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lunes, 3 de agosto de 2009

media event">Michael Jackson, rey del media event
En su nueva columna, Borrini comenta el fenómeno que desató la muerte del famoso artista pop, y señala que “toda la vida del cantante y bailarín fue un interminable show mediático, desde su consagración artística a mediados de la década del ‘80 hasta su deceso, treinta años después, en circunstancias no del todo aclaradas”.

El autor recuerda que la contratación de Michael Jackson por parte de Pepsi Cola en 1984 tuvo un inusitado impacto mundial.
Por una de esas bromas a las que nos tiene acostumbrados la memoria, la muerte de Michael Jackson me llevó a recordar a Elihu Katz, pese a ser habitantes de distintas y lejanas galaxias.
Uno, Jackson, aclamado como el Rey del Pop por multitudes y colocado durante varios días por obra y gracia (o más bien, desgracia) en el centro de una de las mayores explosiones mediáticas que se recuerden; otro, Katz, cuasi ignoto profesor de Comunicaciones de la poco conocida entre nosotros Universidad de Jerusalem, Israel.
Sin embargo, el recuerdo no fue disparado al azar. Hace más de veinte años, tuve ocasión de asistir a un seminario realizado en Richmond, Virginia, titulado “Las comunicaciones en el siglo XXI” y auspiciado por varias universidades norteamericanas. Una de las charlas la dio Katz sobre un tema del que fue pionero, los media events, o sucesos que tienen por protagonistas a celebridades de la más variada índole, y cuya repercusión es motorizada por los medios masivos.
Si no recuerdo mal, Elihu Katz fue quien acuñó el término media event, o al menos el primero en analizarlo a fondo. Se trata de un recurso moderno que Michael Jackson manejó magistralmente sin conocer sus fundamentos y mucho menos su nombre “científico”, durante su carrera estelar, hasta el punto de que merecería ser llamado también Rey del Media Event.
Toda la vida del cantante y bailarín fue, en efecto, un interminable show mediático, desde su consagración artística a mediados de la década del ‘80 hasta su deceso, treinta años después, en circunstancias no del todo aclaradas.
La ceremonia de la despedida fue uno de sus mejores espectáculos; el mejor, indudablemente, de los que podía realizar él, tan movedizo, en posición horizontal.
Una ceremonia del tipo que más gustaba al director más aparatoso de Hollywood, Cecil B. De Mille. El féretro, dorado y cubierto por flores rojas, fue transportado por fieles que vestían de negro con corbatas amarillas, y llevaban puesto un solo guante, como Jackson en el video Thriller. La concurrencia estuvo a la altura mediática del ídolo: 11 mil personas llenaron el recinto, y otras 60 mil siguieron la ceremonia desde las inmediaciones del lugar. Cientos de millones lo vieron por televisión; la transmisión “en vivo y en directo” (¿se acuerdan cuando esta condición era privativa de la televisión?), alcanzó un rating superior al de la asunción del presidente Barack Obama.
Los funerales de celebridades fueron, precisamente, uno de los acontecimientos que mencionó Elihu Katz en el seminario de Richmond, que también incluyó en la lista la corononación de reyes y reinas, los casamientos de las máximas estrellas del espectáculo y los grandes acontecimientos deportivos.
Pero la muerte de Michael Jackson pulsó en mi memoria más de un recuerdo. El otro fue el de Pepsi Cola, que en 1984 creyó en sus inmensas posibilidades como patrocinador artístico cuando era un joven muy talentoso pero muy tímido.
En rigor, la asociación que iniciaron un cuarto de siglo atrás fue de interés recíproco: Jackson se convirtió rápidamente, gracias a la campaña publicitaria, en un fenómeno artístico, y Pepsi encontró en él la mejor arma para librar la guerra de las colas contra su archirrival Coca-Cola.
Los pormenores de esta fabulosa operación de marketing pueden leerse en la autobiografía de Roger Enrico, The other guy blinked. How Pepsi won de Cola Wars (Bantam Books, New York, 1986) que aún no había calentado la silla de su despacho cuando asombró a propios y extraños con la contratación de Jackson por la cifra récord, hasta ese momento, de 5 millones de dólares.
El contrato comprometía al artista a filmar sólo dos spots y prestarse a un tour de promoción por el país. Hasta los directivos de las embotelladoras, muchos de ellos personas adultas que jamás habían oído hablar de “ese tal Michael Jackson”, pidieron la cabeza del flamante presidente; sin embargo, el éxito casi inmediato lo convirtió también a él, Enrico, en una celebridad, a tal punto que su libro resultó un best-seller.
Pero ese contrato récord tuvo, además, una enorme repercusión en el ambiente artístico. Actores y actrices que consideraban que “venderse” a un producto perjudicaba su carrera artística, se animaron a hacerlo.
Con Michael Jackson comenzó realmente el auge de las celebridades en la publicidad norteamericana, primero, y mundial después. Y la suma, 5 millones de dólares, se constituyó en una obligada referencia salarial en la negociación de los posteriores contratos de las grandes marcas con endorsers famosos.

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