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jueves, 9 de octubre de 2008

Las maratones como herramienta política
En su trabajo de hoy, el columnista de adlatina.com enfoca, con un toque humorístico, el costado más complejo de las campañas políticas: el excesivo gasto que tienen en la actualidad.

Los políticos deberían prestar más atención a lo que resulta exitoso para los productos y servicios; finalmente, ellos también aspiran a convertirse en grandes marcas.
Un recurso a adoptar podría ser el de las maratones. Convocan a centenares de miles de voluntarios, que marchan contentos y que además agradecen a los organizadores. Son más baratas que otras herramientas comunicacionales y, sobre todo, muy efectivas. Si Nike o Adidas fuesen candidatos políticos, hace rato que ocuparían una banca en el Congreso o un puesto en la Casa de Gobierno.
Quiero insistir en lo de más baratas, justamente en momentos en que el origen de los fondos de las campañas está bajo la lupa a causa del “Valijagate” y los aportes de droguerías truchas acusadas de estar involucradas con el narcotráfico.
Las maratones pueden ser una alternativa a las manifestaciones, mitines, caravanas y concentraciones, que si bien alguna vez fueron muy económicas, porque los partidarios concurrían por su cuenta, llevaban un sandwich en el bolsillo, iban al baño de los cafés y bares vecinos, y el candidato hablaba subido a un cajón de Coca-Cola, hoy cuestan casi tanto como la publicación de varios comerciales en televisión.
Es que ahora hay que fletar ómnibus, instalar baños químicos, contratar números artísticos, construir monumentales escenarios y dotarlos de los últimos adelantos tecnológicos, además de pagar honorarios a los asistentes. Nadie sabe cuánto cuestan, realmente, pero a nadie escapa que son caras y que, además, las pagamos todos.
Con las maratones cambiaría todo. Imagine las promociones: “Cuide su salud política. Súmese el domingo a los 15 kilómetros de Cobos”, o “Llegue en forma a los comicios de octubre. Mini maratón de Macri por calles sin baches y veredas renovadas”.
Las maratones políticas tendrían innumerables ventajas. En momentos en que médicos y psiquiatras nos advierten sobre la necesidad de considerar también, a la hora de votar, la salud física y mental de los gobernantes, estas acciones deportivas ayudarían a comprobarlo. Un candidato que no llegase a la meta perdería casi tantos puntos como si hubiese cometido un error garrafal y descalificador durante un debate televisivo.
No es menor la ventaja de tenerlos entretenidos en el gimnasio en vez de estar obligados a soportarlos en los programas de Mirtha Legrand, Marcelo Tinelli o Susana Gimenez, deslizándose a duras penas por el caño o “Bailando por un voto”.
Debo insistir en el factor económico. La historia es siempre la misma. Los candidatos declaran cifras angelicales al término de sus campañas; a medida que pasa el tiempo, van surgiendo aportes no informados que multiplican por cinco o diez las cifras originales.
En la Argentina esto viene ocurriendo desde hace algún tiempo; lo que realmente alarma es que cada vez se pone peor. Uno se entera del gesto de Marcelo T. Alvear, quien exigió pagar de su bolsillo el costo de la recepción que lo aguardó en el puerto a su regreso de Europa para asumir la presidencia de la Nación, y no puede evitar pensar que, al menos en política, todo tiempo pasado fue mejor.
Las campañas cuestan tanto desde que se volvieron mediáticas. Fue un proceso paulatino, cuya primera alarma, si se hubiera escuchado, sonó en 1962, cuando apareció en los diarios un anuncio de la Unión Cívica Radical del Pueblo para solicitar dinero porque “tenemos que afrontar una intensa y costosa campaña electoral para divulgar las ideas de gobierno de nuestra fórmula” (¡todavía se hablaba de ideas!). “Y no tenemos con qué…”.
Los gastos de campañas crecieron vertiginosamente, en dólares, de los aproximadamente 9 millones incurridos en 1983, a más de 90 millones de la misma moneda estimados en 1999. En medio de la crisis, en 2003, el derroche aparentó descender, pero a partir de 2004 la publicidad oficial alcanzó nuevos récords, con el propósito de despejar el camino de los candidatos oficialistas durante las elecciones presidenciales de 2007.
Una solución es utilizar medios más baratos, y las maratones parecen ideales. Es verdad que alguno de los organizadores tendría que pedir la esponja, pero vale la pena al menos intentarlo porque necesitamos con urgencia candidatos más ahorrativos, en buen estado físico y mental. Sanos de cuerpo y alma. Que corran y hagan correr. Los votos están en la calle. Sólo hay que correrlos.
Más lo pienso, y más me convenzo de las ventajas de las maratones. Permitirían, además, alcanzar y mantener un estado físico que harían más accesible la participación posterior en peregrinaciones, ya sea de agradecimiento de los que ganaron o de penitencia de los que perdieron.
Finalmente, para los que viven colgados del árbol genealógico, el recurso tiene prosapia. Como todos saben, el nombre “maratón” evoca la realizada por un soldado, en Grecia, casi 500 años antes de Cristo para comunicar una victoria militar. Tantos siglos después, volver a los griegos se vería como otro Renacimiento que no le vendría mal a la política argentina.

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