ARGENTINA | EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
La peor transgresión
El columnista de adlatina.com se refiere en esta nota a la degradación del lenguaje y asegura que, de seguir así, “vamos camino a entendernos cada vez menos”.
- Borrini: “Las redes sociales desnudan horrores de ortografía y la vulgaridad de la comunicación; la política, al pasar de las promesas a los insultos, creó un lenguaje grosero que envilece y contamina el lenguaje cotidiano de la gente común”.
“La peor transgresión es la del lenguaje”. Confieso de entrada que la frase no es mía, la dijo un notorio filósofo francés, Michel Foucault si recuerdo bien. La evoco porque el lenguaje se ha degradado tanto que, de seguir así, por más medios que tengamos para mirar y escuchar, y para establecer contacto entre nosotros, mientras caminamos, manejamos un auto, almorzamos y cruzamos embobados una bocacalle sin semáforos, vamos camino a entendernos cada vez menos.
“Cuando no hay capacidad de expresión se achica el pensamiento. Lo vemos todos los días con jóvenes que no leen, que no saben escribir correctamente y terminan con el lenguaje empobrecido. Y ese empobrecimiento intelectual y verbal le hace muy mal al sistema democrático”, escribió hace unos meses en La Nación José Luis Barcia, presidente de la Academia de Letras de nuestro país. “Las palabras mueren cuando se dejan de usar”, añadió.
No me atrevo a tirar la primera piedra acerca de vicios como el “dequeísmo” que menciona Barcia, porque los periodistas somos propensos a caer en él, pero sí a decir que si además de emplear cada vez menos palabras, las empleamos mal, torcemos su significado y nos apoyamos en comodines verbales que son como muletas, ya no del pensamiento, sino de las charlas más banales (como “boludo”, que a fuerza de repetirla las mujeres corren el peligro de sufrir de próstata), el panorama de nuestras relaciones con los demás es poco alentador.
“Las palabras no reflejan, anticipan”, dijo el escritor español Manuel Rivas. Y muchas veces anticipan lo que no tarda en llegar: de un lado la paz, el amor, la sonrisa, o de otro la agresión, el insulto, el desprecio, la crueldad, la violencia e incluso la guerra.
La tecnología ha venido a complicar las cosas. Las redes sociales desnudan horrores de ortografía y la vulgaridad de la comunicación; la política, al pasar de las promesas a los insultos, creó un lenguaje grosero que, cuando baja de las altas esferas, envilece y contamina el lenguaje cotidiano de la gente común, sin descartar a los niños.
Javier Marías, el tan admirado ensayista y novelista español, para evitar que las palabras mueran por dejar de usarlas, propuso que se las resucite y emplee cada tanto, como una patente comercial que se quiere mantener vigente hasta que llega el momento de utilizarla. En este aspecto, no dejo de extrañar una en particular: ¡Gracias!, a cuya deserción me he referido anteriormente en este espacio. Tal como están las cosas, por favor usémosla un poco antes de que sea necesario hacerle respiración artificial.
No es la más importante de las desaparecidas o desnaturalizadas, admito, pero es la que podría anticipar una relación más amable y gentil entre las personas. Hoy se escucha muy poco en la calle; no abunda tampoco en los mails, los chats y los blogs. Es un músculo verbal que no se ejercita.¿Habrá que crear gimnasios verbales para mejorar el estado del vocabulario?
Por aquello de “la caridad bien entendida…”, pienso que una manera de volverla a la circulación es usarla más en nuestra propia casa; en agradecer una gentiliza de la esposa, los hijos, los nietos, e insistir en la debida reciprocidad. Es el ramo de flores de la relación y efectivo antídoto contra el divorcio.
Tampoco se usa ¡Gracias! en publicidad, pese a que algunos mensajes que interrumpen sin piedad hasta seis u ocho veces, con los mismos mensajes aburridos, la película que estamos viendo, deberían agradecer no una sino tantas veces como fastidian. Es lo menos que podrían hacer para evitar que acudamos al mortífero zapping.
En general, la publicidad televisiva tiene los segundos contados, que paga a precio de oro y se comprende que esté forzada a decir y mostrar lo estrictamente necesario para cumplir con su objetivo. Pero se me ocurre que ¡Gracias! merece una acción o una campaña específica. ¿Podrá recoger el guante el Consejo Publicitario Argentino, o debido a lo atareado que está, encargarse de financiarla alguna empresa en momentos en que hasta las marcas son impulsadas a mostrar públicamente su sensibilidad social?
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