Entrevista. Luis A. Albornoz y M. Trinidad García Leiva
Año 5. Edición número 210. Domingo 27 de mayo de 2012
El panorama mundial frente al apagón analógico.
Después de décadas de desregulación en el ámbito comunicacional, los autores sostienen que los casos analizados demuestran que hubo una “sistemática y prolongada intervención de casi todos los Estados en la transición a la TDT”. Pero que, no obstante, “en ningún país su introducción ha servido para una transformación democratizadora de los desequilibrios existentes en el sector audiovisual”.
–¿Existen razones para creer que la digitalización pueda colaborar en un proceso de democratización de los medios? ¿Qué desafíos presenta la TDT para las políticas públicas de medios?
M. Trinidad García Leiva: –La digitalización de la TV presenta numerosos desafíos a la elaboración e implementación de políticas públicas. En el caso específico de la TDT, además, no debemos olvidar que la digitalización puede suponer muchos cambios a un modelo que ha sido hegemónico hasta ahora: el conocido como broadcasting. Este modelo, basado en la idea del flujo de contenidos generalistas, distribuidos por unos pocos operadores, para ser consumidos en forma sincrónica a su emisión por grandes audiencias nacionales reunidas ante el televisor, ya convive con otro en el que, por el contrario, abundan los contenidos especializados, a la carta, consumidos individualmente, producidos por muy variados agentes (incluidos, a veces, los propios espectadores) y consumidos en distintos dispositivos. Todo esto presenta enormes desafíos a la política pública. Si pensamos, por ejemplo, sólo en la dimensión técnica del servicio, veremos que elegir un estándar de emisión es sólo uno de los aspectos importantes y supone el inicio de un largo camino de transición. Luego habrá que decidir, por poner dos ejemplos, cómo alentar la renovación del equipamiento en los hogares o qué hacer con las frecuencias que se liberen cuando desaparezca la televisión analógica (porque emitir el mismo número de canales en digital requiere menos capacidad radioeléctrica). Los desafíos son muchos, pero si los criterios para tomar las decisiones apuntan, para seguir con los mismos ejemplos, a que toda la población pueda acceder al nuevo equipamiento, o a que la gestión de las frecuencias que se liberen (dividendo digital) se traduzca en una mayor diversidad en el número de voces que emiten, entonces sí es posible vincular la digitalización con la democratización de los medios.
Luis Alberto Albornoz: –En todo caso, la llegada de la TDT en distintos países ha venido acompañada de una serie de promesas ligadas no sólo a una mejora de calidad técnica en la prestación del servicio o a los beneficios que pueden obtener los operadores privados o los fabricantes de equipos. Existe, también, la idea de una TDT estrechamente ligada a la democratización del audiovisual y a la sociedad de la información: más operadores, más señales y contenidos diversos, interactividad, movilidad… Si bien las diferencias que se verifican en los diferentes países nos obligan a ser muy cautos a la hora de hacer generalizaciones, en muchos casos la actual crisis económica sirve de coartada para consolidar el peso de los principales operadores y pulverizar las promesas de democratización del medio televisivo.
–Parecería que ningún país dejó la implementación de la TDT librada a manos del mercado.
L. A. A.: –Así es. Ninguno de los países analizados ha dejado la implementación de la TDT librada a manos del mercado. Piénsese que se trata del medio de comunicación hegemónico, con altísimos niveles de penetración en todos los rincones del mundo. El medio por el cual la mayoría de la población se entretiene e informa. Sin embargo, gobiernos y Estados han estado fuertemente presionados a nivel internacional y local en su toma de decisiones. La presión no sólo se ha ejercido a través de los operadores privados de televisión, que han pretendido no perder sus posiciones en el nuevo escenario digital, sino también de otros gobiernos, que han pugnado por la adopción de los estándares tecnológicos desarrollados por los países en la vanguardia tecnológica. Por otra parte, las empresas de telecomunicaciones también han juzgado sus bazas articulándose en torno de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) y presionando por un rápido “apagón analógico”, es decir, por el cese total de las emisiones de televisión en analógico. El interés de las empresas de este sector reside en las expectativas en torno del reparto de las frecuencias liberadas por los operadores de televisión, el denominado dividendo digital, y su reasignación para la prestación de acceso a internet y servicios de telefonía móvil de cuarta generación. En este escenario de intereses cruzados, la investigación de nueve casos nacionales revela que, en términos generales, los gobiernos se han decantado por conformar organismos oficiales –Impulsa TDT, en España; Digital UK, en el Reino Unido, o Fórum Sbtvd, en Brasil, por ejemplo– a cargo de impulsar, supervisar y planificar el desarrollo de la TDT. Sin embargo, como afirmamos en el libro, ninguno de los casos analizados puede realmente presumir de haber incorporado a la sociedad civil en la configuración de tales organismos.
M. T. G. L.: –Además, es fundamental destacar que la intervención pública se constata a pesar del discurso neoliberal desregulador y no intervencionista. De forma más o menos explícita, directa o indirecta, todos los gobiernos han acabado implicándose. Ningún país ha dejado el servicio librado a las fuerzas del mercado debido al número y complejidad de las implicaciones que tiene una transición de esta naturaleza. Estas implicaciones no son sólo tecnológicas, económicas o industriales, sino, por supuesto, también sociales y políticas: ¿qué funciones cumplirá y qué necesidades satisfará la TDT?, ¿cómo puede beneficiarse la ciudadanía de este cambio?
–¿Cuáles son las principales diferencias y similitudes de las experiencias de digitalización en América, Europa y Asia?
L. A. A.: –Pese a que se trata de escenarios aún en formación, es posible apreciar similitudes y diferencias. Los países europeos, pioneros a la hora de implementar la televisión digital terrestre han privilegiado la emisión de una mayor cantidad de señales autorizando, en algunos casos, la presencia de nuevos operadores. Caso muy diferente al estadounidense donde las tradicionales networks –me refiero a ABC, CBS, NBC y Fox– han inclinado la balanza por una TDT en alta definición; esto es: las mismas señales existentes en analógico pero con una gran calidad de emisión, blindando de paso el sistema a la entrada de nuevas empresas. Por su parte, las autoridades de países como Argentina y Brasil están viendo en la TDT la posibilidad de apuntalar una oferta de contenidos a cargo de organismos estatales o públicos inédita hasta ahora. En este sentido, otros países sudamericanos se vienen sumando a esta tendencia. Esta semana, por ejemplo, Bolivia inició las transmisiones en TDT en La Paz a través del canal estatal Bolivia TV HD, que piensa contar con dos señales, una netamente informativa y otra que será un canal educativo-cultural. Finalmente, de los casos asiáticos analizados en nuestra investigación, el chino revela una fuerte tensión entre el control ideológico por parte del gobierno y los resultados económicos esperables de la actividad televisiva. Mientras que el japonés muestra la apuesta por las emisiones en alta definición y se caracteriza por haber puesto en funcionamiento el primer servicio regular de televisión de movilidad en el mundo.
–¿Pueden observarse cambios en los modos de consumo televisivo a partir de la digitalización? Ante el auge de internet y de las plataformas de distribución y descarga de contenidos audiovisuales, algunos especialistas llegaron a hablar del fin de la TV. ¿Cuál es el papel de la TDT en este contexto?
L. A. A.: –Pese al aumento del tiempo dedicado a navegar por internet, pese a que cada vez se ve más video en la computadora y más televisión en otros dispositivos, la oferta de horas/señales se ha multiplicado y el consumo televisivo, pese a fragmentarse, no ha disminuido en los últimos años. Es más, en algunos países la media de visionado de televisión por persona no ha dejado de crecer en los últimos años. Allí está el caso español como testigo que pasó de contar con una oferta de cuatro o cinco señales a 40 con la TDT. Inmersa en una severísima crisis económica que tiene en el desempleo su cara más amarga, la sociedad española batió en 2010 el récord de consumo de televisión, dedicando 234 minutos de promedio por persona al día. En 2011 se llegaron a los 239 minutos al día. Es decir que, en España, el consumo medio el año pasado rozó las cuatro horas diarias o, lo que es lo mismo: los telespectadores dedicaron en 2011 el equivalente a dos meses a contemplar las imágenes de señales que en ningún caso logran superar el 15% de cuota. La tasa española está en niveles similares a los de Italia o Reino Unido y, aún lejos de las marcas de Estados Unidos o Japón, cuyos espectadores pasan cuatro horas y media ante la pantalla.
M. T. G. L.: –Es evidente que los modos de consumo audiovisual están en transformación, pero no está nada claro –como demuestran los datos que aporta Albornoz– que internet vaya a acabar con la televisión. La televisión goza de buena salud y tal vez lo que debamos tener claro es que una cosa son los contenidos y otra el soporte. La gente sigue consumiendo contenidos televisivos, la diferencia es que lo hace cada vez más a través de distintos dispositivos y no necesariamente en directo. Como recogemos en las conclusiones de nuestro trabajo, la digitalización permite que la creación y producción de programas pueda alimentar tanto el tradicional flujo continuo de imágenes y sonidos como un stock de contenidos para su consumo bajo demanda cuando mejor venga al espectador. Vale decir que, en paralelo a la existencia de la clásica parrilla de programación, empieza a haber una oferta asincrónica que a su vez acaba siendo mediada por distintos tipos de dispositivos. Es verdad que celulares, computadoras o tabletas pasan a competir con el televisor tradicional, pero todavía tenemos mucho trabajo de investigación por delante para saber qué es lo que la gente consume, cómo lo consume y qué porcentaje de lo visionado sigue sin cambiar más que en relación con el dispositivo de recepción.
–Ante la proliferación de pantallas y la fragmentación de las audiencias, ¿cuáles son las principales transformaciones en los sistemas de producción de contenidos audiovisuales? ¿Y cuáles serán las tendencias en el modelo de financiamiento del sistema?
M. T. G. L.: –Uno de los grandes interrogantes que pesa sobre la TDT es precisamente cuál va a ser la fórmula más apropiada que permita su financiación en tiempos de crisis económica. Existe una tensión, que se manifiesta en todos los casos que estudiamos, entre modelo de implementación y financiamiento. Los costos de producción y difusión aumentan, tanto si se opta por una TDT que traiga consigo más canales, como si se decide preservar el número de canales existentes pero para ser difundidos en alta definición o acompañados de diferentes tipos de servicios. Tanto lo uno como lo otro necesitan de inversiones. Si las fórmulas tradicionales, la inversión publicitaria o los subsidios públicos no acompañan esta necesidad o, incluso, se resienten por la crisis, entonces se abren las puertas para que la opción del pago directo por parte de los telespectadores desembarque en la televisión terrestre, hasta ahora al margen de esta dinámica. Esto está pasando en muchos países europeos. En otras palabras: la televisión de pago, que ha sido esencial para que se desarrollaran la televisión por cable y satélite, desembarca así en la red terrestre de la mano de la TDT. Y si esto ocurre, entonces se cuestionan de modo radical las nociones de universalidad y gratuidad a las que la televisión ha estado ligada desde su configuración como medio de comunicación social.
L. A. A.: –Efectivamente. Una TDT de pago implica una ruptura histórica en la prestación del servicio de televisión a través del espectro radioeléctrico, un recurso natural, público y escaso. Implica vincular directamente el acceso a los contenidos televisivos al poder adquisitivo de la población, convirtiendo al telespectador en cliente, y profundizar la lógica privado-comercial en la utilización del espectro radioeléctrico. Si hasta ahora el modelo de televisión de pago había asociado a plataformas y redes privadas como el cable o el satélite, la TDT, en algunos países, está sirviendo para que el modelo de pago gane nuevos espacios. En este contexto no es difícil prever que las señales con contenidos de mayor demanda y calidad estén disponibles a través de la TDT de pago; lo cual, a su vez, implica un escenario de competencia con el resto de las plataformas audiovisuales: el cable, el satélite e internet.
La televisión digital terrestre. Experiencias nacionales y diversidad en Europa, América y Asia.
Editores y coautores: Luis A. Albornoz y María Trinidad García Leiva
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