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sábado, 29 de octubre de 2011

Sábado 29 de octubre de 2011 | Publicado en edición impresa
La compu

Motor excelente, pero con asientos incómodos

Por Ariel Torres | LA NACION
 
Por varios medios -y hoy, ya sabemos, abundan- me han pedido una reseña de Ubuntu 11.10, Oneiric Ocelot o, entre nosotros, Oneiric a secas.
Nos gusta usar jerga, somos incorregibles, sí, pero las versiones de Ubuntu se numeran de un modo muy racional, el más eficiente de todos los que conozco. Combina el modo tradicional con la fecha. Así, la versión 11.10 es la que salió en octubre de 2011. Esto es perfecto, porque si fuera la edición 4.5.23 build 149c, por poner un ejemplo clásico, no tendríamos ni la más remota idea de cuándo apareció, excepto consultando la documentación. Uno de los muchos ejemplos de inteligencia que marcan el Linux de Canonical.
Para aflojar un poco tanta racionalidad, se bautiza cada edición con el nombre de un animal adjetivado de las formas más esperpénticas. Luego, sólo usamos el adjetivo; Onírico, en el caso actual. Eso sí, los nombres no están tomados al azar, sino que van en orden alfabético, con la sola excepción de las dos primeras ediciones de Ubuntu, Warty Warthog (jabalí verrugoso) y Hoary Hedgehog (erizo vetusto).


Juez y parte
Reseñar Linux requiere una serie de salvedades importantes. No porque sea gratis, aunque es verdad que a caballo regalado no se le miran los dientes, sino por otro motivo muchísimo más importante. Como la Wikipedia, Linux en general -y Ubuntu en particular- es una obra común, un trabajo colectivo, un experimento de una nueva forma de sociedad en la que nos volvemos más responsables, menos dependientes de los que, por el motivo que sea, han obtenido el privilegio de decidir.
Por lo tanto, no es lo mismo que reseñar un software comercial creado por una compañía privada o, para el caso, una película, un libro o un restaurante. En tales circunstancias, la reseña no forma parte del producto.
Esta que usted está leyendo, en cambio, es parte de Ubuntu y de Linux, es mi aporte a esa obra común. Lo que plantea asimismo un tenaz desafío. Lo diré sin retoques: me resulta arduo hablar mal de Linux, señalar las fallas de Ubuntu, quejarme de KDE, rezongar contra Gnome. Uno tiene su corazoncito.
Pero lo hice en el pasado, cuando lo creí justo y necesario, y lo haré de nuevo ahora. A fin de cuentas, Linux ha llegado a ser lo que es gracias a la autocrítica, no a la complacencia, las verdades reveladas y los mesías del bit.
La tentación por la voz única, no obstante, es un viejo problema de la humanidad, y toda comunidad corre el riesgo de padecer su llamado de sirena. El de Itaca supo taparse los oídos con cera para evitar que su barco encallase, destino inevitable de los proyectos, grandes o pequeños, donde la voz disidente es acallada por cualquier medio, terso o violento. Esto cuenta también para el software libre en general y para Ubuntu en particular.
Hechas estas aclaraciones, vamos al Ocelote Onírico.
Novedades sin novedad
Mudarse a una nueva versión de Linux poco tiene que ver con actualizar Windows. Los cambios son más suaves, la pendiente menos escarpada y es raro que uno tenga que alterar la forma en que venía haciendo las cosas tras reiniciar. Las mejoras suelen ser invisibles, no sin importancia, pero transparentes.
Sin embargo, hay algo que a todos los sistemas les resulta imposible ocultar: la interfaz, la fachada, los controles que usamos para operar el sistema y las aplicaciones.
Natty, la versión 11.04 de Ubuntu, hizo una audaz movida al tocar este componente y colocar la interfaz Unity en lugar del Escritorio tradicional de Gnome como cara visible. Unity, vaya paradoja, dividió al mundo Linux y se convirtió, para algunos, en un bastión que había que defender a toda costa; para otros, en un adefesio impresentable. En mi opinión ( www.lanacion.com.ar/1373120-unity-la-interfaz-que-dividio-al-mundo-linux ), Unity significó un paso atrás, pero con futuro. Le puse una ficha entonces.
Así que esta reseña tiene dos partes. La primera, muy breve, está relacionada con el sistema operativo subyacente. Todo lo que debo decir al respecto es que hay que actualizar. Lo probé en toda clase de máquinas, incluida una Pentium III con 512 MB de memoria RAM (sí, leyó bien), y fue como seda.
Algunos de los cambios más o menos notables son la adopción de Thunderbird como cliente de correo oficial (¡era hora!), la incorporación de la versión 3 del kernel de Linux (veníamos de la 2.6.38) y GCC 4.6 como compilador predeterminado. Han desaparecido Synaptic (que uso siempre) y PiTiVi (que casi no he usado; prefiero Cinelerra). No es un gran problema el de estas desapariciones, como tampoco pasó nada cuando GIMP fue eliminado de Ubuntu en la versión 11.04. Basta ir al centro de software e instalarlas manualmente, si las necesita.
Luego de dos semanas de usarlo sin miramientos, el veredicto para la 11.10 es: 10 puntos. Sigue siendo el Linux robusto, estable y compatible con hardware de toda laya al que estamos habituados. Salvo que su sistema figure en la lista de issues conocidos (https://wiki.ubuntu.com/OneiricOcelot/ReleaseNotes#Known_issues), puede actualizar tranquilo.
El unicato de Unity
Otra es la historia con la experiencia de usuario y con Unity en particular. Aunque ha habido cambios de diseño y algunas mejoras en esta interfaz, y pese a que funciona más rápido que al principio, no ha logrado convencerme. Sé que no soy el único, pero eso es lo de menos. Por mucho esfuerzo que hice y por más que, como dije en su momento, la intención y la idea no están mal, y hasta confieso que cuando le encontré la vuelta llegó a gustarme, a Unity le falta eso que engancha, que hechiza. No sé qué es, pero no terminé nunca de sentirme cómodo con la nueva interfaz predeterminada de Ubuntu. En la netbook, tal vez. Pero también lo uso en pantallas de entre 26 y 42 pulgadas, y allí me supo a desperdicio de espacio. Y poco maleable.
Peor todavía, Oneiric no permite cambiar entre Unity y el Escritorio tradicional de Gnome. Es Unity o Unity. No me gustó ni un poco esta ausencia, y eso que nunca fui un gran entusiasta de Gnome. Pero sin duda me resultaba más claro y, sobre todo, más dúctil que Unity.
Hay una buena noticia, sin embargo. Al revés que en Ubuntu 11.04, Unity ahora corre sobre las bibliotecas de Gnome 3, por lo que usted puede descargar la nueva versión del escritorio de Gnome, instalarlo (son dos clics en el centro de software) y optar por una interfaz diferente. Como ya he dicho, esa es una de las cosas que más nos gusta de Linux. Las opciones.
¿Nuestro turno?
Por otro lado, debo decir, no son pocas las personas con cero experiencia en informática que encontraron Unity muy claro. Quizá Shuttleworth no está equivocado al insistir con Unity, dada la misión de Ubuntu. Y no es imposible que ahora los confundidos seamos los que venimos usando computadoras desde la infancia o la adolescencia. No lo sé. Pero me siento obligado a aclarar que quizá tanta simpleza no nos gusta a los geeks más duros, pero para mucha gente podría ser un bálsamo, y uno que a Linux no le viene nada mal.
Y una cosa más a su favor, y sin retirar por esto que no logró cautivarme y lo dejé de usar. Shuttleworth puede estar errado acerca de las bondades de Unity, pero es la primera vez que en Linux se busca innovar en interfaces, en lugar de repetir las recetas de Windows o Mac. Respeto eso, que conste.
De Gnome a KDE, y después
Como quiero adaptar la interfaz a mi forma de trabajar y al tamaño de la pantalla, decidí dejar Unity a un lado, instalé el Escritorio de Gnome 3, ¿y adivine qué? Aunque con otro estilo visual, me causó el mismo efecto que Unity: menos opciones.
Increíble como pueda sonar, tenía en mis manos un auto extraordinario, al que conozco a fondo y he usado durante más de 15 años, y en plena era de iPhones y iPads, volvía a sentirme más cómodo con el intérprete de comandos (terminal, en Linux) que con la interfaz gráfica.
Ya sé. Hay muchas opciones, y las he probado todas. Me gustan, por ejemplo, Xfce y LXDE. Pero resulta que una de las aplicaciones que más uso, TweetDeck, sólo sabe autenticar en un entorno basado en Gnome... o en KDE.
¿KDE? -dije. Hacía años que no visitaba este escritorio para Linux. En su momento me había parecido recargado de decoraciones, pesado, lento e inestable. Pero eso había sido casi una década atrás, y desde entonces siempre había empleado Gnome. Bueno, perdido por perdido, instalé el entorno Plasma Desktop de KDE. Me llevé una agradable sorpresa en la siguiente media hora.
Los muchachos de KDE siguen enamorados de las decoraciones y Plasma todavía tiene un aire rococó-translúcido-década del 90 que empalaga, pero con un poco de sintonía fina logré dejarlo como a mí me gusta, y resultó ser ahora mucho más ágil que antes y, lo que estaba buscando, lleno de opciones. De momento, lo adopté, aunque hubiera preferido la frugalidad de Xfce.
En total
Le di seis meses a Unity y no logró seducirme. Gnome 3 me pareció mejor, pero no mejor que Gnome 2. Ahora estoy usando el Plasma Desktop de KDE.
Nunca hubo unidad ni unificación en las interfaces para Linux, y quizás el sueño de Unity es sólo eso, una quimera. Puede parecer irritante esta falta de unidad. Puede que el lector crea que todo este rollo de cambiar de fachada es un engorro. Quizá.
Por mi parte, lo pienso de otro modo. En Windows y en Mac no hay opciones. Es esa interfaz y punto. Si le gusta, bien. Si no, también.
En Linux las cosas no funcionan así. La voz única nunca prosperó..

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