GLOBAL EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
“Apagar pronto un incendio salva vidas; comunicar rápido salva la empresa”
El autor rescata esta conocida y comprobada máxima de la comunicación corporativa, con motivo del desastre ecológico del Golfo de México y de las demoras en informar acerca de la gravedad de los hechos, que están costando dinero y prestigio a los involucrados.
Una vez producida una catástrofe, la rapidez con que se actúa en el campo de los hechos concretos, para apagar un incendio o apuntalar un edificio que se cae, salva vidas, pero una decidida e inmediata reacción en el terreno de la comunicación, en cambio, puede salvar a la empresa.
Este mandamiento de la moderna gestión fue revalidado en incontables ocasiones durante las últimas décadas; viene a cuento ahora a raíz de la explosión ocurrida en la plataforma Deepwater Horizon de la British Petroleum, anclada en el Golfo de México, que aún sigue derramando petróleo y lastimando seriamente no sólo la reputación de la empresa sino también la credibilidad del gobierno de Barack Obama.
Pasa el tiempo y afloran los errores presuntamente cometidos por ambas partes. Por un lado, se acusa a la empresa de no haber tomado todos los recaudos para garantizar una explotación con tantos riesgos ambientales y económicos. ¿Pudo en verdad hacerlo? Y una vez ocurrido el derrame, ¿por qué demoró tanto en informar su real gravedad?
El gobierno norteamericano, a su vez, habría caído en la misma trampa, según la opinión de los políticos opositores a la administración demócrata, que le achacan fallas tanto en la autorización de la plataforma como en su inicial pasividad una vez provocada la explosión.
Este aspecto, el comunicacional, de acuerdo con el giro que van tomando los acontecimientos, invita a esbozar una conclusión, que podría expresarse así: “Quien en comunicación falla, en comunicación paga”. Es que las autoridades turísticas de Mississippi, Alabama y Florida exigen a la petrolera una fuerte indemnización, estimada en alrededor de 20.000 millones de dólares para pagar una campaña publicitaria capaz de neutralizar las pérdidas ocasionadas en este rubro tan vital para la economía de la zona afectada.
Argumentan que los visitantes, temerosos, han tomado otros rumbos; la compañía ya ha suministrado algunos fondos con este mismo propósito, pero son insuficientes, según los demandantes.
Una activista de película
Pero sobre llovido, mojado. Por si hacía falta otro condimento a la catástrofe, terció en ella la activista Erin Brockovich, famosa desde 1991 cuando libró una épica batalla legal contra la Pacific Gas & Electric de California, que perdió el juicio con los damnificados y tuvo que pagar una indemnización de 333 millones de dólares, cifra muy alta en ese momento.
Fue un triunfo rotundo que puso en el candelero a una mujer tenaz cuyo único antecedente, hasta ese momento, era haber sido elegida Miss West Coast, y que nunca había pisado una escuela de leyes.
Pero no es sólo aquella exitosa demanda de Erin, que la convirtió en consultora y activista ecológica, la que evoca la opinión pública ante un nuevo desastre ecológico, sino el exitoso film de 2000, dirigido por Steven Soderbergh, sobre esa etapa de su vida, con una artista del calibre mundial de Julia Roberts en el papel estelar. La película fue un espectacular alegato ecologista, y ahora, subliminalmente, la Roberts también asoma, como un fantasma, en el conflicto.
Varias de las “notas de color” que he leído sobre el suceso del derrame, publicadas en periódicos de varios países, fueron ilustradas con la foto de la espigada Roberts en el papel de Brockovich, produciendo una superposición de roles que borra aún más la frágil barrera que separa a la realidad de los hechos de la realidad de la ficción cinematográfica, justamente en momentos en que hay que atender a asuntos tan concretos como el respeto a las leyes, la ética interna de la empresa y la honestidad de la comunicación, para resolver la catástrofe antes de que pase a mayores.
“Apagar pronto un incendio salva vidas; comunicar rápido salva la empresa”
El autor rescata esta conocida y comprobada máxima de la comunicación corporativa, con motivo del desastre ecológico del Golfo de México y de las demoras en informar acerca de la gravedad de los hechos, que están costando dinero y prestigio a los involucrados.
Una vez producida una catástrofe, la rapidez con que se actúa en el campo de los hechos concretos, para apagar un incendio o apuntalar un edificio que se cae, salva vidas, pero una decidida e inmediata reacción en el terreno de la comunicación, en cambio, puede salvar a la empresa.
Este mandamiento de la moderna gestión fue revalidado en incontables ocasiones durante las últimas décadas; viene a cuento ahora a raíz de la explosión ocurrida en la plataforma Deepwater Horizon de la British Petroleum, anclada en el Golfo de México, que aún sigue derramando petróleo y lastimando seriamente no sólo la reputación de la empresa sino también la credibilidad del gobierno de Barack Obama.
Pasa el tiempo y afloran los errores presuntamente cometidos por ambas partes. Por un lado, se acusa a la empresa de no haber tomado todos los recaudos para garantizar una explotación con tantos riesgos ambientales y económicos. ¿Pudo en verdad hacerlo? Y una vez ocurrido el derrame, ¿por qué demoró tanto en informar su real gravedad?
El gobierno norteamericano, a su vez, habría caído en la misma trampa, según la opinión de los políticos opositores a la administración demócrata, que le achacan fallas tanto en la autorización de la plataforma como en su inicial pasividad una vez provocada la explosión.
Este aspecto, el comunicacional, de acuerdo con el giro que van tomando los acontecimientos, invita a esbozar una conclusión, que podría expresarse así: “Quien en comunicación falla, en comunicación paga”. Es que las autoridades turísticas de Mississippi, Alabama y Florida exigen a la petrolera una fuerte indemnización, estimada en alrededor de 20.000 millones de dólares para pagar una campaña publicitaria capaz de neutralizar las pérdidas ocasionadas en este rubro tan vital para la economía de la zona afectada.
Argumentan que los visitantes, temerosos, han tomado otros rumbos; la compañía ya ha suministrado algunos fondos con este mismo propósito, pero son insuficientes, según los demandantes.
Una activista de película
Pero sobre llovido, mojado. Por si hacía falta otro condimento a la catástrofe, terció en ella la activista Erin Brockovich, famosa desde 1991 cuando libró una épica batalla legal contra la Pacific Gas & Electric de California, que perdió el juicio con los damnificados y tuvo que pagar una indemnización de 333 millones de dólares, cifra muy alta en ese momento.
Fue un triunfo rotundo que puso en el candelero a una mujer tenaz cuyo único antecedente, hasta ese momento, era haber sido elegida Miss West Coast, y que nunca había pisado una escuela de leyes.
Pero no es sólo aquella exitosa demanda de Erin, que la convirtió en consultora y activista ecológica, la que evoca la opinión pública ante un nuevo desastre ecológico, sino el exitoso film de 2000, dirigido por Steven Soderbergh, sobre esa etapa de su vida, con una artista del calibre mundial de Julia Roberts en el papel estelar. La película fue un espectacular alegato ecologista, y ahora, subliminalmente, la Roberts también asoma, como un fantasma, en el conflicto.
Varias de las “notas de color” que he leído sobre el suceso del derrame, publicadas en periódicos de varios países, fueron ilustradas con la foto de la espigada Roberts en el papel de Brockovich, produciendo una superposición de roles que borra aún más la frágil barrera que separa a la realidad de los hechos de la realidad de la ficción cinematográfica, justamente en momentos en que hay que atender a asuntos tan concretos como el respeto a las leyes, la ética interna de la empresa y la honestidad de la comunicación, para resolver la catástrofe antes de que pase a mayores.
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