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lunes, 13 de octubre de 2008

Tiempos violentos
El fenómeno tiene dimensiones globales, y la Argentina no es la excepción: los niveles de violencia en niños y jóvenes aumentan de manera alarmante, mientras la carrera tecnológica y la ausencia de figuras adultas sólidas complican aún más la situación de la infancia
La víctima tenía tres años. Los victimarios, diez. Ocurrió en Liverpool, en 1993. A lo largo del globo, los noticieros se cansaron de mostrar las imágenes -captadas por las cámaras de seguridad de un shopping- de los que habrían sido los últimos momentos con vida del pequeño James Bulger cuando era secuestrado por los también pequeños Jon Venables y Robert Thompson. Cinco años después, en los Estados Unidos, Andrew Golden y Mitchell Johnson, de 13 y 11 años respectivamente, protagonizaron la llamada "masacre de Arkansas": mataron a tiros a cinco compañeros de escuela. Si en el primero de los casos los agresores nunca pudieron poner en palabras el motivo de su acción, en el segundo sí hubo un esbozo de móvil: un desengaño amoroso.
Además de estupor, ambos casos generaron discusiones de especialistas, clamores por "mano dura", inéditas medidas de seguridad en el ámbito escolar y una desesperada búsqueda por el origen del horror: ¿los contenidos por demás violentos de la televisión y el cine? ¿La excesiva permisividad de las instituciones? ¿La violencia "invisible" de una sociedad competitiva, consumista y excluyente? Se dijo mucho y se hicieron unas cuantas cosas. Pero, lejos de disminuir, el fenómeno continúa, y se hace especialmente visible en los establecimientos educativos, yendo desde las golpizas y otras agresiones entre pares hasta el hostigamiento a docentes, y desatando una espiral mediática a veces más preocupada por lo espectacular de los casos que por la consideración hacia el sufrimiento de los implicados.
Todos somos Peter Pan
A poco de ocurridos los hechos de Liverpool y Arkansas, dos argentinos, la semióloga Cristina Corea y el historiador Ignacio Lewkowicz, publicaron el libro ¿Se acabó la infancia? Ensayo de la destitución de la niñez (Lumen). "Sospechamos que nuestra época asiste a una variación práctica del estatuto de la niñez -escribieron-. Como cualquier institución social, la infancia también puede alterarse e incluso desaparecer." Corea y Lewkowicz se basaron en dos tipos de evidencia. Por un lado, el crecimiento de las estadísticas sobre maltrato infantil y el aumento de la venta de niños, "que ponen en cuestión la noción tradicional de la fragilidad de la infancia", con el consecuente deterioro de los principios de protección y cuidado de los "cachorros humanos". Por el otro, la irrupción de la niñez asesina y el suicidio infantil, que "cuestiona la institución de la infancia inocente, porque hace vacilar uno de los supuestos del discurso jurídico, el de la inimputabilidad del niño". Como marco sociocultural de estos cambios señalaron el desarrollo del consumo, la carrera tecnológica, la crisis de dos instituciones clave en la tarea de "producir" infancia: la familia y la escuela. De su trabajo se desprende una advertencia: sin adultos capaces de asumirse como tales, la niñez y la adolescencia podrían convertirse en categorías en vías de extinción.
"Ya lo había planteado Lacan en la década del 60 -explica Mario Zerbino, docente, psicoanalista e investigador de la UBA-. Decía que estábamos a las puertas de la época del niño generalizado; la tarea del analista sería hacer de él un hombre grande, trabajar con la responsabilidad." Por su parte, María Celia Méndez, investigadora del Departamento de Violencia de la Escuela de Orientación Lacaniana, asegura: "Tanto cuando los chicos ejercen algún tipo de violencia como cuando son ellos los maltratados, uno de los problemas es la falta de un adulto responsable. Además, están los imperativos de época: "Todo se puede", "Nada es imposible", "Tenés que divertirte". Y uno ve a los chicos? no pueden frenar". Zerbino coincide y sugiere leer el siguiente texto: "El maestro, en semejante atmósfera, teme y adula a los que frecuentan su escuela, y éstos hacen caso omiso de los maestros, así como de los preceptores. Y en general los jóvenes copian la apariencia de los adultos y rivalizan con ellos en palabras y acciones, mientras que los ancianos, rebajándose al nivel de los jóvenes, rebosan de jocosidad y encanto, y los imitan para no parecer antipáticos ni mostrar un aire despótico". La descripción parece de ayer nomás, pero data de 400 a.C. La escribió Platón en el libro VIII de La República, preocupado por la ausencia de un ejercicio genuino de autoridad por parte de los mayores, punto de partida, según el filósofo, donde nace la tiranía.
En este sentido, Méndez insiste: "Violencia hubo siempre; es algo inherente al ser humano. Pero en la actualidad han cambiado las formas. El avance de la tecnología y la ciencia está desdibujando muchas cuestiones que ya parecían estar resueltas. Desde la biopolítica y el derecho sobre el cuerpo de los otros hasta el uso de Internet para agredir".
Educando al soberano
Ella se llama Jazz, tiene un estilo impecablemente cool y tonada mexicana. Es una de las conductoras de Bullying: el terror escolar, especial que MTV estrenó el año pasado con el auspicio de Unicef. "¿Es verdad que las escuelas son cada vez más violentas?", pregunta Jazz frente a cámara, antes de ceder la palabra a dos grupos de estudiantes, unos pertenecientes a escuelas mexicanas; los otros, a establecimientos argentinos (los tradicionalmente "enemigos" Hipólito Vieytes e Ingeniero Huergo). Definido por Unicef como "el acto intencional de molestar, atormentar o amenazar física o verbalmente a otra persona", el bullying (del inglés bull, "toro") u "hostigamiento" para algunos especialistas, no es más que la actualización de la tradicional "patoteada", mientras que para otros, como la pedagoga Nora Rodríguez, es producto de una cultura que enseña a los chicos a ser "individualistas, competitivos y consumistas". La cuestión es que en los tiempos de Internet y telefonía celular este tipo de acoso adquiere una proyección inusitada. Blogs, sitios como MySpace o foros de supuesta "libre expresión" son espacios donde se publican fotos y se divulgan infidencias en forma anónima, con ilimitada capacidad de alcance (entre otros, el foro mexicano lajaula.net, bajo el imperativo "Libérate", invita a los estudiantes a subir cuantos "chismes de escuela" deseen). Entre los testimonios del informe de MTV está el de una adolescente mexicana fotografiada en una situación íntima y luego subida a la Red sin su consentimiento. Lo que sobrevino fue una cadena de humillaciones: exposición indeseada, mensajes y correos de desconocidos que la insultaban, expulsión de la institución escolar. Según ese mismo informe, el número de estudiantes hostigados por sus pares en la Argentina ascendería a unos 240.000.
"No tenemos estadísticas que nos permitan hacer comparaciones con el pasado -comenta Mara Brawer, coordinadora general de los Programas para la Construcción de la Ciudadanía en las Escuelas del Ministerio de Educación de la Nación-. Pero claramente hay una mayor visibilidad y una percepción de que se produjo un aumento de la violencia. Yo creo que más que chicos violentos, hay vínculos violentos. En una sociedad donde crecen la polarización y la desigualdad, hay mayor violencia." La percepción se confirma en el día a día. Sin tocar los casos más cruentos, docentes y psicopedagogos enumeran: desde una niñita que debió ser cambiada de escuela por las constantes agresiones de sus compañeras, que la habían identificado con la "mala" de una serie televisiva, hasta el caso de una maestra que, al intentar hablar en el aula sobre el hostigamiento a uno de sus alumnos sólo logró "oficializar" el hostigamiento y tornar aún más insoportable la situación del chico. Creado hace tres años, el Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas depende del Ministerio de Educación y la Universidad Nacional de San Martín. Desarrolló una encuesta a más de 70.000 alumnos de educación media en diversas regiones del país. Cerca del 30% de los encuestados manifestó haber sido testigo de situaciones de violencia, el 3% admitió haber llevado armas blancas a la escuela y el 1,3% dijo haber portado armas de fuego. Pese a todo, siete de cada diez estudiantes desestimaron la idea de que en su escuela hubiera violencia. "Para los chicos, el aula sigue siendo un espacio más confiable que otros -afirma la doctora en Educación por la UBA Carina Kaplan-.Considerar que los hechos que rompen la cotidianidad escolar son la realidad de la escuela es tomar la parte por el todo." La especialista insiste en "no asociar mecánicamente la violencia escolar con el crimen y el delito" y en diferenciar la violencia propiamente escolar (la que se da en el vínculo específico entre alumnos y docentes o entre otros integrantes de la comunidad escolar) de la que es externa pero se dirime en el espacio físico de la escuela. Y de ésa, por cierto, hay mucha: violencia de género, discriminación hacia minorías étnicas, vínculos entre pares atravesados por el insulto o el maltrato. "La novedad consiste en la ruptura con una representación de la escuela como lugar resguardado del afuera. Y del alumno como una entidad pura", concluye.
En Diversas formas de comerse a las personas, un artículo escrito para un seminario de capacitación docente, Mario Zerbino hace referencia al profundo desconcierto que reina entre los docentes de todo el mundo. Desconcierto que llevó a que en Japón algunos profesores fueran entrenados en karate o que en los Estados Unidos se implementara una normativa cercana al criterio policial. Todo para hacer frente al alumnado. Y todo condenado al fracaso.
El año pasado, en un informe del norteamericano Reason Public Police Institute (RPPI) puede leerse: "Hay poca evidencia, por caso, de que las leyes de tolerancia cero hayan disminuido sistemáticamente el mal comportamiento. Además, en aras de la consistencia, los códigos pueden, en algunos casos, sacrificar un tratamiento. En Wichita, Kansas, un alumno de 16 años de una escuela de enseñanza media fue expulsado por tener una pistola lanzapelotas en su auto. En Kingstown, un alumno de segundo grado, de 7 años, fue suspendido por cuatro días por exhibir una navaja en el recreo. Una niña de 11 años en Carolina del Sur fue suspendida y arrestada por llevar un cuchillo de cocina a la escuela para poder así cortar el pollo (los agentes solamente se enteraron del cuchillo porque la niña le preguntó a su maestra si podía usarlo). Un niño de seis años en Pawtucket fue suspendido por diez días por llevar un cuchillo de untar a la escuela para cortar sus galletitas".
Convencido, entonces, de que es imperioso invertir no sólo energía, sino también creatividad y pensamiento en el problema, Zerbino afirma: "En un momento histórico en donde lo que está en juego es la reducción de lo humano a lo biológico, la creación de un despliegue de dispositivos que produzcan subjetividad es una de las vías más eficaces, sino la única, para reducir la violencia destituyente de lo humano, que se despliega a escala global, de la mano de los nuevos procesos de segregación".
Una posible conclusión
"No quiero que me pase como al chico de Patagones." En la estricta intimidad del consultorio psicológico, un joven paciente, en medio de una complicada situación psíquica, se aterraba ante la posibilidad de transformarse en el asesino en que se había convertido Rafael, el chico que en 2004 mató a tres compañeros en una escuela de Carmen de Patagones. Gracias a la intervención a tiempo de la familia, la escuela y un profesional de la salud mental, su caso se redujo a una crisis psiquiátrica que, tras mucho trabajo de todos los implicados, logró ser superada. Cierto es que para numerosos especialistas la tragedia de Carmen de Patagones, más que un caso de violencia escolar, fue el resultado de una desgraciada combinación de factores: una patología psiquiátrica sumada al acceso de algunos menores de edad a las armas de fuego. Pero también parece ser cierto que, en la medida en que las instituciones escolar y familiar actúan de manera medianamente armónica, aumentan las posibilidades de prevenir los diversos tipos de violencia que ponen en jaque esa promesa de futuro que -mal que le pese a la furia de estos tiempos- todo chico sigue siendo.
Por Diana Fernández irusta dfernandez@lanacion.com.ar
Más información:
www.periodismosocial.org.ar
www.unicef.org
www.stopbullying.es
La cuestión legal
"No son ni ángeles ni demonios: son sujetos de derecho. Y nadie es sujeto de derecho si no hay responsabilidades." Emilio García Méndez, abogado, diputado nacional y presidente de la Fundación Sur-Argentina, no tiene dudas: "La cultura jurídica y social del eufemismo y la ambigüedad ha contribuido a una visión esquizofrénica de los jóvenes, la que, según sea la ideología que la alimente, los convierte automáticamente en ángeles o en demonios. De este modo, las respuestas culturales e institucionales oscilan entre un paternalismo ingenuo (que justifica todo a priori) y un retribucionismo hipócrita (que condena todo a priori)". Para salir de la encrucijada, este investigador en criminología ha trabajado en un proyecto de ley de Responsabilidad Penal Juvenil que, en atención a los criterios de la psicología evolutiva y considerando "que no todas las personas menores de edad poseen la misma capacidad y desarrollo", distinguiría entre niños y adolescentes, estableciendo un sistema de responsabilidad penal juvenil para las personas de entre 14 y 18 años. En otros términos: considerar que la adquisición de criterios de responsabilidad es una cuestión de madurez mental. Entonces, un niño de nueve años no tiene sobre sus actos el mismo nivel de responsabilidad que el de uno de diecisiete. Pero tampoco es lo mismo un chico de 17 o 18 años que un adulto. Por eso, de hacerse efectiva esta reforma, bajo ninguna circunstancia una persona menor de 18 años podría ser juzgada y sancionada a través del régimen penal general previsto para los adultos.
El proyecto de García Méndez prevé un abanico de sanciones específicas para la franja de entre 14 y 18 años que, en el caso de los delitos considerados graves, incluiría la privación de la libertad. La propuesta sería un importante aporte a ese callejón sin salida en el que parece haberse entrado respecto de los menores que cometen delitos. "Si uno junta todos los proyectos de este tipo que hay en el Legislativo, podría decirse que existe un 80% de consenso sobre la cuestión de la responsabilidad juvenil -explica Méndez-. Sólo falta una definición del Ejecutivo, que nunca encuentra el momento «ideal» para tratarlo."
Los casos recientes
LA PLATA.- El cuerpo de Kevin Massatti, de 17 años, yacía sobre el asfalto, frente a la Escuela N° 7 de Florencio Varela. La sangre había dibujado un círculo en su camiseta de fútbol del Club Atlético San Martín de Tucumán, justo en el pecho. Era el mediodía del lunes 29 del mes pasado, y enseguida la calle se llenó de adolescentes. Los chicos empezaron a hablar de "El Monito". Y "El Monito", de 15 años, fue detenido.
La madrugada del domingo anterior, "El Monito" había echado de una fiesta a Kevin.
Kevin volvió más tarde con unos amigos; entre todos golpearon al chico que lo había echado hasta dejarlo tendido en el piso.
"El Monito" le dijo: "Te voy a matar a tiros". El lunes, "El Monito" fue a la escuela con un revólver 32 que le había sacado a su tío. No entró. Esperó a Kevin en la vereda. Cuando éste llegó, "El Monito" disparó tres veces el revólver y se fue. Kevin murió cuando era trasladado al hospital.
Este es sólo uno de los últimos ejemplos de violencia juvenil. Pero hay muchos otros. Una semana antes, un adolescente acuchilló a otro en la estación de trenes de Ramos Mejía porque éste último se había negado convidarle un cigarrillo. Y a principios de septiembre, en Ezeiza, un chico de 16 años mató a cuchilladas a otro, de 15, y lo enterró en el fondo de su casa, junto a una higuera. El criminal, que no tenía antecedentes, se arrepintió y se entregó a la Justicia; al parecer, estaba harto de que el otro lo hostigara.
Pero el ejemplo más extremo es el de Milagros Belizán, de dos años, ocurrido en Almirante Brown, en mayo pasado. A Milagros la mataron a palazos; después rodearon su cuello con un cable de teléfono y la colgaron. Los acusados tienen siete y nueve años. Tanta crueldad recuerda a los niños que imaginó el escritor inglés William Golding en su novela El Señor de las Moscas.
En esta provincia de Buenos Aires, donde ocurrieron todos los casos mencionados, el 40 por ciento de los menores de edad -cerca de un millón de chicos- está en riesgo debido a la extrema marginalidad, según el ministro de Desarrollo Social bonaerense, Daniel Arroyo. Tal vez los hechos más cruentos, como el crimen de Milagros, ocurren en esos barrios que el Estado ha abandonado, sobre todo en el Gran Buenos aires.
Ha quedado claro, sin embargo, que la violencia infantil y juvenil no es propiedad de los sectores marginados. Este instinto atávico quedó expuesto también en las escalinatas del shopping Abasto, la tarde del domingo 7 de septiembre, cuando decenas de jóvenes de distintas tribus urbanas (floggers, emos y cumbieros) se enfrentaron en una pelea que terminó con 18 chicos detenidos.
Otro caso: a principios de julio, un grupo de alumnos de la Escuela Media N° 8 del barrio La Loma, de Temperley, le quemó el pelo a una docente, además de ponerle un preservativo en la cabeza. La escena, además, fue filmada y subida a Internet. Días antes, otros alumnos de la misma escuela le habían pinchado las ruedas del auto a otro profesor con una navaja.
Por Ramiro Sagasti
¿Biología o cultura?
Si en algo coinciden la mayoría de los estudiosos es en que la agresividad es inherente a la condición humana y que violencia siempre existió. Las variantes pasarían por la intensidad, las formas y los modos en que cada cultura ha logrado gestionarla. "Yo he visto crecer los niveles de violencia -comenta la licenciada en psicología Florencia Prini Estebecorena-. Distintas violencias. Está la de los chicos entre ellos o las que aparecen vinculadas a la marginalidad, la pobreza. Y, en otras clases sociales, la de la presión por el éxito: familias muy estructuradas, que no pueden soportar que un hijo no sea exitoso." Desde el ámbito de las neurociencias, Osvaldo Panza Doliani, doctor en medicina y cirugía, y presidente de la Fundación Crecer sin Violencia, afirma: "Todos los organismos, ante condiciones ambientales que los ponen en riesgo, tienen programas genéticos que les hacen responder con violencia. Pero cuando se ejercita una conducta violenta sin peligro a la vista, esto es enfermedad. En este sentido, tenemos una sociedad patológicamente violenta y peligrosamente evolutiva. Pero para encontrar la punta del ovillo del problema no hay que arrancar de lo social, sino ir al individuo: considerar cómo fue formando sus memorias, tanto las heredadas como las adquiridas". De todos modos, Panza Doliani apuesta a un factor no biológico como medio de prevención: "En la base de la violencia siempre hay ignorancia. Parte de la problemática actual se debe a que llevamos décadas de destrucción de la institución escolar. Además de la prevención y la asistencia precoz (evitar situaciones de violencia desde la concepción del niño), es importante restituir una educación, un trabajo ordenado, que forme pensadores libres". Para el psicólogo Mario Zerbino, en realidad, "se trata de pelear contra la tendencia de reducir lo humano a lo biológico". Respecto de la postura de los adultos frente a los chicos, el especialista considera que lo fundamental es recomponer el principio de autoridad: "Me refiero a los viejos sentidos de lo que es una autoridad. Ir a la etimología: aquel capaz de construir la autoridad debe ser el más sabio, el más generoso, el más valiente. El que puede generar en los otros algo nuevo".

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