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domingo, 12 de junio de 2011

medios

Comunicación en la era de la globalización

Periodismo y derecho a la información

Publicado el 12 de Junio de 2011



El ejercicio del periodismo está atravesado, como toda tarea cognitiva cuyo objetivo último es su influencia en la sociedad de masas, por profundos intereses económicos y, por ende, políticos, que pugnan por dotar de sentido a la multiplicidad de acontecimientos cotidianos que se tornan inasibles para el común de los mortales.
Analizar el ejercicio periodístico en el actual estadío de la globalización capitalista no es tarea fácil. Como en otras actividades del universo laboral, su quehacer está atravesado por la lógica predominante en el mundo contemporáneo, que no es otra que la lógica de la ganancia, pero con el valor agregado de su especificidad, devenida del lugar que ocupa en la construcción mediática de la realidad.
Para no caer en un análisis voluntarista, se hace necesario introducir un elemento en general naturalizado por los profesionales de la comunicación de masas, e invisibilizado por los dueños de los medios: la propiedad privada de los medios de comunicación a escala global y la concentración en pocas manos de los soportes tecnológicos imprescindibles para su emisión y su recepción en sus potenciales audiencias. Este dato incontrastable ha comenzado a alterarse ante la socialización de mensajes y su correlato en la conformación de redes sociales que han generado grietas en la estructura comunicacional. Pese a esta novedosa transformación persiste la asimétrica relación entre las corporaciones informativas y el derecho inalienable a informar y ser informado de cualquier habitante de nuestro planeta. Ese derecho, que en la práctica es ignorado por la mass media, obviado por los gobiernos y perversamente negado por los propietarios periodísticos, es tan imprescindible como otros Derechos Humanos básicos, como el derecho a una vida digna, al hábitat, al trabajo, a la salud y a la educación gratuita.
Mucho se ha escrito sobre la influencia de los medios de comunicación y su relación con la opinión pública a lo largo de la historia contemporánea. Desde la Revolución Francesa a nuestros días, diversos fueron los pensadores que se preocuparon por el devenir de esa multitud informe denominada opinión pública. El sociólogo Gabriel Tarde –de cuño reacionario, pero de gran lucidez conceptual– sintetizaba en su obra La opinión y la multitud su obsesión por implementar formas que permitan controlar a la imprevisible opinión publica, además de instrumentar por parte del orden establecido dispositivos que contengan los potenciales peligros de la muchedumbre, en su posibilidad de alterar el sentido natural de las cosas y sus instituciones.
En el otro extremo ideológico, la problemática de la comunicación de masas también fue una preocupación. Desde el original concepto de agitación –definido como pocas palabras para muchas personas– o el de propaganda –muchas palabras para pocas personas– ideado por Lenin, en su diseño comunicacional para transformar el orden autocrático zarista, allá por los inicios del siglo XX, pasando por Antonio Gramsci y el rol de las tareas inherentes a los intelectuales orgánicos como agentes de construcción de la nueva hegemonía, en el camino a consolidar los cimientos de un nuevo bloque histórico para una sociedad radicalmente más justa. O desde la primigenia teoría de la propaganda de Laswel en el lejano 1927, en los EE UU de entre guerras, pasando por las teorías de la eficiencia comunicacional o el paradigma transicional y su eje basado en la persuasión de la audiencia o la corriente de la Intermediarios y su marcada influencia en la opinión publica de los años cincuenta. El análisis del papel de los medios y de los actores de la comunicación de masas fue una constante.
En las últimas décadas, la Teoría de la Agenda de Medios y su tendencia a la homogeneidad comunicacional fue otro intento desde la corporaciones mediáticas, coartando de plano la posibilidad de instalación de temas ligados a sectores sociales ajenos a los intereses económicos y políticos hegemónicos. Fueron múltiples los aportes, tanto teóricos como de investigaciones empíricas, sobre las teorías de la construcción de la realidad implementada por los mass media o los avances teóricos de la Escuela Latinoamericana de Comunicación, crítica del rol del periodismo como agente reforzador de la reproducción social del orden establecido.
Negar este estado del arte por parte de los notables plumas de la prensa conservadora de nuestro país, o por destacados comunicadores de los medios audiovisuales de mayor rating –que aportan su intelecto y sus capacidades persuasivas en favor del orden establecido–, es verdaderamente sorprendente. Minimizando esta realidad, y a la vez pregonando su preocupación por los supuestos límites a la libertad de prensa –que no es más que la libertad de empresa de los propietarios de las grandes corporaciones comunicacionales, en la Argentina y en el mundo globalizado–, se torna por lo menos sorprendente. Sí, estimados colegas, el ejercicio del periodismo está atravesado, como toda tarea cognitiva cuyo objetivo último es su influencia en la sociedad de masas, por profundos intereses económicos y, por ende, políticos, que pugnan por dotar de sentido a la multiplicidad de acontecimientos cotidianos que se tornan inasibles para el común de los mortales. Esa pugna está eclipsada por una falsa concepción de objetividad y la instrumentación de las técnicas propias del oficio periodístico, que naturalizan el particular recorte de la realidad que ejercitan. Ese dispositivo se torna en muchos de los casos en una práctica funcional al poder establecido. Y sus efectos ideológicos buscan formatear un sentido común afín a la matriz cultural hegemónica. Con miradas y prácticas internalizadas inconcientemente, o ejercidas en plenitud con una definida intencionalidad política disfrazada de neutra, la materia maleable donde incursiona esa técnica objetivada no es otra que la realidad. En la construcción de esa realidad mediática, el periodista puede convertirse según su sapiencia en verdadero artesano de la potencial batalla cultural en ciernes –o simplemente en un operario automatizado de esa línea de producción informativa donde transcurren sus rutinas como peón de brega de intereses corporativos, que trascienden su voluntad de honesto trabajador en esa suerte de fábrica reproductora del orden de cosas establecidas por el Poder con mayúsculas, ese Poder en muchos casos aliado a los gobiernos o guardián de aquellos que, como inquilinos de la representación formal de la ciudadanía, intenten alterar en forma heterodoxa o políticamente incorrecta la naturaleza del gran negocio capitalista. Por todas estas razones, para aquellos que ejercemos el oficio periodístico es fundamental retomar las viejas y vigentes banderas expresadas en el Estatuto del Periodista, y en particular en el ejercicio de la cláusula de conciencia tan poco ejercitada en nuestra práctica. También en la aplicación sin recortes de los convenios aún vigentes de la prensa tanto escrita como audiovisual, implacablemente resguardados por nuestro gremio ante las presiones corporativas por más de tres décadas del neoliberalismo, donde el trocar cláusulas de convenio por incrementos salariales se hizo moneda corriente en el quehacer sindical de otras actividades, a lo largo de la década de 1990. En la batalla que nos toca en el presente como trabajadores de la comunicación, en contra de la precarización laboral expresada en las habituales violaciones empresariales a las normas convencionales, en el incumplimiento horario o en el no pago de las horas extras, como en la extendida terciarización, encarnada en la multitud de periodistas colaboradores que hoy garantizan la realización de innumerables contenidos tanto de los medios escritos como audiovisuales, que con su imprescindible aporte laboral enriquecen el producto periodístico. Sin olvidarnos que el derecho a informar y a ser informados es un derecho extensivo más allá de la propiedad privada de los medios comerciales, en el impulso y articulación de innumerables experiencias de comunicacion cooperativas como las FM, que a nivel territorial surgen como la legítima voluntad de nuevos actores sociales de profundizar en la práctica la nueva normativa en materia comunicacional, cuyo primer paso ha sido la nueva ley que regula los medios audiovisuales, pero que deberá necesariamente incidir en la prensa escrita, con la democratización y transformación de la actual empresa monopólica de Papel Prensa, que limita en los hechos el libre ejercicio de comunicar de las grandes mayorías populares a través de sus prácticas monopólicas de producción, venta y distribución de la materia prima que afecta el inalienable derecho humano de informar y ser informado. <

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