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miércoles, 5 de junio de 2013

MEDIOS


LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACION

Masas, pueblo, multitud en cine y TV

Mariano Mestman y Mirta Varela presentan el libro Masas, pueblo, multitud en cine y televisión, recientemente editado por Eudeba, un trabajo colectivo que busca centrar su indagación en el plano de las imágenes como soporte privilegiado para observar el proceso de transformación de las representaciones de masas.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Mariano Mestman y Mirta Varela *

Pueblo, plebe, muchedumbre, multitud, masa se encuentran entre los conceptos más problemáticos de la historia conceptual. Desde fines del siglo XIX no cesan los debates acerca de estos términos que han sido objeto de exaltación y desprecio, pero nunca de indiferencia o abandono. Esto es así porque las preguntas acerca de quién tiene derecho a nombrar al pueblo y qué valores están en juego en el acto de nombrarlo, sólo encuentran respuestas parciales o interesadas, pero nunca definitivas. Mientras varias tradiciones políticas e intelectuales ven en la acción de las masas el motor de la historia, otras destacan la falta de autonomía de lo popular. La problemática general de la representación de las masas reconoce una larga tradición en la filosofía política, la sociología, la historia cultural y la teoría estética. De hecho, Raymond Williams, uno de los legendarios fundadores de los estudios culturales británicos, afirmaba que la clave para una comprensión de la historia cultural de los últimos doscientos años era la discutida significación de la palabra popular.

El libro Masas, pueblo, multitud en cine y televisión, recientemente editado por Eudeba y coordinado por Mariano Mestman y Mirta Varela –con ensayos de Gonzalo Aguilar, Ana Amado, Mario Carlón, Claudia Feld, Marcela Gené, Clara Kriger, Irene Marrone, Mariano Mestman, Fabiola Orquera y Mirta Varela e investigadores extranjeros como Lynn Spigel (Chicago), Antonio Medici y Vito Zagarrio (Roma), Manuel Palacio y Concepción Cascajosa (Madrid)– no desconoce los debates sobre la historia de los conceptos, pero busca centrar su indagación en el plano de las imágenes. Desde sus inicios, la multitud estuvo presente en los medios modernos, cuya emergencia fue correlativa de la visibilidad de multitudes en las grandes ciudades. Del mismo modo que el cine fue un dispositivo fundamental para la conformación de un público de masas durante la primera mitad del siglo XX, no se puede desconocer el rol de la televisión posteriormente, así como el debate que en las últimas décadas ha suscitado lo que muchos autores denominan “el fin de los medios de masas”. Desde la presencia del público urbano en la oscuridad de las salas de cine, hasta las familias suburbanas para quienes la televisión se convirtió en la mayor fuente de ocio en el espacio doméstico, la conformación de un público de masas no puede eludir el rol de estos medios. Pero además, desde muy temprano, el cine también sirvió para poner en escena a los sujetos a quienes se dirige y devolverles, de esta forma, su propia imagen como en un espejo.

La elección de las imágenes como soporte privilegiado para observar el proceso de transformación de las representaciones de masas atiende, entre otras razones, a la posibilidad de “leer” en las imágenes aspectos desatendidos en el análisis de los discursos o las prácticas de los actores en instancias como manifestaciones, concentraciones o actos públicos. De esta manera, estaríamos frente a una transformación de las nociones de masas, pueblo, gente, multitud, plebe, ciudadanía en relación con los significados y valores que le fueron atribuidos, así como frente a una transformación de las figuraciones y los motivos visuales en torno de las masas, sus cambios en relación con los marcos político-culturales, los desarrollos tecnológicos, los discursos y teorías sociales en boga, las ideologías y estructuras del sentir. De algún modo, varios de los trabajos reunidos en el libro indagan en inflexiones históricas significativas para el tratamiento visual de las masas.

El libro se organiza en cuatro secciones, de acuerdo con criterios que son a la vez conceptuales e históricos. Sin embargo, más allá de la división en secciones, también son varios los ejes comunes. Algunos atañen a los motivos que llevan a las masas a ocupar el espacio público entre los polos de la celebración y la protesta y que, en muchos casos, implica también una relación de adhesión, distancia o exaltación de la figura del líder. Otros refieren al espacio público en tanto condicionante fundamental para que las masas se vuelvan visibles y el modo en que se ve afectado por las formas de recepción diferenciadas del cine y la televisión. También son recurrentes las referencias a los cambios técnicos introducidos en ambos medios –como el directo y el color– y las implicancias estéticas y formales que los acompañan. Las secciones son: los conceptos en la historia (de la “masa” a la “multitud”; las audiencias televisivas; el directo en cine y TV); los trabajadores: figuraciones de la celebración y la protesta (en noticiarios cinematográficos y películas argentinas); el pueblo como mito, sujeto o testigo (en el cine latinoamericano); las masas y la nación (en España, desde el franquismo hasta hoy, en Italia del cine de Mussolini a la televisión de Berlusconi, en Argentina entre Malvinas y el Informe de la Conadep).

* Docentes-investigadores Facultad de Ciencias Sociales UBA.

MEDIOS Y COMUNICACION

El juego limpio

Para Fernando Ruggera, la construcción de la noticia impone criterios de veracidad, y si bien todos los medios están expuestos al recorte a partir de las elecciones políticas e ideológicas de cada uno, lo que no puede admitirse es la mentira.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Fernando Ruggera *

Nadie dice: “Tal o cual historiador es independiente”. Tampoco los sociólogos, los politólogos y demás yerbas del mundo de las ciencias sociales son así catalogados. ¿Por qué hay entonces la idea de que al periodismo puede atribuírsele semejante calificativo? ¿Acaso las empresas de prensa no son justamente eso: empresas que responden a sus fuentes de financiamiento, a sus anunciantes y, en definitiva, a algún proyecto de país que conjugue sus (todos esos) intereses con el de otros actores de la vida social? Así funciona, sin que medie juicio de valor en esta afirmación, la prensa comercial. Y con la lógica pretensión de alcanzar un público masivo, necesitan arroparse en la credibilidad.

Los caminos para hacerlo difieren según el caso. Algunos asumen que encaran el ejercicio de la profesión desde una óptica parcial. Buscan formar opinión sin ocultar que participan de una realidad en la que están involucrados material y simbólicamente. Páginal12, por ejemplo, es un coherente periódico progresista con la honestidad intelectual de aclararlo desde el vamos. Lo mismo podría decirse de La Nación, tribuna de doctrina conservadora por los siglos de los siglos. Son, desde el punto de vista ideológico, los ejemplos más evidentes que puedan tomarse.

Otros, en cambio, se jactan de ejercer un periodismo puro o independiente. Bajo esa máscara se esconden ciertos imperios de la comunicación y también alguna que otra conocida editorial. Miradas virginales se aproximarían al afuera social sin otro interés que el de “informar a la gente”. No habría en esta historia condicionamientos más que el de la propia subjetividad, ni construcción de sentido, ni recortes en función de los intereses antes expuestos. Ni hablar del reconocimiento como actores políticos. Como si el barro no los ensuciara, enarbolan la idea de la independencia y la de la neutralidad (¡!). El lector percibe que del otro lado hay alguien como él: un inquieto puro, virgen. (Podría abrirse en este punto un interesante debate sobre si hay, en estos casos, desinterés por indagar en estas cuestiones o el silencioso temor a que sea un camino en línea recta al escepticismo.)

La credibilidad presenta, entonces, una instancia de consenso que se construye a partir del lugar desde el que se habla. Al abrir el diario, veremos que previsiblemente hay hechos y discursos que son minimizados en detrimento de otros. Nos vamos adentrando así en una segunda instancia –tan importante como la primera– vinculada con el ejercicio periodístico propiamente dicho, el tratamiento informativo. La construcción de la noticia impone el chequeo de las fuentes, su contextualización, la palabra de todos los implicados, no tergiversar opiniones ni omitir maliciosamente información pertinente. Es un termómetro fiable para dar cuenta de qué nivel de periodismo tenemos delante.

Ningún medio, por lo tanto, está exento de estos señalamientos. En su arbitrario recorte de la realidad, retacean a la opinión pública temas de necesaria difusión institucional o social y eso será motivo de críticas. Habrá –así es el juego de las diferencias en democracia– otros que sí lo harán, por oportunismo, por convicción o por lo que fuere.

Lo que de ninguna manera puede admitirse es la mentira obscena del titular (a veces, desmentida hasta por la propia letra chica), el sensacionalismo lleno de agresividad y vacío de periodismo, la superpoblación de potenciales y de fuentes anónimas, el acomodo forzoso y tendencioso de la información, la brutalidad con que se desvirtúa una palabra o una oración hasta cosificarla impunemente. En ese marco, se puede afirmar que la Presidenta dice que a ella hay que temerle más que a Dios, se puede decir que es bipolar, se puede montar un circo alrededor de un presunto y nunca demostrado caso de corrupción, se puede repetir hasta el hartazgo una información refutada documentalmente. Hasta mover montañas se puede.

Violar estos mandamientos periodísticos implica reducir al lector a simple consumidor de climas previamente fogoneados, robustecer su discurso más primario a partir de la manipulación más descarada del objeto. Curiosamente, suelen ser los medios “independientes” los que con mayor frecuencia y gravedad incurren en estos atropellos. Nada tiene que ver esta certeza con sus posicionamientos políticos: se puede estar en la misma vereda y hacer periodismo para el papelón como también ejercer dignamente la profesión sin compartir los mismos ideales.

Si la discusión no la llevamos por esos carriles u optamos por gritar bien fuerte que “ellos”, a diferencia de “nosotros”, son todos mercenarios, habremos pecado de un simplismo bastante parecido a la estupidez.

* Estudiante de Comunicación Social UBA.

 

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