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domingo, 10 de mayo de 2009

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tinelli, el “gran cuñado” y la debilidad k
El humor político vuelve a la TV
En los últimos años, la TV archivó todas las parodias y las escenas de humor que podían disgustar a los Kirchner. Pero, según los humoristas, habría además otras razones de la falta de risas en este rubro: el desinterés de la gente, los costos económicos y el cambiante rol de los medios. También influye la farandulización de la política. El conflicto del Gobierno con el campo deterioró a los Kirchner y abrió las puertas al debate político, condimento indispensable para la reaparición de ese tipo de humor. Miedos y disfrute de algo que siempre regresa, porque nunca termina de irse.
Por Demetrio Lopez

Temor reverencial. Los principales políticos saben que no pueden dejar de estar en el sketch de Tinelli, pero buscan que las imitaciones no les jueguen en contra. El lunes, el programa fue visto por el equivalente a los votantes de la Capital Federal o más de la mitad de los del Conurbano.
No explica cómo lo supo, pero este año decidió cambiar. Dicen que es su intuición, ésa que le permite estar arriba desde hace 20 años. Marcelo Tinelli abandonó en parte fórmulas que hasta al más fanático le resultaban perimidas (“Bailando por un sueño” y derivados) y apostó al regresó de lo cómico a su programa. Pero no sólo eso. A dos meses de las elecciones, reedita a partir del lunes “Gran Cuñado”, que habrá quedado viejo en el nombre (hacía referencia a Gran Hermano y a los cuñados de Carlos Menem), pero que la promoción se encarga de subrayar como el regreso del humor político a la Argentina.
Suena exagerado. El humor político nunca se fue. Todos los diarios y todas las radios tienen, bajo la forma de humoristas, dibujantes o imitadores, sus encargados de seguirle la huella a los políticos. Es posible que se haya replegado en los últimos tiempos, pero en donde falta el humor político es, sin duda, en la televisión.
Salvo el honroso caso de CQC, donde el humor de cuño periodístico intenta tomar el pulso político, existen demasiado pocas expresiones de humor político. Algún informe de Televisión Registrada, cosas sueltas en Peter Capusotto y sus videos (que ahora ni siquiera está al aire), pequeñas secciones en los programas de los hermanos Korol (cada vez más pequeñas), pastillas en algunos programas de cable y se acabó la lista. Las razones de que el humor político tenga poca pantalla (y menos predicamento) son varias, y no se contraponen. Más bien, se complementan.
¿Dónde está la gracia? “Como humorista, creo que hay menos humor político porque a la gente le interesa menos la política”, dice Rudy, responsable del humor del diario Página/12.
“Esto no es de ahora, esto viene de los años 90 y tiene que ver con una farandulización de la política. Si un corredor de autos o un cantante pueden ser gobernadores por el solo hecho de ser un corredor y un cantante, es que las respuestas políticas no alcanzan. Esto no es de acá, es un fenómeno internacional. Hoy importa menos qué piensa políticamente Silvio Berlusconi, importa más su divorcio”, agrega.
Lo que dice Rudy apunta a un cambio en el –qué paradoja– humor social, a través de la banalización de la política. Hay otras opiniones.
Miguel Rep, humorista y artista plástico, sostiene: “Hay mucho chiste sobre políticos, y mucho imitador. Humor político casi no hay. Sólo sobre la farándula de los políticos, a tono con la miserabilidad periodística imperante”.
“No existe el humor político si no existe la política en la gente. Hasta hace poco, no estaba la cara de un ministro en la memoria popular. Es imposible hacer sátira de un político si nadie sabe quién es”, afirma, por su lado, Alejandro Borenstein, productor, columnista de Clarín e hijo de un mito del humor político, Tato Bores.
Ariel Tarico, humorista imitador de Radio Mitre y de varios programas, cree que, precisamente, falta alguien como el padre de Alejandro: “Un problema es que no hay referentes fuertes. No hay un Tato Bores, no hay un Pepe Arias, que marque la senda”.
“Cuando mi papá hacía televisión, todos se interesaban –recuerda Borenstein–. El mejor ejemplo eran los ratings que hacía mi viejo. Hoy, no hay ni un solo programa de política en televisión abierta.”
A todo esto, se suma un problema de costos. Dice Tarico: “Hacer un programa de TV de humor es caro. Se necesitan actores, guionistas, decorados... Es más fácil hacer un programa de refritos de la TV y poner cuatro panelistas”.
Desde otro punto de vista, Pedro Saborido, humorista político y guionista de Peter Capusotto y sus videos, afirma: “El humor va y viene, según la coyuntura. Son cuestiones cíclicas. Ahora, a la gente le interesa más la política”.
Sin embargo, Saborido agrega: “Para mí no es un reverdecimiento de la política, sino de la espuma de la política. Yo veo un cambio en la gente, que tiene que ver con la desaparición de comités y unidades básicas, y el desplazamiento de la política a la televisión. Entonces, me parece que el humor político de la televisión va a hablar de la política que se habla en los medios, que no es lo mismo que la política que le interesa a la gente. Si hoy reaparece el humor político en tele, es por la cercanía de las elecciones”.
No me haga reír. Muchos coinciden en que fue la crisis del campo la que desató la vuelta a la agenda social de la política. “Desde la crisis del campo a esta parte, hubo un resurgir de la discusión política, y eso permite el humor político”, piensa Saborido.
Por su parte, Nik, humorista del diario La Nación y guionista de “Gran Cuñado”, va más allá: “Hubo un gran vacío en el humor político estos años, sobre todo en TV. Tiene que ver, a mi juicio, con varias cosas: por un lado, la privatización de los medios. Quizá, los nuevos dueños tienen intereses o negocios paralelos y no quieren enojar al gobierno de turno. A eso, hay que sumarle que, en los últimos años, el oficialismo presiona para que no haya programas de este tipo”.
Todo un tema, el del oficialismo. Si bien no existe gobierno que haya disfrutado del humor político (es inevitable recordar que, en la época de la presidencia del radical Raúl Alfonsín, Tato Bores no pudo hacer su programa en los primeros años de ese gobierno), la pareja presidencial parece ser particularmente adversa al humor político en general, y al humor que hable de ellos en particular.
Es difícil de creer, pero fue precisamente Marcelo Tinelli uno de los últimos en hacer humor político en televisión.
Era el año 2002 y su programa presentaba a “Los raporteros” (Fena Della Maggiora y Carlos Sturze), “Los gauchos” y el ahora polémico “Gran Cuñado”.
También existía un programa en América, llamado La otra verdad, donde los hermanos Korol parodiaban a Kirchner apodándolo “Virolita”.
Y en Canal 9, salía No hay 2 sin 3, donde Rodrigo Rodríguez y Freddy Villarreal interpretaban a la pareja presidencial. Nada de eso quedó.
“A la gente que está arriba no le gusta que la imiten. Y a los Kirchner, menos. Me acuerdo que hace unos años, los imitaban en No hay 2 sin 3 y los levantaron. ¿Y saben qué? Están equivocados. Uno imita a los que sobresalen”, asegura Mario Sapag.
El problema es que los Kirchner no parecen permeables a los homenajes.
A eso vendría a sumarse la debilidad propia de un gobierno que lleva seis años en el poder (dejemos de lado el chiste de que Cristina y Néstor son cosas diferentes) y, como ya se dijo, la cercanía de las elecciones legislativas.
“Cuando la economía funciona, la gente se relaja y busca entretenimiento. Cuando la economía empieza a andar mal… Creo que eso es lo que olfateó Tinelli: la necesidad de reírse de lo que pasa”, asegura Nik. “A veces, la gente tiene ganas de expresar algo y ahí surge el humor político. Y claro, el bufón es el único capaz de decir verdades y que duelan menos”, sugiere el Turco Naim Sibara, que formará parte del nuevo “Gran Cuñado”.
David Rotemberg, ex integrante del dúo humorístico Rubio & Rotemberg, y que hoy hace humor en el diario Crítica de la Argentina, es más ácido: “Después de bailar por un sueño, cantar por un sueño y nadar por un sueño, es bueno que Tinelli haya despertado”.
Pero si Tinelli olfateó, también olfateó el Gobierno: según se sabe, el propio Kirchner se comunicó con el conductor para saber cómo será ese sketch. “Al político lo que le preocupa es la imagen –dice Ariel Tarico–, la imagen que la sociedad tiene de él. Capaz que después de lo de De la Rúa en VideoMatch, muchos temen quedar como tontos.”
A dos meses de las elecciones, que más de cuatro millones de personas (según Ibope) vean una parodia de la Presidenta y su entorno aparece para el oficialismo como un verdadera temor real.
El efecto De la Rúa. El inolvidable episodio ocurrió en vísperas de la Navidad del año 2000. Fernando de la Rúa, entonces presidente, fue a VideoMatch para hablar de la renuncia de Chacho Alvarez y otras cuestiones del momento. Que lo haya hecho ahí y no en otro programa habla de la popularidad de Tinelli, que los políticos reverencian.
Pero todo salió mal. Primero, cuando alguien del público se abalanzó sobre De la Rúa, tiró de la solapa de su saco y le reclamó a gritos por los presos condenados por el ataque de 1989 al cuartel de La Tablada. Luego, habló con su imitador y, a la hora de retirarse, confundió la puerta de salida del estudio, por lo que fue y vino sobre el escenario, detrás del conductor. La imagen fue contundente: De la Rúa superaba al imitador.
Tiempo después, el ex presidente radical acusó a Tinelli de tenderle una trampa e, incluso, de haber ayudado a derrocarlo.
“Aquel era un gobierno muy precario, y cualquier cosa dejaba en evidencia que estaban para el cachetazo. Ningún programa de humor voltea un gobierno. Se voltean solos”, dice el Turco Naim.
Todos los humoristas están de acuerdo en ese punto: “En todo caso, la aparición de De la Rúa en el programa potenció una opinión generalizada: ‘Me puedo bancar a un gobierno como el de Menem y sus asuntos turbios, pero no a uno idiota’. Y claro, siempre es más fácil reírse del débil”, afirma Tarico.
“Más que un dormido, De la Rúa era un conservador obcecado. Y su caída tuvo otros motivos. Lo que le pasó en el programa no tendría por qué ser su final. Por ejemplo, varios años atrás, atraparon a Adolfo Rodríguez Saá en una situación más que confusa con vibradores adentro de un albergue transitorio, y eso no terminó con su carrera política”, opina Saborido. Y Rotemberg remata: “A De la Rúa no lo volteó Tinelli, ya venía volteado por un Alplax”.
“Gran Cuñado”. “Nosotros, con ‘Gran Cuñado’, no tenemos mala intención. Es posible que algún político se lo tome a mal, pero bueno, ¿qué le va a hacer? Se la tienen que bancar... No hay nada más sano que la libertad de opinión”, dice el Turco Naim.
Nik sentencia: “El humor es una revancha del ciudadano. Yo percibo un enojo con el oficialismo, y también con mucha gente de la oposición. Pero claro, el que está en funciones recibe más críticas que el que no ejerce, eso siempre fue así”.
Pero, ¿es justificado el temor que siente el oficialismo? Responde Nik: “El miedo al
ridículo siempre está. En el humor político siempre hay conceptos que se imponen, y que se desprenden de la observación. Por ejemplo, De la Rúa parodiado como un dormido. Es probable que el humorista exagere, pero el mote no surge de la nada. El problema para el Gobierno sería si se fijasen ciertos conceptos de la pareja gobernante que desagradan a la pareja gobernante”.
El Turco agrega: “‘Gran Cuñado’ es la vuelta del humor político, pero constructivamente, sin intencionalidad, y mucho menos, sin intencionalidad política. No sé Larry de Clay, pero ninguno de nosotros quiere ser gobernador”.
Sin embargo, existen en este caso condicionamientos a la frase “sin intencionalidad”.
Por ejemplo, lo que refiere Rotemberg: “Hay algo que le escuché decir a Carna (uno de los humoristas de Tinelli) que me llamó la atención. Dijo: ‘«Gran Cuñado» va a volver con todo el espíritu de Tato Bores’. Con todo respeto, ni con setenta sesiones de espiritismo lo lograrían. Básicamente porque Tato era reflexión política, pero también ética intachable. Con Tinelli, no es el caso”.
Alguno recuerda que Kirchner fue en persona a la inauguración de una de las radios del conductor.
Otro humorista, off the record, decía: “Yo no me olvido que Carlos Menem cerró su campaña por la reelección en VideoMatch”. Las suspicacias están a la orden del día.
El que ríe último. “Ningún programa cómico puede derribar un gobierno. Decir verdades no produce esas cosas. Eso es todo”, cree Mario Sapag. “El humor no voltea gobiernos, pero sí ayuda a pensar”, aclara Rotemberg.
“Me interesa el humor y el arte, y poco me interesa el humor político. Mientras la gente se divierta, todo bien. El límite es el respeto, hacia ellos y el que merecemos nosotros”, dice Martín Bossi, otro de los integrantes del elenco de “Gran Cuñado”. En cualquier caso, el humor político vuelve a estar en el centro de la escena. Quizá, porque nunca se fue.
“A veces me preguntan por qué los programas de Tato siguen teniendo vigencia –dice Alejandro Borenstein–. Y es que los conflictos no se han resuelto, por eso parecen siempre actuales. Pasan los años y los conflictos siguen iguales.” Pasan los años y los conflictos siguen iguales. Quizá sea ésa y no otra la fórmula que explica la vigencia, la actualidad y la necesidad del humor político.
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Cristina y Néstor, en la versión de Tinelli
Mañana a las 22.30 –o, eventualmente, cuando los programadores de Canal 13 ubiquen el final de Valientes– el humor político regresará a la televisión argentina. O, mejor dicho, regresará el humor político masivo, porque no puede negarse que el año pasado, desde el canal oficial, Diego Capusotto lo hacía en la temporada de Peter Capusotto y sus videos. El pelilargo militante peronista Bombita Rodríguez fijaba una mirada despiadadamente irónica sobre los 70, y Micky Vainilla mostraba el racismo de cierta oligofrenia artística y/o social. Era el rating más alto de la emisora y se transformó en un programa de “culto”, pero nunca “masivo”. Lo de Capusotto era –es, con las repeticiones que aún se mantienen en la pantalla– un intento de devolver a la televisión el humor político.
La expectativa con el regreso de la casa de “Gran Cuñado” es grande. No en vano Marcelo Tinelli sabe que “el número de rating está ahí”, y cuando mañana salude con su “buenas noches, América”, el interés de millones de ojos estará puesto en ver el resultado del trabajo de Andrés Parrilla, autor de las máscaras con que estarán los personajes de “Gran Cuñado”. El segmento humorístico parodia, al mismo tiempo, a los reality shows y a la comunidad política vernácula –tanto del oficialismo, la oposición y el campo– en un año electoral, y dos días después de que se hayan formalizado las candidaturas y a siete semanas de los comicios –es decir, en la recta final de la contienda partidaria (o algo así)–, por lo que cobra vital importancia rogar para quedar bien parados ante la audiencia votante.
Las versiones y las razones. Distintas fuentes dieron cuenta de que Néstor Kirchner en persona se habría comunicado con Marcelo Tinelli para interiorizarse acerca de cómo lo presentarán en el show. La preocupación del presidente del Partido Justicialista se habría basado –como la de tantos de sus colegas– en el poder de fuego –y de daño– de los números: el lunes, ShowMatch promedió –según Ibope– 41,5 puntos de rating, mientras que el martes, 36,1. De acuerdo con la encuestadora, eso equivale a que aproximadamente 4 millones de personas el lunes y 3 millones y medio de personas el martes estuvieron delante del televisor viendo a Tinelli y los suyos –y los no tan suyos, porque buena parte del pico histórico del debut se debe a las presencias de Antonio Gasalla y Guillermo Francella–.
En 2007, en la Capital Federal había poco más de 2 millones y medio de ciudadanos en condiciones de votar, mientras que en los 39 partidos del Gran Buenos Aires, sumados, eran unos 7 millones. Es decir: la cantidad de personas que vieron ShowMatch el último lunes son más que los votantes de la Capital y un poco más del 50% de los del GBA. Por más que los números de Ibope representen a personas de todas las edades y no sólo a votantes potenciales, la masa humana que convoca ShowMatch –o, si se prefiere, la estrategia de Marcelo Tinelli– puede resultar decisiva en una campaña que, hasta el momento, no ha mostrado más que los primeros estiletazos.
No es casual, entonces, que Tinelli mismo haya reconocido al aire el llamado de políticos que estaban interesados en que se sumaran imitaciones de ellos al “Gran Cuñado”. Como dijo el publicitario Gabriel Dreyfus –asesor de campaña de la alianza Coalición Cívica/Unión Cívica Radical–: “El político que no está en ‘Gran Cuñado’ no existe”. Dato no menor es que uno de sus asesorados, Alfonso Prat Gay, no estará en la casa.
El elenco de notables. En la casa construida en uno de los estudios de Ideas del Sur que imitará hasta el más mínimo detalle a la de Gran Hermano –hoy Operación Triunfo, o algo así–, con guiones supervisados por el humorista Nik, estarán aquellos que Marcelo Tinelli y su equipo consideran piezas clave –y populares– de la política argentina.
“Tanto para ser político como para ser artista tenés que tener una carga de omnipotencia muy grande; entonces, si te creés todopoderoso, te resulta muy feo que alguien venga y le muestre a la gente tu parte graciosa o miserable”, dijo el actor Martín Bossi. Y no es una declaración menor, ya que él interpretará a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y, según indicaron fuentes de la productora, en la interpretación resultan claves el dedo índice enarbolado como si fuera un arma y la burla constante al estilo oratorio de Cristina. Eso sin contar las confabulaciones que tramará junto a su marido, Néstor –interpretado por Freddy Villarreal, a quien gracias a sus imitaciones ya le endilgaran la caída en desgracia (y, casi, la caída a secas) de Fernando de la Rúa, personaje que también volverá a encarnar en esta entrega del reality satírico–, en contra de Julio César Cleto Cobos –personificado por José María Listorti, quien optó por dotar a su personaje de un discurso plagado de negaciones como, por ejemplo, “no positivo”–. Problemas de convivencia que intentarán reflejar en el espacio cerrado uno mucho más abierto.
La estrategia de los humoristas radicará fundamentalmente en dar con un elemento reconocible de los políticos reales para conducirlos al nivel del absurdo. Así, el Mauricio Macri de Martín Bossi –hace dos personajes, al igual que Villarreal–, que ya se impusiera en una de las ediciones, hablará todo el tiempo de las cosas que hay que hacer. No menos entusiasta resultará el Sergio Massa en la piel de Mariano Iúdica, quien no sólo mantendrá una sonrisa pétrea sino que hará continuas referencias a su pago chico, el partido de Tigre. Si de optimismo se trata, habrá que prestarle atención al Daniel Scioli en manos del humorista Jorge Fossetti, ya que sus palabras más repetidas serán “está todo bien”.
Pero no todo es alegría y buena onda. El Alfredo de Angeli que llevará adelante Campi promete, además de reiterados momentos en que se le caiga algún diente, delirio en extremo –no debe olvidarse la antológica composición que el humorista ya había hecho de Aldo Rico–. Más irracionalidad, con no pocos toques de violencia, tendrá el Guillermo Moreno que le tocó en suerte al Turco Naim y también el Hugo Moyano que hará Toti Ciliberto –que en las trasnoches de América deleita con sus personificaciones deportivas de Mostaza Merlo y Juan Román Riquelme–, y el Luis D’Elía en la piel de Claudio Rico. Alicia Kirchner, en versión de Gladys Florimonte, no será violenta, aunque mostrará sumisión ante su hermano.
En la primera edición, el cómico Waldo había tenido que encarar a un personaje parco en sus palabras –Emir Yoma–, y en esta versión le asignaron un político no menos enigmático: Carlos Reutemann. Por el lado de la oposición, el grupo de “valientes” que entrarán en la casa se completa con: Francisco de Narváez –Roberto Peña, quien jugará reiteradamente con los tatuajes no tan velados del político, y es probable que haga referencia a Tinelli mismo (o, más específicamente, al brazo del conductor, con dibujos flamantes diseñados por su hija Candelaria)–, Luis Juez –Fernando Ramírez se la pasará contando chistes–, Elisa Carrió –Mauricio Jorpack– y Felipe Solá –Sebastián Almada–. Del oficialismo, se suman Aníbal Fernández –muy verborrágico y bigotudo, encarnado por, justamente, Carna– y la flamante candidata Nacha Guevara –agregada a último momento, en la piel de Fátima Flores–.
El juego de la silla (y las presiones). El ShowMatch de mañana estará integrado totalmente por “Gran Cuñado”. Se prevé un envío a la semana, y a partir del lunes 19 deberá convivir con otros segmentos humorísticos del show. Ese día, la votación telefónica de los televidentes habrá determinado los tres personajes con más votos negativos –o, para el caso, “no positivos”–, quienes serán nominados y, a partir del lunes 26, comenzarán a armar las valijas de a uno.
Entonces, el programa planteará un esquema de votación pública y constante. Justamente en un año en el que la Presidenta adelantó las elecciones para que no se estirase la campaña. Mientras los partidos comiencen a hacer sus gastos de publicidad, desde la pantalla se generará una difusión de sus imágenes que no podrán controlar.
No es iluso suponer que el teléfono de Tinelli sonará con mucha frecuencia. Cuando se le preguntó al conductor sobre las presiones que recibirá, él respondió, sucinto: “¿Viste el tai chi? Hay que saber dejar pasar”.

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