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jueves, 8 de abril de 2010

Medios

MEDIOS Y COMUNICACION
Lo real y lo virtual
¿Dónde está lo real? ¿Dónde lo virtual? Interroga Pablo Castillo a propósito de debates recientes sobre los medios de comunicación y su lugar de mediación.
Por Pablo Castillo *
La confusión sobre dónde comienza lo real y termina lo virtual es más un problema de articulación que de límites objetivos. Y esto es válido tanto para pensar la situación de los sujetos con los medios de comunicación masivos concentrados, como para analizar la sensación que cada uno de nosotros experimenta cada día frente a su computadora y con todo lo que allí se despliega: desde el Facebook hasta la videoconferencia, desde el chat hasta el sexo virtual.
Los comunicadores diremos que en todo caso de lo que se trata es de dilucidar el tipo de mediaciones que se ponen en juego en esos actos. En qué lugar lo tecnológico funciona como soporte de determinadas prácticas, facilitando la visibilidad a ciertos discursos y ocultando o invisibilizando otros.
Sin embargo, ese razonamiento al que a primera vista estaríamos tentados en suscribir tranquiliza, pero no desmonta totalmente el malentendido.
Sigue habiendo allí un guiño a seguir pensando la tecnología como un lugar privilegiado para la producción de sentidos, que no nos termina de convencer. Y, en eso de considerarnos tributarios de la teoría crítica en términos conceptuales pero funcionalistas desde las prácticas, los comunicadores también tenemos una larga experiencia.
Tal vez, si entendemos lo tecnológico como un actor, al que habrá que prestarle atención pero que adquirirá un sentido u otro inscripto en una cadena de significantes culturales, nunca como dato suelto, descontextualizado, aislado, sin intencionalidad, estaremos más cerca de aproximarnos a interpelar los nuevos encuadres que nos proponen. Quizás, con menos de novedosos que lo que nosotros mismos imaginamos o les otorgamos prematuramente.
Desde esta perspectiva, la referencia presidencial a diferenciar el país real del virtual debe ser leída e interpelada desde las coordenadas que le dan sentido político a la frase; más allá de dar cuenta de otras aproximaciones posibles a la construcción de los distintos imaginarios que la sostienen. Y en este punto, la disputa conflictiva del poder y los modos en que los sujetos perciben esa tensión es una dimensión fundamental del problema. Con su descripción fenomenológica solamente no alcanza.
Si no, que lo diga Freud. “No saben que les traemos la peste” es una de las expresiones más resonantes y polisémicas que habitan el mundo psi. Refiere a los efectos que tuvo la popularización del psicoanálisis en tierras estadounidenses y habría sido dicha por el padre del psicoanálisis a Jung en medio de un viaje que hicieron juntos en 1909, a ese país.
Como sostiene Elisabeth Roudinesco, parece que el psiquiatra suizo, no se sabe bien porque extraño sortilegio, reservó esa parte de su conversación con Freud para compartirla solamente con Lacan. Quien, a su vez, cuarenta y cinco años después en una conferencia dictada en Viena, decidió hacerla pública.
Que luego Jung no mencione esa cita en sus memorias o que ninguno de los tantos historiadores que el movimiento psicoanalítico supo congregar a lo largo de su fecundo y productivo recorrido haya registrado ese momento ¿tiene alguna importancia?
¿Cómo deben leerse lo real y lo virtual en ese episodio? ¿Cómo juegan lo dicho y lo no dicho, lo cierto y lo incierto en la configuración de una determinada posición? En los últimos días, hubo cuestionamientos –desde universos ideológicos disímiles, entre propios y extraños– sobre la legitimidad de la convocatoria a Plaza de Mayo realizada desde el Facebook por televidentes de un programa de la tele, 6 en el 7 a las 8, que paradójicamente va de lunes a jueves a las 9 y los domingos cuando el fútbol para todos lo permite.
Cualquiera que partiera del sentido común debería desconfiar de un programa que te miente ya desde el título. Pero como esa mentira se sostiene desde una verdad irrefutable, y sobre todo esperanzadora –el éxito de la propuesta hizo que los programadores del canal la pusieran en el prime time– esas modificaciones fueron naturalizadas. Ni siquiera sus más acérrimos críticos se detuvieron en ese aspecto.
¿Dónde está lo real? ¿Dónde lo virtual? ¿Dónde se conforman las intersecciones y las paralelas? ¿En lo institucional? ¿En las palabras de la mandataria? ¿En los recodos que deja lo tecnológico? ¿En los intercambios conversacionales? ¿En la periferia de los discursos? ¿En la centralidad de la Plaza?
* Psicólogo. Magíster en Planificación de Procesos Comunicacionales UNLP.
MEDIOS Y COMUNICACION
No hables con extraños
Manuel Barrientos incursiona en otro aspecto de la comunicación: las estrategias de encerramiento y aislamiento que convocan permanentemente a desconfiar y a evitar la interacción con los semejantes.
Por Manuel Barrientos *
Caminamos por las calles con el ceño fruncido y la mirada atenta, con los sentidos en estado de alerta, ante un peligro desconocido pero siempre acechante. Los espacios de comunicación e interacción hoy parecen ser zonas de frontera, en las que el otro se nos aparece como alguien lejano, de quien debemos desconfiar.
No hay que hablar con extraños. Hay que avanzar y avanzar. Detenerse en el otro implica el riesgo de exponerse a ser asaltado. O, peor aún, de encontrar una mirada que nos devuelva, en esos otros ojos, aquello que no queremos ver y que nos hace temer.
Aislados, los individuos colocan rejas y alarmas con el objetivo de controlar su incertidumbre. Son voluntades atomizadas, portadoras de miedos incomunicados entre sí, cuyo horizonte se disuelve donde terminan sus propiedades.
Estamos regidos bajo una estrategia de encerramiento con dos polos. Prolifera la construcción de condominios y countries, donde las clases medias y altas se amparan de los crecientes “peligros externos”. Al mismo tiempo, con un reclamo de esos mismos sectores que se produce por oleadas, aumenta el número de detenidos en las cárceles.
El sistema penal parece apuntar con claridad a un determinado sector de la población. Según un informe de la Secretaría de Derechos Humanos bonaerense elaborado en 2005, el 61 por ciento de las personas detenidas en esa provincia tiene entre 18 y 30 años. Y el 67,84 por ciento se encuentra detenido por los delitos de robo, hurto y sus tentativas.
Y, sin embargo, el mutuo encerramiento provoca mayor sensación de inseguridad.
La estigmatización del otro se traslada a la geografía urbana. Hay lugares que –desde la mirada de las clases medias y altas– se declaran no sólo inhabitables sino también decididamente intransitables, en los que es mejor “no meternos”, de los que tenemos que huir.
Las zonas intermedias entre el trabajo y la casa son espacios que hay que recorrer con apuro y ligereza. Los autos se vuelven cada vez más rápidos y los vidrios se tornan cada vez más oscuros. El miedo impulsa la velocidad.
La esfera del mercado también tiende al encierro a través de los shopping center. El poder de policía se refeudaliza: el Estado cede el ejercicio de la vigilancia y el control a los agentes privados contratados por los propietarios de countries y centros comerciales.
Crece la tendencia a refugiarnos en lo uniforme, en lo homogéneo. La educación también sufre la avanzada privatizadora. Los institutos de formación pública pierden espacio como herramienta potencialmente igualadora y los estudiantes se distribuyen en parcelas infranqueables de acuerdo con su poder adquisitivo.
Las nuevas tecnologías contribuyen, muchas veces, al refugio en la mismidad. Mientras transitamos por los espacios públicos, con nuestros celulares nos comunicamos con “los nuestros” y eludimos la mirada de “los otros”.
Ese aislamiento aumenta el desconocimiento de lo que está afuera, de lo que no es igual a nosotros. Y esa incomunicación creciente genera más miedos y actúa como un círculo perverso que –en la medida en que los puentes con lo distinto se desploman– se torna cada vez más frenético, porque tiende a retroalimentarse. Vivimos paralizados por la sospecha permanente, temiendo a algo que no sabemos muy bien qué es.
“Cuidate.” Con esa frase nos despedimos de amigos y familiares. Ya no hay más “buena suerte” o “abrazo o besos a los tuyos” o la promesa de un “nos vemos” como saludo de despedida. Simplemente, “cuidate”.
Los muros, el aislamiento del otro y el encerramiento propio, la opacidad de los vidrios, permite al “nosotros construido” no ver el sometimiento que sufre el extraño. Es necesario estigmatizar al otro, aislarlo y encerrarlo (en villas periféricas o en cárceles), para perpetuar la asimetría y, al mismo tiempo, restaurar la comunidad del “nosotros” en base a esa diferencia con el otro.
Esa desigualdad también genera miedo a que los demás nos perciban como diferentes y nos expulsen como nosotros expulsamos al diferente. Sentirse parte de una comunidad que expulsa y aglutina las identidades, como señala Alicia Entel en su libro La ciudad y los miedos. La solidaridad comunitaria se recupera a través de la elección de un enemigo común. La condena del otro permite sentirse parte de una comunidad: ponerle nombre y rostro a la inseguridad atenúa la angustia.
Tal vez es el momento de preguntarnos qué posibilidades cotidianas generamos para la comunicación con los demás. Es decir, qué estrategias colectivas podemos darnos como sociedad para romper ese círculo perverso que se alimenta del desconocimiento y la incomunicación.
* Licenciado en comunicación UBA.

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