MEDIOS Y COMUNICACION
Instalar la sospecha
Dos vistazos sobre los medios y su capacidad de incidir en la construcción de perspectivas sobre la política y la sociedad. Fernando Gómez invita a instalar la sospecha acerca de su discurso.
Por Fernando Gómez *
Quienes el 4 de julio de 1818 compraron el periódico El Censor sobre la vereda ancha –a metros del Cabildo– y, lógicamente, también quienes lo recibieron en su casa por estar suscriptos, encontraron en sus páginas una serie de noticias extraídas de otras publicaciones de la época. Sin embargo, antes de leer las noticias que traía este número 146 de El Censor, una breve aclaración los esperaba advirtiéndoles didácticamente:
“Se sabe que es muy difícil, si no imposible, descubrir la verdad por medio de la historia: y aprender la historia del tiempo presente por medio de los periódicos es una empresa no menos difícil. Sin embargo, referiremos lo que contienen de más importancia estos documentos falibles” (Biblioteca de Mayo. Colección de Obras y Documentos para la Historia Argentina, Tomo VIII, Bs. As., 1960, p. 7.425).
El Censor había comenzado a salir en agosto de 1815 bajo el ala del Cabildo y sería un claro exponente de las políticas del Ayuntamiento en oposición a La Gaceta o a La Crónica Argentina y, en su momento, había visto con buenos ojos la implantación de una monarquía encabezada por un descendiente del incario. Por su trascendencia es consultado asiduamente por investigadores del período revolucionario. Investigadores que, de tanto en tanto, en medio de la interminable lectura de fuentes, levantan la cabeza y piensan, reflexionan, divagan o cavilan.
La fría mañana de invierno en la que días atrás encontré la cita mencionada, me costó más de la cuenta volver a la lectura y anoté las siguientes reflexiones.
Está claro que los historiadores de hoy absorbieron las profundas discusiones filosóficas y, salvo algún trasnochado, ninguno diría que está buscando la verdad a secas, sin al menos una serie de aclaraciones posteriores acerca de lo que entiende por “verdad”. Sin embargo, también está claro que la mayoría de los lectores de diarios en nuestro país están muy lejos de sospechar del contenido que los cautiva cada mañana. Paradójicamente, quienes se entrenan en la desconfianza cotidiana, quienes señalan continuamente los supuestos soslayamientos que esconden los anuncios gubernamentales, no desarrollan acaso la más mínima prevención a la hora de leer las noticias del día.
Gran parte de los medios de comunicación no se cansan de instalar su propia autocalificación de “independiente” demostrando así cómo les gustaría que se los piense. De este modo, en la medida que logran instalar esta independencia nos encontramos ante un triunfo de los intereses que esos medios impulsan. El manejo de la estética y las pulsiones sociales son inquietantes. A modo de ejemplo. Actualmente, cuando se espera con ansias la nueva ley de radiodifusión, ya circulan propagandas con comentarios de “gente como uno” que paradójicamente imponen el mensaje de no perder su capacidad de elegir. De esta manera, los intereses económicos y políticos de los medios de comunicación no se ponen en discusión, escondiéndose detrás de una militada independencia y detrás de un firme manejo de la publicidad.
Si surge un conflicto gremial y los sindicatos protestan frente a algún medio por incumplimientos laborales, se lo presenta como ataque a la libertad de expresión. Si el ex presidente interpela frontalmente a Clarín, no se responde sino que se lo satiriza o (des)califica como iracundo o crispado.
Ciertamente, tras unas elecciones donde los candidatos ganadores de derecha y centroderecha se fastidiaban cuando se les atribuía estas posiciones y decían bregar “por el bien del país” sin mayores especificaciones, no es raro encontrar medios de comunicación que nieguen sus intereses reales y mantengan su masividad sin cuestionamientos significativos.
Nos encontramos entonces con un serio problema de comunicación. Laberinto por momentos sin salida donde cada anuncio desde el Gobierno se escucha con suspicacia, escepticismo e incredulidad. Más tarde llegan las interpretaciones propedéuticas de ciertos analistas políticos, por cierto analistas “independientes”, que develan cual enigma lo que no se dijo pero esconde dicho anuncio. Lamentablemente no habrá exegetas de estos exegetas y la construcción mediática prevalece habitualmente sin mayores escollos en las capas medias.
El desafío comunicacional pasa en estas circunstancias por instalar la sospecha del discurso de los medios que nos lleve, negación de la negación mediante, simplemente a intentar transmitir una lectura crítica y desafiante de los periódicos ya que, como termina la cita con la que comenzamos, siguen siendo “falibles”.
* Profesor de Historia. UBA.
Instalar la sospecha
Dos vistazos sobre los medios y su capacidad de incidir en la construcción de perspectivas sobre la política y la sociedad. Fernando Gómez invita a instalar la sospecha acerca de su discurso.
Por Fernando Gómez *
Quienes el 4 de julio de 1818 compraron el periódico El Censor sobre la vereda ancha –a metros del Cabildo– y, lógicamente, también quienes lo recibieron en su casa por estar suscriptos, encontraron en sus páginas una serie de noticias extraídas de otras publicaciones de la época. Sin embargo, antes de leer las noticias que traía este número 146 de El Censor, una breve aclaración los esperaba advirtiéndoles didácticamente:
“Se sabe que es muy difícil, si no imposible, descubrir la verdad por medio de la historia: y aprender la historia del tiempo presente por medio de los periódicos es una empresa no menos difícil. Sin embargo, referiremos lo que contienen de más importancia estos documentos falibles” (Biblioteca de Mayo. Colección de Obras y Documentos para la Historia Argentina, Tomo VIII, Bs. As., 1960, p. 7.425).
El Censor había comenzado a salir en agosto de 1815 bajo el ala del Cabildo y sería un claro exponente de las políticas del Ayuntamiento en oposición a La Gaceta o a La Crónica Argentina y, en su momento, había visto con buenos ojos la implantación de una monarquía encabezada por un descendiente del incario. Por su trascendencia es consultado asiduamente por investigadores del período revolucionario. Investigadores que, de tanto en tanto, en medio de la interminable lectura de fuentes, levantan la cabeza y piensan, reflexionan, divagan o cavilan.
La fría mañana de invierno en la que días atrás encontré la cita mencionada, me costó más de la cuenta volver a la lectura y anoté las siguientes reflexiones.
Está claro que los historiadores de hoy absorbieron las profundas discusiones filosóficas y, salvo algún trasnochado, ninguno diría que está buscando la verdad a secas, sin al menos una serie de aclaraciones posteriores acerca de lo que entiende por “verdad”. Sin embargo, también está claro que la mayoría de los lectores de diarios en nuestro país están muy lejos de sospechar del contenido que los cautiva cada mañana. Paradójicamente, quienes se entrenan en la desconfianza cotidiana, quienes señalan continuamente los supuestos soslayamientos que esconden los anuncios gubernamentales, no desarrollan acaso la más mínima prevención a la hora de leer las noticias del día.
Gran parte de los medios de comunicación no se cansan de instalar su propia autocalificación de “independiente” demostrando así cómo les gustaría que se los piense. De este modo, en la medida que logran instalar esta independencia nos encontramos ante un triunfo de los intereses que esos medios impulsan. El manejo de la estética y las pulsiones sociales son inquietantes. A modo de ejemplo. Actualmente, cuando se espera con ansias la nueva ley de radiodifusión, ya circulan propagandas con comentarios de “gente como uno” que paradójicamente imponen el mensaje de no perder su capacidad de elegir. De esta manera, los intereses económicos y políticos de los medios de comunicación no se ponen en discusión, escondiéndose detrás de una militada independencia y detrás de un firme manejo de la publicidad.
Si surge un conflicto gremial y los sindicatos protestan frente a algún medio por incumplimientos laborales, se lo presenta como ataque a la libertad de expresión. Si el ex presidente interpela frontalmente a Clarín, no se responde sino que se lo satiriza o (des)califica como iracundo o crispado.
Ciertamente, tras unas elecciones donde los candidatos ganadores de derecha y centroderecha se fastidiaban cuando se les atribuía estas posiciones y decían bregar “por el bien del país” sin mayores especificaciones, no es raro encontrar medios de comunicación que nieguen sus intereses reales y mantengan su masividad sin cuestionamientos significativos.
Nos encontramos entonces con un serio problema de comunicación. Laberinto por momentos sin salida donde cada anuncio desde el Gobierno se escucha con suspicacia, escepticismo e incredulidad. Más tarde llegan las interpretaciones propedéuticas de ciertos analistas políticos, por cierto analistas “independientes”, que develan cual enigma lo que no se dijo pero esconde dicho anuncio. Lamentablemente no habrá exegetas de estos exegetas y la construcción mediática prevalece habitualmente sin mayores escollos en las capas medias.
El desafío comunicacional pasa en estas circunstancias por instalar la sospecha del discurso de los medios que nos lleve, negación de la negación mediante, simplemente a intentar transmitir una lectura crítica y desafiante de los periódicos ya que, como termina la cita con la que comenzamos, siguen siendo “falibles”.
* Profesor de Historia. UBA.
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