la anticipación de resultados encriptados en los boca de urna. Los ciudadanos formaron un público hastiado al que nada de lo que se le presentó lo entusiasmaba porque lo dominó la desconfianza, el tedio y el desinterés. Sólo aplaudieron a rabiar a “Gran Cuñado”. Del lado de la política ganó la insustancialidad, pero del lado de los ciudadanos no hubo exigencias mayores de que se mejorara la performance. Entre políticos y votantes se dio un entendimiento basado en la idea de que la denominada “gente” no está dispuesta a que la compliquen con razonamientos que no se expongan rápido en la lengua lisa del más liso sentido común.
Dominó también la irresuelta paradoja de que los políticos no deben dar jamás la impresión de que están mejor calificados que sus electores para aspirar a los lugares de representación a los que aspiran. O sea que no habría razón para examinar las capacidades de nadie porque si alguien se muestra demasiado capaz, corre el riesgo de despegarse de la masa de sus electores potenciales que no desean votar a los mejores entre sus pares sino a sus exactos replicantes. Nadie elegiría un médico ni un arquitecto ni un músico siguiendo esta ocurrencia contraria al mérito, pero los políticos han logrado que ella sea la base de su elegilibilidad. El populismo hoy no es una ideología que pudo ser subversiva de jerarquías socioculturales, sino el cualquierismo mediático que husmea las tendencias del mercado audiovisual.
Spot. Esta horizontalidad cualquierista se impuso teniendo como emblemas más distinguidos a Francisco de Narváez y Gabriela Michetti, dos personas sobre las que es difícil decidir si son tan banales como se presentan o si fingen serlo porque piensan que así se acercan a los votantes que buscan. En este rubro, con la gentil ayuda de quienes competían con ellos, el PRO y la variante publicitaria del PJ se llevan el primer premio. La caricaturesca fusión entre políticos y posibles votantes da argumento a uno de los comerciales televisivos de Michetti, donde se atreve a identificarse con alguien a quien no le alcanzan las monedas (sic: ¡las monedas!) para traer suficiente comida del supermercado. Emotiva escena imaginaria en cuyo transcurso todos contaríamos monedas en la cola de la caja repasando los precios de los productos que pusimos en el carrito.
Alfonso Prat-Gay, que tiene la capacidad y el conocimiento para elegir otra estrategia de discurso, quiso escapar de ser confundido con un técnico frío. Por eso, en el debate entre los principales candidatos porteños organizado en A dos voces, prefirió evocar la escena (contada por él sonaba improbable) de una enfermera que, por temor a la inseguridad, le mostró una tijera escondida en la palma de la mano. Este hombre, que puede explicar con claridad cuestiones complejas, eligió evocar muy mal un episodio sencillo y poco significativo, en lugar, por ejemplo, de preguntarle a Michetti de dónde iba a sacar la plata para un ingreso universal a la niñez sobre el que ella se mostró confusa y sorpresivamente de acuerdo. Errores así cometieron todos, diciéndole a la gente lo que la gente ya cree saber que le sucede y no discutiendo con sus competidores sobre las cuestiones que verdaderamente los separan.
Prevaleció la idea de que el político no debe ofrecer su diferencia intelectual y profesional como cualidad de buena representación sino disimularla como si se tratara de un defecto. Muchos renunciaron a jugar con lo mejor que poseen. Sin embargo, el lenguaje colorido y el dramatismo de las intervenciones de Carrió son convincentes incluso para quienes la desaprueban, porque ella es dramática y su visión de la política es agonal.
Inauténtico. En consecuencia, Carrió impresiona, también a quienes no la votan, como alguien que se toma las cosas en serio. Enunciar una hipótesis sobre el futuro, aun bajo formas tremendistas, es mejor que repetir una tonta obviedad que todo el mundo sabe. A veces el humor electoral sopla a favor y a veces sopla en contra de la buena onda. Scioli y Michetti son las almas bellas de la buena onda.
Casi todo en esta campaña ha sido de tal modo inauténtico que mejor no enfatizar los errores más evidentes sino sus motivos, porque encierran una hipótesis sobre la falta de cualidades cívicas de los ciudadanos. Subestimar a los votantes no conduce sino a hacer una campaña que pasa por alto, en primer lugar, a los que están verdaderamente interesados en las elecciones; y, en segundo lugar, lo cual es mucho peor, renunciar a construir un escenario político que logre romper el frío del desinterés y la desconfianza.
En las escuelas, cuando se subestiman las posibilidades de aprendizaje de los alumnos pobres, llegados de medios sociales educativamente no favorecidos, se pone en práctica, a veces bajo la máscara del populismo miserabilista, a veces con la de un elitismo apenas disimulado, una discriminación anterior al acto pedagógico mismo. Se piensa que esos chicos no están en condiciones de aprender y, en consecuencia, se les enseña menos, se los distrae con estrategias de acercamiento a su propio mundo como si no fuera suficiente que vivan en un espacio signado por la desigualdad. Se los considera menos interesados en todo aquello que no les recuerde sus experiencias más inmediatas y por lo tanto se los remacha en ellas. La profecía se cumple, desgraciadamente.
Estrategias. En estas elecciones, la mayoría de los políticos cometieron con los ciudadanos este fatal error ideológico y, asistidos por publicitarios más caros que autos o caballos de carrera, contribuyeron a que se cumpliera la profecía. Resignados de antemano a que la política institucional no interese, convencidos de que toda la gente vive hundida en su cotidianeidad sin posibilidad de levantar cabeza y que carece de instrumentos intelectuales para escuchar una exposición medianamente compleja, se armó un esquema que no aspiraba a superar una situación quizás adversa al discurso político sino a fortalecerla en nombre de un realismo oportunista. Como si se dijera: dado que son apáticos y poco informados, hablémosles como se lo merecen; dado que les gusta mirar “Gran Cuñado”, no sólo visitemos a nuestros dobles en el feudo televisivo, sino que sigamos actuando como nos representan allí. Alica, alicate. Imita, imitate. El tiempo que, según los trascendidos, le dedicó Kirchner a decidir si se prestaba o no a la bufonada de “Gran Cuñado” es una prueba suplementaria.
De este modo se unificó a los votantes para abajo, sin tener en cuenta que toda homogeneización para abajo es un insulto no sólo hacia quienes están un poco más arriba en términos de intereses sino, en primer lugar, a quienes ocuparían ese lugar inferiorizado del que no tendrían ninguna posibilidad de encontrar salida. El subtexto fue: “Sólo pensás en lo que cien veces te muestra la televisión; sólo pensás en el kioskero que mataron anoche, por lo tanto sólo voy a hablar de ese kioskero. Voy a hacer de cuenta que no entendés otra cosa porque eso es lo que contestás en las encuestas”.
Atención. La escucha que obtuvo Pino Solanas con temas que, en ningún caso, aparecen como prioritarios en las encuestas (petróleo, recursos naturales, sistema de transporte) indica que quienes no cultivan el seguidismo de aquello que atribuyen como techo de las preocupaciones del votante están en condiciones de llamar la atención tanto como quienes sólo hablan de lo que sus asesores publicitarios les dicen que tienen que hablar. Sin grandes medios económicos, Solanas sostuvo un discurso que no hizo oportunismo y, además, al parecer, le traerá resultados no previstos en el comienzo de la campaña. Es posible no interesarse en los temas de Solanas o juzgar que sus posiciones tienen mucho de esquemático, pero resulta más difícil dudar de la autenticidad que comunica cuando los plantea. Trasmite un convencimiento político-intelectual en vez de servir la sopa recalentada por el último plano del noticiero. Es difícil, en cambio, no estar de acuerdo con las vaguedades de otros candidatos, aunque no resulten ni interesantes ni novedosas, ni su enunciado encierre las soluciones que prometen.
Por estas razones y algunas otras, esta campaña fue la de las caminatas: beso, abrazo, nene, cartita, beso, cafecito, nena, vecina, cafecito final para emitir alguna pastilla de prensa y dar ocasión a los fotógrafos y las cámaras de exteriores. Y así lo mismo, al día siguiente y al otro. También fue la campaña de los viajes en avión privado (Scioli hizo en un día 1.900 kilómetros dentro de la provincia de Buenos Aires) y de los desplazamientos de un pueblo a otro, ya que es imposible confiar que la militancia raleada (¿por qué no estaría raleada con esta dieta de inanición política?) se desplace ella misma a un acto central, salvo si se manejan los generosos recursos humanos del sindicalismo.
Fue, finalmente, la campaña de las fotos: fotos que prueban que Cobos no tiene remilgos para sacarse una con quien es el peor adversario de la Alianza encabezada en provincia de Buenos Aires por Margarita Stolbizer, ejerciendo una libertad que sólo está reservada a temas de conciencia y no a actos de campaña. Fotos que se evitan: nadie, excepto los que desean la sucesión directa, como Scioli, o quienes dependen de su dinero como los intendentes del Gran Buenos Aires, nadie en el resto del país quiere sacarse fotos con Kirchner (que encarna la desdichada figura del piantavotos), excepto la fiel militancia intelectual de Carta Abierta que le organizó un acto en la ciudad hostil y antiperonista de Buenos Aires.
Interés. Sin olvidar que fue la campaña de las “operaciones”: De Narváez incriminado por un juez que habitualmente dormita sobre las causas y despierta con un reloj que, según dicen, se activa desde el Consejo de la Magistratura; operación denuncia del “pacto entre el PJ 1 de Kirchner y el PJ 2 de De Narváez”, en una evocación siglo XXI de la denuncia que hiciera Alfonsín del pacto sindical-militar que le costó sus votos al peronismo en las elecciones de 1983. Si se prueba que De Narváez tuvo trato con un contrabandista de efedrina, sus votantes quizás aprenderán en el futuro que los millonarios que se presentan como si fueran iguales a todo el mundo, en verdad no lo son. En cuanto al pacto de los dos PJ, no sería una novedad; los peronistas saben, como nadie, resignar posiciones cuando se pierde y alinearse detrás del que gana, siempre y cuando ganadores y perdedores sean justicialistas.
La única novedad verdaderamente interesante de esta campaña transcurre lejos de Buenos Aires, provincia y Ciudad. Lo que puede traer cambios son las elecciones en Santa Fe. Si mañana Rubén Giustiniani derrota a Carlos Reutemann, Hermes Binner se fortalecerá en la competencia por la presidencia de la república. El destino de la oposición se decide en Santa Fe, no en Mendoza como cree Cobos, que trabaja de vicepresidente a la mañana y de opositor a la tarde, doble rol que requerirá algo más que circunspección y astucia cuando se acerquen las elecciones presidenciales. En la provincia de Santa Fe, donde se redactó y juró la Constitución Nacional, este domingo está sobre la mesa la primera baza del juego que se iniciará no bien termine esta aburrida fiesta electoral.
Miércoles, mediodía, municipio de Malvinas Argentinas
Los chicos gritan: “Néstor, Néstor, ¿qué te pasa Clarín?” El se ríe y responde: “¿Qué te pasa? ¿Estás nervioso?” Es como el famoso “Patapúfete” de Pepe Biondi o el “Cheee” de Marrone, ocurrencias con las que la televisión educó a generaciones anteriores. Ningún publicitario hubiera podido imaginar que el ataque a un diario iba a convertirse en la contraseña del juego entre Kirchner y esos chicos que corren levantando polvo por las calles poceadas, llenas de cascotes, con sus veredas de tierra y sus perros flacos que se muerden entre sí con desgano mientras husmean buscando algo para comer; calles bordeadas de cordones recién pintados de blanco, por las que algunos cientos de personas siguen la caravana de Kirchner. Se dirige a un conjunto de viviendas a medio terminar entre un pack de periodistas.
Los chicos reciben una revista ilustrada como recuerdo de la visita. Poco después, Kirchner firma esos ejemplares, mientras aguanta con el cuerpo la presión de las cámaras, de los guardaespaldas, de su equipo (que incluye al ministro Randazzo y varios de la provincia de Buenos Aires), de la gente que se acerca a besarlo y abrazarlo. Se pone un casco amarillo y posa con albañiles. Repite, repite, repite lo que le piden que repita: “¿Qué te pasa? ¿Estás nervioso?” El no está nervioso sino contento, sostenido por el cuerpo a cuerpo, los manotones y los brazos que lo estrujan; todo lo imbrica en una fantasía populista materializada en esos chicos pobres, esas mujeres sin dientes, esa mayoría de hombres jóvenes que a las doce del mediodía no están trabajando.
En ese barrio de Malvinas Argentinas, regido por el intendente Jesús Cariglino, Kirchner se mueve con soltura. Ha descubierto que su estilo cae bien en el territorio de varones PJ pura sangre a quienes antes despreciaba y a los que no atraía hasta que implantó el método de la coerción económica. Ahora Kirchner siente que sobre él descendió el carisma. Sólo que ese milagro litúrgico necesita de la televisión. Para los ciudadanos postergados de Malvinas Argentinas, Kirchner tanto como presidente o semipresidente es un ícono de la vasta Iglesia de los Medios que trae el paraíso al infierno del Conurbano.
Estos recorridos por los suburbios pobres, hechos de barro y chapa, con sus puertas desparejas y enrejadas, donde algunas decenas de casas sin terminar dan la impresión de que ya comenzaron a asimilarse al paisaje, hacen descender a Kirchner desde la pantalla televisiva, como si fuera el visitante de otro planeta que se ha vuelto familiar para los viejos porque evoca antiguas identificaciones y, para los jóvenes que son mayoría, porque ahora las nuevas identificaciones no tienen como condición redistribuir la riqueza sino acercar la fama a los que viven en los umbrales de la sociedad. El que llega es el hombre de la televisión.
Agredieron auto de PERFIL
El auto de este diario fue agredido el miércoles 24 por el grupo de bombistas, una veintena,que musicalizó parte de la caminata de Néstor Kirchner. Al pasar por el costado, y probablemente sin saber que pertenecía a la prensa, uno de los integrantes de la banda golpeó la luneta trasera del vehículo destrozándole el vidrio. El chofer del mismo, el fotógrafo Juan Obregón y la enviada, Beatriz Sarlo, resultaron ilesos ya que al momento del hecho se encontraban siguiendo, de cerca, al candidato oficialista. El vehículo había sido estacionado en las inmediaciones del descampado donde arribó el helicóptero que llevó el miércoles a Néstor Kirchner a Malvinas Argentinas para una de sus habituales caminatas de campaña. Fue el único hecho que empañó el encuentro del pueblo con uno de sus candidatos.
Una campaña en la que los imitadores fueron más certeros que los políticos
En exclusiva, PERFIL le encargó a la ensayista Beatriz Sarlo un minucioso análisis sobre la campaña electoral para las elecciones de mañana. El resultado es una crítica mirada sobre los spots publicitarios, los afiches, las propuestas, los debates y la influencia del segmento “Gran Cuñado”, que se emite en “ShowMatch”–el programa de Marcelo Tinelli que se ve por Canal 13 y que encabeza el rating–, y su influencia en los electores y hasta en los propios candidatos: éstos, en sus recorridas de campaña, juegan a imitar a sus propios imitadores de TV. Una caminata vista en directo.
Por Beatriz Sarlo
Terminó la campaña. Apenas quedan las avivadas que sucederán mañana, sobre todo por la anticipación de resultados encriptados en los boca de urna. Los ciudadanos formaron un público hastiado al que nada de lo que se le presentó lo entusiasmaba porque lo dominó la desconfianza, el tedio y el desinterés. Sólo aplaudieron a rabiar a “Gran Cuñado”. Del lado de la política ganó la insustancialidad, pero del lado de los ciudadanos no hubo exigencias mayores de que se mejorara la performance. Entre políticos y votantes se dio un entendimiento basado en la idea de que la denominada “gente” no está dispuesta a que la compliquen con razonamientos que no se expongan rápido en la lengua lisa del más liso sentido común.
Dominó también la irresuelta paradoja de que los políticos no deben dar jamás la impresión de que están mejor calificados que sus electores para aspirar a los lugares de representación a los que aspiran. O sea que no habría razón para examinar las capacidades de nadie porque si alguien se muestra demasiado capaz, corre el riesgo de despegarse de la masa de sus electores potenciales que no desean votar a los mejores entre sus pares sino a sus exactos replicantes. Nadie elegiría un médico ni un arquitecto ni un músico siguiendo esta ocurrencia contraria al mérito, pero los políticos han logrado que ella sea la base de su elegilibilidad. El populismo hoy no es una ideología que pudo ser subversiva de jerarquías socioculturales, sino el cualquierismo mediático que husmea las tendencias del mercado audiovisual.
Spot. Esta horizontalidad cualquierista se impuso teniendo como emblemas más distinguidos a Francisco de Narváez y Gabriela Michetti, dos personas sobre las que es difícil decidir si son tan banales como se presentan o si fingen serlo porque piensan que así se acercan a los votantes que buscan. En este rubro, con la gentil ayuda de quienes competían con ellos, el PRO y la variante publicitaria del PJ se llevan el primer premio. La caricaturesca fusión entre políticos y posibles votantes da argumento a uno de los comerciales televisivos de Michetti, donde se atreve a identificarse con alguien a quien no le alcanzan las monedas (sic: ¡las monedas!) para traer suficiente comida del supermercado. Emotiva escena imaginaria en cuyo transcurso todos contaríamos monedas en la cola de la caja repasando los precios de los productos que pusimos en el carrito.
Alfonso Prat-Gay, que tiene la capacidad y el conocimiento para elegir otra estrategia de discurso, quiso escapar de ser confundido con un técnico frío. Por eso, en el debate entre los principales candidatos porteños organizado en A dos voces, prefirió evocar la escena (contada por él sonaba improbable) de una enfermera que, por temor a la inseguridad, le mostró una tijera escondida en la palma de la mano. Este hombre, que puede explicar con claridad cuestiones complejas, eligió evocar muy mal un episodio sencillo y poco significativo, en lugar, por ejemplo, de preguntarle a Michetti de dónde iba a sacar la plata para un ingreso universal a la niñez sobre el que ella se mostró confusa y sorpresivamente de acuerdo. Errores así cometieron todos, diciéndole a la gente lo que la gente ya cree saber que le sucede y no discutiendo con sus competidores sobre las cuestiones que verdaderamente los separan.
Prevaleció la idea de que el político no debe ofrecer su diferencia intelectual y profesional como cualidad de buena representación sino disimularla como si se tratara de un defecto. Muchos renunciaron a jugar con lo mejor que poseen. Sin embargo, el lenguaje colorido y el dramatismo de las intervenciones de Carrió son convincentes incluso para quienes la desaprueban, porque ella es dramática y su visión de la política es agonal.
Inauténtico. En consecuencia, Carrió impresiona, también a quienes no la votan, como alguien que se toma las cosas en serio. Enunciar una hipótesis sobre el futuro, aun bajo formas tremendistas, es mejor que repetir una tonta obviedad que todo el mundo sabe. A veces el humor electoral sopla a favor y a veces sopla en contra de la buena onda. Scioli y Michetti son las almas bellas de la buena onda.
Casi todo en esta campaña ha sido de tal modo inauténtico que mejor no enfatizar los errores más evidentes sino sus motivos, porque encierran una hipótesis sobre la falta de cualidades cívicas de los ciudadanos. Subestimar a los votantes no conduce sino a hacer una campaña que pasa por alto, en primer lugar, a los que están verdaderamente interesados en las elecciones; y, en segundo lugar, lo cual es mucho peor, renunciar a construir un escenario político que logre romper el frío del desinterés y la desconfianza.
En las escuelas, cuando se subestiman las posibilidades de aprendizaje de los alumnos pobres, llegados de medios sociales educativamente no favorecidos, se pone en práctica, a veces bajo la máscara del populismo miserabilista, a veces con la de un elitismo apenas disimulado, una discriminación anterior al acto pedagógico mismo. Se piensa que esos chicos no están en condiciones de aprender y, en consecuencia, se les enseña menos, se los distrae con estrategias de acercamiento a su propio mundo como si no fuera suficiente que vivan en un espacio signado por la desigualdad. Se los considera menos interesados en todo aquello que no les recuerde sus experiencias más inmediatas y por lo tanto se los remacha en ellas. La profecía se cumple, desgraciadamente.
Estrategias. En estas elecciones, la mayoría de los políticos cometieron con los ciudadanos este fatal error ideológico y, asistidos por publicitarios más caros que autos o caballos de carrera, contribuyeron a que se cumpliera la profecía. Resignados de antemano a que la política institucional no interese, convencidos de que toda la gente vive hundida en su cotidianeidad sin posibilidad de levantar cabeza y que carece de instrumentos intelectuales para escuchar una exposición medianamente compleja, se armó un esquema que no aspiraba a superar una situación quizás adversa al discurso político sino a fortalecerla en nombre de un realismo oportunista. Como si se dijera: dado que son apáticos y poco informados, hablémosles como se lo merecen; dado que les gusta mirar “Gran Cuñado”, no sólo visitemos a nuestros dobles en el feudo televisivo, sino que sigamos actuando como nos representan allí. Alica, alicate. Imita, imitate. El tiempo que, según los trascendidos, le dedicó Kirchner a decidir si se prestaba o no a la bufonada de “Gran Cuñado” es una prueba suplementaria.
De este modo se unificó a los votantes para abajo, sin tener en cuenta que toda homogeneización para abajo es un insulto no sólo hacia quienes están un poco más arriba en términos de intereses sino, en primer lugar, a quienes ocuparían ese lugar inferiorizado del que no tendrían ninguna posibilidad de encontrar salida. El subtexto fue: “Sólo pensás en lo que cien veces te muestra la televisión; sólo pensás en el kioskero que mataron anoche, por lo tanto sólo voy a hablar de ese kioskero. Voy a hacer de cuenta que no entendés otra cosa porque eso es lo que contestás en las encuestas”.
Atención. La escucha que obtuvo Pino Solanas con temas que, en ningún caso, aparecen como prioritarios en las encuestas (petróleo, recursos naturales, sistema de transporte) indica que quienes no cultivan el seguidismo de aquello que atribuyen como techo de las preocupaciones del votante están en condiciones de llamar la atención tanto como quienes sólo hablan de lo que sus asesores publicitarios les dicen que tienen que hablar. Sin grandes medios económicos, Solanas sostuvo un discurso que no hizo oportunismo y, además, al parecer, le traerá resultados no previstos en el comienzo de la campaña. Es posible no interesarse en los temas de Solanas o juzgar que sus posiciones tienen mucho de esquemático, pero resulta más difícil dudar de la autenticidad que comunica cuando los plantea. Trasmite un convencimiento político-intelectual en vez de servir la sopa recalentada por el último plano del noticiero. Es difícil, en cambio, no estar de acuerdo con las vaguedades de otros candidatos, aunque no resulten ni interesantes ni novedosas, ni su enunciado encierre las soluciones que prometen.
Por estas razones y algunas otras, esta campaña fue la de las caminatas: beso, abrazo, nene, cartita, beso, cafecito, nena, vecina, cafecito final para emitir alguna pastilla de prensa y dar ocasión a los fotógrafos y las cámaras de exteriores. Y así lo mismo, al día siguiente y al otro. También fue la campaña de los viajes en avión privado (Scioli hizo en un día 1.900 kilómetros dentro de la provincia de Buenos Aires) y de los desplazamientos de un pueblo a otro, ya que es imposible confiar que la militancia raleada (¿por qué no estaría raleada con esta dieta de inanición política?) se desplace ella misma a un acto central, salvo si se manejan los generosos recursos humanos del sindicalismo.
Fue, finalmente, la campaña de las fotos: fotos que prueban que Cobos no tiene remilgos para sacarse una con quien es el peor adversario de la Alianza encabezada en provincia de Buenos Aires por Margarita Stolbizer, ejerciendo una libertad que sólo está reservada a temas de conciencia y no a actos de campaña. Fotos que se evitan: nadie, excepto los que desean la sucesión directa, como Scioli, o quienes dependen de su dinero como los intendentes del Gran Buenos Aires, nadie en el resto del país quiere sacarse fotos con Kirchner (que encarna la desdichada figura del piantavotos), excepto la fiel militancia intelectual de Carta Abierta que le organizó un acto en la ciudad hostil y antiperonista de Buenos Aires.
Interés. Sin olvidar que fue la campaña de las “operaciones”: De Narváez incriminado por un juez que habitualmente dormita sobre las causas y despierta con un reloj que, según dicen, se activa desde el Consejo de la Magistratura; operación denuncia del “pacto entre el PJ 1 de Kirchner y el PJ 2 de De Narváez”, en una evocación siglo XXI de la denuncia que hiciera Alfonsín del pacto sindical-militar que le costó sus votos al peronismo en las elecciones de 1983. Si se prueba que De Narváez tuvo trato con un contrabandista de efedrina, sus votantes quizás aprenderán en el futuro que los millonarios que se presentan como si fueran iguales a todo el mundo, en verdad no lo son. En cuanto al pacto de los dos PJ, no sería una novedad; los peronistas saben, como nadie, resignar posiciones cuando se pierde y alinearse detrás del que gana, siempre y cuando ganadores y perdedores sean justicialistas.
La única novedad verdaderamente interesante de esta campaña transcurre lejos de Buenos Aires, provincia y Ciudad. Lo que puede traer cambios son las elecciones en Santa Fe. Si mañana Rubén Giustiniani derrota a Carlos Reutemann, Hermes Binner se fortalecerá en la competencia por la presidencia de la república. El destino de la oposición se decide en Santa Fe, no en Mendoza como cree Cobos, que trabaja de vicepresidente a la mañana y de opositor a la tarde, doble rol que requerirá algo más que circunspección y astucia cuando se acerquen las elecciones presidenciales. En la provincia de Santa Fe, donde se redactó y juró la Constitución Nacional, este domingo está sobre la mesa la primera baza del juego que se iniciará no bien termine esta aburrida fiesta electoral.
Miércoles, mediodía, municipio de Malvinas Argentinas
Los chicos gritan: “Néstor, Néstor, ¿qué te pasa Clarín?” El se ríe y responde: “¿Qué te pasa? ¿Estás nervioso?” Es como el famoso “Patapúfete” de Pepe Biondi o el “Cheee” de Marrone, ocurrencias con las que la televisión educó a generaciones anteriores. Ningún publicitario hubiera podido imaginar que el ataque a un diario iba a convertirse en la contraseña del juego entre Kirchner y esos chicos que corren levantando polvo por las calles poceadas, llenas de cascotes, con sus veredas de tierra y sus perros flacos que se muerden entre sí con desgano mientras husmean buscando algo para comer; calles bordeadas de cordones recién pintados de blanco, por las que algunos cientos de personas siguen la caravana de Kirchner. Se dirige a un conjunto de viviendas a medio terminar entre un pack de periodistas.
Los chicos reciben una revista ilustrada como recuerdo de la visita. Poco después, Kirchner firma esos ejemplares, mientras aguanta con el cuerpo la presión de las cámaras, de los guardaespaldas, de su equipo (que incluye al ministro Randazzo y varios de la provincia de Buenos Aires), de la gente que se acerca a besarlo y abrazarlo. Se pone un casco amarillo y posa con albañiles. Repite, repite, repite lo que le piden que repita: “¿Qué te pasa? ¿Estás nervioso?” El no está nervioso sino contento, sostenido por el cuerpo a cuerpo, los manotones y los brazos que lo estrujan; todo lo imbrica en una fantasía populista materializada en esos chicos pobres, esas mujeres sin dientes, esa mayoría de hombres jóvenes que a las doce del mediodía no están trabajando.
En ese barrio de Malvinas Argentinas, regido por el intendente Jesús Cariglino, Kirchner se mueve con soltura. Ha descubierto que su estilo cae bien en el territorio de varones PJ pura sangre a quienes antes despreciaba y a los que no atraía hasta que implantó el método de la coerción económica. Ahora Kirchner siente que sobre él descendió el carisma. Sólo que ese milagro litúrgico necesita de la televisión. Para los ciudadanos postergados de Malvinas Argentinas, Kirchner tanto como presidente o semipresidente es un ícono de la vasta Iglesia de los Medios que trae el paraíso al infierno del Conurbano.
Estos recorridos por los suburbios pobres, hechos de barro y chapa, con sus puertas desparejas y enrejadas, donde algunas decenas de casas sin terminar dan la impresión de que ya comenzaron a asimilarse al paisaje, hacen descender a Kirchner desde la pantalla televisiva, como si fuera el visitante de otro planeta que se ha vuelto familiar para los viejos porque evoca antiguas identificaciones y, para los jóvenes que son mayoría, porque ahora las nuevas identificaciones no tienen como condición redistribuir la riqueza sino acercar la fama a los que viven en los umbrales de la sociedad. El que llega es el hombre de la televisión.
Agredieron auto de PERFIL
El auto de este diario fue agredido el miércoles 24 por el grupo de bombistas, una veintena,que musicalizó parte de la caminata de Néstor Kirchner. Al pasar por el costado, y probablemente sin saber que pertenecía a la prensa, uno de los integrantes de la banda golpeó la luneta trasera del vehículo destrozándole el vidrio. El chofer del mismo, el fotógrafo Juan Obregón y la enviada, Beatriz Sarlo, resultaron ilesos ya que al momento del hecho se encontraban siguiendo, de cerca, al candidato oficialista. El vehículo había sido estacionado en las inmediaciones del descampado donde arribó el helicóptero que llevó el miércoles a Néstor Kirchner a Malvinas Argentinas para una de sus habituales caminatas de campaña. Fue el único hecho que empañó el encuentro del pueblo con uno de sus candidatos.
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