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sábado, 29 de octubre de 2011

El irresistible encanto de los e-book

Cansado de mirar desde afuera los avances en los nuevos formatos de lectura, el autor de esta nota -infatigable lector de libros en papel- fue presa de un pico de ansiedad y se animó a adquirir un e-reader. Enteráte de cómo le fue.


Por Javier Alcácer

El año pasado, entre las infinitas cadenas y links propagados a diario, se difundieron una serie de videos de YouTube en los que, parodiando el formato del infomercial, se presentaba un invento revolucionario y ultramoderno: el e-book, "una ruptura tecnológica sin cables, sin circuitos eléctricos, sin batería y sin necesidad de conexión", "compacto y portátil", "nunca se cuelga y nunca necesita ser reiniciado". Seducidos por el ingenio de los videos, miles de hispanoparlantes le hicieron el favor a Popular Libros, una librería de Albacete, España, de difundir su campaña viral "Leer está de moda".




En un texto publicado en la década del 70, escrito para una revista que se repartía en los vuelos de American Airlines, Isaac Asimov había usado una estrategia retórica similar describiendo un casete mágico. "¿Qué duda cabe de que ése es el aparato de nuestros sueños? Un casete que puede contener información sobre infinitos temas, del mundo de la ficción o del real; que es autónomo, manejable, parsimonioso en el consumo de energía, perfectamente privado y sometido en gran medida al control de la voluntad. ¿Será sólo un sueño? ¿Tendremos algún día un casete así? La respuesta es un sí rotundo. No es que lo vayamos a tener algún día, es que lo tenemos ya; para ser más exactos: existe desde hace siglos. El ideal que he descripto es la palabra impresa: la revista, el libro, el objeto que tiene usted en sus manos; un objeto ligero, privado y manipulable a voluntad."

Asimov se quedó corto, porque poco más de treinta años después de la aparición de ese artículo, mientras retweets y forwards difundían los videos del e-book, la edición en inglés de la trilogía Millennium, del sueco Stieg Larsson, superaba el millón de copias vendidas... en e-books. Aunque la mayoría de su obra pertenece al género de ciencia ficción, el apego romántico a la letra impresa le nubló las predicciones a Asimov, porque el libro, el objeto físico libro, fue puesto en jaque por un objeto todavía más ligero, relativamente más privado y todavía más manipulable: el e-reader.

Año cero
Sigamos en 2010: Amazon, la tienda virtual que empezó vendiendo libros y en la que ahora puede comprarse desde comida hasta computadoras, lanzó la tercera versión de su e-reader, el Kindle. Aquel año, la empresa fundada por Jeff Bezos vendió más Kindles que libros en papel. Al ser el único proveedor autorizado de contenidos para ese soporte, rápidamente centralizó y sus ganancias se fueron por las nubes: la venta de cada e-book le dejaba un porcentaje muy superior al de los libros en papel. Mientras tanto, Barnes & Noble, una de sus competidoras, presentó, con muy buenos resultados, su propio lector, el Nook, con sistema operativo Android. No fueron los únicos: Sony y Samsung pusieron a la venta sus respectivos e-readers.

Después de cambiar para siempre el mercado audiovisual online con la web del iTunes, Steve Jobs no podía dejar pasar esta oportunidad para llevarse su porción de torta: el iPad, la última vedette de Apple, incluye iBooks, una aplicación que permite la compra de libros, cómics y revistas y la lectura en la tablet PC. No es propiamente un e-reader, sino una computadora en la cual se pueden hacer una cantidad de tareas mucho más sofisticadas que la lectura (pregúntenle a Damon Albarn, que usó el suyo para grabar The Fall, el último disco de Gorillaz ), que consume una mayor cantidad de recursos y que se vende a un precio hasta seis veces mayor que un Kindle. Pero esta multiplicidad de alternativas que brinda el iPad atenta contra la concentración que exige la lectura. En un e-reader, en cambio, no hay mucho más que hacer además de leer. Es tan multifuncional como un libro. Pero hay otro inconveniente con el iPad: la pantalla irradia luz. Al igual que con un monitor, fijar la mirada en una superficie luminosa cansa los ojos y no hay colirio que combata la jaqueca. Por supuesto, esto no pasa con la letra impresa. Por eso, el secreto de los e-readers está en la tinta electrónica, la tecnología que usan las pantallas para mantener una superficie opaca, que no irradia ni refleja luz y que imita la tinta pero permitiendo que el contenido que se exhibe cambie a una velocidad adecuada para no obstaculizar la lectura. Claro que esto tiene sus contras; por ejemplo, esa velocidad no es suficiente para reproducir videos o navegar cómodamente, es decir, el tipo de distracciones domésticas que interrumpen la lectura.




Lo que importa es lo de adentro
El aumento de los precios de los libros, las pésimas traducciones que recibimos de la madre patria y la poca variedad de oferta, sumado a un mal manejo de la ansiedad y las pocas ganas de mudar una biblioteca, hicieron que, después de una larga y tortuosa investigación de mercado, me decidiera a conseguir un Kindle. Lo más difícil en la elección fue olvidar el 1984 affaire. En 2009, al descubrir que la editorial que le había vendido las ediciones digitales de las novelas de George Orwell no contaba con los derechos de las obras, Amazon las retiró de la web, pero también las borró de las e-readers de los usuarios que las habían comprado y les devolvió el dinero que habían pagado. Ante el aluvión de críticas y las comparaciones con el estado totalitario que narra Orwell, el propio Bezos tuvo que salir a pedir disculpas, reconocer el error y anunciar que implementarían cambios en las políticas de privacidad para que incidentes así no volvieran a ocurrir. Pero desde la empresa pudieron hacer esto por una de las características más cuestionadas de los e-books: a diferencia de los libros en papel, al adquirir un libro digital, uno no está comprando los derechos de un ejemplar, sino que está pagando por una licencia para reproducirlos en su reader, de tal modo que los usos que uno puede hacer de ellos son limitados.

Cuando recibí el Kindle 3, lo primero que me sorprendió fue su poca pretensión: es del tamaño de una agenda (entra perfecto en el bolsillo de una campera) y no llega a pesar un cuarto de kilo. A diferencia del iPad, no pretende ser un objeto de diseño sofisticado, sino que es pura austeridad. El manual impreso también -apenas tiene diez páginas- la pantalla sólo reproduce en escala de grises y, a contramano de la tendencia mundial, no es táctil, sino que el Kindle mantiene un teclado. Al encenderlo, se registra vía wi-fi bajo la cuenta de Amazon. Una vez hecho esto, basta con un solo clic en la computadora para comprar un e-book. Hay que decirlo: los precios son un poco más altos que los de las ediciones de tapa blanda, pero el envío de la versión digital es inmediato, mientras que el libro en papel tarda más de tres semanas en volar de Estados Unidos hasta Argentina, un traslado que le agrega hasta 30 dólares de costo a la compra.

Lo primero que uno hace es abusar de los miles de libros de dominio público que hay en el Kindle 3, Mark Twain, G. K. Chesterton, Cervantes, Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle, entre otros autores fallecidos hace más de 70 años. Del mismo modo, pueden descargarse muestras gratuitas de libros en venta para orientar al comprador indeciso. Y, sí, la piratería también hace estragos en los e-books, hay almas viles que hacen circular versiones hackeadas.

El soporte permite la navegación dentro del libro e integra el New Oxford American Dictionary a la lectura. Con mover el cursor hasta una palabra, la definición aparece de inmediato en la pantalla; por medio del teclado, es posible marcar pasajes y hacer comentarios, que serán guardados en un documento aparte. Pero lo más valioso del Kindle, además de poder almacenar hasta 3500 e-books en menos de lo que pesa un libro de 500 páginas, es que la experiencia de lectura, a la que hace más cómoda e inmediata, pone en evidencia lo importante, el texto.

Aunque suene dramático, no es tan terrible postular la muerte del libro. Claro que quedan por verse los cambios que esto provocará en el mercado editorial. Despidamos al libro en papel, terminemos con el fetiche romántico y, ya que estamos, démosles un respiro a los bosques.

Tips para sacarle provecho a tu e-reader
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Bajate el software Calibre ( www.calibre-ebook.com ), un programa gratuito que te permite organizar tu biblioteca virtual y, además, podés configurarlo para que te mande diarios, webs y revistas periódicamente a tu reader.
Si usás el Firefox o Chrome, buscá la extensión que le agregue a tu navegador un botón que te envíe los artículos online que vos quieras a tu reader con un solo clic.
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