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miércoles, 10 de agosto de 2011

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10 de Agosto de 2011ARGENTINA | EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI

Elecciones: La campaña que no se hizo


El columnista de adlatina.com analiza la falta de una campaña oficial sobre los comicios del próximo domingo en la Argentina y hace un planteo sobre la comunicación política actual a la que define como “la menos honesta de todas las que conocemos”. La relevancia de Facebook y Twitter frente a una televisión que hoy sigue siendo el “medio dominante”.
  • Foto"En la era de la emotividad, los votantes saben que los más confiables son los medios gráficos, pero la mayoría escuchan y le cree a la televisión", sostiene Borrini.

Según las encuestas, siete de cada diez personas que están en condiciones de votar en las primarias del próximo domingo 14 están en ayunas, no saben por qué se hacen y, sobre todo, cómo deben hacer ellas para votar correctamente en unos comicios que carecen de antecedentes y que se prevén muy complicados debido a la jungla de boletas que tienen que sortear, sobre todo en la Provincia de Buenos Aires.
Esta explicación, o manual de uso, merecía una campaña oficial que no se hizo, pese a ser tan necesaria como la de los candidatos. Su ausencia se presta a las más diversas interpretaciones.
¿Se trata en realidad de una primera vuelta que permitirá saber cuáles son los candidatos con más posibilidades de llegar a integrar las boletas de los comicios de octubre? ¿O son acaso el equivalente a una gran encuesta a nivel nacional, que demandará una fuerte inversión no prevista en los planes originales y ante la cual han surgido serias dudas acerca de su viabilidad económica? Uno de los principales efectos sería el atraso en la impresión y entrega de boletas a los distintos partidos.
La comunicación política es la menos honesta de todas las que conocemos. No sólo aquí, en todas partes. No tiene códigos de ética, ni autorregulación. Esto ha motivado grandes frustraciones en las agencias y los profesionales que han sido los primeros en creerle a un candidato que, una vez instalado en el poder, hace todo lo contrario de lo que dijo en su campaña.
Pero en nuestro país, estos aspectos éticos rebalsan todo lo conocido. Ni siquiera se cumplen las normas que regulan el comienzo y la duración de las campañas, ni se respetan las medidas, aceptadas en principio por todos, que cuidan la transparencia de las fuentes de financiación.
Nunca se sabe cuánto cuestan realmente las campañas, debido a que los candidatos sólo computan los gastos que son verificables, como los espacios comprados en los medios convencionales, sujetos a tarifas que facilitan los cálculos. No informan sobre los costos de mítines, caravanas, desplazamientos, producción de comerciales, encuestas y honorarios de los asesores. Sin contar lo que se gasta en regalos y subsidios para comprar la voluntad de los votantes. Una prueba es que siguen presentándose denuncias acerca de lo que costaron las elecciones presidenciales de 2007, aparte de la valija incautada en Aeroparque que nunca se explicó debidamente.
En las actuales campañas es evidente su falta de equidad; mientras el oficialismo dispone de generosos espacios que se autofabricó, como “Fútbol para todos”, y otros manejados por sus aliados, los candidatos opositores dependen de la adjudicación de los “Espacios gratuitos” cedidos en los medios audiovisuales en los cuales el gobierno de turno es juez y parte.
Hacer una campaña política nacional cuesta mucho dinero, con el agravante de que quienes más la necesitan, para lograr ser conocidos en todos los distritos, son los candidatos de la oposición, en especial aquellos de las agrupaciones menos importantes, que están condenados a juntar moneditas o a endeudarse para poder competir.
Hay quienes siguen creyendo, desde que Barack Obama se adueñó de la Web y triunfó en las elecciones de 2008, que también en la Argentina ocurrirá lo mismo y que con la ayuda de Twitter y Facebook se puede llegar a todo el mundo con poco dinero.
Están equivocados. Primero porque el candidato cuenta mucho, obviamente, y por aquí no hay ningún Obama a la vista, además de que invirtió una fortuna en televisión.
Estamos viendo, en los días previos a las primarias, cómo es la televisión la que decide la competencia y, cómo todos quieren estar en ella. Los políticos, y sobre todo sus asesores lo saben.
La televisión es el “medio dominante”, y por ahora no hay otro que lo reemplace. Es la más poderosa y también la más rápida. Como ocurre con las marcas comerciales, los candidatos dependen de la televisión más que de cualquier otro medio. En la era de la emotividad, los votantes saben que los más confiables son los medios gráficos, pero la mayoría escuchan y le cree a la televisión.
Y no sólo los candidatos, también los funcionarios. Con elecciones cada dos años, los ganadores apenas ocupan sus cargos tienen que comenzar a trabajar para triunfar en las próximas sin reparar en gastos. Néstor Kirchner invirtió más en seis meses como presidente que durante su campaña proselitista, y desde entonces el gasto oficial en publicidad aumentó verticalmente, hasta que en 2008 la Presidencia de la Nación se ubicó entre los diez mayores anunciantes del país.


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