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domingo, 2 de agosto de 2009

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Reunirse entre amigos para jugar al póquer, un ritual que se expande entre los jóvenes
Famosos jugando en programas de cable internacionales, series mundiales para expertos televisadas y cientos de páginas web donde se enseña y se practica el juego impulsaron esta tendencia. Cada vez son más los jóvenes que se reúnen, naipes en mano, para “pasar el rato entre amigos”, como ellos mismos definen, y, de paso, ganarse unos pesos apostando. Para los psicólogos, si no afecta el comportamiento social cotidiano no es un problema.
Por Silvina Herrera
Una mesa grande y ovalada, cartas y fichas, vasos con gaseosa y miradas cómplices son parte de la escenografía de un encuentro entre amigos que ya se volvió un ritual. Son todos ex compañeros de colegio, tienen entre 18 y 20 años, y se juntan a jugar al menos dos veces por mes. El póquer desplazó a juegos de cartas más autóctonos como el truco o el chinchón, y hoy es una pasión para miles de jóvenes que no deja de crecer y expandirse por todo el país, en decenas de hogares donde se arman mesas y se apuesta dinero.
La modalidad más elegida que los chicos juegan es la llamada Texas Hold’em, la versión del póquer más popular en la actualidad, que logró difusión gracias a las Series Mundiales que emite el canal deportivo ESPN y las múltiples opciones que hay en la Web. Acá ya no hay cinco cartas en la mano, como en el tradicional, sino dos y cinco comunitarias con las que se arma el juego. Una diferencia que ganó adeptos es que permite apostar más veces.
Pasión compartida. Para muchos jóvenes jugar al póquer es una excusa para encontrarse, charlar y pasar un buen momento entre amigos. “Yo desde chico fui muy timbero, con mi hermano y mi papá jugábamos al póquer mediterráneo, que es cerrado. Y ahora es un juego de amigos”, explica Mateo Bottini, uno de los siete chicos que comparten la mesa un jueves por la noche.
Jugar por plata tiene otra adrenalina, aunque los pozos no suelen superar los 200 pesos. Rafael Skiadaressis afirma: “Apostamos muy poco y tampoco nos juntamos para ganar plata, sino para divertirnos”. Dicen que aunque no dejan de salir los fines de semana, prefieren reunirse a jugar que ir a un boliche. “Acá podemos hablar entre nosotros, en el boliche no. Además es más seguro y no corremos el riesgo de que nos maten a trompadas”, indica David Raskovan, el dueño de casa. Todos están de acuerdo en que no cualquiera puede sentarse a su mesa. “Es algo muy cerrado”, dice Rafael y agrega: “Sólo jugamos entre nosotros. Podemos invitar a un amigo de alguno, pero no sale de eso. Y también es algo muy machista, no es lo mismo con una mujer presente, es una cuestión de códigos internos”. Martín Przybylski cuenta que una vez fue la novia de uno de los chicos y se aburrió toda la noche. “No vino nunca más.”
Ninguno de ellos teme que el juego se vuelva una adicción, saben que pueden controlarlo. “Estábamos pensando en anotar a Mateo en una clínica de rehabilitación”, dice en broma Rafael, el más locuaz de todos. Aseguran que ninguno descuida sus actividades ni sus estudios, que no por casualidad están relacionados con las ciencias exactas y la ingeniería, ya que al parecer el póquer suele gustarle a los jóvenes que tienen algún tipo de atracción por las matemáticas. Rafael es tajante: “Cada uno tiene una vida muy nutrida y conocemos otra gente. Salimos de noche también. El póquer es una excusa para seguir viéndonos y espero que esta costumbre continúe por muchos años más”.
Mantener el control. Para los jóvenes el póquer es una diversión, pero algunos, muy pocos, viven profesionalmente de este juego de cartas. Jugadores profesionales llegaron a llevarse millones de dólares de las Series Mundiales de Póquer. Los especialistas advierten que el peligro aparece cuando el juego se vuelve una adicción, un vicio que no se puede dejar y que empieza a acaparar cada instante de la vida.
“Si es una actividad dentro del grupo social no es para preocuparse. Si es una conducta que se comparte con amigos es positiva, el problema es cuando el jugador comienza a endeudarse, a ocultar que juega, y pone en riesgo los afectos personales”, indica Sergio Brachitta, psicoanalista experto en ludopatía y docente del Centro Dos. El especialista sentencia: “Hay que tener cuidado con no pasar el límite. Si el chico sigue estudiando y haciendo su vida no hay de qué preocuparse”.
A la hora de explicar cuál es la característica que atrae tanto a los jóvenes, la psicóloga Liliana Bava, autora del libro Cuando jugar enferma, sostiene: “Jugar y apostar excita y alimenta un estado adrenalínico. Impulsa el placer instantáneo. Si se tiene una conducta equilibrada no es algo malo. El problema es cuando dispara un trastorno en el control de los impulsos, se pasa del uso al abuso y ya no se puede parar”.
La tentación on line
El auge del póquer comenzó hace cerca de siete años, cuando la televisión empezó a transmitir las partidas con una cámara que mostraba las cartas de todos los jugadores. Poco tiempo después, Internet aprovechó ese éxito y los juegos on line explotaron. Las salas más populares tienen hasta 100 mil usuarios conectados al mismo tiempo y se puede jugar por dinero real o ficticio. Muchos de los que hoy se juntan con sus amigos para una partida de póquer descubrieron el juego en Internet y comenzaron a practicarlo. Los días sin clases por la gripe A y las horas de aburrimiento de los alumnos que no fueron a la escuela durante semanas impulsaron que muchos chicos de todas las edades pasaran sus horas frente a la computadora jugando al póquer por Internet. Martín tiene 12 años y durante los días de receso escolar se la pasó conectado y jugando. “Al principio no sabía lo que hacía, se la pasaba horas encerrado en su cuarto y dejó de ver la televisión. Hasta que me terminó contando y muy entusiasmado me dijo que ganó varias partidas”, dice su madre, María José Varela. Cuenta que algo de preocupación tuvo, pero que no deja que el póquer on line sea su única actividad: “Martín va a inglés y juega al fútbol con amigos, el póquer es nada más que un entretenimiento que lo ayuda a pensar, así que no tengo miedo que siga jugando, aunque controlado”.

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