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martes, 5 de mayo de 2009

ARGENTINA EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
Cuando la política imita al cine
Estirar indefinidamente los discusos legislativos para impedir una decisión: un recurso deplorable que asomó en el film Caballero sin espada, de 1939, y que se repitió insólitamente hace poco en una provincia argentina.
Si no me equivoco, fue Oscar Wilde quien dijo que la naturaleza imita al arte. Un hecho reciente, acaso sólo detectado por críticos y cinéfilos, vino a probar que también la política imita al arte, concretamente al séptimo, el cine.
En la memorable película de Frank Capra Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington), el protagonista, Jefferson Smith (personificado por el candidato al Oscar James Stewart), un joven, novato e idealista legislador, se rebela contra su mentor político, un respetable senador de Estados Unidos (Claude Rains), involucrado en un cuantioso negociado en tierras fiscales, y para evitar ser interrumpido en su alegato durante una sesión especial de la Cámara Alta, habla sin parar durante varias horas, hasta quedar afónico y casi sin oyentes el recinto.
No obstante, el desfalleciente Smith no cede el uso de la palabra a nadie, amparado por una cláusula de la Constitución, mientras los acontecimientos se precipitan a su alrededor con el colapso y suicidio del legislador corrupto. Es el momento culminante del film. El agónico triunfo de Smith es prólogo, a su vez, del inevitable happy end.
La película, de 1939, tuvo un enorme éxito y muchos premios. No ganó el Oscar porque, pese a tener nueve nominaciones, ese año la cosecha de buenos filmes fue excepcional (Adiós Mr. Chips, Cumbres borrascosas, Viñas de ira, Amarga victoria, La diligencia y principalmente Lo que el viento se llevó, entre otros). Demasiados candidatos para tan pocos premios.
Siete décadas después de estas ficciones, a miles de kilómetros de distancia y en la legislatura de una lejana provincia argentina, Chaco, Sandra Mendoza, ministra de Salud y esposa del gobernador, recurrió al mismo ardid que el imaginado por los libretistas de Caballero sin espada. Como éste, en efecto, habló durante doce horas seguidas para evitar ser interpelada acerca de su responsabilidad en el avance de la enfermedad del dengue, que pese al silencio de las autoridades ya había registrado en el distrito miles de casos.
Los dos hechos, el de la ficción y el de la realidad, aparte del punto en común, la justificación constitucional, no pueden ser más disímiles. Jefferson Smith, en la película, logra con su valiente intervención destapar un grave acto de corrupción; Sandra Mendoza, por el contrario trató de tapar con su alocución el indispensable tratamiento de una emergencia sanitaria que la involucra y que tiene en vilo a la población no sólo de su provincia sino de todo el país.
¿Habrá visto Sandra Mendoza la película en cuestión? Es probable, porque la pasaron por el cable varias veces en los últimos meses. ¿Se trató de una recomendación de sus asesores de imagen? Smith improvisó durante horas, consultando constantemente hechos y datos que había llevado al recinto. Tenía la verdad de su lado. La polémica funcionaria, en cambio, pudo sortear la interpelación valiéndose de un libreto tan extenso, científicamente minucioso e inexpugnable como el que leyó: un reporte médico de la enfermedad.
¿Resultan sorpresivas estas artimañas? Creo que en realidad no, y menos aún en tiempos electorales como los que vivimos anticipadamente. Y aquí vale la pena recordar que en Estados Unidos, cuando el hablar sin dejar grietas se aplica con fines de dilatar un debate u obstruírlo, se emplea el término “filibuster”, que no oculta su significado literal de “filibustero” o pirata.
Sucede que la opinión pública, anestesiada por tantas transgresiones, parece haber perdido la noción de lo que se puede y no se puede hacer para promover a los candidatos de turno.
Las campañas políticas se vienen deslizando peligrosamente hacia el empleo de recursos reñidos con la ética más elemental, y la transparencia que se celebró en 1983, entonces con la ayuda de la publicidad profesional, se está perdiendo y facilitando así el retorno de la embozada e irresponsable propaganda política.
La lógica interna de las campañas consiste, desde siempre, en que, “para poder gobernar, primero hay que ganar”. Con más ideas y propuestas, al principio; de cualquier manera hoy. El mejor candidato no es el más idóneo, ni el más honesto, ni siquiera el que parece tener estas virtudes, sino el que puede conseguir el mayor rating.
Pero habida cuenta de los que logran vencer y gobernar, ¿esa lógica es lo que más conviene al país? ¿Debemos resignarnos a que las campañas sigan siendo una costosa carrera de caballos, en la que muchas veces triunfa el caballo del comisario? Por ahora, no esperemos mucha ayuda de ninguna campaña; cada uno de nosotros deberá esforzarse, antes de votar, por averiguarlo. Merece el esfuerzo.

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