La batalla cultural no termina
(Tiempo Argentino) Publicado el 21 de Agosto de 2011Editora de Investigaciones.
¿Cómo explicar que la presidenta con mayor oposición mediática haya triunfado en las primarias, sobreponiéndose al poderoso aparato comunicacional? Quizá lo que cambió no fueron las corporaciones, sino el Estado y los sujetos de derecho.
Vivir en una sociedad de la información como la nuestra implica reconocer, por lo menos, dos variables antagónicas a la hora de analizar en qué grado de mediocracia o democracia nos zambullimos cotidianamente.
De un lado, la construcción y apropiación de sentido que hacen las corporaciones mediáticas, guiadas por sus intereses económicos –y por ende políticos–, y del otro las posibilidades de esa sociedad de acceso y elección de los medios de comunicación y de deconstrucción de sentido de los contenidos prefabricados que se reproducen. Esta voluntad de las corporaciones de dictarle órdenes a la realidad, como hacen el cártel Clarín-La Nación –con su socio menor Perfil– y la habilidad ciudadana para desmenuzar esos discursos, al punto de distinguir realidad de construcción intencionada, corren por carriles paralelos, entrelazándose, confundiéndose y, a veces, en el mejor de los casos, distinguiéndose. Plantearse hoy, como consecuencia del resultado electoral de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias que el poder de fuego de los medios hegemónicos argentinos no es el que se creía, parece un tanto apresurado. Porque tal vez lo que cambió no es ese poder, sino otro. Veamos.
La capacidad de producir la mayor cantidad de tapas negativas y opositoras del gobierno nacional posibles, la constante atención puesta en la manipulación, la distorsión e incluso la mentira de los que se consideraban los dos grandes diarios argentinos, repetida al hartazgo en la cadena hegemónica nacional, no sólo no ha disminuido, sino que por el contrario irá in crescendo hacia las elecciones del 23 de octubre, en las que está en juego un modelo de país, pero también un modelo comunicacional que, por supuesto, les resulta contraproducente. El ejemplo más claro de eficacia del maridaje entre los medios y una fuerza política tradicional lo tuvimos en la Ciudad de Buenos Aires, el 10 y el 31 de julio pasados, cuando el blindaje informativo a Mauricio Macri por parte del cártel CLNP (Clarín, La Nación, Perfil), en la zona de mayor penetración del añorado discurso único, junto con otras variables sociales, funcionó como esperaban.
¿Por qué? Porque parte del poder de esos medios radica en su capacidad de penetración y Buenos Aires es la región de mayor concentración discursiva, ya que allí están la mayoría de los usuarios de Cablevisión, consumidores de TN y lectores del CLNP por metro cuadrado. Y tal vez por eso justamente, sea la más compleja de modificar, ya que se trata del núcleo duro que lleva décadas de colonización.
Pero Buenos Aires no es la Argentina.
¿Cómo puede explicarse entonces que la presidenta con la mayor oposición mediática del retorno de la democracia haya triunfado en las primarias, sobreponiéndose al poderoso aparato comunicacional? Quizá porque lo que cambió no fueron las corporaciones, sino el Estado y los sujetos de derecho. La tan deseada Ley de Medios no logró atenuar siquiera un milímetro la capacidad comunicacional de ningún grupo argentino –se espera que esto comience a ocurrir hacia fin de año–, pero fue el mascarón de proa de la voluntad política de socializar las herramientas de comunicación que surgió hace tres años y es posible (y esperable) que vaya camino a consolidarse. El segundo kirchnerismo puso en práctica la teoría que recorría las universidades, las escuelas de periodismo, las redacciones y las ONG desde hacía décadas, ante la mirada escéptica del primer kirchnerismo que no logró sacudirse durante sus cuatro años de vigencia los serios problemas de comunicación que lo caracterizaron.
La Televisión Digital Terrestre y el programa Conectar Igualdad son apenas dos de los ejemplos más claros de esa puja por achicar la brecha entre ricos y pobres culturales, teniendo en cuenta que los primeros son nacidos y criados con tecnología comunicacional y los segundos apenas pueden gozar de un celular con suerte y un ciber cerca del barrio, también con la mejor de las fortunas. Programas de análisis crítico de los medios como 6,7,8, desde la Televisión Pública, y otros con ejes similares desde Radio Nacional, decenas de blogs y sitios como Diario Registrado o secciones como Gráfica Registrada de este diario no han hecho otra cosa que redistribuir herramientas de deconstrucción de sentido, tan necesarias como el agua, en las sociedades del siglo XXI.
Está claro que el cambio estructural en todas las áreas y su comprobación diaria por parte de los argentinos y argentinas beneficiados conformaron la base sustancial para lograr el apoyo de la mitad más uno, pero también lo está en que ese cambio entre el primer y el segundo kirchnerismo, hoy puede estar dando sus primeros frutos.
La capacidad de construcción de sentido del cártel CLNP está intacta, pero sólo si se analiza desde ese punto de vista. Lo que está cambiando es la capacidad de resignificar, de deconstruir ese sentido y de acceder a los medios de comunicación, contrarrestando entonces ese efecto dañino inicial. Así como podríamos hacer muy poco o casi nada sin las herramientas necesarias para desmenuzar el verdadero interés detrás de las noticias, tampoco se podría avanzar mucho sin empoderar a la ciudadanía, sin establecer políticas públicas de acceso a diarios y revistas, radios, televisión e Internet en igualdad de condiciones y calidades.
El Estado puso límites que deberá hacer cumplir y la sociedad también.
Las élites iluminadas perecen ante la mirada indiferente de las mayorías. Hay esperanza cuando son las bases las que llevan ese cambio en su ADN, cuando lo hacen propio y lo ponen en práctica con su fuerza transformadora. Y eso es lo que está pasando. Si aceptamos que de aquí al 23 de octubre la capacidad de emisión del mensaje del CLNP estará intacta o, peor aún, como la desesperación es hermana de la derrota se incrementará, será necesario renovar el antídoto: la mirada aguda, la capacidad de desarmar las operaciones mediáticas que se vendrán y de comprender la verdadera intencionalidad comunicacional deben estar más sagaces que nunca. Creer que su poder no era tal es rendirse en medio de la batalla cultural. No se trata sólo de ganar una elección, sino de profundizar la democracia, de levantar las banderas de la ciudadanía comunicacional, de los sujetos de derecho comunicacionales que somos y decir basta, mientras construimos una nueva comunicación más justa, más independiente y más soberana.
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