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lunes, 13 de julio de 2009

opinion

Información en lugar de propaganda
El Gobierno se acostumbró a manejar a la publicidad oficial como instrumento de presión, antes que de comunicación entre el Estado y la ciudadanía. Las consecuencias se vieron con la falta de una buena prevención frente a la epidemia gripal.
Por: Norma MorandiniFuente: DIPUTADA NACIONAL Y SENADORA ELECTA. SECRETARIA DE LA COMISIÓN DE LIBERTAD DE PRENSA
Por confundir información con propaganda, un equívoco conceptual generado en nuestra odiosa tradición autoritaria, la fenomenal masa de dinero que debiera usar el Estado para comunicarse con la ciudadanía se utiliza para la propaganda personal de los funcionarios o sus pertenencias partidarias. Si como nos advierte la organización ADC, el gobierno gasta un 700 % más en publicidad oficial que en el 2003, una masa de dinero en torno a los 300 millones de pesos, vale preguntarse por qué ese dinero no se utiliza para informar con veracidad a la población sobre los riesgos del virus de la influenza, o para educar sobre hábitos de higiene y limpieza, o para cambiar las conductas sociales para hacer de cada uno de nosotros un ciudadano responsable. Por el contrario, la utilización de ese dinero para hacer propaganda personal de los gobernantes, es la mejor prueba de lo que muchos venimos advirtiendo desde hace tiempo, la publicidad oficial como instrumento de presión, no de comunicación entre el Estado y la ciudadanía. Sin una ley que regule la publicidad oficial, nunca antes como ahora, se confundió tan eficazmente la publicidad con la propaganda. En cuanto la primera forma parte de la obligación de los gobernantes de dar cuentas de sus actos de gobierno, o sea la información generada en el Estado, la propaganda sirve para vender. Y si la propaganda vende o promete ilusiones y por eso cuanto mas mentirosa mas verdadera, la información pública debe ofrecer certezas y generar la esperanza de que es posible resolver los problemas colectivos. Para eso debe ser verdadera, creíble. Estuve en México dos meses atrás, cuando se desencadenó el pánico por la gripe porcina. En cuanto la televisión como los diarios estaban llenos de información y consejos médicos, el Presidente del país con su equipo de crisis, informaba diariamente. Las calles estaban vacías. Los mexicanos habían acatado la decisión de las autoridades de evitar las aglomeraciones. Entre nosotros, la desconfianza corre suelta y se duda más que lo que se teme. Dos actitudes igualmente nocivas, ya que las certezas son las únicas que combaten la irracionalidad del miedo o la desconfianza. O sea, la información. Ese derecho que tienen las sociedades a ser informadas y que como derecho colectivo, social, ha superado en las sociedades modernas al ya consagrado y, por eso universal, derecho a la expresión. Por eso, nada advierte más sobre nuestro atraso cultural político que esa confusión entre información y propaganda. Una debe ser verdadera, la otra ilusoria. Los creativos de las agencias de publicidad, contratados por el Estado, reemplazaron la política como solución, y las frases y lemas de la publicidad han simplificados los problemas. En casi todos los programas periodísticos de la televisión por cable se ponen placas solo con el nombre de la Presidencia de la Nación o de los ministerios que auspician esos programas, en lugar de utilizar esa misma publicidad para informar, educar, modificar conductas sociales para promover la responsabilidad colectiva. Resulta paradójico que, en general, esas publicidades públicas pertenecen a organizaciones privadas, sociales, como pueden ser las que luchan contra los asesinos al volante, que matan más que el virus de la gripe.En cuanto en el mundo desarrollado se debate la relación de los medios y la democracia, entre nosotros se busca limitar la libertad para cancelar esa transacción de información que entraña la libertad de acción y pensamiento. No existe la censura directa y gozamos de libertad hasta para denunciar que tememos por la calidad de esa libertad. Sin embargo, la comunicación directa de este gobierno canceló no solo la mediación de la prensa sino que al cerrar los canales de la información del Estado hirió al periodismo que debió conformarse con el rumor y terminó degradado por la información interesada de los lobbistas u "operadores de prensa". Nunca el derecho a la información, como uno de los derechos fundamentales de la democracia, ya que la calidad de la ciudadanía está íntimamente vinculada a la calidad de la información. Ciudadanos descreídos, desconfiados, no son competentes para la vida pública de las opiniones que es inherente a la vida republicana. Como bien advierte la filósofa brasileña, Marilena Chaui, una de las fundadoras del PT, "En la medida que la democracia afirma la igualdad política de los ciudadanos, afirma, también, que todos son igualmente competentes para la vida política. Una competencia que depende de la calidad de la información: Así, ese derecho democrático es inseparable de la vida republicana, o sea, del espacio público de las opiniones". Un derecho universal que los gobernantes deben garantizar y los medios viabilizar, aunque sean de gestión privada. Una tensión que en el mundo desarrollado se zanja con la autorregulación, que no es otra cosa que la responsabilidad que es inherente a esa libertad. No buscar coartar esa libertad.

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