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domingo, 18 de octubre de 2009


LOS INSULTOS DE MARADONA ABRIERON LA DISCUSION EN EL MUNDO ACADEMICO SOBRE EL VALOR DE LA PALABRA
Debate caliente por una fuerte escalada de violencia verbal
Según los expertos, el lenguaje ya no es mediador: es el arma que dispara conflictos.
Por:
Victoria De Masi
"Que la chupen. Que la sigan chupando, que la sigan mamando", dijo Diego Maradona esta semana -enojado con quienes lo habían criticado- durante la conferencia de prensa que dio luego del triunfo de su equipo y haber asegurado un lugar en Sudáfrica 2010. ¿Emoción o provocación? ¿Puro estilo maradoniano, quizás? Lo cierto es que luego de su invitación al sexo oral colectivo, el técnico abrió las puertas a un debate caliente donde el ámbito académico agarra el guante y advierte: la palabra se ha debilitado y ya no sirve para buscar consenso, sino todo lo contrario. No hace mucho tiempo (el 15 de septiembre), la jueza Rosa Elsa Parrilli daba la noticia. Al grito de "son todas morochas, ni una rubia contratan", intentaba que dos empleadas de tránsito del gobierno de la Ciudad le devolvieran el auto que había sido secuestrado por estar mal estacionado. Chapeando, la funcionaria pública, de 63 años, se jactaba de "no haber pagado nunca una multa". La cercanía en tiempo de acontecimientos violentos despertó en los especialistas la necesidad de poner a la palabra en el lugar que bien se ha ganado: el del diálogo para mediar en conflictos."No es casual que en un mes podamos contar estas dos historias porque es un síntoma claro de los tiempos que vivimos como sociedad. La palabra, como herramienta para dirimir conflictos, está debilitada. Ahora es al revés: el lenguaje se convirtió en el arma que dispara el conflicto. Incluso, basta un tono o una seña para agredir al otro", analiza María Elena Qués, licenciada en Letras y docente de la UBA y de la Universidad Del Salvador, especialista en Discurso político.Por un lado, un ex jugador brillante que intenta posicionarse como técnico, mito viviente, que logró salir de su pobreza natal a puro gambetazo. Por el otro, una funcionaria pública, con la instrucción suficiente para ocupar el cargo de jueza. Los protagonistas de estas historias de intolerancia verbal tienen orígenes distintos, pero algo que los vincula: el poder. Por eso, las muestras de violencia verbal no sólo se observan en el deporte o la Justicia; también se ven en la política. Luego de perder en las últimas elecciones, Néstor Kirchner acusó a Sergio Massa y a Florencio Randazzo: "Me entregaron estos hijos de puta". O Carlos Reutemann: "La verdad me importa tres pitos. Si lo hicieron para bajarme de la supuesta candidatura, me importa recontra tres pitos. Que se la recontra metan en el medio del culo".Pero supongamos que estos personajes estén atravesando por una situación difícil que, aunque poderosos, son humanos y pueden enojarse. ¿Tienen permiso? "En ninguno de los dos casos la situación emotiva los avala", opina Susana Anaine, licenciada en Letras y subdirectora del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filología de la Academia Argentina de Letras. Para la especialista, resulta interesante el corrimiento de roles, donde el diálogo queda perdido, sin rumbo: "El deportista genial, mimado y apaleado, que dice lo que piensa porque es 'Dios'. Una jueza que, en actitud ambivalente, usa un leguaje detestable que nada tiene que ver con su cargo. Y en el medio, los imperativos, los insultos o, dicho de otra manera, sacar lo más grosero de sí para horrorizar, no para conciliar", cierra.En la misma línea, Martín Menéndez, doctor en Lingüística, docente de la facultad de Filosofía y Letras de la UBA e investigador del Conicet, apunta: "Hay un problema de registro, porque no existe adecuación del lenguaje al rol que se ocupa. Aunque en el caso de Maradona es menos grave: su declaración es, en definitiva, de la jerga futbolística. Lo inesperado es que se dio en medio de una conferencia de prensa". Según Menéndez, lo preocupante es que hoy se vive una violencia verbal generalizada. "Está tan naturalizada la agresividad que en cualquier hecho cotidiano intercambiamos palabras violentas. Pensemos ¿Quién le dice "buenos días" a un taxista? ¿Quién le pide amablemente un café al mozo?", se pregunta.En este contexto, las malas palabras también se han naturalizado. "Algunas, como 'boludo', dejaron de ser malas palabras y pasaron a ser nombres", señala Qués. Pero para que una palabra agresiva tenga rebote, hay un factor indispensable: el interlocutor, la figura de un 'otro' a quien proyectar la violencia. Y aquí, coinciden todos, también hay un problema. "Es una agresión colectiva en la que no hay un blanco; el foco de la violencia es cualquiera que ve o escucha". Como pasó luego de las declaraciones de Maradona o cuando se dieron a conocer las imágenes de la jueza que, mediante insultos y amenazas, reclamó su auto: "El objetivo de esas declaraciones es reducir al otro al silencio o al contrario, ir en escalada para que la palabra termine de perder su verdadero poder: ser mediadora, el sostén del lazo social hoy degradado", concluye Qués

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