Porque la lectura es un derecho de todos
Dos pequeñas editoriales trabajan con el formato electrónico. Una sobre textos académicos; la otra, sobre narrativa y poesía. La propuesta es liberar los textos y ampliar el acceso a la lectura.
Por Soledad Vallejos
Para saber si un libro resulta interesante no hay más que hojearlo un rato, espiar el índice, leer al pasar una página, una frase de otra. Claro que a veces no alcanza. O porque ciertos textos requieren una lectura bastante atenta y hasta completa, o porque definitivamente gustó para tenerlo, no queda otra que comprarlo. No es novedad. Lo curioso es que el universo de los libros electrónicos permita cualquiera de las dos manías, tan de mundo real, tan propias del papel. “No cobramos y liberamos todo nuestro catálogo en el sitio. El open access a la lectura es lo que más me enorgullece del proyecto”, advierte Carolina Sborovsky, integrante del comité editorial de El Fin de la Noche (elfindelanoche.com.ar). “Me gusta pensar que la lectura es un derecho”, explica, antes de agregar que “en un país y una región con tanta inequidad, donde uno está siempre pensando en fomentar programas de difusión de la lectura y ese tipo de cosas... ¡tenemos que liberar los textos! En eso se basa todo. Después, también es una cuestión de confianza en lo que uno hace.”
Confianza, a El Fin..., sus editores y autores, no les falta. A Teseo (editorialteseo.com), su editorial hermana, que en realidad llegó primero, tampoco. La ficción para una, la academia para otra: en estos emprendimientos que pudieron nacer gracias a las tecnologías digitales, la tensión entre los textos se resolvió con espacios separados. Ambas editoriales tienen como base Internet y ofrecen dos versiones posibles de sus volúmenes, o mejor dicho, tres. La primera es la posibilidad de leer un libro entero, y de manera completamente gratuita, en el site. La segunda, la opción de adquirirlo en versión electrónica (en realidad, no como texto líquido, tal como los que se pueden comprar, por mencionar algo conocido, en Amazon, sino en formato pdf, que es aceptado por los dispositivos de lectura). La tercera, la oportunidad de conseguir un ejemplar impreso especialmente para el lector que lo pidió.Pero mientras que Teseo sigue la deriva que viene envolviendo a las producciones académicas cada vez con más frecuencia desde la aparición del texto digital (de requerimiento más urgente, de circulación voraz, algo que Internet y las nuevas tecnologías facilitan enormemente), El Fin... apuesta a algo todavía un poco raro en el horizonte local: un catálogo de ficción y poesía hispanoamericanas “imperecedero”. “La ventaja inmensa, quizá todavía no del todo comprendida, del libro electrónico es que un título puede no desaparecer nunca del catálogo”, dice Sborovsky. Y ser un autor novel es más grato cuando hay menos barreras para encontrar un público.
“El ecosistema digital es muy favorable para lectores académicos y de nicho”, explica, y señala que el camino para instalar la opción por los libros electrónicos puede ir haciéndose de a poco. Entre 2008 y este año, El Fin... editó alrededor de 30 títulos, muchos de ellos argentinos. “Y aunque publicamos cosas de autores más o menos conocidos como Fabián Casas, Clara Muschietti o Pedro Mairal, nos interesan los autores nuevos. Para esos autores, pretender que alguien no los conoce pague antes de leer es un sinsentido”, pero sí puede pasar que alguien decida pagar después de leer. La respuesta de una propuesta (todavía) tan poco usual, dice Sborovsky, puede ser “gratificante”. En cuanto a ventas, “los libros que son print on demand pueden ser como una lloviznita: a largo plazo, el long tail” que postuló Chris Anderson al pensar en los cambios, en el cortísimo plazo, de la industria cultural y los nuevos modelos de negocio. “Pero muchas veces, si ves la cantidad de lecturas de un texto, algo cambia. A fin de año, cuando rendimos derechos de autor, posiblemente digamos a nuestros autores: `No se vendió tanto como nos gustaría, pero mirá, sí hubo toda esta lectura’.”
Pero hay algo más: la inmediatez. “Si escuchaste, leíste, te comentaron algo al respecto, ponés en Google el nombre del libro, del autor, o una frase, e inmediatamente lo podés leer. Es aprovechar el deseo de la lectura. Lo que queremos es acortar la brecha entre el deseo del lector y el texto, que no haya barreras. Eso tiene que ver con el derecho a la lectura. A veces, a las tecnologías no se las corre por izquierda, y sin embargo son un modo de volver accesibles estas cosas. Hoy día es más factible que alguien con acceso a Internet pueda leer gratis a que pueda hacerlo alguien sin Internet”. Y el camino despejado es, también, un modo de enfrentar la piratería: “Hay piratería mientras alguien se guarde el derecho de todos a leer. En cambio así lo pueden leer gratis y fomentar. Si el libro está bueno, se comprará. Y si a alguien no le gustó para nada, no comprará y ya”.
Entre la sencillez de dar con algo que leer, la posibilidad de hacerlo de distintos modos y el abaratamiento de costos que puede permitir, el libro digital pensado de este modo, sin embargo, no puede ocultar una muerte: el autor profesional. El “autor romántico, que sueña con dar el batacazo y vivir de lo que escribe, ya no existe”, arriesga Sborovsky. Es “obsoleto”. La idea “de que alguien vivirá de sus derechos de autor hace daño al campo literario. En Argentina, los derechos de autor son el 10 por ciento del precio de tapa. Los que viven de eso, acá, lo logran tras cierto tiempo, y es más el capital simbólico que el monetario, en realidad. Creemos que el deseo de quien escribe hoy día tiene más que ver con que se lean sus libros que con la idea de conseguir un supuesto prestigio. El que quiere la chapa, digamos, ni se acerca a una propuesta así. Pero hay gente que cree que esto es colectivo, que la literatura hoy se escribe, se produce y circula a varias manos”. En ese cambio, el nuevo escritor según Sborovsky “lo que quiere es lograr más lecturas”, algo que la lógica de la novedad y la exhibición cada vez más acotada en librerías vuelve cada día más lejano para la mayoría.
El e-book, sin ser más (pero tampoco menos) que un cambio de soporte, podría llevar a cambiar también qué se busca: “La apuesta al texto, y no a lo novedoso”.
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