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miércoles, 1 de junio de 2011

MEDIOS Y COMUNICACION

Los ecos de una frase

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Por Javier Lorca

De la miríada de palabras y frases que a diario la máquina mediática mastica y regurgita, cada tanto el habla consigue extraer unas pocas expresiones a las que asigna un destino ejemplar, una supervivencia de algunas horas, días, acaso años. Se podrían rastrear montones de ejemplos y cada uno merecería su interpretación, porque las expresiones que perduran así lo hacen porque algo revelan, porque cristalizan algo latente que esperaba una forma de ser dicho y escuchado, algo viejo que está siempre al acecho para hallar el modo de presentarse como nuevo.

“Conmigo no.” Beatriz Sarlo estuvo en la Televisión Pública, como invitada al programa 6, 7, 8, y dijo algunas cosas, entre ellas esa frase, que pronto fue extirpada y reiterada, si no por el habla popular, al menos –para decirlo de alguna manera– por ciertos sectores sociales y sus dispositivos de comunicación. No interesan tanto las motivaciones personales que generaron la expresión –menos mal, porque suelen ser inaprehensibles–, ni la pertinencia de su destino inmediato, sino intentar rastrear sus ecos y sentidos, la función social que habita determinados usos del lenguaje.

La frase “conmigo no” pone un límite. El hablante se siente avasallado y, con sus palabras, dibuja un contorno defensivo alrededor de su lugar de enunciación. La frase formula una estrategia de distinción que separa y deslinda, esboza una distancia entre quien la pronuncia y quien la escucha: usted no puede decir eso de mí... ¿Por qué? Porque merezco respeto... Pero, ¿por qué? Porque conmigo no se jode, porque ¿usted sabe con quién está hablando?

En portugués, la última pregunta –“você sabe com quem está falando?”– es el título de un artículo del antropólogo brasileño Roberto da Matta que, a mediados de los ’80, motivó un espléndido ensayo de Guillermo O’Donnell. En aquellas “notas sobre sociabilidad y política en Argentina y Brasil”, O’Donnell reflexionaba sobre similitudes y diferencias entre determinadas expresiones a las que apelan personas de diferentes grupos sociales en Buenos Aires y Río de Janeiro. Cuando un porteño o un carioca consideran que alguien de rango inferior “se desubicó”, pueden “ponerlo en su lugar” con una de esas preguntas retóricas: “¿usted sabe con quién está hablando?” o “¿quién se cree que soy yo?”. Una diferencia, observaba O’Donnell, radica en la respuesta: si el carioca reacciona de manera sumisa, el porteño puede despacharse con un contraataque: “¿Y a mí qué mierda me importa?” Lo interesante, razonaba el autor, “es que, igual que en Río, en Buenos Aires la jerarquía social, aunque impugnada, también queda ratificada en el mismo acto”.

A la distancia social que establece entre los hablantes, la frase “conmigo no” añade otra connotación, un matiz, si se quiere. Cuando considero que un interlocutor “se desubicó” y digo que “conmigo no”, estoy declarando que yo estoy exento de algo que sí es atinente a otros, porque “conmigo no” implica que “con los demás sí”. La declaración pretende erigir lo extraordinario –la excepción– ante lo ordinario –la regla–. Sólo en una sociedad con profundas corrientes conservadoras y reaccionarias podría una expresión así –menos democrática que elitista, por si no quedó claro– encontrar alguna supervivencia en réplicas y repeticiones, con el último e íntimo afán de reponer jerarquías que se sienten vulneradas.

MEDIOS Y COMUNICACION

La lección de la gente

La participación de Beatriz Sarlo en el programa 6, 7, 8 de la Televisión Pública desató múltiples reacciones, comentarios y reflexiones. Luciano Sanguinetti discute desde la teoría de la comunicación algunas de las afirmaciones de Sarlo. Y Javier Lorca lo hace analizando la actitud que la ensayista adoptó en el debate.

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Por Luciano Sanguinetti *

La referencia que hizo la ensayista argentina Beatriz Sarlo a los estudios de comunicación en la reciente emisión del programa 6,7,8, en donde sostuvo que se habría demostrado hace cincuenta años que los efectos de los medios sobre la conciencia política de los consumidores no son tales, es una afirmación cierta, pero paradójicamente equívoca en el contexto en que se la enunció.

Vayamos al caso. A lo que Sarlo se refiere es al trabajo de Paul Lazarfeld, el investigador austríaco exiliado en los Estados Unidos en los años ’40, que se conoce como La elección de la gente (o The People Choice), publicada luego de la Segunda Guerra Mundial. En dicha investigación, uno de los padres del funcionalismo norteamericano demostró que en los contextos de recepción mediática, en aquel caso, radiofónica, durante la campaña presidencial del año ’41, en el pequeño pueblo de Ohio, los receptores se exponían selectivamente a los discursos políticos.

El descubrimiento de Lazarfeld que lo hizo famoso, es decir, la “exposición selectiva”, venía a demostrar que los oyentes sólo consumían los mensajes radiofónicos de campaña que coincidían con sus propios prejuicios. Traduciendo: en general escuchamos, vemos o leemos los mensajes de los medios que coinciden con nuestras ideas políticas. De allí Lazarfeld dedujo que los medios son muy poco útiles para dirigir la voluntad de la gente, porque la gente no va a exponerse a mensajes que contradigan sus creencias.

Este argumento morigeró todas las teorías que sostenían la omnipotencia de los medios. Así nació la teoría de los efectos limitados de los medios, como dicen los libros introductorios a los estudios de comunicación, desde Mata hasta Wolf y lo saben casi todos los estudiantes de comunicación que hayan alcanzado al menos la mitad de sus carreras en las universidades públicas argentinas, donde Sarlo estudió y se lee todavía.

Lo que llama la atención es que Sarlo haya usado este argumento contra Gabriel Mariotto en su reciente debate televisivo en 6,7,8 cuando la misma Sarlo sabe, y no quiero creer otra cosa, cuánta agua teórica corrió debajo del puente; desde el filósofo alemán Jurgen Habermas hasta el galés Raymond Williams; pero también cuánto se modificó el mapa de medios en el mundo desde aquella lejana investigación, cuando todavía no existía ni la tele.

La cuestión es que la “exposición selectiva” de la que hablaba Lazarfeld era empíricamente comprobable cuando existían posibilidades reales de que las audiencias escucharan diferentes mensajes provenientes desde distintos medios. Esto fue posible hasta la década del ’80, cuando, a partir del proceso de globalización, se produjeron dos hechos incontrastables: la concentración mediática y la convergencia editorial, que cortaron de cuajo aquella pluralidad de opiniones.

El primero designa el proceso por el cual algunos medios grandes fueron adquiriendo con una voracidad inocultable una cantidad cada vez mayor de pequeños medios, sean éstos impresos, radiofónicos o audiovisuales, de cable, locales, provinciales, nacionales, editoriales, imprentas, fábricas de papel, productoras de contenidos, etc., hasta quedarse con la propiedad casi exclusiva de las audiencias (en el caso del Grupo Clarín, cerca del 70 por ciento). Por otro lado, la convergencia editorial implicó el dispositivo por el cual comenzaron a unificarse, vía las nuevas tecnologías, las distintas plataformas de los diferentes medios, cuestión que se aceleró en el último medio lustro en el caso de la argentina, por lo cual, un discurso puede escucharse repetido en la radio, en el diario o en la televisión del mismo grupo en el mismo momento expresado por diferentes emisores.

La lucha por una comunicación democrática es una lucha antigua, que tiene a lo largo de las últimas décadas jalones fundamentales, como fueron el Informe Mc Bride de las Naciones Unidas en los años ’70, o el crecimiento de las radios alternativas o comunitarias en la década del ’80, o las investigaciones señeras sobre hegemonía y comunicación en Jesús Martín Barbero, Armand Mattelart o el mismísimo Raymond Williams, pensador inglés fundamental en la propia historia intelectual de Sarlo.

En los años ’90 lo dijo el periodista español Ignacio Ramonet desde uno de los medios más prestigiosos del mundo, como es Le Monde Diplomatique: la globalización de las comunicaciones ha convertido a los monopolios mediáticos trasnacionales en el cuarto poder, poder que se posiciona por encima de los otros tres conformando un nuevo tipo de tiranía.

Contra esa tiranía la organizaciones sociales de la Argentina (cooperativas de medios, universidades, estudiantes, periodistas, intelectuales, militantes políticos, docentes, artistas, radios comunitarias, etc.) libraron la batalla cultural probablemente más contundente de la que se tenga memoria y dieron a luz la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Los comentarios de Sarlo menoscaban esa lucha deliberadamente.

* Docente investigador Facultad de Periodismo y Comunicación UNLP.


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