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martes, 23 de noviembre de 2010

CRECEN EN EL MUNDO LOS PROYECTOS DE HARDWARE ABIERTO
Una revolución a toda máquina
El hardware abierto es el resultado de un diseño abierto, similar al software libre, como resultado de un trabajo colaborativo. Para el investigador Michel Bauwens es el camino hacia un nuevo socialismo.
Se puede construir un auto de manera similar a como se diseña el software libre. ¿Cómo? El software libre funciona con un sistema comunitario: los desarrolladores crean programas, los someten a prueba y, una vez aprobados por la comunidad, son liberados para usarse sin restricciones. Pensando en ese modelo, la empresa estadounidense Local Motors crea autos de una manera similar: cualquier diseñador puede subir los planos a la web de la empresa (www.local-motors.com), la comunidad opina y vota sobre los diseños subidos, y luego se pasa a la construcción de los autos. Cada plano subido a la página de Local Motors queda registrado bajo una licencia Creative Commons: es decir, los planos pueden ser reutilizados por cualquier otro usuario, y también modificados por un tercero. El auto se “imprime” en la más cercana de las microfábricas asociadas a Local Motors, sin piezas sobrantes, sin basura, de manera sustentable. La persona que creó el auto pasa a buscarlo por la fábrica, se lo lleva andando y con el logo de la empresa, junto a la firma del autor. El resultado es un auto cocreado entre Local Motors y un usuario final, que se lleva el auto y comparte su diseño con la comunidad. Si a otro usuario le interesa tomar ese auto, hacerle pequeñas modificaciones e “imprimirlo” en otra de las microfábricas de Estados Unidos, podrá hacerlo libremente, aunque tendrá que pagar el costo del auto, claro.
Este es apenas uno de los miles de proyectos que recolecta Michel Bauwens, creador de The Foundation for Peer-to-Peer Alternatives (algo así como la Fundación para las Alternativas Par-a-Par), que no sólo piensa en la idea de hardware abierto como en un modelo de negocios diferente para el mercado capitalista, sino que cree fervientemente que pensar en proyectos de hardware libre puede ser un camino acelerado hacia un nuevo tipo de socialismo. “Para contar ideas revolucionarias hay que vestirse de traje y corbata”, dice Bauwens a Página/12, en una larga conversación, que incluirá un repaso sobre los mejores proyectos de software y hardware abierto, una cita al evangelismo católico, y una discusión sobre la hegemonía del poder de Antonio Gramsci en relación con el hardware abierto, poco antes de dar su charla en la Flacso, el jueves pasado. Para Bauwens, el hardware abierto podría generar una nueva infraestructura de poder y de circulación de información, y, por tanto, de poder de decisión. Bauwens toma como estandarte la frase de Buckminster Fuller: “Nunca se cambian las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, hay que construir un nuevo modelo que haga obsoleto al modelo existente”.
Para definirlo mejor, el hardware abierto es el resultado de un diseño abierto, similar al código abierto, como resultado de un trabajo colaborativo. Luego de recorrer el directorio de Open Hardware que administra la Fundación, el ejemplo de Local Motors es apenas un ítem más en la marea de ejemplos que buscan deshacerse del copyright como concepto. En la página de p2pFoundation.net se pueden recorrer cientos de trabajos abiertos: empresas de hardware abierto como Open Fourniture, Adafruit industries o North By South, proyectos de open CPU (que incluyen desarrollos de microchips, motherboards, etc.), desarrollos de audio o el proyecto Zero Dollar Laptop. Dentro del listado está Android, el software para teléfonos inteligentes de Google, que en estas últimas semanas pasó a ser el primer sistema operativo de teléfonos en Estados Unidos, venciendo finalmente al verticalismo cerrado de iPhone. Pero no es el único proyecto de software libre para teléfonos en esa lista, además de Maemo y Open Moko, también está el proyecto Ucasterisk, que propone no sólo que los teléfonos tengan software libre sino también diseños de hardware abierto.
El primer gran artículo sobre hardware abierto lo escribió Chris Anderson en la revista Wired en febrero pasado cuando sentenció “La próxima revolución industrial: los bits serán los nuevos átomos”. De hecho, el propio Anderson dirige un proyecto DIY Drone’s, dedicado a la robótica y a la creación de vehículos aéreos. “El concepto de hardware abierto es todavía más nuevo y radical que el de software abierto. Pero en 20 años será más fácil de entender”, le dijo Anderson en setiembre a este cronista. Sin embargo, es claro que Lawrence Lessig, creador de las licencias abiertas de Creative Commons (cuya cumbre de capítulos latinoamericanos se desarrolló esta semana en Buenos Aires, gracias a Ariel Vercelli) fue quien, de algún modo, creó el soporte para que los usuarios pudiesen encontrar una forma de licenciar los proyectos que no fuera cerrada, como el clásico copyright.
Bauwens cree que tanto Anderson como Lessig ven al nacimiento del hardware abierto como una nueva gran idea para el mercado actual, aunque Bauwens pretende ir más allá: el investigador entiende que “aquí hay una oportunidad histórica para construir otro tipo de sociedad”. Bauwens, investigador de la Universidad de Amsterdam, residente durante un buen tiempo en Bangkok, Tailandia, está convencido de que si las sociedades pudiesen crear una nueva estructura abierta, donde las ideas fueran comunitarias, pero también los métodos de producción (desde la materia prima hasta las conexiones a Internet), un nuevo tipo de sistema socialista podría emerger de las ruinas del capitalismo. “Los católicos no lucharon contra los romanos directamente, sino que se dedicaron a construir una estructura de poder independiente. Cuando el Imperio Romano se desmembró, el catolicismo se erigió como un nuevo sistema de poder con instituciones independientes”, le dijo a Página/12, con aire evangelizador. Para Bauwens, entonces, de las ruinas del capitalismo surgirá una nueva estructura de producción y circulación de la información, que será libre, abierta y distribuida.
 Por Mariano Blejman

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